El de la foto es Roger. Con 850 gramos. Ya pesa 3.600. Pero nació con 690, a la semana 26 de las 40 que tiene un embarazo normal. Lo cuentan Maria y Àlex, sus padres. Àlex es colega de oficio y llamó hace unas semanas ofreciéndose para explicar para el blog “esta paternidad tan extraña”. ¿De verdad quieres contarlo? ¿No es muy duro? “Por eso, para ayudar a otra gente”.
El segundo embarazo de Maria iba perfecto, lo habitual, hasta la semana 24. Rompió aguas, de noche. Corrieron al hospital, la ingresaron, estuvo en la Maternitat de Barcelona hasta la 25 y la mandaron a casa. El plan era reposo absoluto hasta la semana 28, la volverían a ingresar y en la 31 provocarían el parto. Pero todo se torció de nuevo de noche, la primera semana de estar en casa. María se despertó con el cordón umbilical entre las piernas: “prolapso con peligro de estrangulamiento”. Taxi a la Maternitat, muchos nervios entre el personal y una cesárea de urgencia practicada con tanta urgencia que a Maria se le ha quedado grabada la imagen del médico con el bisturí esperando el efecto de la anestesia para cortar.
“Por debajo de la semana 26 los médicos lo tienen que ver muy claro, están debajo de los 1.000 gramos y cada caso es un mundo”, aclara Àlex. “Hay muy pocos hospitales preparados para casos como el de Roger”. Àlex llegó al hospital unos minutos después que Maria, lo justo para que los abuelos llegaran a casa para cuidar de Laia, de cinco años. Vio pasar a Roger “en una superincubadora” acompañado del obstetra y los dos pediatras que asistieron el parto. “El pediatra dijo que no sabía si saldría adelante y qué secuelas tendría”, prosigue. Una de las cuestiones claves de la historia es cuánto tiempo pasó Roger sin oxígeno. Las pruebas indican que hay una lesión en el cerebro. Pero esto del cerebro es un misterio. Por ahora responde bien a todas las pruebas que le han
hecho.
Maria, Alex y Roger (con Laia, claro) llevan ya unas semanas en casa. Pero pasaron 82 días en la Maternitat. No tienen más que palabras de agradecimiento por el personal del hospital, público, viene bien recordarlo en los tiempos que corren. 82 días que vivieron medio allí, medio en casa, medio en la moto arriba y abajo. “En teoría puedes entrar a cualquier hora, pero está montado para que las visitas coincidan con las comidas: las 7, las 10, la una, las 4, las siete, las 10…”, explican.
“Es una situación muy bestia, al principio ni si quiera nos referíamos a Roger por su nombre. Tienes miedo de que se muera. Tampoco hacíamos fotos. Comenzamos con un pie, una mano… no hicimos fotos de Roger entero hasta los 850 gramos”. “Es muy raro”, prosigue Àlex, “no sabes si eres padre o no, no puedes decir ‘he tenido un hijo y lo celebro’, cuando alguien te pregunta, la respuesta es comunicar un marrón”. “Y cuando llegas a casa tampoco puedes llorar lo que quisieras, porque está Laia, que ha demostrado mucha madurez. Es durísimo estar preparándote por si se muere”. Estando en la Maternitat se murió un niño que estaba en las mismas condiciones que Roger.
La de Roger ha sido una lucha gramo a gramo, metro a metro en el área de neonatos. Desde el fondo, donde están las incubadoras de los más graves (una enfermera por dos niños), hasta la sala de engorde, así se llama. El principal riesgo de un caso como el de Roger son las infecciones. “Piensa que si se cae algo en el suelo, las enfermeras lo apartan con el pie, pero nunca lo recogen”, recuerda Àlex.
Sin haberle visto, la descripción de los padres impresiona. Roger llevaba tres electrodos para controlar las constantes, una lucecita en el pie para controlar la saturación de oxigeno en la piel (si el niño respira), oxigeno por la nariz (el SIPAP, otra de las decenas de palabras que se aprenden en una situación así), una sonda con alimentación, una vía con suero y el pañal. Así estuvo 49 días. Y pese a la parafernalia de tubos, cada día lo sacaban para que los padres lo tuvieran encima, piel con piel. En la UCI de neonatos hay 10 pediatras: “el que te lleva, el de la unidad, el de la sala y los especialistas”, enumera Àlex.
A las cinco semanas, Roger estuvo suficientemente estable (800 gramos) como para moverle tres metros más cerca de la puerta. A los 1.200, la semi UCI. “Ahí ves la luz”. “Ahí te emocionas en cada pequeño avance. Yo lo hice el día que le pusieron un body”, dice Maria. A Roger le hicieron cuatro transfusiones de sangre y le daban también cafeína, para mantenerle despierto. Y le inyectaban EPO (glóbulos rojos), porque se cansaba mucho comiendo.
“En todas estas semanas ocurre que estableces vínculos muy fuertes con gente con la que no tienes nada que ver pero que está pasando lo mismo que tu”, celebra Àlex. Lo único que lamentan con Maria es la falta de apoyo psicológico. Aunque reconocen que cuando lo estás pasando, vas con las pilas puestas, como por inercia, sin demasiado tiempo para pensar lo que está pasando.
Como prematuro que es, Roger acude al CDIAP, el Centro de Estimulación Infantil y está en permanente observación. Forma parte de un estudio del Hospital Clínic, tiene visitas periódicas con especialistas (densidad de los huesos, cardiólogo, riñones, neurólogo), se recupera de la operación de la hernia inguinal (normal en estos casos, porque nacen tan pronto que todavía no les han bajado los testículos), le espera un electro este mes. Por ahora “no tiene signos externos” de que algo falle en el desarrollo y está en el estudio porque a los médicos les interesa saber cómo es el desarrollo de un niño que tiene mucha más experiencia sensorial externa, de la que le correspondería.
Otra curiosidad de los prematuros es que, para cuestiones como las vacunas o el desarrollo, los padres deben tener muy presente no una edad sino dos. La oficial, cronológica, el 8 de marzo. Y la corregida, cuando debería haber nacido, el 20 de junio. “¡Ostras! Si salgo de cuentas mañana”, cae María en cuenta. “¿Sabes qué me pasa?”, concluye: “Que encima, y me han dicho que es normal, tengo sentimiento de culpabilidad, como si hubiera hecho algo mal. Y me siento estafada, me han quitado tres meses de embarazo, los más chulos”.