"Mi madre me da vergüenza. Me mira la cabeza en la cola del
súper, en la tienda, mientras miro la tele… y cuando me descuido, me estira del
pelo y me saca uno”. La niña de siete años entra con una media sonrisa en Happy
Heads. Le esperan dos horas de tratamiento: le pasan la aspiradora por la
cabeza y la ponen bajo dos gigantes lupas mientras le aplican a cuatro manos
dos lendreras. Junto a ella un cubo de agua donde nadan los restos de piojos y huevas.
Happy Heads es uno de los negocios que ha surgido a raíz de
esta infestación que, cuando la vives, crees que no vas a salir jamás. Abrieron
en la barcelonesa calle París en septiembre y se dedican a combatir con uñas y
dientes los piojos. No están solos. En otros lugares de Barcelona y en otras muchas ciudades, establecimientos similares abren
sus puertas. “Mi hermana Emma estuvo en Estados Unidos el verano
pasado y vio que era un buen negocio, algo que hacía falta, por el tipo de
tratamiento y por el valor del tiempo que te ahorra”, explica Eli Bryan, una de
las dueñas de Happy Heads. “Los piojos son internacionales, dicen que han ido
evolucionando desde el tiempo de nuestras abuelas y se han hecho más
resistentes. Si quedan liendres, todo comienza de nuevo”.
Eli sabe bien de lo
que habla. Solo ha cogido una vez piojos, mientras estudiaba en el mejor
instituto de piojos del mundo, el Shepherd, en Florida. Cayeron en su cabeza mientras su compañera de pupitre hacía prácticas con una mujer que tenía la cabeza llena de bichos. Se oye de nuevo la voz
de la niña de siete años: “Este sitio es genial. Quiero jugar toda la noche”.
Su cabeza permanece llena de colas, apoyada en un asiento de masajes, pero en
sus manos una tableta y el incesante ruido de un videojuego. No necesita más.