Hay días en los que la maternidad me supera. A veces son días sueltos, sobre todo cuando duermo poco. Otras, son rachas, fases. Una de las peores épocas es cuando los niños, los profesores del colegio y los monitores del campamento están ya de vacaciones, pero yo no. Es decir, días de doble jornada, de lidiar con los niños en casa por la mañana y el mediodía, y de trabajar en la redacción por la tarde-noche. Días de pensar en lo que hacer de comer, hacerlo y conseguir que se lo coman. De arbitrar peleas o al revés, de intervenir porque se llevan demasiado bien y las revoluciones suben a un ritmo demasiado frenético. Días en los que me despierto cargada de buenas intenciones y a los 10 minutos me descubro gritando y abroncando por cualquier cosa.