La victoria socialdemócrata en las elecciones legislativas de Francia representa una novedad en un país donde parte de la izquierda mantiene rasgos y gesticulaciones propias de otros tiempos, de aquellos en los que se privilegiaba la lucha contra la acumulación de riquezas, mezclada con una cierta herencia libertaria de Mayo del 68. Es una victoria de un partido -ni siquiera necesita la ayuda de los ecologistas-, de la que emerge un proyecto socialista autónomo en torno a François Hollande, que pretende enfrentarse al caos del presente sin enfeudarse a las soluciones de la derecha y, a la vez, sin pagar precios a la izquierda radicalizada.
Pero el camino del proyecto socialista autónomo está plagado de heterodoxias. La primera, los guillotinados. Como Ségolène Royal, que cinco años atrás era la estrella rutilante del socialismo, la adversaria de Nicolas Sarkozy por la presidencia de la República, la dirigente que trazó su campaña sobre la base de mujer moderna y capaz de echarles las redes sociales encima a los "elefantes" del viejo partido; y cuyo secretario general, por cierto, era entonces François Hollande. Ahora, ella se muestra en plena impotencia política. Visto desde esa perspectiva, el famoso tuit de Valérie Trierweiler, la compañera del presidente, apoyando al candidato que ha triunfado sobre Royal, ha sido el golpe de gracia. Una pequeña tragedia en la historia electoral de Francia, pero sin más relevancia política que la de obligar a Hollande a tomar medidas para que las cuestiones familiares no mermen su capacidad de acción política. Porque las crisis de la eurozona y de su propio país no pueden esperar a que el presidente de la República francesa resuelva sus asuntos personales.
La derrota de Ségolène Royal, atribuida por ella misma a "una traición política", representa el aplastamiento de la heterodoxia encarnada por ella hace cinco años. Pero no impide los efectos que pretendía François Hollande al instalar al poder socialista en otras heterodoxias. Una de ellas consiste en ensayar una vía de salida de la crisis económica y financiera diferente de la practicada por el gobierno de Nicolas Sarkozy y, más importante aún, por Angela Merkel, obstinadamente aferrada a la austeridad y a la negativa de mutualizar el pago de las deudas de los países europeos en dificultades.
Otra heterodoxia: Hollande y el partido socialista francés consolidan una mayoría que no dependerá del Frente de Izquierdas, dirigido por Jean-Luc Mélenchon, candidato fracasado en estas legislativas. Era el líder que proyectaba consolidarse al frente de una serie de sectores (socialistas disidentes, comunistas, extrema izquierda) alimentados en el rechazo al reformismo socialista y en la ruptura económica, todo ello trufado de desconfianzas hacia Europa y mucha agresividad verbal. La relación de fuerzas impuesta por las elecciones impide el combate fratricida de "izquierda contra izquierda". Hollande no verá cuestionado su proyecto de reestructuración del funcionamiento de la eurozona y es pronto para determinar si esto es otra Tercera Vía, aunque a algunos pueda parecérselo.
Sin esperar a los resultados de las legislativas, Hollande no ha parado de situarse en el escenario post-electoral durante los últimos días, insistiendo en las palabras "crecimiento" y "estabilidad financiera", hasta culminar en una propuesta de plan Marshall a escala europea, a la altura de 120.000 millones de euros. Todo ello propuesto desde un país con bases económicas más saludables que las de España o Italia, pero en el que pesan la deuda pública y las perspectivas negativas de crecimiento económico.
Hollande deberá cuidarse también de fracturas sociales y culturales que no se resuelven con la mera invocación de un proyecto socialista autónomo. Parte de las clases populares dudan entre izquierda, extrema derecha o abstención total respecto a la política; temen a los franceses procedentes de la inmigración, muchos de ellos sin opciones de vivir sin asistencia social, y a los extranjeros que sobreviven en situación irregular y dispuestos a tirar los precios de los empleos; tampoco entienden ni comprenden a la izquierda intelectual y "parisiense", un término que generalmente designa a ciudadanos de vida acomodada. Se comprende así el regreso de algunos ultraderechistas al Parlamento, del que el partido extremista estaba ausente desde hacía quince años, aunque su principal dirigente, Marine Le Pen, no haya logrado el escaño ambicionado, según los resultados provisionales.
En todo caso, lo esencial es que se ha producido una mayoría socialista en la Asamblea Nacional, como quería Hollande. El presidente francés dispone así de todos los medios (convencionales) para llevar a cabo su política. Se consolida la heterodoxia principal: en una eurozona caracterizada por poderes políticos de derechas, el socialista Hollande es ahora mismo el jefe de Estado o de Gobierno con más poderes en Europa. En uno de los países más grandes de la eurozona son socialistas tanto el presidente como el Gobierno, la mayoría parlamentaria de las dos cámaras legislativas, las alcaldías de muchas ciudades importantes y casi la totalidad de las regiones. ¿Quién lo habría dicho un año atrás?