Del "Europa nos espera", de François Hollande, a la apología de la patria y de sus fronteras en boca de Nicolas Sarkozy: es la última semana de campaña y el candidato socialista habla como si viera a los franceses a la cabeza de un nuevo movimiento de mayo, la toma de la Bastilla de la austeridad germánica, mientras el conservador pretende envolverle en una maniobra de patriotismos y fortines frente a los peligros exteriores. Dos campañas, dos visiones. Por muchos problemas que plantee la crisis europea en curso, la sublimación de las fronteras, cantada por Sarkozy, resulta en verdad asombrosa.
Cuentan que el presidente-candidato decidió esta vuelta de tuerca la noche en que perdió la primera vuelta de la elección presidencial. La escenografía del patriotismo nunca ha representado problema alguno en un país donde la patria y la bandera tricolor son comunes a todo el arco político, desde la ultraderecha a la extrema izquierda. Pero Sarkozy dedicó un largo espacio de su discurso de Toulouse, el domingo 29 de abril, a resaltar la existencia de fronteras, porque permiten "tener un hogar, un espacio de intimidad en el que se puede escoger a quién se deja entrar y a quién no. La frontera es la afirmación de que no vale todo, de que no es igual estar en casa que en la calle"...
Su principal asesor, el politólogo y experiodista Patrick Buisson, se había explayado en Le Monde sobre esa teoría. Resulta que el pueblo sufre por la ausencia de fronteras y de sus consecuencias: librecambismo sin límites, competencia desleal, dumping social, deslocalización de empleos, oleadas migratorias; por eso las fronteras representan nada menos que la esperanza de los más vulnerables, de los más pobres. "Los privilegiados no cuentan con el Estado para construir fronteras, ellos no necesitan a nadie para comprárselas. Viven en los barrios acomodados, sus hijos acuden a los mejores colegios, su posición les coloca al abrigo de todos los desórdenes de la globalización y en situación de recoger todos los beneficios".
De la lucha de clases hemos llegado a la lucha de fronteras. Lo que tantas veces ha dicho Marine Le Pen, "nosotros no podemos acoger a toda la miseria del mundo", aparece ahora en el corazón de la campaña de Sarkozy. Pretende movilizar las últimas reservas de votos acusando a Europa de haber permitido un debilitamiento excesivo de "la nación" y redescubriendo "el espíritu nacional". ¡Qué diferente del Sarkozy elegido cinco años atrás! "Apelo a cada uno a no dejarse encerrar en la intolerancia y el sectarismo, sino a abrirse a los demás, a los que tienen ideas diferentes, otras convicciones", decía en la noche de su triunfo de 2007, cuando lanzaba llamamientos a los pueblos del Mediterráneo "para decirles que ha llegado el tiempo de construir juntos una unión mediterránea que será un medio de unión entre Europa y África".
Pero la "primavera árabe" cogió a Francia a contrapié; había mantenido buenas relaciones con los tiranos, desde el tunecino Ben Ali al egipcio Hosni Mubarak o al libio Muammar El Gadafi. Tanto, que parece que este último autorizó 50 millones de euros para la campaña de Sarkozy en 2007, según un documento libio revelado por Mediapart, que el presidente-candidato se ha apresurado a desmentir. Su reacción contra Gadafi del año pasado, comprometiéndose de lleno en la guerra contra el dictador libio, fue un intento de hacerse presente en una zona del norte de África donde habían ocurrido múltiples cosas inesperadas para él.
"Todo el mundo habla de la crisis como si no hubiera más que una sola, y como si esa crisis fuera la financiera", escribe Jean Daniel en Le Nouvel Observateur. El ensayista da por hecho la primera, pero también ve otra, "la de la competencia en el mundo entre nacionalismos de fundamentos religiosos, y de su explotación por todas las fuerzas de la extrema derecha". En el corazón de esos movimientos se ha organizado una nebulosa de fuerzas que preconizan el uso de la violencia. "Con los asesinatos de Montauban y de Toulouse, cometidos por un fanático en nombre de Al Qaeda, no se puede impedir que un miedo más o menos racista circule entre las poblaciones ya preparadas por el Frente Nacional al chovinismo". Marine Le Pen se dio cuenta de que el viento soplaba en esa dirección, y lo aprovechó para tronar contra la inmigración y la inseguridad en la campaña de la primera vuelta de la elección presidencial. Sarkozy está montando la suya sobre estos mismos principios para rebañar los últimos votos de cara al domingo.
¿Será puro electoralismo pasajero, que se llevará el viento tras el 6 de mayo? No es probable: el populismo ha llegado a Europa para quedarse. Sobre todo si los líderes democráticos lo agitan todo el rato. El propio François Hollande acentúa la prudencia respecto al nuevo debate suscitado por su rival. En esencia, le ha contestado: si hay problemas con el control de las fronteras, la responsabilidad sería de Sarkozy, primero ministro del Interior y después presidente de la República a lo largo de los diez últimos años. El aspirante socialista niega que la cuestión de las fronteras sea el asunto principal de esta elección, pero las últimas encuestas, aunque siguen dándole ventaja, reducen ligeramente la distancia entre los dos candidatos. Por eso Hollande va con pies de plomo.