Joaquín Prieto

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, periodista moderadamente francófilo y excorresponsal en París, actualmente es editorialista de EL PAÍS.

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Encarnizarse con España

Por: | 05 de mayo de 2012

Sarko-zp


Concluye una campaña electoral en Francia que ha situado a España en el papel de peor alumno de la escuela europea. El encarnizamiento de Nicolas Sarkozy se ha prolongado hasta el final: “Mire a España. ¿Quiere usted la misma situación? No es cuestión de dar miedo. La cuestión es mirar al otro lado de nuestra frontera. España ha relajado su disciplina, España no ha hecho las reformas que necesitaba, España ha contratado a funcionarios. ¿Quién lo paga en España? 375.000 parados más en los dos últimos meses”, argumentaba el último día de campaña en la emisora de radio Europe1. Y más: “Un país que no paga sus deudas, que no reduce sus déficits (…) es un país en peligro en el mundo de hoy”.

       Hurgar en las heridas ajenas para salvarse, eso es lo que Sarkozy ha intentado, agitando el espantajo de la crisis española ante los electores. No elijan a François Hollande, que lo hará como José Luis Rodríguez Zapatero al sur de los Pirineos, les dice. Pero a los españoles no nos interesaba en absoluto esta publicidad, ni un trato semejante por parte de un primer espada europeo. Ni siquiera al Gobierno de Mariano Rajoy que, aunque comparta el argumento de la “herencia recibida”, no saca beneficio alguno de que se consolide la imagen de España como la oveja más negra del euro. Demonizar a España no ayudará en nada. Hace falta mucha más Europa, no menos.

      El problema que se observa en Francia es la tentación de encerrarse con sus propios problemas, como si el proteccionismo nacional fuera la fórmula para defenderse de un mundo muy complejo. También hay un afán de elevar barreras internas, en una sociedad de múltiples procedencias donde la diversidad molesta cada vez más, como lo evidencia el avance del extremismo. Lo plantea el editorial del diario "Le Monde": "Si el candidato electo no lograr reparar nuestra sociedad, y volver a instaurar las condiciones de este indispensable "vivir juntos", mañana -en 2017 o antes- no será una ola "azul marino" la que amenace nuestra democracia, sino más bien un tsunami del mismo color inquietante". Sería muy deseable tenerlo en cuenta a la hora de restablecer consensos básicos y, por supuesto, convencerse de ello en la relación entre socios y vecinos europeos.

       Si las urnas hacen presidente a Hollande, la jefatura del Estado francés se convertirá en una excepción dentro del panorama de poderes conservadores del continente, pero sería un aliado de los  que intentan desbloquear una salida europea a la crisis. Sarkozy se ha empeñado en luchar contra todos, en identificar adversarios de todo tipo, como si lo viviera desde fuera del sistema y no hubiera formado parte del corazón de ese entramado. Si Sarkozy lograra la reelección, tendría que ocuparse rápidamente de restañar heridas: entre otras las de España, que tan agradecida le estaba por su ayuda contra ETA, y a la que ha maltratado en la campaña electoral.

Un duro choque bajo la sombra de Le Pen

Por: | 03 de mayo de 2012

 

 

Sarko-holl

Se lo tomaron como un debate que ninguno podía perder. Dos hombres ambiciosos, de la misma edad (57) pero con puntos de partida muy distintos: Sarkozy, un animal político que bajo ningún concepto se rinde sin tratar de rebatir, desmentir, interrumpir y lanzar tantas zancadillas verbales como hagan falta para que su versión de los hechos sea la que prospere ante la audiencia. Y Hollande, el aspirante que ha preparado a fondo su llegada al poder siguiendo la estela de dos socialistas históricos, François Mitterrand y Lionel Jospin. Fue un choque lleno de enfrentamientos personales, con los papeles cambiados: un presidente a la defensiva, bordeando la crispación, frente a un aspirante de aspecto más sólido y sereno que su adversario.

Muy duro Sarkozy, más irónico o mordaz Hollande. Sarkozy hizo el proceso hasta de Mitterrand (muerto hace dieciséis años) y lanzó contra el candidato socialista acusaciones tan curiosas como la de haber sido recibido por el exjefe del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, ignorando las ocasiones en que Sarkozy se encontró con Zapatero y los elogios que le dedicó. El presidente-candidato decidió dar lecciones e imputar a su adversario errores, mentiras y ambigüedades. Sarkozy insistió en la "locura de gastos" en que quiere meterse Hollande, y en que Francia es el país de Europa con mayor carga fiscal, junto con Suecia. Hollande insistió en sus propuestas: más crecimiento, aumento del personal dedicado a la enseñanza, renegociación de las reglas de funcionamiento de la Unión Europea para "integrar la dimensión del crecimiento" en el pacto fiscal.

La dramaturgia electoral exigía un cara a cara de los dos protagonistas en presencia de dos actores secundarios, Laurence Ferrari, presentadora de la cadena privada TF1, y David Pujadas, su homólogo en la pública France 2: lo hubo y duró casi tres horas. Pero sobre el plató flotaba la sombra de la gran ausente, Marine Le Pen, cuyos votos tenían que atrapar los candidatos sentados a la mesa del debate. Sobre todo Sarkozy, cuya esperanza de ser reelegido descansa en atraerse a la mayor parte posible de los 6,5 millones de personas (18% del total de los electores en la primera vuelta) que respaldaron a Le Pen. Y ahí, Sarkozy expuso todo un proyecto: reducir a la mitad la inmigración legal y negarse a conceder el derecho de voto a los extranjeros mientras subsistan las tensiones provocadas por "el Islam en Francia". Todo ello coronado por la acusación a Hollande de no haber votado favorablemente la ley de prohibición del burka en territorio francés (se abstuvo), imputación de la que el socialista se defendió,  prometiendo que si él es presidente, no habrá ningún burka en Francia. ¡Quince minutos de debate sobre islamismo en un país laico! ¿Habrá sido suficiente para convencer a la extrema derecha de que no siga a su capitana, Marine Le Pen, en la solicitud de voto en blanco? Lo más probable es que no.

En los pronunciamientos finales, Hollande colocó la educación como la prioridad de las prioridades. Y esto, en los tiempos que corren, no se escucha con frecuencia en boca de responsables políticos.

 

Cara a cara con Le Pen en el cogote

Por: | 02 de mayo de 2012

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No se lo van a jugar todo a una carta porque la gran mayoría de los electores ya ha tomado su decisión. En cualquier caso, todo está listo para pasar dos horas y media en un estudio de 900 metros cuadrados, con veinte cámaras, un realizador-jefe y dos realizadores asistentes, estos últimos en representación de cada candidatura; dos secundarios, Laurence Ferrari, presentadora de la cadena privada TF1, y David Pujadas, su homólogo en la pública France 2; y naturalmente los dos protagonistas, François Hollande y Nicolas Sarkozy. Pero también una gran ausente, Marine Le Pen, omnipresente en los preparativos de un debate al que no ha sido invitada.

La última vez fue en 2007. Sarkozy empleó toda su calma y sangre fría contra una combativa y mordaz Ségolène Royal, sin que hubiera duda de que representaban a dos grandes espacios políticos, la derecha y la izquierda, luchando por un voto indeciso situado más bien en el centro. Esta noche, en cambio, el espacio más disputado será el de los seguidores de Marine Le Pen. Y esto se debe a que la franja del electorado otrora tildada de fascista, racista o extremista se ha hecho muy grande, 6,5 millones de personas (18% del total de los electores en la primera vuelta), porque ahora evoluciona entre clases populares, obreros, agricultores, pequeños empresarios, que quieren mayor protección por parte del Estado y desconfían de las "élites" con las que identifican a los partidos tradicionales.

El voto en blanco anunciado por Marine Le Pen de cara al domingo se diferencia de la abstención preconizada por su padre en 2007. La hija ensaya una táctica mucho más militante, para prolongar el efecto de la movilización conseguida durante la campaña presidencial. Podría haber hecho más daño a Sarkozy si hubiera pedido expresamente el voto contra él, ayudando así claramente a Hollande; ha preferido comprobar si sus tropas se atreven a un nuevo acto de fe en la capitana.

Le Pen da así un portazo a Sarkozy, que lleva diez días intensos hablando del restablecimiento de las fronteras, del amor a la patria, de la nación, del derecho de voto a los extranjeros en las elecciones locales (prometido por Hollande, al que Sarkozy se opone como un guiño más a la extrema derecha). La líder extremista apuesta a que cinco años de la izquierda en el poder sean un fracaso lo suficientemente grande como para que ella ascienda al 30% o al 40% en futuras elecciones. Parece el cuento de la lechera, pero sin duda la crisis económica e ideológica en curso tiene aún demasiadas páginas por escribir.

Sarkozy con fronteras

Por: | 30 de abril de 2012

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Del "Europa nos espera", de François Hollande, a la apología de la patria y de sus fronteras en boca de Nicolas Sarkozy: es la última semana de campaña y el candidato socialista habla como si viera a los franceses a la cabeza de un nuevo movimiento de mayo, la toma de la Bastilla de la austeridad germánica, mientras el conservador pretende envolverle en una maniobra de patriotismos y fortines frente a los peligros exteriores. Dos campañas, dos visiones. Por muchos problemas que plantee la crisis europea en curso, la sublimación de las fronteras, cantada por Sarkozy, resulta en verdad asombrosa.

Cuentan que el presidente-candidato decidió esta vuelta de tuerca la noche en que perdió la primera vuelta de la elección presidencial. La escenografía del patriotismo nunca ha representado problema alguno en un país donde la patria y la bandera tricolor son comunes a todo el arco político, desde la ultraderecha a la extrema izquierda. Pero Sarkozy dedicó un largo espacio de su discurso de Toulouse, el domingo 29 de abril, a resaltar la existencia de fronteras, porque permiten "tener un hogar, un espacio de intimidad en el que se puede escoger a quién se deja entrar y a quién no. La frontera es la afirmación de que no vale todo, de que no es igual estar en casa que en la calle"...

Su principal asesor, el politólogo y experiodista Patrick Buisson, se había explayado en Le Monde sobre esa teoría. Resulta que el pueblo sufre por la ausencia de fronteras y de sus consecuencias: librecambismo sin límites, competencia desleal, dumping social, deslocalización de empleos, oleadas migratorias; por eso las fronteras representan nada menos que la esperanza de los más vulnerables, de los más pobres. "Los privilegiados no cuentan con el Estado para construir fronteras, ellos no necesitan a nadie para comprárselas. Viven en los barrios acomodados, sus hijos acuden a los mejores colegios, su posición les coloca al abrigo de todos los desórdenes de la globalización y en situación de recoger todos los beneficios".

De la lucha de clases hemos llegado a la lucha de fronteras. Lo que tantas veces ha dicho Marine Le Pen, "nosotros no podemos acoger a toda la miseria del mundo", aparece ahora en el corazón de la campaña de Sarkozy. Pretende movilizar las últimas reservas de votos acusando a Europa de haber permitido un debilitamiento excesivo de "la nación" y redescubriendo "el espíritu nacional". ¡Qué diferente del Sarkozy elegido cinco años atrás! "Apelo a cada uno a no dejarse encerrar en la intolerancia y el sectarismo, sino a abrirse a los demás, a los que tienen ideas diferentes, otras convicciones", decía en la noche de su triunfo de 2007, cuando lanzaba llamamientos a los pueblos del Mediterráneo "para decirles que ha llegado el tiempo de construir juntos una unión mediterránea que será un medio de unión entre Europa y África".

Pero la "primavera árabe" cogió a Francia a contrapié; había mantenido buenas relaciones con los tiranos, desde el tunecino Ben Ali al egipcio Hosni Mubarak o al libio Muammar El Gadafi. Tanto, que parece que este último autorizó 50 millones de euros para la campaña de Sarkozy en 2007, según un documento libio revelado por Mediapart, que el presidente-candidato se ha apresurado a desmentir. Su reacción contra Gadafi del año pasado, comprometiéndose de lleno en la guerra contra el dictador libio, fue un intento de hacerse presente en una zona del norte de África donde habían ocurrido múltiples cosas inesperadas para él.

"Todo el mundo habla de la crisis como si no hubiera más que una sola, y como si esa crisis fuera la financiera", escribe Jean Daniel en Le Nouvel Observateur. El ensayista da por hecho la primera, pero también ve otra, "la de la competencia en el mundo entre nacionalismos de fundamentos religiosos, y de su explotación por todas las fuerzas de la extrema derecha". En el corazón de esos movimientos se ha organizado una nebulosa de fuerzas que preconizan el uso de la violencia. "Con los asesinatos de Montauban y de Toulouse, cometidos por un fanático en nombre de Al Qaeda, no se puede impedir que un miedo más o menos racista circule entre las poblaciones ya preparadas por el Frente Nacional al chovinismo". Marine Le Pen se dio cuenta de que el viento soplaba en esa dirección, y lo aprovechó para tronar contra la inmigración y la inseguridad en la campaña de la primera vuelta de la elección presidencial. Sarkozy está montando la suya sobre estos mismos principios para rebañar los últimos votos de cara al domingo.

¿Será puro electoralismo pasajero, que se llevará el viento tras el 6 de mayo? No es probable: el populismo ha llegado a Europa para quedarse. Sobre todo si los líderes democráticos lo agitan todo el rato. El propio François Hollande acentúa la prudencia respecto al nuevo debate suscitado por su rival. En esencia, le ha contestado: si hay problemas con el control de las fronteras, la responsabilidad sería de Sarkozy, primero ministro del Interior y después presidente de la República a lo largo de los diez últimos años. El aspirante socialista niega que la cuestión de las fronteras sea el asunto principal de esta elección, pero las últimas encuestas, aunque siguen dándole ventaja, reducen ligeramente la distancia entre los dos candidatos. Por eso Hollande va con pies de plomo. 

La tentación del ni-ni

Por: | 28 de abril de 2012

 

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Dominique de Villepin publica un artículo que puede considerarse la encarnación del "ni-ni", esa expresión tan usada para describir a los que no se comprometen con nadie, desaprueban una cosa y su contraria, y tratan de escapar a la lógica simplista del blanco o negro. Se reivindica a sí mismo como heredero del gaullismo para mostrarse horrorizado con la campaña de Nicolas Sarkozy, y nostálgico de los tiempos que llevaron a Jacques Chirac, el presidente al que sirvió, a "trazar límites claros entre la derecha republicana y la extrema derecha". Es cierto que Chirac jamás aceptó tratos con los ultras ni pretendió cortejar a sus seguidores,y también lo es que el propio Sarkozy se mofaba de Jean-Marie Le Pen. Eran otros tiempos. El presidente-candidato se juega su futuro a una sola carta, la victoria o la derrota en la elección del 6 de mayo, y ese combate contra la muerte (política) le ha llevado a ponerse en manos de los consejeros más derechistas.

Famoso por su discurso en la ONU contra la guerra en Irak, De Villepin ejerció más tarde de primer ministro. Mantuvo unas relaciones espantosas con Sarkozy (como se refleja en la caricatura de ambos creada por Sciammarella para EL PAÍS) y ahora no puede alegar otro papel que el de aspirante frustrado a la elección presidencial en curso. Pero De Villepin, intelectual a fuer de político -ni Sarkozy ni Hollande pueden decir lo mismo-, forma parte de esa derecha moderada que no comparte el  intento de recuperar los seis millones de votantes de Marine Le Pen de la primera vuelta, sin los cuales el presidente-candidato puede darse por vencido. 

"No soporto la histeria general que se ha apoderado de la elección, en la cual el pueblo francés ha sido tomado como rehén de seis millones de electores encolerizados. Todo ocurre hoy como si no hubiera en Francia más electores que los del Frente Nacional", escribe De Villepin, quien advierte que detrás de una concesión al extremismo llega otra, y tras un dique roto cae el siguiente. "!Alto el fuego!", pide.

Pero el ni-nista reaparece al final del artículo en cuestión, afirmando que si la derecha le estremece, la izquierda le preocupa. No explica las razones, si bien de sus palabras cabe deducir que tampoco le gusta el cortejo de Hollande hacia el "voto de protesta" de los lepenistas. Propone "la reconciliación de los franceses" desde el día siguiente de la elección presidencial, pero calla sobre su opción en las urnas del 6 de mayo.

No es el único que juega a parecer dubitativo. El dirigente centrista François Bayrou sigue sin tomar partido por alguno de los dos candidatos en liza, que también luchan por hacerse con sus tres millones de votantes de la primera vuelta. Bayrou usa la curiosa táctica de pedir aclaraciones epistolares sobre los programas, tratando de pronunciarse lo más tarde posible y -de toda evidencia- ganar tiempo para  negociaciones discretas sobre el futuro. Falta poco más de una semana para la votación decisiva, así que se estrecha el margen de los ni-nistas para definirse de una vez.

 

Austeridad de por vida, no

Por: | 26 de abril de 2012

 

 

Hollande


"Sí a la austeridad presupuestaria, no a la austeridad de por vida". Lo dice François Hollande, aspirante socialista a la presidencia de Francia, en una entrevista con el canal de televisión privado TF1. Desfilan las promesas: 60.000 puestos nuevos en la Educación Nacional, invertir la curva del paro, aplicar la ayuda a los dependientes, jubilarse a los 60 años cuando se llevan 40 cotizados. "No prometo nada que no sea capaz de mantener, yo no haré como Sarkozy, que había anunciado que el paro caería por debajo del 5% y deja un país con un 10% de parados". Los periodistas insisten, ¿y cómo se financia todo eso? Hollande menciona el aumento de los impuestos, el fin de la austeridad a toda costa y la renegociación del pacto fiscal europeo con Angela Merkel.

Palabras interesantes, sí, mas palabras electorales. Los expertos avizoran a los mercados amenazando los tobillos del futuro jefe del Estado. Quienquiera que gane, Hollande o Nicolas Sarkozy, tendrá que enfrentarse a las agencias de calificación de riesgos. Una de las tres más importantes, Standard & Poor´s, ya rebajó la calidad de la deuda de Francia hace cuatro meses, haciéndole perder la tan preciada Triple A. Se atribuye a Sarkozy haber dicho que eso le iba a costar la reelección presidencial, pero la lógica impone que las otras dos agencias saludaren de la misma forma al mandatario electo. Sobre todo si es el socialista: lo sugiere el expresidente Valéry Giscard d´Estaing, para quien la victoria de Hollande expondría a su país "a las maniobras de la especulación internacional".

Ninguno de los dos candidatos cuestiona el euro. Mientras Sarkozy quiere inscribir en la Constitución la regla del déficit cero, Hollande se niega a hacerlo. Sin embargo, ambos defienden la reducción del déficit hasta alcanzar el equilibrio de las cuentas públicas en 2017, según el proyecto de Hollande, o un año antes, en la versión de Sarkozy. De nuevo estamos ante palabras electorales, con el valor relativo que debe dárselas. Eso sí, durante el mandato del presidente-candidato, la deuda pública de Francia creció 20 puntos, hasta situarse en el 86% del PIB.

La ventaja de Francia es su peso político en la zona euro, para tratar de cambiar el curso de los acontecimientos. Por eso Hollande insiste en el relanzamiento económico y en la rectificación de las misiones del Banco Central Europeo (BCE). "La señora Merkel lo sabe", advierte en la entrevista citada, "y si los franceses me dan la responsabilidad, mi primer viaje será para confirmarle el voto de los franceses". Con la hipotética ayuda futura de Mario Monti y de Rajoy, los tres podrían plantarse ante Merkel y renegociar las reglas de funcionamiento en la zona euro.

El riesgo inmediato es que los mercados muerdan desde el principio. Y la sociedad francesa no es como la española: sería muy improbable la aceptación de una reforma laboral y demás hachazos sacrificiales de Mariano Rajoy en el altar de los mercados, en unas cuantas semanas. Los extremos del arco político, el Frente Nacional de Le Pen y el Frente de Izquierdas de Mélenchon, disponen de una base importante, sobre todo el primero. Sumando sus votos a los de otros candidatos euroescépticos se alcanza casi un tercio del total, más de 11 millones de personas, que no van a aceptar resignadamente lo que les echen. Un contexto malo para el futuro presidente, entre las fuertes desconfianzas internas y la impaciencia de los inversores, pero es también el momento en que las frustraciones o el miedo a los sacrificios deben expresarse "de la manera más sabia posible: por la vía política e institucional", subraya Sylvie Kauffmann, ex directora de la redacción de "Le Monde".

El antieuropeísmo ha crecido tanto que, parajódicamente, Europa aparece en esta campaña como la solución, a los ojos de las corrientes centrales de la política. Y el aspirante socialista a El Elíseo se muestra firme al descartar la "vía alemana" de la austeridad a toda costa. Otros muchos europeos, más angustiados aún, se aprietan en el balcón a ver qué pasa en la plaza pública de Francia al día siguiente de la elección presidencial.

 

 

Salsa holandesa para ultras

Por: | 23 de abril de 2012

 

  Marine


Aunque se le atribuye un origen francés, la salsa holandesa lleva el nombre de los Países Bajos. La versión política de esta emulsión ha mezclado dos elementos, el populismo neerlandés y el ultraderechismo francés, para completar el atracón que se han dado los extremismos políticos en el pasado fin de semana. Los unos provocando una crisis de gobierno en Holanda, porque se niegan a apoyar nuevos recortes presupuestarios, y los otros llevando a la extrema derecha a la máxima cota de votos alcanzada en Francia. Los populistas holandeses de Geert Wilders solo tienen el 6% de los sufragios, pero su apoyo era indispensable para sostener al Gobierno liberal en el poder. Imposible cerrar los ojos ante la progresión de partidos populistas o antieuropeístas, en los que también se incluyen desde los Verdaderos Finlandeses (19% de los votos) al Partido de la Libertad austríaco (17,5%), el húngaro Jobbik (16,7%) o los Demócratas de Suecia (5,7%).

Lo de Francia es una sorpresa muy relativa. El Frente Nacional de los Le Pen se queda fuera de la fase final de cualquier elección a causa del sistema aplicado, mayoritario a dos vueltas, y por eso siempre cuentan con muy pocos cargos electos (ningún diputado en la última legislatura). El mecanismo de la elección a doble vuelta les elimina a la primera, lo cual enmascara el considerable respaldo del que disponen desde hace décadas. Que Marine Le Pen haya alcanzado el récord de 6,4 millones de votos (17,9%) no implica un giro masivo hacia el extremismo, sino un poco más de lo mismo. Lo que ocurre es que, esta vez, su efecto político ha sido terrorífico para el presidente de la República, Nicolas Sarkozy, a quien se le han escapado los votos prestados por la ultraderecha en 2007.

El electorado del Frente Nacional sale de los medios populares, de las zonas deprimidas (como el norte del país, donde el voto a Marine Le Pen ha alcanzado cotas elevadas, además del sureste). Obreros desencantados con los partidos tradicionales, jóvenes que, en general, no llegan muy lejos en los estudios y sin anclajes políticos, pequeños patronos exasperados por las cargas sociales, gente de clase media y baja inquieta por la inseguridad económica y el miedo a la inseguridad física; los franceses que votan a Le Pen (antes al padre, ahora a la hija) eran considerados como un voto "de protesta" o "contra el sistema", pero Marine Le Pen quiere convertirlo en una fuerza "republicana y de gobierno", para lo cual necesita atrapar cuanto pueda a la derecha clásica, desvaída y desfigurada heredera de lo que un día se llamó gaullismo.

Sarkozy necesita ahora a todos los votantes ultraderechistas del domingo pasado. De ello puede depender la humillación del presidente de la República o un resultado honorable en el enfrentamiento del 6 de mayo con el socialista François Hollande. Pero la dirigente ultra no quiere dar  consignas de voto. Solo obraría de otro modo en el improbable caso de obtener garantías de elección de 15 diputados en las legislativas de junio, el mínimo necesario para disponer de grupo parlamentario. Eso implicaría negociaciones sumamente delicadas para la UMP, el partido de Sarkozy, casi suicidas. Según los cálculos del Frente Nacional, la repetición del voto del 22 de abril les dejaría en condiciones de llegar a la segunda vuelta de las legislativas en más de 300 distritos.

El jefe del Estado se encuentra atrapado entre la espada y la pared. No puede decirles a los votantes de extrema derecha lo que estos quieren escuchar, porque Le Pen les ha propuesto un referéndum para sacar a Francia del euro y colocar la legislación nacional siempre por encima de la europea, entre otras cosas. Sarkozy tampoco puede retroceder en cuanto a la rebaja del gasto público, prometida para llegar al equilibrio de las cuentas públicas (en el año 2016); y lo de reducir la inmigración anual a la mitad o restablecer controles fronterizos ha tenido un efecto muy limitado para su candidatura.

Sarkozy ha dicho que, en caso de derrota, se hará responsable de ella y abandonará la política. Intentará mostrarse tan pugnaz como pueda en las dos semanas escasas que restan de campaña, pero necesita a los ultraderechistas, y si no, perderá. Su humillación, si llega a producirse, abrirá la caja de los truenos para la derecha y para el ultraderechismo triunfante.     

Todos contra el "hiperpresidente"

Por: | 23 de abril de 2012

 

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Los escasos políticos que manejan mayorías absolutas en Europa tienen en Sarkozy un caso de estudio.  Cuando fue elegido presidente en 2007, con el 53% de los votos, el efecto de arrastre fue tal que su partido (UMP) consiguió también una mayoría aplastante en la Asamblea Nacional. La ha mantenido férreamente entre las manos durante cinco años, pero no le ha bastado para separarse de los Gordon Brown, Yorgos Papandreu, José Luis Rodríguez Zapatero, Silvio Berlusconi y demás mandatarios caídos durante la crisis europea. Hay quien atribuye las dificultades de Sarkozy no tanto al destino trágico de todo mandatario golpeado por la crisis económica, como al efecto de dos fuerzas distintas, la de las izquierdas y la del extremismo de derecha, conductoras de malestares diferentes, pero en todo caso presentes en la sociedad francesa.

De nada han servido al "hiperpresidente" sus llamamientos al voto del miedo o los desprecios por el socialista François Hollande. Tenía el aliento de la crisis económica en el cogote, pero el voto anti-Sarkozy ha respondido a una campaña ideológicamente muy derechista y propia del "primer policía de Francia" que quiso ser durante los viejos tiempos en el ministerio del Interior. A su vez, la estrategia de ganarse al electorado ultraderechista le llevó a enfatizar la política anti-inmigración, sin poder cumplir sus promesas de 2007, "trabajar más para ganar más", y con el paro situado como el problema al que más temen los franceses. Igual que los españoles, con la diferencia de que un 10% de desempleo se vive como un drama en el país vecino, aunque no sea ni la mitad que el español. 

Sarkozy se mantiene vivo en la carrera presidencial, pero ahora se encuentra a merced de los votantes de extrema derecha para darle la vuelta al resultado del 22 de abril. La fuerza del extremismo, que sitúa a Marine Le Pen en tercera posición, muestra la temible penetración de sus ideas en la sociedad y su capacidad para condicionar el resultado del 6 de mayo. Un fenómeno particularmente acusado desde el invierno de 2011, cuando el éxito de las revoluciones en el norte de África duplicó los miedos a una "invasión" de refugiados. Marine Le Pen empezó a subir en los sondeos y Sarkozy lanzó una ofensiva redoblada contra la inmigración, que ha dado fuerza a su contrincante extremista sin mejorar sus propios resultados.     

A Sarkozy ni siquiera le ha valido el argumento de que la izquierda concentrará todos los poderes si gana la elección presidencial. En los días finales de la campaña aprovechó una entrevista con el semanario L´ Express para advertir: "Formo parte de un paisaje político en que la casi totalidad de las regiones son de izquierdas, donde el Senado es de izquierdas, donde la mayoría de los medios de comunicación son de izquierdas. Si la izquierda gana la presidencial, tendrá todos los poderes: mediático, sindical, político… Esto no será sano ni equilibrado para la República".

Precisamente, Hollande había acusado a Sarkozy de haber acumulado un exceso de poder como jefe del Estado, jefe de la mayoría parlamentaria y jefe de un partido. El socialista aseguró que él no tiene esa intención, y Sarkozy aprovechó para subestimarle otra vez: “Cuando se es jefe de Estado hay que asumir responsabilidades, adoptar compromisos y ser capaz de decidir. Es bastante creíble que François Hollande no tenga la intención de ser jefe de la mayoría, jefe del partido y jefe del Estado”. De ahí,  pasó a denunciar el peligro de la concentración del poder (en otras manos).

Ni siquiera la apariencia todopoderosa que rodea la presidencia de la República francesa, ejercida, además, de manera tan personalista -y con fuerte apoyo parlamentario-j pone a Sarkozy a salvo de una economía enferma y de los miedos a la crisis. Todas las fuerzas que se han concitado contra Sarkozy han sido lo suficientemente potentes como para que éste no haya podido sacar partido de la gran mayoría que tenía y de su particular personalidad, sin darse cuenta de que tiempos extraordinarios requieren de compromisos y de consensos tan amplios como sean posibles. Y no le ha funcionado pese a haber ejercido el poder político sin limitaciones. Ahora aborda, en posición débil, la construcción de una "coalición" de apoyos entre la extrema derecha, la derecha y el centro, sin la cual no podrá continuar como presidente de la República.

¿Qué hará Marine Le Pen? Su padre esboza una sonrisa sarcástica al ser preguntado por la segunda vuelta: "Hay que reflexionar", contesta. Ante los jefes ultraderechistas se abren varios caminos. El que más puede tentarles es acelerar la destrucción de la derecha clásica, a la espera de recoger los restos del naufragio. Prácticamente uno de cada cinco votantes depositó la papeleta ultraderechista en las urnas el 22 de abril -impresionante su penetración en el norte de Francia-, de modo que, en efecto, la derrota de Sarkozy ha sido más profunda de lo que aparentan las simples cifras.

 

 

El diablo en las urnas

Por: | 19 de abril de 2012

Un mitin de Marine Le Pen


El 21 de abril se cumplirán diez años de la noche más triste de los socialistas y del jolgorio sin precedentes entre los extremistas de derecha en Francia. Un primer ministro honrado y con un buen balance como gobernante, el socialista Lionel Jospin, -al que muchos han echado en cara la implantación de la jornada laboral de 35 horas- fue superado por el ultraderechista Jean-Marie Le Pen en la primera vuelta de la elección presidencial de 2002. Eso implicó el descarte de la izquierda para la segunda vuelta. Jospin se retiró de la política y le dejó el muerto a François Hollande, quien entonces era simplemente el encargado del partido en la calle de Solférino (donde se encuentra la sede principal) mientras los demás notables, como su compañera, Ségolène Royal, se ocupaban de gobernar.

Solo Hollande sabe lo que ha tenido que aguantar entre barones y elefantes, una travesía del desierto llena de espejismos. Tras el 21 de abril parecía que la izquierda había entrado en la noche de los tiempos, cuando la tercera vía de Tony Blair se encontraba en su apogeo, José María Aznar mandaba en España y Silvio Berlusconi se enseñoreaba de Italia con todo desparpajo. Por unos días dio la impresión de que el extremismo de Le Pen se encontraba en condiciones de conquistar importantes espacios institucionales. No llegó a suceder, entre otras razones porque las vapuleadas izquierdas y los abstencionistas se movilizaron en la segunda vuelta de 2002 por el derechista Jacques Chirac, que, sin merecerlo, se encontró con una aplastante peana de votos, 82%, cuando no había alcanzado ni el 20% en la primera. Todo para bloquear a la ultraderecha.

Desde entonces, los estados mayores de los partidos de gobierno se pasan las campañas tratando de escudriñar si el diablo anda por las urnas. En esta ocasión, Marine Le Pen, hija del jefe extremista finalmente derrotado, se cree capaz de dar una sorpresa similar a la de su padre en 2002, calificándose para la segunda vuelta en perjuicio de Sarkozy. Con tan fausto motivo, papá Le Pen ha considerado oportuno reforzar la campaña de su hija con una sarta de barbaridades, al estilo de los buenos viejos tiempos. La última ha consistido en comparar el mitin de Sarkozy del domingo pasado, en París, con las concentraciones de nazis en Nuremberg durante la época hitleriana, o afirmar que las iniciales de Nicolas Sarkozy riman con "nacional-socialismo". El consumado ultraderechista prosigue así su carrera de histrión mientras que, según el diario Le Monde, hay tensión entre la vieja guardia del Frente Nacional (el partido de la saga Le Pen) y el equipo que rodea a la hija-candidata, interesada en retirar del partido la envoltura diabólica que le caracteriza y conectar con los electores añorantes del franco, de someter a los inmigrantes y del poder del Estado-nación liberado de ataduras europeas.   

Sarkozy les advierte que votar por Marine Le Pen equivale a dar "una patada al hormiguero" y facilitar el camino a Hollande, ese "inútil" que les va a freír a impuestos. El presidente-candidato no puede creer que le falten los votos, después del esfuerzo desplegado en la campaña, incluidas sus constantes alusiones corrosivas a España. Los sondeos muestran que pocas veces ha habido tanta indecisión entre los electores, a muy pocos días de la votación, y de ahí que Sarkozy también siga convencido de que "los franceses nos reservan sorpresas", en este caso desfavorables para sus adversarios.

Es cierto que ninguna encuesta prevé que las urnas alumbren otra alternativa que la pareja Sarkozy-Hollande para la segunda y definitiva vuelta del 6 de mayo. Pero la clase política sigue atemorizada por la sombra del 21 de abril de 2002 y de ahí la expectación con la que aguarda los resultados del domingo.

La pareja de Angela

Por: | 18 de abril de 2012

 

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Los miembros de Merkozy, la famosa pareja directora de la zona euro, apenas se han visto durante las últimas semanas. Ni Angela Merkel ha participado en la campaña de Sarkozy, ni ha querido recibir a François Hollande tras la formalización de su candidatura. Muchas personas en Francia dudan sobre las consecuencias de seguir la disciplina presupuestaria impuesta por Alemania, pero temen dejar de estar asociados al país que se ha colocado a la cabecera de Europa.

Hollande no usa retóricas anti-alemanas, si bien se han escuchado voces en su partido contra el diktat de Berlín. El candidato socialista reiteró ayer su voluntad de bloquear el pacto sobre la disciplina presupuestaria, tan deseado por Merkel, si no incluye "medidas de crecimiento" económico. El propio Sarkozy, que ha cuestionado la visión alemana del Banco Central Europeo, ya había anunciado una reducción de la contribución francesa a la UE y, más significativo aún, el abandono del Tratado de Schengen si no se introducen cambios importantes antes de un año; en otras palabras, barreras a la inmigración y a la competencia extranjera.

No es fácil que todo esto se quede en mera gesticulación electoral, así que Merkozy tendrá que cambiar  tras las elecciones inminentes. Angela Merkel se mantiene discreta, pero lo que está ocurriendo en la campaña francesa seguro que no le gusta mucho. Habría podido presentar el nuevo pacto fiscal y presupuestario europeo como un éxito ante sus electores, a los que tendrá que pedirles la confianza en las elecciones de 2013. En ese momento le vendría mejor contarles que ha terminado el tiempo de gastarse dinero en sostener a países en dificultades.

¿Hasta qué punto influirán las elecciones francesas en el eje franco-alemán? Cuando el socialista Lionel Jospin llegó a la jefatura del Gobierno de París, en 1997, exigió la renegociación del Pacto de Estabilidad europeo, que fijaba las condiciones para la moneda única. El resultado fue un título un poco más largo: "Pacto de Estabilidad y Crecimiento", pero los efectos prácticos resultaron escasos (Jospin quedó fuera de la política en 2002, apenas comenzada la aventura del euro). Ahora falta cruelmente un poco de crecimiento y de dinamismo económico en gran parte de Europa. Por eso se puede creer que el futuro ocupante de El Elíseo, quienquiera que sea, se verá en la necesidad de negociar cambios en la rígida ortodoxia presupuestaria impulsada desde Berlín.   

Sarkozy se ha mostrado bastante favorable a ello, metiéndole el dedo en el ojo a España reiteradamente y preparando el terreno a una reforma del BCE, sin cerrar la puerta a nadie. A su vez, Hollande es un político pragmático, que ha dado pruebas de europeísmo. La senda de los cambios puede resultar angosta, pero sin duda intentarán recorrerla. A España no solo le interesa saber quién será la futura pareja de baile de Merkel, sino que la orquesta ataque una partitura algo diferente. Y si no hay manera, puede que el futuro presidente francés haya de entenderse más con Monti... y con Rajoy.

El País

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