Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

Cuando Ajax solo era un detergente

Por: | 30 de septiembre de 2012

En el verano de 1966, la selección española pasó 40 días concentrada en Santiago de Compostela, preparando el Mundial que se había de jugar en Inglaterra. Se buscaba el clima húmedo inglés, pero nos pasamos de dosis: llovió los 40 días con sus 40 noches. En la concentración miraban con el mayor interés el espacio de Mariano Medina, el meteorólogo del telediario, a la espera de una mejoría que nunca llegó. Con ellos, Pedro Massó, que pretendía rodar por allí su Operación Plus Ultra y no encontraba día para empezar. ¡Y los jugadores que sufrieron aquel encierro aún recuerdan que, cuando llegaron a Birmingham, aterrizaron con sol y calor! Pero el encierro se hizo todavía más lúgubre cuando la selección perdió su primer partido de prueba, un amistoso contra un equipo con nombre de detergente de lavadoras: el Ajax.

Hablar así hoy del Ajax resulta sacrílego, pero entonces su nombre sonaba a guasa. Aquella palabra solo se asociaba entre nosotros al anuncio de una marca de detergente en el que un caballero, con lanza y armadura (sospecho que de latón) y de aire bastante ridículo, cabalgaba en busca de un enemigo imaginario mientras una voz de fondo canturreaba: “¡Ajax: el más poderooo...so!”. Ajax competía con “Omo lava más blanco”. España iniciaba el despegue económico y en las casas empezaba a haber televisores y lavadoras. Y, por tanto, anuncios de detergentes. La prensa informó la víspera de que el Ajax era el campeón de la Liga de Holanda, pero eso no impresionaba nada. La Liga holandesa era entonces paupérrima. Al anterior campeón, el Feyenoord, le había despachado el Madrid pocos meses antes de la Copa de Europa con un 5-1 en el Bernabéu en la última aparición de Puskas, ya suplente, con 39 años y con casi otros tantos kilos de más. El partido era tan fácil que Muñoz le dio el gusto de jugar ese día y él, sin moverse, marcó cuatro goles, su canto del cisne en el fútbol internacional. El Madrid acabaría ganado esa Copa de Europa con los ye-yés, todos españoles. Y España había ganado la Eurocopa de 1964. De modo que un campeón de Holanda con nombre de detergente no impresionaba nada, por más que su entrenador anunciara enfáticamente que traía siete internacionales. Holanda, por entonces, tampoco había empatado con nadie.

Ajax
Cruyff dispara a pesar de Zoco y bate a Junquera en un partido de la Copa de Europa 1967-1968 entre el Madrid y el Ajax. DIARIO AS

Pero en la víspera ya impresionaron cuando, nada más llegar a A Coruña (el partido se disputaba en Riazor), con bastante retraso (venían de Bulgaria, vía Madrid, y tuvieron que aterrizar en Vigo por la lluvia en Lavacolla), lo primero que hicieron fue pedir un campo en el que entrenarse y, sin subir a las habitaciones ni nada, fueron, cada cual con su bolsita y repartidos en varios taxis, al campo municipal de Santa Isabel. Gente extraña, pensaron los nuestros. Entonces, el hábito aquí era un paseíto la víspera del partido. Nada de entrenarse. La sorpresa vino al día siguiente cuando ese equipo que había venido con 14 jugadores venció a la selección española, que utilizó 22, once en cada tiempo. Se puso 0-2, un gol en cada tiempo, y solo muy cerca del final consiguió España el 1-2. Aquello dejó a nuestro equipo descolocado. Metió a Villalonga, el seleccionador, en dudas y con las mismas dudas llegó a Inglaterra, donde patinamos en dos curvas (ante Argentina, en el primer partido, y Alemania, en el tercero) y nos quedamos fuera en la fase de grupos. Y cambiando el equipo de un día para otro.
Aquel Ajax nos había quitado la confianza, pero ¿quién iba a adivinar entonces lo que se estaba incubando allí? Con los años, Pirri me explicaba que era la primera vez que se veían ante el juego de presión, la carrera de los delanteros para cegarte la salida, el movimiento de los medios hacia arriba para evitar que los delanteros dejaran el vacío a su espalda... Y la trampa del fuera de juego atrás. Entonces, nada de eso se conocía en España. Encima, el equipo estaba rematado por un muchacho flaco, pálido, aún adolescente, pero muy listo y habilidoso. “Nos marchamos del campo diciendo que se parecía a Pepillo porque jugaba como él y era igual de flaco. Aunque, claro, luego dejaría a Pepillo muy atrás”. Pepillo, aclaro, era un delantero extremadamente habilidoso, nacido en Melilla y que, tras triunfar en el Sevilla, fichó por el Madrid, en el que fue reserva de Di Stéfano; luego se marchó a River Plate para terminar en el Málaga y el Mallorca. Hacía ya la ruleta con la misma perfección con que se la hemos visto hacer a Zidane.

La siguiente noticia del Ajax la tuvimos año y medio después, cuando se enfrentó al Madrid en la Copa de Europa. El presidente, Van Praag, ex jugador del club, era gran admirador del Madrid y cedió los colores en el partido de ida, cortesía a la que correspondió el Madrid en el Bernabéu jugando la vuelta de azul. Nada que ver con lo del Feyenoord de poco antes. Fue un 1-1 en Ámsterdam, otro 1-1 en el Bernabéu y una prórroga en la que Veloso marcó un gol heroico. El Madrid pasó las de Caín. Fue la primera vez que vi a Cruyff, todavía con aire de adolescente. Quizá el mejor partido que le haya visto jugar nunca a Zoco, pero, aun con eso, Cruyff sembró el terror. Marcó el gol de los suyos y en la prórroga metió un tiro en el palo que pudo decidir la eliminatoria. El gigantesco Junquera le quitó más de un balón de los pies. El Madrid pasó de milagro.

Lo demás es conocido: de la mano de Cruyff, el fútbol holandés se agigantó, el Ajax ganó tres Copas de Europa consecutivas y, cuando para la temporada 1973-1974 se abrió en España de nuevo la entrada de extranjeros, el Barça pagó un millón de dólares por él, récord mundial absoluto. Valdano me comentó un día hablando de este fichaje: “Yo me enteré de que existía la ciudad de Barcelona cuando Cruyff fichó por el Barça”. ¡Caray con el que se parecía a Pepillo! Pero, en aquel lejano y lluvioso verano gallego de 1966, ¿quién nos iba a decir que aquella gente estaba reinventando el fútbol? 

Los millonarios que cambiaron al Real Madrid

Por: | 23 de septiembre de 2012

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En el verano de 1949 Alfredo Di Stéfano se fue por las bravas de River Plate, el club en el que se había criado, para enrolarse en el Millonarios de Bogotá. En Colombia, la Liga de clubes había decidido ponerse el mundo por montera y, con el nombre de División Mayor (DIMAYOR), acogió sin traspasos a todos los jugadores que aceptaron ponerse al margen de la FIFA. Y fueron muchos porque se pagaba bien. Para hacernos una idea, después de muchas broncas, discusiones y una huelga, Di Stéfano, entonces joven figura emergente, ganaba 3.500 dólares al año en River. Millonarios le dio 12.000 de ficha, 1.200 más al mes y la casa. De modo que fueron muchos los que se pusieron fuera de la ley, hasta 200. Los argentinos se marcharon en su mayoría a Bogotá, los brasileños a Barranquilla, los uruguayos a Cucutá, los peruanos a Cali y los ingleses, que también hubo muchos, a Santa Fe. Todo un problema para la FIFA, que reaccionó prohibiendo contratar a estos equipos para partidos amistosos fuera de Colombia.

La paz llegó en 1951, en el llamado Pacto de Lima, cuya alma máter fue el italiano Ottorino Barassi, el hombre que tuvo oculta la copa Jules Rimet bajo la cama durante toda la Segunda Guerra Mundial. El pacto establecía que los jugadores fugados seguirían perteneciendo a sus nuevos clubes hasta el 15 de octubre de 1954, día en el que su propiedad regresaría al club de origen (en el caso de los de la DIMAYOR, hasta diciembre porque su campeonato iba de marzo a diciembre). Los clubes colombianos no podían traspasar a esos jugadores, puesto que su propiedad había de retornar a su anterior dueño; este tampoco podría disponer de ellos hasta finales de 1954. Con eso, la DIMAYOR se reintegraba a la legalidad y sus clubes podían ser contratados para amistosos fuera de Colombia.

En marzo de 1952, el Madrid celebró sus Bodas de Oro y organizó un torneo triangular con el Nörrkoping, sueco, y el Millonarios de Bogotá, el Ballet Azul como le llamaban, cuyo eco había llegado hasta aquí. Lo ganó el Millonarios, 2-2 con el Nörkoping y 4-2 al Madrid. Di Stéfano marcó tres de los seis goles y estuvo en los otros tres. Bernabéu quedó fascinado. Samitier, que había viajado desde Barcelona, también.

 

Ese verano, el Madrid jugaría cuatro partidos más contra el Millonarios, dos amistosos en Bogotá y otros dos correspondientes a la Serie Mundial de Caracas, la conocida como Pequeña Copa del Mundo. Salieron a palos casi en cada partido. En Caracas, Pahiño y Di Stéfano se enzarzaron como gallos de pelea, el árbitro les expulsó a los dos, ambos se negaron a abandonar el campo y el colegiado tragó. El Madrid ganó aquel torneo. Alfonso Senior, presidente del Millonarios, y Bernabéu se hicieron muy amigos. Pero Senior no se lo podía traspasar porque su propiedad habría de volver a River en octubre de 1954.

Al final de 1952, Di Stéfano se hartó de su aventura en Colombia. Mucho vuelo inseguro por aquellas cordilleras, mucho amistoso de aquí para allá, con largos viajes de avión que cada vez llevaba peor. Tenía 26 años, dos niñas nacidas en Bogotá, su padre había comprado una estancia y estaba harto de avión. Cobró 4.000 dólares adelantados del contrato siguiente y, aprovechando una excursión del equipo a Chile, se marchó a Buenos Aires.

Entonces, Kubala enfermó de tuberculosis y el Barça, buscando una figura que compensase tal ausencia e instado por Samitier, fue a por Di Stéfano, por el que pagó a River 80.000 dólares (cuatro millones de pesetas), de los que adelantó la mitad al contado. Di Stéfano llegó en mayo de 1953 a Barcelona, donde se instaló, pero el club recibió la comunicación de la FIFA de que no podría jugar ni en amistosos, puesto que, legalmente, pertenecía a Millonarios. Mientras tanto, Kubala se había curado. En el verano, el Barça fue a jugar la Pequeña Copa del Mundo a Caracas, sin Di Stéfano, y el presidente, Enrique Martí Carreto, anunció antes de salir que aprovecharía para arreglarlo todo con Millonarios. Pero no se entendió con Senior, al que no quiso pagar la cantidad que éste le pedía: 27.000 dólares (1.350.000 pesetas).

 

Quien sí se entendió con Senior fue el Madrid, que le pagó esa cantidad. Así que Di Stéfano estaba bloqueado. Ni era del Barça, ni del Madrid, ni de Millonarios ni de River. Y la FIFA no le dejaba jugar ni amistosos. Para más inri, el 24 de agosto se cerraba el plazo para contratar extranjeros, que hubo que prolongar mientras se sustanciaba el caso. La federación española elevó consulta sobre el caso y la FIFA, a recomendación de Muñoz Calero (miembro español del organismo), decidió aquello de que Di Stéfano jugara las temporadas 1953-1954 y 1955-1956 en el Madrid y las de 1954-1955 y 1956-1957 en el Barça. Y así empezó en el Madrid la 1953-1954. En la séptima jornada se enfrentaban los dos clubes. El Barça, que en el curso del pleito había intentado sin éxito devolver sus derechos a River o pasarlos a la Juve y que se sintió presionado para aceptar un pacto que no le gustaba, decidió (per vosaltres el pollastre) que la situación era indigna y vendió su parte al Madrid, recibiendo los dos millones que dio a River con un pequeño interés. Dos días después, el Madrid ganaba por 5-0 al Barça con exhibición del crack.

 

Para cuando llegó Di Stéfano, el Madrid sólo había ganado dos Ligas, ambas en la República, dicho sea de paso. Menos que el Barça (seis), el Athletic (cinco), el Atlético (cuatro) y el Valencia (tres). Desde que llegó, ha ganado más de la mitad de las que se han disputado. Y ganó de tacada las cinco primeras ediciones de la Copa de Europa, creada justamente entonces, con lo que se convirtió en leyenda.

Realmente, aquel viaje de Millonarios, que ahora rememoramos con motivo de su visita el miércoles al Trofeo Bernabéu (20.30), cambió el fútbol español. Y abrió paso a un pleito del que aún se habla.

Cuando EE UU no se fiaba de la comida española

Por: | 16 de septiembre de 2012

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Santana, Arilla, Grabner y Ralston (de izq. a der.), antes del partido de dobles de 1965. MUNDO DEPORTIVO

Para agosto de 1965, Manuel Santana había ganado dos veces Roland Garros y en España nadie le habría conocido por la calle. El tenis era estrictamente lo que entonces se llamaba un deporte de ricos y ricos había muy pocos y no se juntaban con los demás. Se reunían en sus clubes, donde se sabía que jugaban a una cosa que se llamaba tenis, eso era todo. El resto del país se interesaba por el fútbol, el boxeo y durante el mes de julio por el Tour de Francia. Algo se empezaba a saber del baloncesto gracias al Real Madrid de Pedro Ferrándiz y Emiliano y a la televisión, que empezaba a aparecer en las casas de la clase media.

El tedio de agosto (poca gente veraneaba entonces; yo, desde luego, no lo hacía) se vio sacudido por una ofensa repentina que nos llegaba del equipo estadounidense de la Copa Davis. Nos enteramos casi al tiempo de la ofensa y de que existía algo que se llamaba la Copa Davis y que equivalía a un campeonato de selecciones nacionales de tenis. Resulta que los norteamericanos venían a jugar a Barcelona contra España y habían anunciado que se traían su propia comida, envasada, y que solo beberían de botellas que vieran abrirse previamente ante sus ojos porque dudaban de las condiciones de salubridad de nuestros alimentos y nuestras bebidas.

¡La que se armó!

 

Pocas veces he visto tan indignada a la tribu. En mi familia, al ser mi madre y sus hermanas barcelonesas, la ofensa era mayor, puesto que los partidos se iban a jugar en Barcelona. “¡Qué sabrán los americanos de comer si comen en la cocina en lugar de comer en el comedor, como Dios manda, y comen esos perritos calientes que no deben de saber a nada!”. Porque entonces eso de comer en la cocina no había calado entre nosotros. En realidad, los chicos, los hombres, nunca entrábamos en la cocina salvo para una cosa muy rápida como coger un vaso de agua y salir pitando.

Comían perritos calientes, los comían en la cocina y pretendían hacer de menos nuestra comida. Aquello provocó un interés brusco por ese deporte que nos iba a ofrecer la tele, el nuevo ingenio que empezaba a extenderse. Un tío mío, de situación algo más desahogada que el resto, ya la tenía (en mi casa no entraría hasta 1968). Y allí nos juntamos todo el clan (unos 15, calculo, entre adultos y chicos) con la esperanza de que nuestros jugadores se cobraran la venganza que el caso exigía. Y, sí, se la cobraron.

Fue un fin de semana provechoso porque España conoció un deporte magnífico del que antes se desconocía todo. Todo era nuevo. Todos, de blanco impecable; el silencio estricto entre el público del Club de Tenis Barcelona, la manera de contar los tantos (15-30-40, ¿por qué 40 y no 45?), ventaja al saque, ventaja al resto, deuce… Íbamos aprendiendo sobre la marcha, desde la voz de Juan José Castillo (“entró, entró, la volea del español”). En poco tiempo hubo que aprender drive, volea, revés, lob, passing shot, volea de revés, subir a la red… Cada rato cambiaban de lado y al final supimos por qué. Unos a otros, extrayendo conclusiones de la lógica y de lo que decía Castillo, nos fuimos ayudando a resolver el teorema.

Y fue magnífico, tengo que decirlo. Una de esas cosas que empiezan bien para acabar estupendamente. Abrieron plaza el número dos español, Gisbert, y el uno norteamericano, Ralston, con lo que dábamos ese partido por perdido, según el superior criterio de Castillo. Se trataba en realidad de que Santana y Gisbert ganaran al número dos de ellos y luego ver qué pasaba en el dobles y en el choque entre los números uno. Pero Gisbert, del que se nos fue aclarando sobre la marcha que era un genio discontinuo “capaz de lo mejor y lo peor”, de excelsa calidad pero moral frágil, se vino arriba y ganó por 3-6, 8-6, 6-1 y 6-3 y juro que en casa de mis tíos nunca se habían oído ni se volverían a oír gritos igual. Luego, Santana, con un tenis de seda que devolvió la paz poco a poco a nuestro sistema nervioso, despachó a Froehling por 6-1, 6-4 y 6-4. Así que dos a cero y al hotel, a abrir vuestra asquerosa comida enlatada, arrogantes yanquis. 

El día siguiente, dobles. Ahí comprobamos que, en efecto, los pasillos laterales de la pista tenían su razón de ser. Hubo que aprender nuevas ecuaciones sobre cómo va rotando el saque (creo recordar que eso lo aprendió sobre la marcha el propio Castillo porque algún renuncio tuvo) y vivimos nuevas tremendas emociones. Santana tenía de compañero a Arilla, Ralston hacía pareja con un tal Grabner que portaba unas gafas como las de Clark Kent cuando no hace de Supermán. Empezamos perdiendo dos a cero, pero, al final, Santana y Lis Arilla, como le llamaba Castillo con familiaridad, acabaron por dar la vuelta al partido: 4-6, 3-6, 6-3, 6-4 y 11-9. El último set consumió una hora de tensión traducida en apoteosis. La última jornada ya fue innecesaria para el equipo campeón. Gisbert ganó a Froehling y el quinto partido Santana se lo cedió al cuarto jugador del equipo, Couder, al que ganó Ralston.

Ese fue el único punto que se llevaron. Al Club de Tenis Barcelona llegó al término del glorioso partido de dobles un telegrama del Invicto Caudillo: “Desde la mar, a bordo del Azor, donde hemos asistido a la grandiosa victoria del equipo español de tenis, le envío entusiasta felicitación para los jugadores por tan grandiosa hazaña deportiva. Firmado, Francisco Franco”.

Al día siguiente se agotaron las raquetas en las pocas tiendas de deportes que las servían. En los parques se buscaban árboles a distancia adecuada para tender entre ellos una cuerda, de la que se hacían colgar periódicos apoyados en su doblez natural para completar el efecto de red. Pronto hubo quienes discutían acaloradamente sobre la calidad de las raquetas, sobre si eran mejores las Slazenger o las Dunlop.

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De izq. a der., Roche, Newcombe, Bartrolí, Santana y Arilla, en la final de la Davis de 1965.

El Madrid fichó a Santana no porque tuviera equipo de tenis, sino simplemente para que llevara el escudo del club y hacer bandera de él. Y así, con el escudo del Madrid, ganó al año siguiente Wimbledon en una final precisamente contra Ralston. ¡Así pudimos ver el partido que había quedado pendiente y en nuestro imaginario convertimos el 4-1 en un 5-0! Franco convocó entonces a Santana y Arilla a jugar un partido de exhibición en El Pardo para sus ministros y más selectos enchufados. A Santana la ocurrencia le pilló jugando en Bastad, en Suiza, de donde fue llamado de urgencia por Raimundo Saporta, vicepresidente del Madrid. Saporta se encargó de dar explicaciones y de compensar a los organizadores del torneo y le preparó el viaje.

Una hora antes del partido, Saporta recibió a Santana en su despacho del estadio Bernabéu. Tenía un paquete de fotos suyas. Le hizo dedicar una a Franco y las demás a cada uno de los ministros. Le dijo: “La del Caudillo la llevamos y se la da usted en la mano. Las otras las enviaremos desde aquí”.

—¿Y por qué no las llevamos ya todas y se las damos a los ministros?

—No, no. Usted se la da al Caudillo y él lo verá como un regalo exclusivo para él. Pero mañana, cuando cada ministro llegue a su despacho, encontrará que usted le ha hecho el mismo regalo que le ha hecho a Franco.

—¿Y no se lo comentarán luego?

—No, hombre, esas cosas no se comentan.

Así que Santana fue, le dio la foto a Franco y jugó su partido de exhibición con Arilla. Franco, sin duda, se había informado entre tanto del pasado familiar de Santana, cuyo padre había pasado seis años en la cárcel tras la guerra por rojo. Santana casi se había criado sin él. Durante su infancia le iba a visitar una vez al mes a la cárcel. Eso fue todo lo que le vio. Franco cogió aparte a Santana y le dijo: “Yo quiero que usted sepa que en la vida hay veces que pagan justos por pecadores”.

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Emerson y Santana se saludan tras el partido ganado por el español en la final de la Davis contra Australia en 1965.

El País

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