Un día me dijo Gordillo: “Tengo suerte de no ser calvo. Empecé a jugar con 17 años y ahora tengo 25 y estoy muy visto. Si puedo seguir jugando es porque no soy calvo”.
Años atrás a los futbolistas les mortificaba ser calvos. Eso ha pasado desde la moda de pelarse completamente, al modo de Ronaldo y Roberto Carlos, pero hasta no hace mucho era casi un drama. Los públicos eran crueles con los calvos. “¡Calvo!” “¡Viejo!” O les cantaban aquello de “¡pelonaaaaá, sin peloooo… cuatro pelos que tenías los vendiste de estraperloooo!”. Para ser calvo, futbolista y respetado había que ser Di Stéfano, o, por lo menos, Bobby Charlton. O aún así. Di Stéfano me dijo un día que una de sus hijas, pequeña aún, le regañó por jugar así, un calvo entre jóvenes. “Le contesté: ¿Y tú sabes de qué comemos, niña?”. Charlton, a su vez, disimulaba su calvicie dejando crecer el pelo de un parietal para pasarlo sobre la calva, en lo que los guasones llamaban el cruzado mágico. Cada poco se le desbarataba y le colgaba una guedeja que se colocaba una y otra vez.
Y voy con el protagonista, Crisanto García Valdés, para los amigos Tati, para la afición La Maquinona, o simplemente Valdés. Nacido en Mieres, se dio a conocer para el gran público en aquel gran Sporting que entrenó Carriega, y que quedó campeón de Segunda División en la temporada 69-70. Un equipo estupendo, goleador, espectacular, que mereció los honores de que se le televisara algún partido aquella temporada, en Segunda, hecho inédito. Allí estaba ya Quini, y su hermano, el meta Castro, que moriría heroicamente, ahogado al tratar de salvar a dos niños del mar. Y Churruca. Un buen equipo en el que Valdés llevaba el número 10 y ocupaba el puesto de interior retrasado en el 4-2-4 que se jugaba en la época, formando con Puente la pareja de fogoneros del equipo. Muy buen jugador, con trabajo, presencia y excelente desplazamiento del balón. Fue seis veces internacional amateur y rozó la posibilidad de la absoluta, pero chocó con tremendos competidores en la época: Velázquez, Asensi, Uriarte, Marcial, Luis…
Tipo singular, inquieto y querido. Formó parte del Club La Cucaracha, organización cultural a la que también pertenecía Víctor Manuel, entre otros, un movimiento de tintes reivindicativos en años aún difíciles. Cuando se retiró puso una librería. Su fallecimiento, en febrero de 2009, por fallo cardíaco, fue una conmoción en Gijón.
Fue calvo prematuro. Problema. Cuando empezó la temporada 73-74 sólo tenía 26 años, pero llevaba nueve en el club, era calvo, empezaba a estar muy visto. La pesadilla de Gordillo, vaya. Y siempre están los deseos de novedad de los clubes. Para esta temporada, el Sporting incorporó a Landucci, un fino interior argentino, procedente del Rosario Central. Buen jugador, desde luego, y de excelente figura. En estampa mejoraba mucho a Valdés, calvo, un poquito fondón. Empezó la temporada y empezó de titular. Pero cuando le preguntaron a La Maquinona, este contestó lacónicamente: “Ya vendrá el barro”. Y, en efecto, para mediados de octubre Valdés recuperaba el puesto de titular.
Y aceptó el consejo de un amigo, Rodrigo, propietario de una peluquería de Gijón, en la que ahora trabajan ya sus nietos, y se puso un peluquín de última generación, con el que podría jugar al fútbol. Se anunciaba en prensa con el nombre de RodiTop, “sistema científico alemán”. Se sujetaba con una película como de papel celo, pegadiza por las dos caras, una al cuero cabelludo y otra al postizo. Así jugó muchos partidos, aguantándole mejor que bien la competencia a Landucci. Cada semana había que sustituir la película por una nueva. Pero había que tener cuidado con una cosa: si despegabas una vez el peluquín, ya no valdría la película usada, había que instalar una nueva. El olvido de esa instrucción le produciría un intenso bochorno, que aún sienten en carne viva sus amigos de la época
El 2 de marzo de 1975 el Sporting recibió en El Molinón a la Real. Una buena Real, en la que ya asomaban Arconada, Zamora y Satrústegui junto a veteranos todavía del ascenso del 68. El partido fue televisado en directo por TVE, el único canal de la época. Antes del partido, en el túnel, Elizondo, entrenador de la Real, le pregunta a Valdés cómo es esa peluca con la que puede jugar al fútbol, y él se la quita y le muestra la película adhesiva. “¡Horror! ¡Ha olvidado que al hacerlo perderá propiedades!”.
Y con El Molinón lleno y toda la afición de España ante el televisor, a Valdés se le cae la peluca en el primer intento de jugar el balón de cabeza. En el estadio se escucha un “¡Oooooooh!” general. No hay rechifla, era un jugador muy querido. La recoge del suelo y se la vuelve a poner, como puede, entre la comprensión y el disimulo de compañeros y rivales. Pero al segundo salto, en el minuto 12 de partido, se le vuelve a caer. Esta vez el murmullo es más alto, casi un clamor. Avergonzado, la recoge del suelo y se marcha al vestuario, dejando al público, del campo y de la tele, entre atónito y compasivo, con esa sensación tan dura de la vergüenza ajena. Balsa Ron, el árbitro, parece no saber cómo reaccionar. Pasieguito, el entrenador, resuelve enseguida la situación sacando a toda prisa a Landucci, que estaba en el banquillo y sale sin calentar siquiera. El resto del partido es un murmullo continuo en El Molinón, donde nadie se quita de la cabeza la escena, que los fieles del Sporting sienten en carne propia. El partido lo ganará 0-2 la Real, los dos de Satrústegui. La Real terminará cuarta aquella Liga, avisando ya de lo que venía.
La Maquinona no jugaría el siguiente partido, pero regresó al otro para completar la temporada como titular, ya con la noble calva al aire. El día de su reaparición en El Molinón se llevó las mayores ovaciones. Landucci se marcharía al final de la 75-76, harto de luchar contra el barro y contra la categoría de Valdés, al que no pudo desplazar. En las tres temporadas que permaneció jugó un total de 29 partidos, no todos completos, y sólo marcó un gol. La Maquinona aguantó hasta 1979, cuando dejó el equipo con 360 partidos a cuestas. Empujaba la nueva generación de los Joaquín, Jiménez, Mesa, Ciriaco, Ferrero y demás. Se quedó en el club como técnico, fue segundo, sucesivamente, de Miera, Boskov, Díaz Novoa, Aranguren y García Cuervo. Más tarde fue técnico del club, dedicado a buscar jugadores. Un día vio un fenomenal y espigado centrocampista en el Girondins y recomendó encarecidamente su fichaje. Pero el club no se decidió.
Aquel muchacho era un calvo prematuro que se llamaba Zinedine Zidane.