Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

La peluca de Tati Valdés

Por: | 28 de octubre de 2012

Un día me dijo Gordillo: “Tengo suerte de no ser calvo. Empecé a jugar con 17 años y ahora tengo 25 y estoy muy visto. Si puedo seguir jugando es porque no soy calvo”.

Años atrás a los futbolistas les mortificaba ser calvos. Eso ha pasado desde la moda de pelarse completamente, al modo de Ronaldo y Roberto Carlos, pero hasta no hace mucho era casi un drama. Los públicos eran crueles con los calvos. “¡Calvo!” “¡Viejo!” O les cantaban aquello de “¡pelonaaaaá, sin peloooo… cuatro pelos que tenías los vendiste de estraperloooo!”. Para ser calvo, futbolista y respetado había que ser Di Stéfano, o, por lo menos, Bobby Charlton. O aún así. Di Stéfano me dijo un día que una de sus hijas, pequeña aún, le regañó por jugar así, un calvo entre jóvenes. “Le contesté: ¿Y tú sabes de qué comemos, niña?”.  Charlton, a su vez, disimulaba su calvicie dejando crecer el pelo de un parietal para pasarlo sobre la calva, en lo que los guasones llamaban el cruzado mágico. Cada poco se le desbarataba y le colgaba una guedeja que se colocaba una y otra vez.

Y voy con el protagonista, Crisanto García Valdés, para los amigos Tati, para la afición La Maquinona, o simplemente Valdés. Nacido en Mieres, se dio a conocer para el gran público en aquel gran Sporting que entrenó Carriega, y que quedó campeón de Segunda División en la temporada 69-70. Un equipo estupendo, goleador, espectacular, que mereció los honores de que se le televisara algún partido aquella temporada, en Segunda, hecho inédito. Allí estaba ya Quini, y su hermano, el meta Castro, que moriría heroicamente, ahogado al tratar de salvar a dos niños del mar. Y Churruca. Un buen equipo en el que Valdés llevaba el número 10 y ocupaba el puesto de interior retrasado en el 4-2-4 que se jugaba en la época, formando con Puente la pareja de fogoneros del equipo. Muy buen jugador, con trabajo, presencia y excelente desplazamiento del balón. Fue seis veces internacional amateur y rozó la posibilidad de la absoluta, pero chocó con tremendos competidores en la época: Velázquez, Asensi, Uriarte, Marcial, Luis…

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Tati Valdés. (DIARIO AS)

Tipo singular, inquieto y querido. Formó parte del Club La Cucaracha, organización cultural a la que también pertenecía Víctor Manuel, entre otros, un movimiento de tintes reivindicativos en años aún difíciles. Cuando se retiró puso una librería. Su fallecimiento, en febrero de 2009, por fallo cardíaco, fue una conmoción en Gijón.

Fue calvo prematuro. Problema. Cuando empezó la temporada 73-74 sólo tenía 26 años, pero llevaba nueve en el club, era calvo, empezaba a estar muy visto. La pesadilla de Gordillo, vaya. Y siempre están los deseos de novedad de los clubes. Para esta temporada, el Sporting incorporó a Landucci, un fino interior argentino, procedente del Rosario Central. Buen jugador, desde luego, y de excelente figura. En estampa mejoraba mucho a Valdés, calvo, un poquito fondón. Empezó la temporada y empezó de titular. Pero cuando le preguntaron a La Maquinona, este contestó lacónicamente: “Ya vendrá el barro”. Y, en efecto, para mediados de octubre Valdés recuperaba el puesto de titular.

Y aceptó el consejo de un amigo, Rodrigo, propietario de una peluquería de Gijón, en la que ahora trabajan ya sus nietos, y se puso un peluquín de última generación, con el que podría jugar al fútbol. Se anunciaba en prensa con el nombre de RodiTop, “sistema científico alemán”. Se sujetaba con una película como de papel celo, pegadiza por las dos caras, una al cuero cabelludo y otra al postizo. Así jugó muchos partidos, aguantándole mejor que bien la competencia a Landucci. Cada semana había que sustituir la película por una nueva. Pero había que tener cuidado con una cosa: si despegabas una vez el peluquín, ya no valdría la película usada, había que instalar una nueva. El olvido de esa instrucción le produciría un intenso bochorno, que aún sienten en carne viva sus amigos de la época

El 2 de marzo de 1975 el Sporting recibió en El Molinón a la Real. Una buena Real, en la que ya asomaban Arconada, Zamora y Satrústegui junto a veteranos todavía del ascenso del 68. El partido fue televisado en directo por TVE, el único canal de la época. Antes del partido, en el túnel, Elizondo, entrenador de la Real, le pregunta a Valdés cómo es esa peluca con la que puede jugar al fútbol, y él se la quita y le muestra la película adhesiva. “¡Horror! ¡Ha olvidado que al hacerlo perderá propiedades!”.

Y con El Molinón lleno y toda la afición de España ante el televisor, a Valdés se le cae la peluca en el primer intento de jugar el balón de cabeza. En el estadio se escucha un “¡Oooooooh!” general. No hay rechifla, era un jugador muy querido. La recoge del suelo y se la vuelve a poner, como puede, entre la comprensión y el disimulo de compañeros y rivales. Pero al segundo salto, en el minuto 12 de partido, se le vuelve a caer. Esta vez el murmullo es más alto, casi un clamor. Avergonzado, la recoge del suelo y se marcha al vestuario, dejando al público, del campo y de la tele, entre atónito y compasivo, con esa sensación tan dura de la vergüenza ajena. Balsa Ron, el árbitro, parece no saber cómo reaccionar. Pasieguito, el entrenador, resuelve enseguida la situación sacando a toda prisa a Landucci, que estaba en el banquillo y sale sin calentar siquiera. El resto del partido es un murmullo continuo en El Molinón, donde nadie se quita de la cabeza la escena, que los fieles del Sporting sienten en carne propia. El partido lo ganará 0-2 la Real, los dos de Satrústegui. La Real terminará cuarta aquella Liga, avisando ya de lo que venía.

La Maquinona no jugaría el siguiente partido, pero regresó al otro para completar la temporada como titular, ya con la noble calva al aire. El día de su reaparición en El Molinón se llevó las mayores ovaciones. Landucci se marcharía al final de la 75-76, harto de luchar contra el barro y contra la categoría de Valdés, al que no pudo desplazar. En las tres temporadas que permaneció jugó un total de 29 partidos, no todos completos, y sólo marcó un gol. La Maquinona aguantó hasta 1979, cuando dejó el equipo con 360 partidos a cuestas. Empujaba la nueva generación de los Joaquín, Jiménez, Mesa, Ciriaco, Ferrero y demás. Se quedó en el club como técnico, fue segundo, sucesivamente, de Miera, Boskov, Díaz Novoa, Aranguren y García Cuervo. Más tarde fue técnico del club, dedicado a buscar jugadores. Un día vio un fenomenal y espigado centrocampista en el Girondins y recomendó encarecidamente su fichaje. Pero el club no se decidió.

Aquel muchacho era un calvo prematuro que se llamaba Zinedine Zidane.

Cinco goles en la portería del Peñón

Por: | 21 de octubre de 2012

Ahora que andamos otra vez enredados con Gibraltar (y quién sabe si en apuros para ir al Mundial) me viene al recuerdo la singular fase de clasificación para México 70, en la que sufrimos desdichas sin igual. Formábamos grupo con Bélgica, Yugoslavia y Finlandia, que era la maría. Sólo uno de los cuatro iría a México. Empezamos empatando (0-0) en Yugoslavia, buena cosa. Seguimos con empate en casa ante Bélgica (1-1), mala cosa. Y echando cuentas ante el tercer partido, la visita a Bélgica, comprobamos con horror que si perdíamos allí, en el Estadio Sclessin de Lieja, estaríamos irremisiblemente eliminados ¡a falta de tres partidos! (Tal cosa era posible porque no se jugaba por jornadas bien cuadradas, como ahora, sino un poco al buen tuntún, y para Bélgica no era el tercer partido, sino el quinto, y ya acumulaba siete puntos. Ganándonos se pondría en nueve. Nosotros teníamos los dos de nuestros empates anteriores, así que perdiendo en Lieja, y dado que se daban dos puntos por victoria, no pasaríamos de ocho ni ganando los tres restantes). Y, claro, perdimos (2-1).

En aquellos tiempos todo lo que podía salir mal salía peor. Hubo palos, Eladio fue expulsado y como se resistió a salir entró la policía, sacudiéndoles a él, a Gallego, a Zoco y a algunos otros que trataban de protegerle. Todo televisado en directo, con la afición frustrada e indignada.

Esa eliminación hizo saltar a Eduardo Toba, un pésimo seleccionador que había cometido además la afrenta de jugar sin extremos. Le sustituyó un triunvirato formado por los entrenadores de los tres equipos que encabezaban la clasificación: Miguel Muñoz (Real Madrid), Salvador Artigas (Barcelona) y Luis Molowny (Las Palmas). Algo así como un tripartito de consenso para tiempos de crisis.

RELA
Imagen del duelo entre España y Finlandia, en 1969, junto al Peñón. / AS

Se trataba de terminar la fase decentemente, no se pedía más. La cosa empezó bien, con victoria (2-1) sobre Yugoslavia, en el Camp Nou, con un equipo ocupado mayoritaria y casi equitativamente por jugadores de esos tres equipos, entre los que apenas se colaron Vidagany, Glaría y Bustillo, este del Zaragoza pero ya comprometido para el Barça.

Pero a ese buen comienzo sucedió un episodio bochornoso. La visita a Finlandia había sido fijada para el 25 de junio, con la temporada española terminada. La final de Copa se había jugado 10 días antes. La Liga había acabado el 20 de abril. Entonces la Copa se jugaba después de la Liga, y según iban quedando eliminados los equipos se iban de vacaciones. De modo que el equipo (casi el mismo de Barcelona) viajó a Finlandia fuera de forma, interrumpiendo las vacaciones, confiado, desmotivado y sin nada que perder. O eso creían. Perdieron (2-0) y este es el día en que aún no recuerdo una indignación igual contra la selección como la que provocó aquello. El trío saltó por los aires.

¡Desdichada fase de clasificación! ¡Y todavía nos quedaba un partido, la devolución de visita de Finlandia!

Entonces entró como seleccionador Kubala. El gran ídolo del Barça de los cincuenta, el hombre que había explicado a España que el fútbol podía ser otra cosa, el primero de los grandes genios de importación (luego vendrían Di Stéfano y Puskas) que llenaron la primera Edad de Oro de nuestro fútbol. (La segunda es ésta, ¿no?). Kubala compareció animoso, anunciando renovación, lucha y el Club España, reclamando que la afición mirara a la selección con el mismo cariño que a sus clubes, cosa que manifiestamente no ocurría.

Pero algo vino a dar aún más rumbo a su debut como seleccionador: el 8 de junio Franco había decidido el cierre de toda comunicación con Gibraltar, por tierra, mar o aire, como respuesta a la aprobación de una nueva Constitución de la colonia y a la consiguiente visita a la misma de la Reina de Inglaterra y su augusto esposo. Para resarcir a los españoles del Campo de Gibraltar (muchos de los cuales trabajaban en La Línea), se inició la creación de un gran Polo de Desarrollo Industrial y además se programó allí el España-Finlandia. Se construyó, muy a la vista del Peñón, un coqueto y nuevo estadio para 22.000 espectadores, bautizado José Antonio Primo de Rivera y contiguo a la Ciudad Deportiva Francisco Franco. Todo está a punto para la inauguración la fecha fijada, el 15 de octubre de 1969, tres fechas después del Día de la Raza, como se llamaba entonces al 12 de Octubre.

Kubala, con su sentido del espectáculo, convoca a Gento para el partido, con ánimo de que fuera su despedida de la selección, en la que había debutado en 1955 y a la que llevaba año y medio sin ir. En realidad, sólo había ido muy intermitentemente desde 1963. Anuncia que tras el descanso jugará Pujol (prometedora revelación del Barça que luego no cuajaría), en una especie de alternativa. Cuando le preguntan por qué no, Rexach, contesta. “¡Quiero hombres que luchen!”.

Llega el día con todo vendido y un clima de euforia patriótica. “Hoy, bajo cielo sureño, con un paisaje recortado de ignominia…”. Así empieza la previa de un cronista.

Cinco de la tarde, 20 grados, sol tibio entre nubes, viento ligero, cartel de no hay billetes, todo perfecto. Presiden los ministros del Ejército y del Movimiento, Méndez Tolosa y Solís Ruiz. La Banda de la Legión anima los prolegómenos y toca el himno entre vítores. España, a la que la reivindicación de Gibraltar unía mucho más que la selección, se sienta ante el televisor para ver cómo nuestros muchachos atacan en la primera parte la portería tras la cual está el Peñón, en la que entran cinco goles, por obra de Pirri, Gárate, Velázquez, Amancio y Grosso.

“Cuando el equipo español tenía enfrente el Peñón atacó más y mejor…”, comienza otro cronista el día siguiente. En realidad, Finlandia, consciente de a lo que venía, hizo bastante turismo en Torremolinos y opuso poca resistencia. En la segunda mitad, Quino, que entró de refresco (como Pujol), marcó el sexto en la portería alejada del Peñón.

Seis en total, para que se chincharan los gibraltareños y los ingleses. La prensa del día siguiente publica, junto a los detalles del partido, el telegrama eufórico que el Gobernador Civil de Cádiz le envía a Franco.

Luego, el Polo Industrial resultaría un fiasco y el largo periodo de Kubala como seleccionador tampoco daría mucho de sí. Con él nos quedamos sin ir a Alemania 74. A Argentina 78 sí fuimos, pero para volver malparados. Tampoco en las Eurocopas intercaladas hicimos nada. Y Gibraltar sigue ahí, chinchando, ahora reclamando en el TAS su entrada en la UEFA.

Pero a la Balompédica Linense, la popular y simpática Balona, hoy encuadrada en el Grupo IV de la Segunda B, le quedó un estupendo campo de 22.000 plazas, rebautizado como Estadio Municipal de La Línea.

Del Mundial militar al bigote de Pirri

Por: | 14 de octubre de 2012

Hubo tiempos en los que había mili y hasta futbolistas que la hacían. Con prebendas generalmente, es verdad. Unos pocos días de instrucción, la jura de la bandera y luego pasarse de cuando en cuando por el cuartel a dar conversación a los oficiales. Alguna guardia, por el qué dirán. Tampoco había que pasarse de estupendo porque en ese caso te arriesgabas a visitar el calabozo, como le pasó una vez a Migueli. O a ser reclamado como prófugo, trance por el que pasaron Asensi o Solsona. Pero, unos con otros, podríamos decir que, a mediados de los años 60 del siglo pasado, los futbolistas tenían un buen pasar en la mili. A cambio, sí, debían batirse el cobre en algo que entonces existía y hoy ya no: el Mundial Militar.

Hasta donde la historia registra, España se apuntó en la 14ª edición con extraordinario éxito. El alma mater de aquello era un teniente coronel de Aviación, de nombre Luis Alfonso Villalaín, al que todavía recuerdan, y no del todo mal, los jugadores que actuaron a sus órdenes. Villalaín se apuntó de voluntario al Ejército franquista el 18 de julio de 1936, fue ascendiendo por méritos de guerra y alcanzó la condición de teniente coronel y, al tiempo, director del aeropuerto de Santander. No sería una ocupación demasiado agobiante porque, a la vez y dados sus conocimientos de fútbol, fue entrenador del Racing (entonces Real Santander) en la temporada 1961-1962. Lo mantuvo en Primera. Así que nada que objetar.

Villalaín fue el alma mater, decía, junto al general Sagardoy, de ese impulso a la selección militar, que, a las primeras de cambio, nos produjo un éxito que resonó. Con la distancia, aquel logro se verá como algo ingenuo y menor, pero entonces sonó como una fuerte campanada. ¡Porque fuimos campeones del mundo!

Tal cosa ocurrió el 7 del julio de 1965, en Gijón. Previamente, nuestra selección había eliminado a Francia y Portugal, que no era poco (¡en aquel Portugal jugaban Graça y Eusebio!). La fase final fue una liguilla entre cuatro. Ganamos a Bélgica (5-1), empatamos (1-1) con Turquía y vencimos el día decisivo (¡San Fermín!), televisión mediante, a Marruecos. Para los de la época recupero la alineación, compuesta por gente toda ella muy respetable: Rodri; Echarri, De Felipe, Rebellón; Martínez Jayo, Gallego; Ufarte, Oliveros, Grosso, Fusté y José María. Todos, jugadores de alto rumbo en la Primera División (Fusté incluso había ganado la Eurocopa un año antes). Oliveros, con una clavícula rota, fue sustituido por Poli en el minuto 16. El partido se televisó en directo y la tele se esforzó en mostrar varias pancartas que exaltaban la amistad hispano-marroquí. La agencia oficial, Alfil (sección deportiva de la agencia Cifra, a su vez departamento nacional de Efe, que englobaba la información al extranjero y la fotografía, siempre la F de Franco como letra intermedia de la palabra), destacaba que, “al finalizar el encuentro, los jugadores españoles y los marroquíes se fundieron en un abrazo, de júbilo los unos, de felicitación los otros, coreado por las ovaciones y los aplausos del público”.

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La selección militar española de fútbol (con Marcial, Mendieta, González y Claramunt, entre otros) en 1967 (EFE)

Pero aquella amistad hispano-marroquí iba a durar poco. A la siguiente edición salimos a palos. Tras eliminar a Estados Unidos y Portugal, jugamos contra Marruecos en las semifinales. El partido de ida se jugó en Zaragoza. El equipo, aunque algo renovado, se parecía al anterior: Comas; Zugazaga, De Felipe, Canós; Lico, Tonono; Ufarte, Vidal, Grosso, Velázquez y Vavá. En el minuto 82, España ganaba con dos goles de Vidal (buen delantero del Barça que no cuajó en lo que se esperaba), pero la cosa degeneró en tal ensalada de palos que, aun con dos expulsados por bando (Vavá y Lamari primero, Ufarte y Sadili después), el árbitro, el portugués Campos, decidió dar por terminado el partido. España, ante lo que había pasado, decidió prudentemente no acudir al de vuelta, dejando el campo libre a Marruecos.
Pero todavía insistimos. Para la edición de 1967, la 16ª, nos volvimos a apuntar. Eliminamos a Francia y Marruecos (¡toma ya!) y fuimos a la fase final, en Bagdad, donde se reunirían seis selecciones y nos esperaba la catástrofe.

Y eso que era un buen equipo. Ahí estaban Reina, Martín II, Barrachina, Pirri, Claramunt, Marcial, Arieta II, Rexach, Rojo… Pero el asunto ya arrancó mal porque el vuelo, un viaje eterno en un DC-6 (una vaca voladora, con asientos desmontables en los costados del fuselaje y un palo que había que colocar en la cola, tras el aterrizaje, para calzarlo), fue accidentado. Sobrevolando Líbano, el avión se vio intimidado por dos cazas que le hacían pasadas, se colocaban a su lado y cuyos pilotos hacían señas con el pulgar de que había que bajar. El DC-6 bajó y aterrizó en un aeropuerto que Pirri, que me contó el asunto, no llegó a saber cuál era. Allí hicieron saber, mal que bien, a los jefes de la expedición (Villalaín al frente) que tenían que pagar un impuesto por sobrevolar el espacio aéreo. Mientras se resolvían las discusiones, apearon a los soldados-futbolistas y alguien pintó a su alrededor una amplia circunferencia con tiza. Por señas les hicieron saber que no podían salir de ese círculo. Y ahí se quedaron, a 42 grados, de pie, los Pirri, Marcial, Rexach y demás.

Pagaron, despegaron en la vaca voladora y aterrizaron en Bagdad. Allá perdieron con Grecia, ganaron a Corea del Sur y perdieron con Holanda, en la que jugaba Hulshoff, aquel que luego haría fama como patilludo en el Ajax. Quedaron mal, quintos de seis. Dieron el cante. El mando pensó que no se habían tomado el desafío en serio, criterio al que contribuyó el hecho de que Marcial había sufrido un tirón jugando a los bolos. La vaca voladora tardó una semana en regresar por ellos, que acabaron por tomar aquel destierro como un arresto. Pirri, de tan aburrido como estaba, decidió no afeitarse. Al quinto día, el ayudante de Villalaín le dijo que aquello era el Ejército y que nadie podía estar sin afeitarse. Y Pirri se afeitó, pero, ya que Villalaín tenía bigote, se dejó esa parte de la cara sin afeitar. Y con bigote jugaría el año siguiente.

De modo que el bigote de Pirri, que conservó un año, fue el último vestigio de aquella selección militar que arrancó con un título mundial y luego fue a menos. Sic transit gloria mundi. 

La misteriosa muerte de Benítez

Por: | 07 de octubre de 2012

En la temporada 1959-1960, Saso, el entrenador del Valladolid, del que había sido portero y del que luego sería presidente, incorporó cinco fichajes sudamericanos en un golpe magistral. Se trataba de Benítez, Endériz, Aramendi, Solé y Bagnera. Uruguayos los dos primeros, argentinos los otros tres. Solo Bagnera no triunfó. Desapareció en la bruma del tiempo. Los otros cuatro cuajaron. El que más, Benítez. Al año estaba en el Zaragoza a cambio de tres millones de pesetas y uno más tarde en el Barça por el triple. Jugaba de lateral derecho, aunque su fútbol estaba muy por encima de lo que se pedía en esa posición, por lo que a veces se le podía ver de medio de ataque o de interior. Mulato, chueco, muy musculado, 1,78 metros de estatura. Un tipo fuerte y de gran personalidad.

Asensi, que asomó al fútbol como extremo izquierdo en el Elche antes de pasar a interior y fichar por el Barça, me relataba no hace mucho que debutó justamente ante Benítez: “¡Qué personalidad! Me decía: ‘Tú debutas hoy, ¿no? Tranquilo, chico; haz lo que yo te diga y te irá bien’. También: ‘Ahora devuelve hacia atrás y te desmarcas’. Yo le hacía caso, no sé bien por qué. Y luego: ‘Ahora vete, pero hacia fuera, no hacia dentro. Cuando llegues al fondo, centras’. Yo lo hacía y centraba y, claro, resulta que solo había defensas. ¡Qué personalidad! Al final, me decía: ‘Lo has hecho bien, chico’. ¡Qué personalidad! ¡Qué tío!”).

De Benítez destacó mucho su dominio sobre Gento, que llevaba diez años atormentando al Barça. Hace poco describía Juan Cruz en As el miedo que le producía la palabra Gento en la radio. Yo recuerdo las tardes de cine, sesión doble, a las que siempre iba con la esperanza de que el NO-DO ofreciera el resumen de algún partido, algo que pasaba cuando estaba reciente uno grande. En los Madrid-Barça se escuchaba en el cine un murmullo cuando el balón llegaba a Gento por la forma visible en que reculaban inmediatamente los dos medios y los tres defensas del Barça.

Aquello acabó con Benítez. El Bernabéu no lo podía creer. Se plantaba a su lado, medio de perfil, ofreciéndole la salida hacia la banda, con los brazos colgando, relajados, un aire un tanto burlón. Y Gento no arrancaba, cedía hacia atrás y la jugada iba por otro lado. Creo no mentir si digo que nunca vi a Gento hacer una sola jugada ante Benítez.

PeticionImagenCAUA8WQJPero vamos a la primera semana de abril de 1968. El debate había sido Eurovisión porque Serrat, en lo que fue el primer aldabonazo catalanista desde la guerra, se había negado a cantar la pieza elegida (La, la, lá, de Manolo de la Calva y Ramón Arcusa, el Dúo Dinámico) en castellano. Pretendió hacerlo en catalán. Se le sustituyó por la entonces semidesconocida asturiana Massiel, pero la polvareda fue tal que hasta borró del primer plano la inminencia del Barça-Madrid, a tres jornadas del final y con el Barça a tres puntos del Madrid. Decisivo para la Liga, vamos. Pero aquello de Serrat fue un trueno. Además, el domingo anterior no hubo Liga, suspendida la jornada por un Inglaterra-España clasificatorio para la Eurocopa.

Benítez aprovechó el día libre para viajar a Andorra junto a su esposa y un matrimonio amigo. De aquella excursión volvió enfermo.

Nada grave, en principio, se dijo. Una intoxicación de mejillones, una urticaria. A media semana se pensó que se repondría y jugaría. Pero no se reponía y el Barça se concentró en Castelldefels sin él. El viernes por la noche el Madrid llegó a Barcelona.

Benítez empeoró tanto que fue ingresado de urgencia, prácticamente en coma. Antes de las tres de la madrugada del sábado había fallecido. La noticia llegó a las dos concentraciones al mismo tiempo. El parte era ininteligible para el entendimiento común, lego en medicina: “Muerte por fibrilación ventricular consecutiva a una séptico-piohemia intensísima, cuya etiología, dada la rapidez del cuadro, no se ha podido establecer”. La pregunta en la calle era: ¿puede un hombre de 27 años, más fuerte que un toro, morir en pocos días por unos mejillones en mal estado?

El domingo los periódicos compartían la noticia de la victoria del La, la lá de Massiel (por un solo voto y en Londres sobre el británico Cliff Richard y su Congratulations) con la del fallecimiento de Benítez. El partido, que se iba jugar el domingo a las 20.00, televisado, fue aplazado hasta el martes con todas las partes de acuerdo. En el Camp Nou se instaló una capilla ardiente por la que pasaron 100.000 aficionados, además de los jugadores de ambos clubes y de muchos otros. Para cargar aún más la actualidad, ese domingo falleció Jim Clark en el Gran Premio de Alemania. El lunes fue el entierro de Benítez, al que acudieron por el Madrid el entrenador, Miguel Muñoz, y el capitán, Gento. El martes se jugó el partido. Torres, entonces un joven comodín de la defensa, ocupó el puesto de Benítez. El resultado final, 1-1, dejó al Madrid casi campeón, con tres puntos a tres jornadas del final. Curiosamente, Gento no terminó el partido: en el minuto 70, tras un golpe, se retiró con una pequeña conmoción. Se quedó a dormir en un hospital, en observación. No fue nada.

En los días siguientes, la pregunta en la calle siguió siendo: ¿de qué murió Benítez? Surgió la hipótesis de un neumococo, contraído por vía respiratoria. Se recordó que había pasado dos hepatitis, una en el Zaragoza y otra en el Barça. Y que no hacía vida ejemplar, que abusaba de su cuerpo. Todo era desconcierto.

El enigma rebrotó cuando en 1976 el Barça fichó a otro uruguayo, también lateral, Amarillo. Cuando este supo de su antecesor, tuvo curiosidad por el caso, preguntó y fue a llevarle flores a la tumba. Empezó a repetir las visitas, cada vez más intensamente, hasta hacerlo casi a diario. A algunos amigos les decía que le hablaba Benítez desde el más allá y que le decía que había muerto envenenado. En Don Balón (número 115) llegó a declarar que Benítez se reencarnaba en su mujer, que le hablaba con la voz de él y le daba consejos.

En 2006, Enric Bañeres entrevistó para La Vanguardia a la viuda de Benítez, en Zaragoza, cuando se cumplían 38 años de la muerte. “Julio murió de un envenenamiento”, era el titular. La viuda explicaba que en Andorra su marido comió carne y verduras, nada de marisco, ni en los días anteriores o posteriores. Que un médico le habló de envenenamiento. Que alguna vez se había planteado pedir una autopsia, pero que le faltaban medios.

Ahora aún sale a relucir en las conversaciones de viejos aficionados del Barça aquella pregunta: ¿de qué murió Benítez?

El País

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