Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

Y Grosso ayudó al Atlético a no descender

Por: | 25 de noviembre de 2012

Durante años, las discusiones entre madridistas y atléticos solían acabar así:

—¿Pero qué dices, chalao? ¡Si vosotros no os fuisteis a Segunda porque os dejamos a Grosso!

—¡Ya estás otra vez con aquello! ¡Siempre que no tenéis otra cosa que decir salís con lo mismo…!

El inicio de los sesenta fue una época de oro para el Atlético: ganó la Copa en 1960 y 1961, en sendas finales en el Bernabéu ante el Madrid de Di Stéfano, Puskas y Gento. Ganó la Recopa en 1962, fue finalista de la de 1963. En la Liga, siempre por arriba. Pero la temporada 1963-64 empezó mal. El club había emprendido la construcción de un nuevo estadio (el de hoy, junto al río) y mientras no consiguiera vender los terrenos del viejo, el Metropolitano, el empeño le excedía en lo económico. Los refuerzos del verano fueron débiles. Buenos jugadores de Segunda División, sólo eso.

Para mayor complicación, Collar, capitán, internacional y canterano, se declaró en rebeldía porque le habían incumplido la promesa de que siempre ganaría tanto como el que más. Supo que Ramiro ganaba más y se plantó. Por parecidos motivos dejó de jugar Mendoza, astro de la delantera. Eso y las lesiones recurrentes de Jones y Adelardo debilitaron mucho el ataque. Aunque Collar cedió en su postura (y luego Mendoza, pero éste tuvo que pasar por el quirófano), en el ataque se solía componerse con uno o dos titulares junto a nombres que al aficionado de hoy le dirán poco: Aramburu, Polo, Ribes, Loma, Olalde, Trallero… El Atlético llega a ser colista tras las jornadas séptima, novena, décima y undécima. La Liga era de treinta jornadas.

GROSSO

El 1 de enero juega partido de Copa de Ferias contra la Juve. En el Bernabéu, por cierto. El escenario se debe a que el presidente atlético, Javier Barroso, gran amigo de su homólogo madridista, Santiago Bernabéu, desde los tiempos en que ambos fueron futbolistas, manejaba la idea de que el Atlético jugara en el Bernabéu una temporada, mientras se vendía el Metropolitano y con ese dinero se terminaba el nuevo campo. La Juve, con Del Sol en sus filas, muy aplaudido por los socios madridistas (que entraron gratis), ganó 1-3 y eliminó al Atlético. Monzeglio, entrenador de la Juve, declaró: “He visto al Atlético muy mal, está desmoralizado y me ha dado lástima”.

Cae Tinte, el entrenador. Le sustituye Escudero, mientras aparece un sucesor en firme, que será Barinaga. El 5 de enero, Escudero dirige el partido, con Barinaga al lado. El Atleti gana apuradamente (3-2) al Pontevedra en el Metropolitano. Termina la primera vuelta tercero por la cola.

Barinaga pide reforzar el ataque y se tantea a Veloso, del Depor, y a Abel, del Racing. Pero no hay dinero. Entonces surge una idea: en el Plus Ultra, que vuela en Tercera División, con 14 victorias y un empate en 15 partidos, despunta un joven delantero, Grosso, ya conocido en los ambientes del fútbol desde que jugaba en el juvenil del Madrid, con Julio Iglesias entre otros. El curso anterior había marcado 71 goles en el Madrid Amateur. Era habitual de la Selección Amateur (7 partidos, 8 goles), que lucha para clasificarse para Tokio. Acababa de cumplir 20 años. Llevaba 13 goles en 15 partidos en el Plus Ultra. Alguien sugiere que puede ser la solución. Claro, que hay que pedirle el favor al Madrid…

Borrachero, presidente del Plus Ultra, trata de resistirse, pero no hay nada que hacer. El viernes 10, a las 20.15, se firma el acuerdo: Grosso, aún amateur, jugará como cedido en el Atlético hasta el 27 de abril, cuando finalice la Liga. ¿Y para la Copa? (Entonces se jugaba después). Para la Copa, no. Antonio Calderón, gerente del Madrid y tipo que no gastaba cumplidos, lo explica con una imagen muy gráfica. “Yo presto mi coche para llevar un enfermo al hospital, no para ir a dar un paseo”. Se trataba, en suma, de ayudar al Atlético a eludir el descenso. Y se aclara que no jugará contra el Madrid.

Y esa responsabilidad cae sobre los hombros de Ramón Moreno Grosso. Sus palabras son prudentes. “¿Es usted el salvador del Atlético?”. “¿Yo? Yo no soy nadie. Estoy empezando y tengo mucho que aprender”.

Y así llega el domingo 12, ya con Barinaga en el banquillo. El Atlético repite en el Metropolitano (empieza la segunda vuelta) y el rival es el Murcia. El partido se televisa a toda España. En el minuto 84, con 1-1 y el público sufriendo, Grosso ve venir un balón desde la derecha y en impecable chilena consigue el 2-1.

El Atlético despierta con él: gana en Valladolid, empata en Zaragoza, gana al Barça en el Metropolitano, empata en Sevilla, recibe al Levante y le golea, empata en Oviedo con gol de Grosso, luego recibe y gana al Athletic… Cinco victorias y tres empates. La semana antes de la visita del Madrid, Grosso descansa ante la visita del Elche, para probar un ataque sin él. El Atlético pierde los dos partidos. Así que Grosso no sólo es salvador, es talismán. Pasado el partido del Madrid vuelve al equipo. El Atlético, que era decimocuarto cuando llegó él, termina la Liga en el séptimo puesto. Grosso sólo ha marcado tres goles, pero el eco del primero, su buen trabajo general y su condición de talismán le hacen célebre.

Y todo se acelera. El Madrid le incorpora para la Copa y debuta precisamente… ¡ante el Atlético! Un Atlético muy cambiado. Barroso ha dado paso a Calderón, que ha cerrado la venta del Metropolitano, ha reemprendido las obras del nuevo estadio y ha fichado a los béticos Colo, Martínez, Luis y Matito y al hondureño Cardona. Todo tiene otro aire.

La ida, en el Bernabéu, la juega el Madrid con diez suplentes, porque faltan tres días para la final de Copa de Europa contra el Inter. Es el día del debut de Grosso. Los suplentes van ganando 2-0 cuando el Bernabéu empieza con la rechifla del “¡Olé! ¡Olé!” (es la primera vez que escuché, creo que nació ahí) y el Atlético se encorajina y empata. Para la vuelta, en el Metropolitano, Di Stéfano no es convocado. La derrota en la final ante el Inter habrá sido su último partido en el Madrid. Su mítico nueve lo carga Grosso, que regresa al Metropolitano vestido de blanco. Nuevo empate y el sorteo fija el mismo escenario para un tercer partido. Ganará el Atlético, pero Grosso marcará ese día su primer gol como madridista. En cinco meses, pasa de jugar Tercera a llevar el nueve de Di Stéfano. Y en el camino se ha hecho una leyenda de salvador del Atlético.

Le esperaban 12 años de gloria en el Madrid, con el 9 de Di Stéfano. Las necesidades del equipo le hicieron abandonar el eje del ataque para convertirse en un tragamillas del mediocampo, con Pirri y Velázquez. Renunció a goles y a brillo en bien del equipo. El suyo fue el Madrid ye-yé, el de la sexta Copa de Europa. Un Madrid de grandes jugadores, como otros antes y otros después.

Pero sólo uno fue capaz de salir en un mismo año en las portadas de los boletines del Atlético y del Madrid: Ramón Moreno Grosso. Para el fútbol, Grosso a secas.

El ‘caso Antúnez’ llega a Radio Moscú

Por: | 18 de noviembre de 2012

Las relaciones entre el Betis y el Sevilla nunca fueron buenas, pero empeoraron decisivamente a partir del caso Antúnez, que los béticos fijaron como la ofensa definitiva. Antúnez, sevillano nacido en el Barrio de Feria, había pasado por los juveniles del Sevilla sin cuajar. El Sevilla era entonces mucho equipo, y el Betis algo menos. En el Betis sí entró y encajó. Un buen medio centro, en esos tiempos en que asomaba la WM y se buscaban jugadores de esa posición que también pudieran hacer de defensa central. Ya cuajado en el Betis, Ramón Encinas, entrenador del Sevilla, se fija en él para ocupar la plaza de Andrés Mateo, al que una grave enfermedad le obliga a abandonar el fútbol. El Betis está en Segunda, ahogado de deudas. Antúnez es una presa apetecible. Estamos en la temporada 1945-46.

Las negociaciones se llevan con rapidez y se llega al acuerdo tras reunión de la directiva del Betis en el miércoles 23 de enero en casa del propio presidente, Eduardo Benjumea. Pero éste se ha dejado convencer sólo a medias, y a última hora decide no firmar el documento (que sí lleva la firma de otros directivos), lo que a medio plazo dará lugar al que quizá sea el más tremendo caso federativo de la historia de nuestro fútbol. El Sevilla paga por Antúnez 80.000 pesetas. Carlos Hernández, vicepresidente del Betis y hombre conocido en los medios mercantiles de la ciudad (y hombre de los números en el club, dicho sea de paso) afrontará toda la responsabilidad de la operación.

La noticia corre como la pólvora la mañana siguiente por Sevilla y pone en pie de guerra a los béticos, que se llenan de esperanza cuando saben que en el documento de traspaso no figura la firma de Eduardo Benjumea. Pero el Sevilla insiste en que el jugador es suyo, y que debutará el domingo en Chamartín, contra el Madrid. Antúnez, que ve muy mejorada su posición, se inclina por el Sevilla. El viernes, una multitud de béticos acude a la estación de Plaza de Armas para impedir la subida del jugador al expreso de Madrid. También acude, por orden de Benjumea, el secretario general del club, con un notario, para levantar acta de si Antúnez, que ha faltado al entrenamiento del Betis, sube al tren. Y no, el jugador no está en la expedición, con lo que el secretario y los aficionados vuelven relativamente tranquilos a casa. Pero luego se sabrá que Antúnez ha sido llevado por delante en automóvil hasta Córdoba, donde se unirá a la expedición del Sevilla.

La Federación Sur, presidida por Antonio Calderón, cuya filiación sevillista era vox pópuli, da por bueno el traspaso. El Betis recurre ante la Federación Española, que el sábado emite una nota, publicada en la prensa del domingo, en la que advierte al Sevilla que “declina toda responsabilidad en el mencionado club para el caso de que, producida la alineación del jugador, ésta no pudiera convalidarse mediante la posterior y necesaria aprobación de la transferencia”.

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Mucho miedo no debió de producir la advertencia en la directiva del Sevilla, que el domingo alinea a Antúnez en Chamartín, donde empatará a uno. El mismo día, el Betis recibe en casa al Nàstic de Tarragona y en las galerías de Heliópolis (nombre entonces del estadio del Betis) se instalan barreños para que los aficionados depositen dinero a fin de devolverle al Sevilla las 80.000 pesetas, de las que en realidad había tenido que disponer casi inmediatamente el club para pagar a sus jugadores, que llevaban tiempo sin cobrar, y a Viajes Marsans, de la que había recibido un grave ultimátum. Por supuesto, la cantidad que se recauda no es significativa.

La semana siguiente, la Federación fallará a favor del Sevilla, dando por bueno el traspaso de Antúnez, como ya barruntaban los béticos.

El estruendo fue tal que llegó hasta Radio Moscú, donde se trató el tema. En la emisión interviene Dolores Ibárruri, la Pasionaria. La operación Antúnez se presenta como un abuso más del club de las élites adineradas representantes del rancio latifundismo andaluz sobre el que concita las simpatías de la clase trabajadora y desprotegida. “…Una cacicada más cometida por la oligarquía contra las clases populares… y una injusticia cometida por un equipo capitalista contra otro proletario, abusando del poder que le otorga el Régimen Franquista…”.

El campeonato sigue, Antúnez va a jugar todos los partidos hasta el final y en la última jornada, en Les Corts, el Sevilla empata 1-1 un partido dramático y sale campeón. El título hubiera sido para el Barça caso de ganar los locales. El Sevilla regresa en triunfo a su ciudad, para mayor humillación de los béticos, que hasta ese momento eran el único equipo sevillano ganador de una Liga, la 1934-35. Durante al República, por cierto, lo que no dejaría de ser señalado por Radio Moscú.

Pero al poco de acabar la Liga llega la bomba. El Betis había recurrido a la Delegación Nacional de Deportes y ésta, tras estudiar el caso, ¡anula el traspaso! Antúnez tiene que volver al Betis. ¿Y qué hacemos con el campeonato del Sevilla? La Delegación Nacional de Deportes, tras nueva consulta, decide que el campeonato es válido, puesto que el Sevilla había obrado de buena fe al alinear a Antúnez, dado que la Federación Española había dado por bueno el traspaso.

Así que el Sevilla es campeón y Antúnez es del Betis. Dimite Javier Barroso, presidente de la Federación Española (luego sería presidente del Atlético de Madrid, cuya portería había defendido en su juventud), dimite el ya citado presidente de la Federación Sur, Antonio Calderón, que más adelante será gerente del Real Madrid y hombre de la máxima confianza de Santiago Bernabéu. Antúnez juega un amistoso con el Betis contra el Córdoba, pero el club verdiblanco se encuentra con que la anulación del traspaso le obliga a devolverle al Sevilla un dinero que gastó nada más ingresarlo. Tampoco el jugador ve bien quedarse en el Betis, en Segunda, ganando mucho menos de lo que podía percibir en el equipo campeón de Liga.

Incapaz de encontrar una solución, Eduardo Benjumea dimite. Se hace cargo del club uno de los vicepresidentes, Alfonso de la Torre, pero sólo durante quince días, en los que liquida el nuevo papeleo del traspaso.

El presidente de la Federación Española, el presidente de la Federación Sur, dos presidentes del Betis… Todos ellos cayeron en quince días por un caso del que se oyó hablar hasta en Moscú.

Un caso olvidado por muchos, pero que produjo la herida más profunda en las centenarias relaciones entre el Sevilla y el Betis.

Una manifestación por Carranza

Por: | 11 de noviembre de 2012

El Granada jugó la final de Copa de la temporada 1958-59, en el que todavía se recuerda como el día más glorioso en la historia del club. Aquella hazaña fue mérito de muchos, pero sobre todo de uno: el delantero y goleador Carranza, que había llegado al club como agua de mayo.

Carranza era argentino, hijo de toledano y argentina. Tras despuntar en Central Córdoba y Newell’s Old Boys, fichó por la Unión Española de Chile. Allí entusiasmó a Dionisio Cruz, un aragonés afincado en aquel país, que instó al Zaragoza a que lo fichara. Y el Zaragoza le fichó por el equivalente a 500.000 pesetas. Pero, una vez llegado a Zaragoza (diciembre de 1958), no hubo acuerdo sobre lo que debía cobrar. Y sin acuerdo seguían cuando el 11 de enero el Granada visitó Zaragoza. El Granada tenía un buen jugador chileno, Ramírez, al que Carranza visitó en la concentración y le contó su caso. Ramírez habló por él en el Granada, que encontró conveniente la incorporación para reforzar el ataque. Y pagó al Zaragoza las 500.000 pesetas del traspaso.

Y fue un éxito, y eso que el entrenador, Janos Kalmar, tardó en decidirse a alinearlo. Debutó en la vigésimoquinta jornada con un gol al Athletic que valió la primera victoria sobre los bilbaínos en la historia. Esos dos puntos sacaron al Granada del descenso automático. El Granada salvaría la permanencia tras promoción con el Sabadell, resuelta ya en el partido de ida con un 5-0, tres goles de Carranza. Pero entre el final de la Liga y esa promoción se iba a desarrollar algo mucho mejor: la fabulosa campaña del Granada en la Copa, que entonces se jugaba una vez acabada la Liga. Fue eliminando sucesivamente a Cádiz, Plus Ultra y Valencia (a éste con desempate en el Bernabéu) en una racha sensacional que llamó la atención en toda España por tratarse de un equipo amenazado por la promoción. La afición granadina discutía si era conveniente ese desgaste en la Copa, que al principio se consideraba estéril, si no sería mejor ahorrar fuerzas, caer cuanto antes y llegar más frescos a la promoción. Pero ocho goles de Carranza en siete partidos llevaron al equipo hasta la final. El desempate ante el Valencia, en el Bernabéu (3-1, con el inevitable gol de Carranza) enloqueció ya a toda la ciudad, que compró en masa entradas para la final. Autobuses, taxis, el tren… Todo fue poco.

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La final, la última en España que no se televisó, la ganó el Barça de H. H. por aplastamiento. Era un tremendo Barça, que había ganado la Liga y eliminado en semifinales al Real Madrid, que ese año mismo año ganaba su cuarta Copa de Europa. El Granada, nervioso, atacado de miedo escénico, perdía 2-0 en diez minutos, 4-1 al final. Ese día no marcó Carranza. Pero pronto se iba a desquitar, con los tres goles en la ida de la promoción ante el Sabadell.

Helenio Herrera, que había seguido la campaña de Carranza y había visto in situ el desempate de la semifinal ante el Valencia, tomó nota y pidió a su directiva tres fichajes: el portero Piris, el defensa Vicente y Carranza, el goleador. La directiva dejó enfriar la cosa (el Barça tenía fabulosos internacionales, españoles o extranjeros, en todas sus posiciones) pero a la vuelta del verano Helenio Herrera volvió a la carga con Carranza. Empezaba el curso con Tejada y Kocsis lesionados, Evaristo saliendo aún de una operación de rodilla y Kubala en baja forma. Además, el Barça tenía por delante una campaña con Liga, Copa, Copa de Ferias y Copa de Europa. Así que el miércoles previo al inicio de la Liga 59-60, llega una oferta de dos millones y medio más las cesiones de Flotats, Ribelles y Coll, a los que el Barça pagaría parte de su ficha para no exceder la escala del Granada. Jiménez Blanco, presidente granadino (primo hermano de que fuera presidente del Consejo de Estado en años de UCD), responde por telegrama ofreciendo un intercambio por Eulogio Martínez, gran delantero del Barça. En el club catalán no se dan por ofendidos, sino que mejoran la oferta: cuatro millones y medio millones y las cesiones antes ofrecidas. Ya es para pensárselo.

En eso se cruza el Madrid, que ofrece un pacto: obtener la opción sobre Carranza para un futuro a cambio de la cesión inmediata de Kaczas y, más adelante de Rial y Falín. Jiménez Blanco, que está hecho un lío, viaja en tren el viernes por la noche a Madrid y regresa el sábado. En la afición granadina, la puja entre los dos grandes eleva la pasión de las discusiones. Carranza es colocado a la altura de los Di Stéfano, Puskas, Evaristo, Kocsis, Kubala, Eulogio Martínez…

La decisión ha de tomarse antes de empezar la Liga.

El Granada, que va a recibir al Español (entonces se llamaba así), se concentra en el Hotel Kenia, en el Realejo, donde Carranza está con todos sin saber cuál será su destino final. Desde el jueves, los periódicos dan como posible titular a Mauri en su puesto. La misma mañana del domingo se reúne la directiva en el local social del club, en la calle Mariana Pineda, para decidir.

En la calle hay inquietud. La afición, de forma espontánea, se va dirigiendo a la sede del club, quizá para saber cuanto antes lo que ocurre. Diez, cincuenta, cien, quinientos, mil… Se desborda la calle, la multitud invade Reyes Católicos. El run-rún es absolutamente contrario al traspaso entre una afición que considera a Carranza la clave para que el club de la ciudad pueda meterse entre los grandes. La directiva llama a la policía, que toma las esquinas. Pero no hay forma humana de disolver aquello. A la hora convenida, las doce, telefoneó el Barça y la respuesta fue no. Enseguida corrió el rumor, pero muchos temían que fuera un engaño para disolverse y la directiva colgó una sábana de los balcones con la leyenda: “Carranza no será traspasado y jugará esta tarde frente al Español”. La multitud respiró satisfecha y se retiró.

Carranza jugó esa tarde y el Granada ganó por 1-0 con gol suyo. En San Mamés, por el contrario, Helenio Herrera no alineó ni a Flotats ni a Ribelles ni a Coll, seguramente porque esperaba hasta última hora por si se arreglaba la operación. En la Hoja del Lunes de Granada, el partido resuelto con gol de Carranza comparte los honores de la portada con la noticia de que el Lunik II soviético (no tripulado) alcanzó la luna.

Dos días después apareció Kaczas, que no pudo jugar porque el Granada ya tenía dos extranjeros, Ramírez y Szabo. De Falín y Rial nunca más se supo. Del interés del Madrid por Carranza no se oyó más. Los goles del delantero fueron a menos ese año, y a menos aún en la 61-62, que acabó con descenso del Granada. Entonces lo compró el Español por 500.000 pesetas.

Y en Granada quedó una coplilla, nacida en una caroca del Corpus a los pocos meses del fallido traspaso:
La protesta general / de la turba vocinglera / privó de Carranza a Herrera… / Y todo ha sido al final / el cuento de la lechera.

Ferrándiz ficha a un ‘globetrotter’

Por: | 04 de noviembre de 2012

A principios de los años sesenta, Santiago Bernabéu presentía que su glorioso equipo de fútbol se iba haciendo viejo y que inevitablemente perdería la hegemonía en Europa. Así que escuchó el consejo de Raimundo Saporta, que siempre sabía mirar unos años por delante. Sin demasiada inversión y ganando a los demás por la mano, se podía hacer un equipo campeón de Europa en baloncesto, que mantuviera en lo más alto el nombre del club. Saporta contaba además para eso con un técnico joven y audaz, quizá extremadamente audaz, llamado Pedro Ferrándiz. Le había confiado el equipo al final de una catastrófica campaña en la 58-59 y, tras una agresiva política de bajas y contrataciones, había hecho doblete de Liga y Copa en la 59-60 y 60-61. La segunda de las temporadas, había llegado incluso a la semifinal de la Copa de Europa, creación del propio Saporta. Ahí estaban ya los Emiliano, Sevillano y Sainz, y hasta un buen americano, Montgomery, traído de Trieste, pero Ferrándiz quería algo más. Pidió carta blanca a Saporta para hacer una contratación sensacional. Saporta se la dio. La tele asomaba ya en los hogares y era tentador meter en todas las casas de España un poco más de Real Madrid, ahora empaquetado en forma de baloncesto.

Y Ferrándiz se fue a Estados Unidos, en busca de no sabía qué. Se echó al bolsillo una insignia de oro y brillantes del club, por si le podía abrir alguna puerta. Como no sabía inglés ni tenía contactos allí se hizo acompañar de Carlos Pardo, célebre periodista barcelonés de la época (corresponsal en España de L’Equipe, entre otras cosas) y con grandes contactos en todas partes. Era, además de periodista, organizador de eventos deportivos. Trajo a España espectáculos tales como los Seis Días de Madrid, el Hollyday on Ice o los Globetrotters, que entonces causaban sensación.

Se dirigieron a Filadelfia, donde se iba a celebrar el gran encuentro anual de la NBA, que incluía una cena en homenaje a Bob Cousy, el mítico base de los Boston Celtics. Carlos Pardo tenía amistad con Eddie Gottlieb, propietario de los Warriors de Filadelfia, un supermillonario que vivía en un apartamento de 40 metros cuadrados. A Gottlieb le hizo gracia el afán de ese joven entrenador español y decidió colarle, junto a Carlos Pardo, en la cena oficial. Allí, ni corto ni perezoso, Ferrándiz solicitó el honor de imponerle a Bob Cousy la medalla de oro y brillantes del Real Madrid, afamado club de fútbol y baloncesto de España. La organización no puso pega y llegado el momento se anunció en el micrófono al Spanish coach Pedro Ferrándiz, que subió al estrado y le puso la insignia a Cousy, que por supuesto no sabía qué era el Real Madrid ni a qué venía aquello.

Higt
Ferrándiz y Hightower, en Estados Unidos. / DIARIO AS

Gottlieb, cada vez más divertido, decidió ayudarle con una buena sugerencia. “Está en la ciudad un buen jugador llamado Wayne Hightower, que no puede entrar en la NBA porque le faltan notas en su universidad. Alto, 2,03. Te puede interesar. Me parece que se ha comprometido con los Globetrotters. Lo que no sé es si ha firmado ya o no”. Lo de los Globetrotters le puso como una moto. Se movió por allí, se hizo con el teléfono y a la mañana siguiente estaba llamando a la puerta de un apartamento en las afueras.

Por suerte, Hightower vivía con un puertorriqueño que hizo de intérprete. En dos horas, Ferrándiz ya había convencido al jugador con una oferta de cinco mil dólares plasmada en un contrato que llevaba preparado, a falta de nombre y cantidad. Tuvo incluso la ocurrencia de bajar a la calle con un balón y colarse juntos en un imponente Cadillac descapotable para que el amigo puertorriqueño les hiciera una foto que luego utilizaría en España profusamente para agitar el fichaje.

Y se volvió con Hightower, tan feliz. Al poco de llegar, el Madrid jugó un torneo internacional en París, que ganó con una portentosa exhibición del flamante fichaje, 38 puntos en el primer tiempo, 56 en el partido completo. L’Equipe se desbordó en elogios y Saporta presumía orgulloso ante Bernabéu del vuelo que cogía la sección.

Pero en esas llegó una carta a las oficinas del Madrid, en la Calle Valenzuela, dirigida al mismísimo Bernabéu y firmada por Abe Saperstein, el propietario de los Globetrotters, en la que en tono indignado acusaba al Madrid de un acto de piratería internacional y anunciaba que si el funcionario del club que lo había perpetrado en persona, el que había dicho ser y llamarse Pedro Ferrándiz, volvía a poner pie en Estados Unidos, sería inmediatamente detenido en el primer aeropuerto que pisase. Bernabéu, tan cuidadoso de la imagen del Madrid, llamó a Saporta y Ferrándiz. Que le escucharon temblando:

—Esto lo han hecho ustedes y tienen que arreglarlo ustedes.

A continuación, Saporta se retiró a su despacho con Ferrándiz, que le escuchó temblando:

—Esto lo ha hecho usted y tiene que arreglarlo usted.

Y a Ferrándiz no se le ocurrió otra cosa que coger el toro por los cuernos: voló a Nueva York, donde comprobó con alivio que no le detenían en el aeropuerto, fue a Filadelfia, se presentó en el apartamento de Gottlieb y le mostró una copia de la carta. Gottlieb, que le había cogido verdadera simpatía, llamó a Saperstein para provocar un encuentro de disculpas. Ferrándiz acudió temblando, pero a Saperstein se le había pasado la ira, se había desahogado con la carta y la intervención de Gottlieb había acabado de aplacarle. Le tomó también cariño a ese muchacho que luchaba por implantar un deporte tan americano en la vieja Europa. Rompió la copia de la carta e invitó a ambos a pescar en una propiedad suya en Vermont.

A los cuatro días de partir regresó Ferrándiz y se presentó a Saporta:

—¿Qué ha pasado?
—Nada, fui a pescar con Saperstein y ya está todo arreglado.

Con Hightower, el Madrid repitió el doblete español y llegó a su primera final de la Copa de Europa. Fue en el curso de ese campeonato cuando Ferrándiz inventó la autocanasta, pasar salir de un apuro en Varese. La final la perdió el Madrid, en Ginebra, ante el Dinamo de Tbilisi. Resuelto su problema de notas, pudo por fin entrar en la NBA, a través de la franquicia de San Francisco.

Pero su sensacional aportación había contribuido al lanzamiento del Real Madrid de baloncesto que Ferrándiz pretendía. Y para el curso siguiente incorporaría otro americano de 2,03 que iba a durar más tiempo: Clifford Luyk. Con él llegarían las copas de Europa. 

El País

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