Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

Guillermo Gorostiza, el ‘George Best’ español

Por: | 16 de diciembre de 2012

Cuando el 24 de agosto de 1966 Gorostiza amaneció muerto en su cama del asilo de Santa Marina, en Santurce, la monjita que le atendía se sorprendió al ver que bajo su almohada había una pitillera de oro. Era su única propiedad en la tierra. Aquella fue la última noticia de Gorostiza, hoy olvidado. La anterior fue una película de Summers, estrenada poco tiempo antes, con el título de Juguetes Rotos. Gorostiza ya vivía en ese asilo, apartado de su familia, mujer y dos hijos. La suya fue, desde luego, una vida de película. Pero con final triste.

Guillermo Gorostiza fue el George Best español. Nacido en 1909 en Santurce, en una familia muy acomodada (su padre alcanzó a ser presidente del Colegio de Médicos de Vizcaya), fue un estudiante pésimo, sólo quería jugar al fútbol. Su padre, harto, acabó por sacarle del internado de Miranda de Ebro para meterle de aprendiz en La Naval. Tenía entonces 16 años.

Pero él se empeñaba en el fútbol y tras pasar por el Chávarri de Sestao y el Zugazarte, una especie de vivero del Arenas de Guecho, fichó por este club, uno de los grandes de la época. Jugó unos cuantos partidos en la llamada Liga Minimalista (un antecedente de la Liga, que jugaron sólo los que hasta la fecha había sido campeones de Copa), hasta que el padre se enteró y le mandó a Buenos Aires, con un tío suyo, a ver si sacaba provecho de él. Pero el tío encontró que el sobrino sólo se interesaba por las noches de tango, trago y bandoneón, y por jugar al fútbol en el parque. Y lo reexpidió hacia la Madre Patria, viaje que se tuvo que costear él mismo pintando la cubierta del barco. Cuando regresó estaba en edad militar y el padre le enroló en la Marina, con destino en la Base de El Ferrol. Aquello fue su felicidad, pues en cuanto le vieron jugar le rebajaron de todo. Tuvo la suerte de que su primer partido fue un amistoso contra el Español de Barcelona, y de marcarle un gol a Zamora. El Ferrol barrió con él en el Campeonato Regional y en la Copa eliminó al Alavés para luego caer ante el Athletic, que decidió ficharle… previo caso con el Arenas, que recordaba que dos años antes había pagado 150 pesetas por ese jugador que luego se les había fugado a Buenos Aires. No cedió hasta que el Athletic pagó 20.000 pesetas. Buen negocio para el Arenas. Tenía entonces 20 años.

Y también para el Athletic, que formaría una delantera mítica: Lafuente, Iraragorri, Unamuno (luego Bata), Chirri y Gorostiza. Mi padre me habló con frecuencia del terror que provocaba Gorostiza en Chamartín, donde un año el Athletic ganó 0-6. (el mismo año ganaron 12-1 al Barça en San Mamés). Gorostiza, apodado Bala Roja, era una rareza para la época, un heterodoxo, un adelantado a su tiempo: diestro, jugaba por la izquierda y en lugar de desbordar y centrar creaba el pánico con su veloz llegada en diagonal y su violento disparo de derecha. Viendo ahora a Cristiano Ronaldo recuerdo la descripción que me hacía mi padre de Gorostiza. Ganó cuatro de las siete Ligas que jugó con el Athletic hasta la Guerra (en dos fue subcampeón) y ganó también cuatro veces la Copa. En dos ocasiones fue máximo goleador de la Liga y en las demás anduvo cerca. Eso, jugando desde el extremo. Por supuesto, también fue estrella de la Selección Nacional, un equipo formidable en la época, que en el Mundial de 1934 vivió la aventura del doble partido (eliminatoria y desempate) ante la Italia de Mussolini, el equipo local. Gorostiza fue uno de los siete lesionados del primer partido que no pudieron jugar el segundo.

GOROSTIZA

Su afición al vino, al coñac y al despiste era ya legendaria por entonces. En la época, los futbolistas acudían por su cuenta al campo a los partidos de casa. Los aficionados madrugadores se podían encontrar a alguno de ellos en el tranvía, de camino al partido. Gorostiza solía llegar muy apurado, y por menos de nada con la colilla de un puro en la boca. Pero rendía. Sus compañeros le describían como un tipo encantador pero muy voluble, siempre dispuesto a dejarse llevar: “Si encontraba a alguien que iba a Misa y le decía ‘¿te vienes?’, pues se iba. Pero si se encontraba con alguien que iba a la taberna y le decía ‘¿te vienes?’, pues también se iba…”. Y claro, según por donde uno vaya es más fácil encontrar lo segundo que lo primero.

Formó parte de la Selección de Euskadi que hizo una gira por Europa durante la Guerra para recaudar fondos para el gobierno vasco. Tras nueve victorias, un empate y una derrota, el grupo vuelve a París, de donde salió. Para entonces, el País Vasco ya está en poder de Franco. Se organiza una segunda gira, por América, pero Gorostiza prefiere no acompañarles. Su bando era el franquista, así que pasó la frontera de Irún junto a Roberto Echevarría y el masajista Birichinaga. Tenía entonces 27 años.

Se casó (tendría dos hijos), y se enroló en el Tercio Requeté Ortiz de Zárate, donde participó en acciones de fuego en el frente de Teruel. Terminada la Guerra, vuelve al Athletic, al que del equipo de antes sólo le quedan Gárate, Oceja, Unamuno y Gorostiza, que es la estrella. Marca 16 goles en 21 partidos, resulta decisivo. Pero en los torneíllos que ha organizado el club en busca de nuevos jugadores asoma un tal Gaínza, de modo que se acepta una oferta del Valencia de 50.000 pesetas, cantidad astronómica en la cruda posguerra, por Bala Roja. Tenía entonces 31 años.

Ya en su primera temporada con los chés, tras un partido de Copa en Sevilla en el que el Valencia pasó de ronda, no apareció tras la consiguiente juerga. El equipo tenía el siguiente partido en Vigo y viajaron sin él. Ya en el campo, y todos en el vestuario, apareció el encargado de la puerta principal: “Oigan, hay ahí un pordiosero que insiste en que es Gorostiza. La verdad es que se le parece…”. Y era Gorostiza. Pidió perdón, jugó, y jugó bien. Ganó el Valencia 1-2. Fue autor del segundo gol (algún cronista le adjudica los dos). Semanas después llegó una reclamación de un Juzgado de Sevilla de 120.000 pesetas por daños provocados en una juerga, y que le achacaban a él. Pese a tan malos hábitos, jugó en el Valencia seis temporadas al máximo nivel, con dos títulos de Liga y otro de Copa. Fue la primera edad de oro del club ché, con otra delantera que se recita de memoria: Epi, Amadeo, Mundo, Asensi (luego Igoa) y Gorostiza. Se aguantó como titular en el extremo izquierdo, con su promedio goleador, hasta la final de Copa de 1947, en Montjuïc, cuando jugó su último partido en el Valencia. Luis Casanova, el presidente en la época (grandioso presidente), guardó siempre un gran recuerdo de él. En la despedida, Goros recibió como regalo una pitillera de oro con una inscripción muy cariñosa. Tenía entonces 37 años.

A partir de ahí, todo fue cuesta abajo en la rodada. Fichó por el Baracaldo, en Segunda, por el Trubia, en Tercera, finalmente por el Logroñés, en Tercera, como entrenador-jugador. De todas partes salió mal. Luego fue incapaz de mantener los ahorros, perdió a la familia, vivió de dar sablazos hasta que la gente le huía. Empeñó la pitillera…

En un arqueo en el Monte de Piedad, alguien encontró la pitillera con el nombre de Gorostiza y llamó al Athletic. Enrique Guzmán, presidente del club, la rescató y se la envió a Luis Casanova. Éste se hizo con la dirección de Gorostiza (ya en el asilo de Santa Marina) y se la envió, con algún dinero y el ruego de que la conservara.

Y cuando el 24 de agosto de 1966 amaneció muerto en su cama del asilo de Santa María en Santurce, la monjita que le atendía se sorprendió de que había bajo su almohada una pitillera de oro. Era su única posesión en la tierra. Tenía entonces 57 años.

Fermín dejó al Barça sin Liga

Por: | 09 de diciembre de 2012

Ahora que el Barça se va a enfrentar al Córdoba en la Copa, se recuerda que hace más de cuarenta años que no juegan entre sí. Tanto tiempo como el que lleva faltando el equipo andaluz de la Primera División. La última vez que jugaron fue sonada:

El Madrid había llevado bien la Liga 71-72 hasta el último mes y medio, cuando empezaron a fallarle las fuerzas y perdió tres salidas consecutivas. La primera pudo no considerarse grave, porque fue en el Camp Nou (1-0), y al fin y al cabo el Barça era el otro aspirante y a pesar de esa victoria quedaba a distancia prudencial, aunque se hacía con el goal average particular. Pero la siguiente salida, en el campo del ferocísimo Granada, también la perdió el Madrid, por 2-1. Amancio, que había tenido un rifirrafe en la primera vuelta, en el Bernabéu, con el ferocísimo Fernández, no acudió a ese partido. Fernández marcaría precisamente uno de los goles granadinos. Y dos semanas después el Madrid vuelve a perder, esta vez en A Coruña, por 1-0, gol de Cervera de penalti. Pirri, a su vez, falla ese día el primer penalti de su carrera, al estrellarlo en el palo. Ese mismo día el Barça gana en el Camp Nou al Burgos, 2-1.

Entonces se echan cuentas y resulta que el Madrid sigue dos puntos por delante a falta de dos jornadas, pero tiene que repetir salida, visitando nada menos que el Manzanares, donde le esperaba un Atlético que había ido de menos a más, estaba terminando la Liga fuerte y necesitaba los puntos para al menos ser cuarto e ir a la Copa de la UEFA. Después, el Madrid tendría que recibir al Sevilla, en riesgo de descenso. Por su parte, al Barça le quedaba una sencillísima salida a Córdoba, donde el equipo local estaba matemáticamente descendidísimo desde jornadas atrás, y luego recibir el último
día en el Camp Nou al Málaga, sin nada en juego. Entonces se concedían dos puntos por victoria. Si el Madrid perdía en el Manzanares, el Barça sería campeón ganando sus dos sencillos partidos.

El de esos días era un buen Atlético, campeón dos campañas antes y tercero en la última. Era el Atleti de los Rodri, Melo, Jayo, Ovejero, Calleja, Adelardo, Iglesias, Ufarte, Luis, Gárate, Alberto, Irureta, Salcedo, Orozco… Durante la semana se ve a un Bernabéu malhumorado, cuyas declaraciones tratan de levantar el ánimo decaído del madridismo: “¡Somos líderes y tenemos que andar por la calle escondiendo la cara!”. Por ese tiempo vivía casi siempre en Santa Pola, llevando el club a golpe de teléfono con Saporta y Antonio Calderón, pero esa semana tuvo que venir a Madrid, porque había adquirido el compromiso de recoger la F de Famoso, distinción que otorgaba cada año a alguna
personalidad el diario Pueblo, periódico de tarde que pertenecía a los sindicatos y que desapareció en la Transición, pero que entonces era el de más difusión de España, con diferencia. El acto, en el Hotel Wellington, muestra un Bernabéu malhumorado, que apenas atiende al derroche de elogios que le dedica Solís Ruiz, el secretario general del Movimiento, que es quien le pone la insignia.

También tiene que viajar a Barcelona, al entierro de un viejo amigo del alma, José Samitier, glorioso jugador del Barça antes de la guerra y en las dos últimas temporadas, del Madrid. Aquel entierro produce un encuentro y unas palabras de amistad entre el Madrid y el Barcelona, pero las espadas siguen en alto. En Navacerrada, donde el Madrid se concentra el viernes, hay pesimismo. Lo contrario se detecta en el bando Atlético, en El Escorial. Mientras, el Barça viaja confiado a Córdoba, entre el pronóstico general de que se acostará líder tras la penúltima jornada.

Los dos partidos son a la misma hora. Los dos aspirantes han primado al rival del otro. En el Manzanares hay un taquillazo, 15 millones, nuevo récord de recaudación en el fútbol madrileño. Muchos madridistas, que se hacen notar. En El Arcángel de Córdoba también hay un entradón, en una tarde muy calurosa, y muchísimos barcelonistas, procedentes en su mayoría de las zonas próximas. En el Córdoba juegan cedidos dos jóvenes que son promesas del Madrid: Fermín, un segundo punta fino y elegante, al que se acusaba de frío, y Del Bosque, hoy seleccionador nacional. El portero del Barça es el cordobés Reina (padre de nuestro internacional del Liverpool), nacido al gran fútbol en el propio Córdoba, al que defendió en Primera estando todavía en edad juvenil.

El Atlético sale en tromba y en 21 minutos se pone 2-0, goles de Alberto y Adelardo. El Madrid consigue a duras penas llegar al descanso 2-1, con un gol de Velázquez, pero se ve al Atlético superior. En Córdoba “las gafas siguen reinando en el marcador en el descanso”, dicen las radios, según la imagen tan explotada en la época. Siendo así, el Barça aún está un punto por detrás de Madrid. Pero cuando iban jugados nueve minutos de la reanudación, se produce la jugada de la temporada: Manolín Cuesta se cuela en el área entre Rifé y Zabalza y cae, emparedado según unos, en piscinazo según otros. En el Manzanares hay un momento de confusión cuando se retira el cero del casillero del Barça en el simultáneo, porque se piensa que han marcado el equipo blaugrana, y los atléticos estallan en júbilo; pero lo que se coloca en el hueco no es el 1 deseado por unos y temido por otros, sino el cuadro blanco con punto rojo que significa penalti en contra. Hay dos momentos de suspenso, nadie mira al campo, sino al marcador; finalmente, el operario retira el punto rojo, vuelve a poner el cero del Barça y tras un instante eterno retira el cero del Córdoba y coloca un 1. Los madridistas saltan de alegría. Inmediatamente, Gárate hace el 3-1 y aún habrá un cuarto gol, de Zoco en propia meta, en el minuto 85. Pero los madridistas, entre los que va corriendo el run-rún procedente de los que llevaron transistor (“Ha sido Fermín, ha sido Fermín…”) solo tienen ojos para el marcador simultáneo. Cuando por fin aparecen los rectángulos negros sobre el 1-0 que certifican el final del partido, hay algarabía madridista. Cuarta salida con derrota, sí, goleados por el Atlético, sí, pero aún con dos puntos de ventaja sobre el Barça. Bastará empatar en la última jornada en casa con el Sevilla.

El Barça regresa quejoso y dolido. Protesta el penalti, decidido por Pascual Tejerina, reclama otros dos que cree haber merecido a su favor al final del partido, se queja de la prima pagada por el Madrid, del vigor con que han jugado los cordobeses, pese a estar en Segunda. El lunes, la moviola dictamina que no fue penalti. Michels, entrenador del Barça, declara: “En esta primera temporada en el Barcelona, y por tanto en el fútbol español, he aprendido bastantes cosas, y entre ellas que nuestro equipo, el Barcelona, para ganar un título tendrá que imponerse con gran claridad…”.

En Madrid, Fermín, que ha recibido la máxima puntuación en todos los periódicos, es elevado a la categoría de héroe. La última jornada el Madrid gana 4-1 al Sevilla y el Barça, desmoralizado, pierde en casa ante el Málaga, con lo que no será ni segundo, puesto que cede al Valencia, sino tercero, a cuatro puntos del Madrid. Los cuatro puntos que dejó de ganar en las dos últimas jornadas y hubieran hecho campeón.

Fermín volverá al Madrid, donde no triunfará. El equipo de sus éxitos fue el Rayo, en el que jugó varias temporadas, y muy bien, en Primera. Ya no de segundo punta, como en sus prometedores inicios, sino de medio centro armador, al estilo del Xabi Alonso de hoy. Fue el primer agente de Raúl, cuando este apareció en el fútbol profesional.

Pero lo que le metió en la historia fue aquel penalti que le marcó en el minuto 54 a Reina en Córdoba, y que al final le valdría una Liga al Madrid. PeticionImagenCAW2AM71

Formación del Córdoba de la temporada 1971-72. De izquierda a derecha y de arriba abajo: Campos, López, Torres, Sanchís, Rodri, Tejada, Rojas, Fermín, Causanilles, Del Bosque y Manolín Cuesta. AS

¡Carmelo de delantero centro!

Por: | 02 de diciembre de 2012

Ferdinand Daucik, Fernando Daucik entre nosotros, nació en el Imperio Austrohúngaro. Lo consigno porque es el único señor que he tratado venido al mundo bajo el imperio de Francisco José. Su localidad de nacimiento, la tranquila Sahy, a orillas del Ipel, fue luego Checoslovaquia, hoy es Eslovaquia. Su padre había sido futbolista, sus hermanos lo fueron, y él también. Empezó de delantero, pero cuando llegó al Slavia Bratislava se vio obligado a jugar de defensa y triunfó. En esa posición fue internacional en los Mundiales de 1934 y 1938. Tras la guerra, y cuando ya era entrenador, fue uno de tantos que se fugaron, como pudieron, en busca del profesionalismo del fútbol de la Europa Occidental. Fue el entrenador del Hungaria, el equipo de prófugos en el que jugaba Kubala (casado con la hermana menor de Daucik) y que tan grandes exhibiciones dio. Cuando el Barça fichó a Kubala, éste impuso a su cuñado como entrenador. Y como no era cosa de decirle que no…

Y Daucik fue un éxito. Bajo su mano, el Barça ganó en cuatro años dos Ligas, tres Copas y una Copa Latina, entre otros trofeos. Aquel fue el Barça de las Cinco Copas, el de la delantera que cantó Serrat. Y ya ahí lució una habilidad que luego se haría célebre: la de encontrar para determinados jugadores un puesto distinto del que habían ocupado hasta su llegada. A Seguer, interior derecho, le bajó a defensa derecho; a Gracia, extremo izquierda, le bajó a defensa lateral de ese lado. Los dos fueron internacionales en sus nuevos puestos.

Del Barça saltó al Athletic de Bilbao, que necesitaba una renovación tras el declive de la fenomenal generación de los Zarra, Iriondo, Panizo y demás, de los que ya sólo quedaba verdaderamente en pie Gaínza. Un gran equipo se había hecho viejo. El Athletic fue a por Daucik, que pronto hizo de las suyas. Con Mauri, un extremo derecha, y Maguregui, interior izquierdo, hizo una línea media legendaria. También iría tirando para arriba de jugadores jóvenes, hasta conformar un equipo nuevo que sale tercero en la Liga y recupera la Copa. Con más genialidades: en la semifinal, ante el Barça, se lesiona Canito, al que deja arriba, de palomero. Arteche, fenomenal extremo derecha, cubre el puesto de lateral izquierdo. Canito, falto de atención de los defensores, marcará un celebérrimo gol del cojo, suerte ya desaparecida por los cambios. Arteche secará perfectamente a Basora. Tan fue así que en la final, ante el Sevilla, Daucik insiste no sin escándalo en repetir a Arteche como defensa izquierdo, dejando su puesto (del que también era propietario en la selección) a Azcárate, un batallador del medio campo. El Athletic gana 1-0 y es campeón.

CARMELO
Carmelo. /DIARIO AS

En San Mamés, los clásicos empiezan a torcer el gesto ante nuevas originalidades de Daucik, que en su segunda temporada llega a alinear a Garay como extremo ante Las Palmas. Garay era un central imponente, con la calidad de los líberos de 30 años más tarde, pilar de la parte de atrás del equipo. La primera vez que Garay sale de extremo marca dos goles a Las Palmas: “Saco en cada partido el equipo más idóneo”, explica Daucik, que disfruta con la polémica. Le avalan los resultados: “El primer año ganaremos la Copa, el segundo ganaremos la Liga y la Copa”. Y cumple. El segundo año, en el que ha permitido que Iriondo, Zarra y Panizo pasaran al Indauchu, en Segunda, gana la Liga y la Copa, ésta con final en Madrid ante el Atlético. Y con todos en su sitio, con una alineación que aún se repite de memoria: Carmelo; Orúe, Garay, Canito; Mauri, Maguregui; Arteche, Marcaida, Arieta, Uribe y Gaínza. El Athletic de ese año es tan grande que se da el caso de que el partido en Vitoria ha de aplazarse un día, porque acude tanto público al campo del Alavés que las gradas desbordan y es imposible jugar.
El tercer curso empieza bien, con el Athletic presente, como campeón de Liga, en la segunda edición de la Copa de Europa. (El Madrid también participa, como campeón de la primera). El Athletic elimina sucesivamente a Oporto y Honved (el de Puskas, Kocsis y Czibor) y en cuartos gana 5-3 al Manchester United en un San Mamés nevado, en tarde inolvidable. Pero a la vuelta pierde 3-0 y Daucik ha vuelto a hacer de las suyas, alineando a Etura (central o medio defensivo) de delantero centro. Decepción. El Athletic sale tocado. Nuevos experimentos (otra vez Garay de siete) y el equipo se retrasa en la Liga, que pasa de comandar a acabar cuarto. Y en la Copa, cae a la primera, ante el Espanyol. Derrota por 3-0 en Sarrià y empate a cero a la vuelta en San Mamés, con Garay este día como delantero centro. El aficionado está ya que echa humo con tanto experimento.

El club consume lo que queda hasta las vacaciones de verano con varios amistosos. El 30 de mayo, el mismo día que el Madrid juega (y gana) la final de la segunda Copa de Europa ante el Fiorentina en el Bernabéu, San Mamés recibe al Burnley, inglés. La idea es probar a algunos elementos nuevos: el defensa Sertucha, el medio Santamaría, los extremos Julito y Bilbao. Al descanso se llega 1-3. Hay varios cambios. Carmelo, el entusiasta y queridísimo portero del equipo, que le disputa el puesto de la selección a Ramallets, deja su sitio a Lezama. Hasta ahí todo bien. Se queda en el banquillo, por si su sustituto se daña y hay que salir. Pero el que se lastima, a 10 minutos del final, es Canito, que no puede seguir. Daucik le pide a Carmelo que baje al vestuario para que alguno de los que ya se han retirado vuelva y juegue lo que queda. Carmelo baja, pero todos están duchados y vestidos, así que regresa y se ofrece. Daucik dice que sí y allá que sale Carmelo, con el 11, para jugar primero de extremo derecha (Bilbao, que estaba en esa posición, baja al lateral izquierdo) y finalmente de delantero centro.
Aquello ya es demasiado. El Burnley marca el quinto. Entre el 1-5 y el espanto de ver al mismísimo Carmelo, santo y seña de la portería, pasando afanes como delantero centro y con el número 11 a la espalda, San Mamés juzga que ya ha aguantado bastante y la repulsa a Daucik es unánime. El día siguiente es fulminantemente destituido.

No se arredró. En su siguiente club, el Atlético de Madrid, bajaría al delantero Callejo a defensa, haría con otros dos, los jovencísimos Peter y Chuzo, una estupenda línea media, y con la lesión de Peter bajaría a ese puesto al goleador Rafa. Y de Rivilla, interior derecho, y Calleja, interior izquierda, haría la pareja de laterales para muchos años, en el Atlético y en la selección, con la que ganarían la final de la Eurocopa de 1964.

Eso sí: nunca más se atrevería a colocar a un portero como delantero. La repetición de tal osadía quedó reservada para Javier Clemente, que el día de autos era un niño de Barakaldo de siete años, y que en 1996, siendo seleccionador nacional, hizo debutar al meta Molina como extremo izquierda ante Noruega. Pero esa es otra historia.

El País

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