Eran los octavos de la II Copa de Europa. El Madrid participaba en ella como campeón de la primera. El campeón de Liga había sido el Athletic de Bilbao, que eliminaría al Honved para después caer ante el Manchester, tras aquel famoso partido de la nieve. Eran los octavos de final, decía, pero era la primera eliminatoria para el Madrid que, como campeón, fue exento de los dieciseisavos. El rival, el Rapid de Viena, un equipo sólido con dos jugadores, el central Happel y el medio Hannapi, de fama mundial. Pura escuela del Danubio, donde entonces se cocía lo mejor del fútbol europeo. Happel pasaba entonces por ser el jugador con mejor pegada a balón parado del mundo. El partido de ida, en Chamartín, lo había ganado 4-2 el Madrid, en una gran tarde, de modo que viajó en cierto modo optimista a Viena.
Se juega en el Prater, a poca distancia de la noria que hizo célebre Orson Welles en El Tercer Hombre. Es el 14 de noviembre de 1956 y hace mucho frío. El Madrid se entrena la noche anterior con luz artificial, que le es extraña. Entonces, ningún campo español tiene luz artificial, aunque ya hay proyecto para iluminar el Bernabéu, cosa que se hará esa primavera. Pero para entonces el Madrid no está habituado ella. Ha jugado así la final del Parque de los Príncipes del año anterior, los partidos de Caracas en la Pequeña Copa del Mundo, algún amistoso… El Madrid ha viajado con tres bajas sensibles: Rial, que está pasando una grave y larga lesión; Santisteban, el flamante pero frágil medio que ha arrinconado a Muñoz, y Marquitos, con una lesión que los médicos no encuentran y que la afición recela si no tendrá que ver con su demanda de mejora económica. En definitiva, al Prater saltan: Alonso; Atienza, Oliva, Lesmes; Muñoz, Zárraga; Joseíto, Kopa, Di Stéfano, Marsal y Gento.
El partido empieza con un Rapid volcado y agresivo. En el minuto cuatro se produce una escena espantosa: un plantillazo a la altura de la rodilla del delantero centro, Dienst, le abre una herida tremenda al central Oliva. Sangra una barbaridad, el hueso queda a la vista. Le tienen que retirar. Él pide que le venden y salir, pero es implanteable. Le llevan a un hospital con cornada de pronóstico reservado. El Madrid tendrá que jugar con 10. Lesmes pasa a central, Zárraga se coloca de lateral izquierdo, Joseíto baja a la media, con Di Sféfano y Muñoz.
Inmediatamente, en el minuto cinco, Happel coloca un tremendo tiro libre desde 40 metros: 1-0. El Rapid empotra al Madrid: un tiro al larguero, una parada de Alonso, dos paradas de Alonso, tres paradas de Alonso… En una de esas, se arroja a pies de Dienst y sale con la mano muy dolorida. En realidad, con el metacarpiano fracturado. Pero entonces no se permitían los cambios; en Copa de Europa, ni el del portero por lesión. Tendrá que jugar a una mano. El Madrid es un temblor en su área: otro tiro al larguero, un balón que saca Lesmes de cabeza en la raya, otro Joseíto, Alonso parando o despejando a una mano… Milagrosamente, en el minuto 35 aún no ha habido más goles. Es entonces cuando Joseíto corta un balón con la mano, pensando, equivocado, que tras él no estaba Alonso, que sí estaba. Penalti. Happel lanza violentamente, por el centro, un tiro de esos que si alcanzan al portero lo revientan. 2-0. Cinco minutos después, golpe franco contra el Madrid, a unos 10 metros del área. Otra vez el terrible cañonazo de Happel, que toca en la cabeza de Muñoz y se cuela. 3-0.
El meta madridista Alonso despeja con la mano izquierda, tras lesionarse la derecha, ante el Rapid. / AS
El Madrid se retira al vestuario eliminado y amilanado. Ahí se enteran de que Oliva ha sido trasladado al hospital, lo que no levanta el ánimo. Son 10, nueve y medio, ateridos de frío, eliminados, acobardados, barridos. De golpe se abrió la puerta del vestuario y apareció la figura imponente de Bernabéu. Y empezó a gritar, mientras daba golpes en la puerta con su sombrero, sostenido por la mano izquierda a la altura de la cadera. Sus palabras atronaban en la pequeña sala:
—¡Mujerzuelas! ¿Qué hacen ustedes ahí, lloriqueando? ¡Me da vergüenza verles, pero más vergüenza me ha dado verles ahí fuera! ¿Saben cuántos trabajadores españoles hay ahí, saben que algunos han venido de lejos, saben que mañana se van a burlar de ellos, saben los sacrificios que hace esa gente para mandar a España las divisas? ¡Son ustedes indignos de todo eso! ¡Mujerzuelas!—
Zárraga, capitán, se ve obligado a tomar la palabra por todos:
—Don Santiago… No creo que sea justo… Estamos haciendo lo que podemos…—
—¡Tú cállate, que esto no va por ti!—
Y reemprendió la filípica en los mismos términos:
—¡Y si les queda algo de vergüenza, salgan ahí y compórtense como hombres!—
Y se fue, pegando un portazo que casi descuadra la puerta.
Hablan. Se reorganizan. Y el Madrid sale de otra forma. Joseíto se coloca de lateral izquierdo, Zárraga vuelve a la media, donde se hace cargo del interior Riegler, que les estaba volviendo locos. Di Stéfano, aturdido todo el primer tiempo, toma el control del partido. Al tiempo, el Rapid, respaldado en su 3-0, se toma las cosas con más calma. El partido es equilibrado. En el minuto 60, un centro de Kopa al área es disputado de cabeza por Marsal y Happel, el balón sale rebotado hacia arriba y Di Stéfano llega embalado, grita a Marsal ¡apartaaaa!, gira, salta y empalma una chilena impecable. 3-1.
El Rapid trata de rehacer la tormenta, pero ya no es lo mismo. El Madrid está más organizado y ha recobrado el valor. Di Stéfano, dueño de la situación, sabe enfriar el partido, combinando con un Kopa reactivado. Aún así, hay otros tres golpes francos de Happel que ponen los pelos de punta. Pero todo queda en el 3-1. No hay valor preferente de los goles fuera, así que habrá un desempate.
Al final del partido aparece otra vez Bernabéu en la caseta:
—Retiro todo lo que dije antes. Son ustedes unos tíos—.
El desempate fue en Madrid por otra maniobra hábil de Bernabéu, ejecutada por Saporta. El Madrid propuso París o Ginebra; el Rapid, Bruselas o Ámsterdam. Durante siete horas no hubo acuerdo. Entonces el Madrid propuso que o en Viena o en Madrid. Pero que si era en Madrid ofrecía el 60 % de la taquilla al rival, descontados gastos de propaganda, billetaje y estancia. El Bernabéu tenía una capacidad muy superior al Prater y la oferta era tentadora. El Rapid aceptó. El desempate lo ganó el Madrid 2-0. Otro partido de aúpa.
La vida siguió. Alonso no pudo volver hasta el día de Reyes. Oliva, con 12 puntos de sutura en la rodilla, devolvió el puesto a Marquitos, que se curó de golpe. Y el Madrid ganó esa segunda Copa de Europa. Y luego la tercera, la cuarta y la quinta, en una serie todavía inigualada. Nunca más, en tan largo ciclo, estuvo tan cerca de la eliminación como aquella noche en Viena.
Aquel fue el día en que nació la Santiaguina.