Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

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El día que nació la ‘Santiaguina’

Por: | 28 de abril de 2013

De golpe, la puerta del vestuario del Prater de Viena se abrió con estrépito. En el umbral apareció la imponente figura de Santiago Bernabéu. Los jugadores del Madrid, abatidos por la tunda del primer tiempo, le miraron atemorizados.

Eran los octavos de la II Copa de Europa. El Madrid participaba en ella como campeón de la primera. El campeón de Liga había sido el Athletic de Bilbao, que eliminaría al Honved para después caer ante el Manchester, tras aquel famoso partido de la nieve. Eran los octavos de final, decía, pero era la primera eliminatoria para el Madrid que, como campeón, fue exento de los dieciseisavos. El rival, el Rapid de Viena, un equipo sólido con dos jugadores, el central Happel y el medio Hannapi, de fama mundial. Pura escuela del Danubio, donde entonces se cocía lo mejor del fútbol europeo. Happel pasaba entonces por ser el jugador con mejor pegada a balón parado del mundo. El partido de ida, en Chamartín, lo había ganado 4-2 el Madrid, en una gran tarde, de modo que viajó en cierto modo optimista a Viena.

Se juega en el Prater, a poca distancia de la noria que hizo célebre Orson Welles en El Tercer Hombre. Es el 14 de noviembre de 1956 y hace mucho frío. El Madrid se entrena la noche anterior con luz artificial, que le es extraña. Entonces, ningún campo español tiene luz artificial, aunque ya hay proyecto para iluminar el Bernabéu, cosa que se hará esa primavera. Pero para entonces el Madrid no está habituado ella. Ha jugado así la final del Parque de los Príncipes del año anterior, los partidos de Caracas en la Pequeña Copa del Mundo, algún amistoso… El Madrid ha viajado con tres bajas sensibles: Rial, que está pasando una grave y larga lesión; Santisteban, el flamante pero frágil medio que ha arrinconado a Muñoz, y Marquitos, con una lesión que los médicos no encuentran y que la afición recela si no tendrá que ver con su demanda de mejora económica. En definitiva, al Prater saltan: Alonso; Atienza, Oliva, Lesmes; Muñoz, Zárraga; Joseíto, Kopa, Di Stéfano, Marsal y Gento.

El partido empieza con un Rapid volcado y agresivo. En el minuto cuatro se produce una escena espantosa: un plantillazo a la altura de la rodilla del delantero centro, Dienst, le abre una herida tremenda al central Oliva. Sangra una barbaridad, el hueso queda a la vista. Le tienen que retirar. Él pide que le venden y salir, pero es implanteable. Le llevan a un hospital con cornada de pronóstico reservado. El Madrid tendrá que jugar con 10. Lesmes pasa a central, Zárraga se coloca de lateral izquierdo, Joseíto baja a la media, con Di Sféfano y Muñoz.

Inmediatamente, en el minuto cinco, Happel coloca un tremendo tiro libre desde 40 metros: 1-0. El Rapid empotra al Madrid: un tiro al larguero, una parada de Alonso, dos paradas de Alonso, tres paradas de Alonso… En una de esas, se arroja a pies de Dienst y sale con la mano muy dolorida. En realidad, con el metacarpiano fracturado. Pero entonces no se permitían los cambios; en Copa de Europa, ni el del portero por lesión. Tendrá que jugar a una mano. El Madrid es un temblor en su área: otro tiro al larguero, un balón que saca Lesmes de cabeza en la raya, otro Joseíto, Alonso parando o despejando a una mano… Milagrosamente, en el minuto 35 aún no ha habido más goles. Es entonces cuando Joseíto corta un balón con la mano, pensando, equivocado, que tras él no estaba Alonso, que sí estaba. Penalti. Happel lanza violentamente, por el centro, un tiro de esos que si alcanzan al portero lo revientan. 2-0. Cinco minutos después, golpe franco contra el Madrid, a unos 10 metros del área. Otra vez el terrible cañonazo de Happel, que toca en la cabeza de Muñoz y se cuela. 3-0.

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El meta madridista Alonso despeja con la mano izquierda, tras lesionarse la derecha, ante el Rapid. / AS

El Madrid se retira al vestuario eliminado y amilanado. Ahí se enteran de que Oliva ha sido trasladado al hospital, lo que no levanta el ánimo. Son 10, nueve y medio, ateridos de frío, eliminados, acobardados, barridos. De golpe se abrió la puerta del vestuario y apareció la figura imponente de Bernabéu. Y empezó a gritar, mientras daba golpes en la puerta con su sombrero, sostenido por la mano izquierda a la altura de la cadera. Sus palabras atronaban en la pequeña sala:

—¡Mujerzuelas! ¿Qué hacen ustedes ahí, lloriqueando? ¡Me da vergüenza verles, pero más vergüenza me ha dado verles ahí fuera! ¿Saben cuántos trabajadores españoles hay ahí, saben que algunos han venido de lejos, saben que mañana se van a burlar de ellos, saben los sacrificios que hace esa gente para mandar a España las divisas? ¡Son ustedes indignos de todo eso! ¡Mujerzuelas!—

Zárraga, capitán, se ve obligado a tomar la palabra por todos:

—Don Santiago… No creo que sea justo… Estamos haciendo lo que podemos…—
—¡Tú cállate, que esto no va por ti!—

Y reemprendió la filípica en los mismos términos:

—¡Y si les queda algo de vergüenza, salgan ahí y compórtense como hombres!—

Y se fue, pegando un portazo que casi descuadra la puerta.

Hablan. Se reorganizan. Y el Madrid sale de otra forma. Joseíto se coloca de lateral izquierdo, Zárraga vuelve a la media, donde se hace cargo del interior Riegler, que les estaba volviendo locos. Di Stéfano, aturdido todo el primer tiempo, toma el control del partido. Al tiempo, el Rapid, respaldado en su 3-0, se toma las cosas con más calma. El partido es equilibrado. En el minuto 60, un centro de Kopa al área es disputado de cabeza por Marsal y Happel, el balón sale rebotado hacia arriba y Di Stéfano llega embalado, grita a Marsal ¡apartaaaa!, gira, salta y empalma una chilena impecable. 3-1.

El Rapid trata de rehacer la tormenta, pero ya no es lo mismo. El Madrid está más organizado y ha recobrado el valor. Di Stéfano, dueño de la situación, sabe enfriar el partido, combinando con un Kopa reactivado. Aún así, hay otros tres golpes francos de Happel que ponen los pelos de punta. Pero todo queda en el 3-1. No hay valor preferente de los goles fuera, así que habrá un desempate.
Al final del partido aparece otra vez Bernabéu en la caseta:

—Retiro todo lo que dije antes. Son ustedes unos tíos—.

El desempate fue en Madrid por otra maniobra hábil de Bernabéu, ejecutada por Saporta. El Madrid propuso París o Ginebra; el Rapid, Bruselas o Ámsterdam. Durante siete horas no hubo acuerdo. Entonces el Madrid propuso que o en Viena o en Madrid. Pero que si era en Madrid ofrecía el 60 % de la taquilla al rival, descontados gastos de propaganda, billetaje y estancia. El Bernabéu tenía una capacidad muy superior al Prater y la oferta era tentadora. El Rapid aceptó. El desempate lo ganó el Madrid 2-0. Otro partido de aúpa.

La vida siguió. Alonso no pudo volver hasta el día de Reyes. Oliva, con 12 puntos de sutura en la rodilla, devolvió el puesto a Marquitos, que se curó de golpe. Y el Madrid ganó esa segunda Copa de Europa. Y luego la tercera, la cuarta y la quinta, en una serie todavía inigualada. Nunca más, en tan largo ciclo, estuvo tan cerca de la eliminación como aquella noche en Viena.

Aquel fue el día en que nació la Santiaguina.

El NO-DO no quería jaleos

Por: | 21 de abril de 2013

El domingo 22 de abril de 1951 Sevilla era un hervidero. En plena Feria de Abril, el mismo día que en La Maestranza iban a torear Litri, Julio Aparicio y Manolo González, se decidía en el viejo campo de Nervión el título de Liga entre el Sevilla y el Atlético de Madrid. Era la última jornada de la Liga más larga de las jugadas hasta entonces, la primera con 16 equipos. El campeonato se iba a resolver por fin, tras un mano a mano apasionante entre el Sevilla y el Atlético, que durante toda la segunda vuelta se habían alternado en el primer puesto. El Atlético llegaba con dos puntos más. Le bastaba empatar. Pero si ganaba el Sevilla, sería campeón por goal average.

El Sevilla se concentra desde el lunes en Aracena, para huir de la Feria. El Atlético viaja el miércoles y dormirá en Carmona. Lo entrena Helenio Herrera, el Mourinho de la época. Con diferencia, el mejor entrenador, pero también el más polémico. Y gran manejador de las tensiones. Se pasa la semana diciendo que el Atlético ganará seguro.

Por una vez en plena Feria, en Sevilla se habla más de fútbol que de toros. Es un tiempo, además, en el que el Betis malvive en Tercera y todo el plano lo acaparan los blancos. Se llega a ofrecer un palco de la Maestranza, de seis localidades, para sábado y domingo, por dos tribunas para el partido.

El encuentro está fijado para las cinco de la tarde (la corrida ha tenido que ceder y se celebra por la mañana). Nervión revienta. Toda la mañana hay un tumulto en la calle de gente que pretende una entrada. Los que pueden, se cuelan.

Los equipos llegan al poco de pasar las tres de la tarde. En los vestuarios hay nerviosismo. El Atlético, campeón en la campaña anterior, no deja de sentirse afectado por la pasión. Entonces Helenio Herrera decide hacer una de sus jugarretas más comentadas: sale al campo media hora antes del partido, él solo (lo del calentamiento fuera no se llevaba entonces). Manos en los bolsillos, mira de un lado a otro, se pasea. Se organiza un tremendo griterío. No se inmuta. Con aire de paseante, da una vuelta al campo, aunque a una distancia prudencial de la grada, todo hay que decirlo. El estruendo de la bronca sacude la ciudad. Luego, entra en el vestuario:

—Ya podéis salir, chicos. Les he dejado roncos.

Y salen los dos equipos. El Sevilla, al que entrena una vieja leyenda del club, Guillermo Campanal, sale con Busto; Guillamón, Antúnez, Campanal II; Alconero, Enrique; Oñoro, Arza, Araujo, Doménech y Ayala. Por el Atlético: Domingo; Tinte, Aparicio, Lozano; Silva, Mújica; Estruch, Ben Barek, Pérez Payá, Carlsson y Escudero. Arbitra Ramón Azón Romá, del Colegio Catalán.

En el minuto siete de la segunda mitad, con 1-1 en el marcador, cuando el Atlético había serenado su juego y más seguro parecía sentirse, llega la jugada de la que se hablará por años: un ataque del Sevilla muere a pies de Silva, que pretende retrasar el balón a su meta, Marcel Domingo; pero aparece Ayala como un rayo, se lo arrebata, lo persigue hasta la línea de fondo y allí centra para que Araújo marque a puerta vacía. Azón concede el gol, pero en eso observa a Lozano que está hablando con Lucas Saz, el linier del ataque del Sevilla, que ha permanecido en su sitio. Tras una consulta, decide anularlo. El linier le dice que el balón ya había salido cuando Ayala centró.

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Ayala centra el balón sobre la línea de fondo en el Sevilla-Atlético que cerró la Liga de 1951. / as

Así que 1-1. El partido sigue con nerviosismo, pasión en la grada y ocasiones por los dos lados. Campanal II (sobrino del entrenador y mítico defensa que jugó en el equipo 16 años) aún lamenta hoy un zurdazo que se le fue alto, a la salida de un córner. Todo el Sevilla acaba volcado, expuesto a contraataques, peor no hay más goles.

Al final del partido, Helenio Herrera es alzado a hombros por sus jugadores, pero la piña se tiene que disolver rápidamente cuando saltan más y más espectadores al campo con aviesas intenciones. El linier Lucas Saz es protegido por la policía en su retirada. Su cara es la imagen viva del pánico. A la salida, el autocar del Atlético será alcanzado por un ladrillo, que romperá un cristal y herirá a Estruch en la cabeza.

La queja de los sevillistas es unánime: todos afirman que el balón no había salido. “No sabía que un campeonato de Liga lo pudiese decidir un linier”, clama Araujo. Se hace hincapié en que Azón había concedido el gol y luego se había echado atrás. En este punto están de acuerdo todos los cronistas, los de Madrid y los de Sevilla. En lo que no hay acuerdo es en si el linier había levantado el banderín en la jugada o si había sido la posterior protesta de Lozano lo que le hizo invalidar la jugada. La prensa del día siguiente no presenta ninguna imagen concluyente y todo quedaba a la espera de ver si el NO-DO había captado la jugada. El NO-DO siempre ofrecía reportajes de los grandes partidos. Los resúmenes tardaban unos días en salir y eran esperados con el mayor interés por la afición, en aquel tiempo sin televisión.

El Sevilla reclamó a la Federación e hizo público un escrito durísimo dirigido a Azón, al que acusó de producirle al Sevilla “el perjuicio deportivo y moral más grande de cuantos pudo sufrir este club en sus 46 años de vida. No le extrañará, pues, que esto quede en nuestra memoria como un suceso lamentable que jamás olvidaremos”. También envía a la Federación sacas con miles de cartas-protesta de aficionados.

El sábado siguiente, día 28, la última página de Marca mostraba una secuencia de la jugada. Siete imágenes, todas con Ayala ya en la raya. La página gráfica iba acompañada de una explicación poco creíble: las fotos habrían llegado en un sobre enviado por un “espontáneo y anónimo aficionado” que habría captado las imágenes “segundo a segundo”. Pero la acción mostrada en los siete fotogramas no duraba en sí ni un segundo. Ninguna cámara de la época (el motor no apareció hasta lustros después) podría haber hecho eso. Se trataba, sin duda, de una filmación. Por otro lado, la interpretación de la jugada quedaba confiada, en el propio texto, al aficionado, al que se recomendaba el uso de la lupa. Y de verdad, es diabólico, porque cuando Ayala alcanza el balón éste no rueda por el suelo, sino que está como un palmo en alto. La sombra se proyecta algo sobre la raya, pero las sombras de Ayala, Domingo y Tinte, que aparecen en la jugada, están en leve diagonal con la raya, de modo que el balón bien podía estar fuera aunque la sombra rozara a ésta.

NO-DO apareció por fin la semana siguiente. Es el NO-DO Número 434 B (solía estrenar dos por semana) con fecha del 30-04-1951, el lunes siguiente al partido. Hay un resumen bien filmado, pero la jugada no está. A veces faltaban acciones, porque pillaban la cámara cambiando el rollo. Ese pudo ser el caso del gol válido del Sevilla, que tampoco está en el resumen. Pero viendo alguna toma del gol del Atlético, en la primera parte, en la portería Norte, se observa que el punto de filmación es el mismo de la misteriosa e imposible secuencia “del espontáneo y anónimo aficionado”. ¿Qué había pasado? Pues que en esos años NO-DO evitaba emitir las jugadas polémicas, para evitar discusiones en los cines. Pero ante la trascendencia de ésta, y dado que NO-DO y Marca dependían ambos de la Secretaría General del Movimiento, se decidió que lo más acertado sería publicar la secuencia en el diario deportivo. Y más habida cuenta de que, según quién mirara la fotografía, se podía defender que el balón había o no había salido. Y así, todos contentos y paz en los cines.

‘La Gaceta’ declara ‘non grato’ a Di Stéfano

Por: | 14 de abril de 2013

... Joseíto, Kopa, Rial y Gento, con el delantero centro de costumbre. O bien: Joseíto, Rial, El Nueve, Puskas y Gento. O así: Herrera, Didí, el delantero centro, Puskas y Gento. De esta forma remataba en sus informaciones la alineación del Real Madrid el diario bilbaíno La Gaceta del Norte, a finales de los cincuenta y principios de los sesenta. El nombre omitido, lo habrán adivinado, era el de Di Stéfano, que no apareció en el diario durante más de cuatro años. La Gaceta ya no existe, se la llevó la Transición, pero entonces era uno de los grandes periódicos de España. Vendía 150.000 ejemplares y llegó a tener hasta 10 ediciones, que se extendían por la cornisa cantábrica desde Santander hasta Irún, e incluían Tudela, Logroño y norte de Burgos.

¿Cómo pudo ser aquello?
El origen fue un incidente que Di Stéfano tuvo en San Sebastián, no en Bilbao, y con un periodista que no era de La Gaceta. Fue al término del Real Sociedad-Real Madrid de Liga, el 24 de noviembre de 1958. El partido ha acabado 0-0 y los jugadores del Madrid están empapados, embarrados y de mal humor. Para ellos, jugar en Atocha era como quitarse una muela. Barro, balón pesado en el que metían una cámara más, público muy cerca de la banda… Además, a aquel Madrid solo le valía ganar. Ya en el vestuario, Di Stéfano está sentado, tratando de desanudarse con dedos ateridos los cordones, fundidos con el barro. Oye algo, pero no escucha. En eso ve unos zapatos frente a sus botas. Mira hacia arriba y ve a Goicoechea, periodista de Unidad, que reclama su atención (entonces, y hasta casi los ochenta, los periodistas teníamos acceso las casetas mientras los jugadores se cambiaban y ahí se realizaban las entrevistas de urgencia). Di Stéfano le mira malhumorado, Goicoechea le reprocha que no le conteste: “¿Usted qué se cree? ¿Un semidiós?”. Di Stéfano le manda a mal sitio.

Goicoechea va entonces al centro de la sala, donde están los directivos Muñoz Lusarreta y Méndez Vigo, a denunciar la actitud de Di Stéfano. Entonces, Gento, que está junto a éste, arroja a Goicoechea la toalla con la que se acababa de secar, hecha un rebuño (Gento sufría más que nadie en Atocha, porque sabía que los dos tramos de banda que le iban a corresponder eran especialmente regados y los entrenamientos de la Real de toda la semana se concentraban en esas zonas, para dejárselas impracticables). Con el toallazo todo va a peor. Los directivos del Madrid sacan a Goicoechea del vestuario deshaciéndose en disculpas y esperan a que Di Stéfano esté duchado y tranquilo. Entonces le hacen presentarse al periodista para disculparse. Pero no funciona:

—Yo me río de usted. Y de todos los periodistas.

Muñoz Lusarreta y Méndez Vigo se hacen cruces, pero no hay remedio. El día siguiente Unidad refleja el incidente con todo detalle. Antonio González, director de La Gaceta del Norte y diputado en Cortes, decide, en solidaridad con el colega de San Sebastián y en repudio a las palabras de Di Stéfano, enviar este telegrama al presidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa:

“Habiendo comprobado exactitud insolente frase jugador fútbol Di Stéfano, despectiva para profesionales periodismo, estimo debiera recomendarse silencio de todas sus actuaciones deportivas en periódicos españoles mientras no dé una satisfacción convincente de su injustificado proceder, actitud que La Gaceta del Norte inicia desde hoy. Salúdale, Antonio González, director”.

ABC y Marca escribieron durísimos artículos contra la actitud general de los jugadores del Madrid y en particular contra Di Stéfano como causante del conflicto, pero ninguno de los dos secundó la iniciativa de La Gaceta de silenciar el nombre del jugador. Aquello quedó como una postura personal y distintiva del gran diario bilbaíno, secundada solo por un pequeño tiempo por otros periódicos del País Vasco, pero se convirtió en comentario nacional. La Gaceta era mucha Gaceta.

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Santamaría, Di Stéfano y Gento en el vestuario tras un partido./ CORDON PRESS

La primera visita a San Mamés desde aquello fue en la penúltima jornada de aquella Liga. En San Mamés se esperaba con morbo la presencia del “delantero centro de costumbre”. Pero no fue. El Madrid estaba a dos puntos del Barça (tiempos de dos puntos por victoria, recuerdo) y tenía perdido el goal average particular. Al Barça le bastaría ganar uno de los dos partidos que le quedaban (Atlético de Madrid fuera y Oviedo en casa) o empatar ambos. El Madrid necesitaba dos victorias (San Mamés y el Español en el Bernabéu) y que el Barça no sacara más de un punto entre sus dos partidos. Casi imposible. Y pasó algo insólito. El Madrid viajó a San Mamés sin cinco titulares: Santamaría, Santisteban, Zárraga, Puskas y “el delantero centro de costumbre”, baja todos por lesión o enfermedad. Los cinco habían jugado el domingo anterior contra el Sevilla en Madrid (8-0, nada menos); todos menos Zárraga cerrarían la Liga el domingo siguiente, de nuevo en el Bernabéu, ante el Español (3-3). No había Copa de Europa entre semana que justificara descansos por precaución. Pero a San Mamés no fueron esos cinco. El Madrid presentó una alineación decepcionante, el público bilbaíno se sintió defraudado y el Athletic ganó 4-1, con triplete de Maguregui. Para más desastre, Gento fue expulsado por insultar al árbitro. Esa tarde el Barça de Helenio Herrera cantó el alirón con su empate en el Metropolitano.

Aquellos sucesos dieron mayor eco al boicot de La Gaceta a Di Stéfano. Y elevaron la expectación, por sí altísima, de las visitas del Madrid a San Mamés. Di Stéfano era a partes iguales admirado y repudiado en aquel campo en años en que el Athletic era una potencia y disputaba la Liga y la Copa al Madrid y a quien fuera (en 1956 hizo doblete, en 1958 ganó la final de Copa al Madrid en el Bernabéu con once vizcaínos, once aldeanos, como presumió la afición). En la temporada 59-60 al Madrid le tocó ir dos veces a San Mamés: la de la Liga, el 31 de enero, y la semifinal de Copa, el 16 de junio. Al de Liga tampoco esta vez va Di Stéfano, si bien aquí no hay sospechas: es el segundo de una serie de cuatro partidos en los que su puesto lo ocupa Pepillo, por lesión. Gana el Madrid 1-3. Al de Copa sí va Di Stéfano y gana el Athletic 3-0, entre jolgorio general. Pero a la vuelta sufrirá un tremendo 8-1 en el Bernabéu con lo que el Madrid se mete en una final que perderá ante el Atlético de Madrid.

Aquello siguió algún tiempo. Di Stéfano fue a San Mamés en la Liga 60-61 (0-2), en los cuartos de final de la Copa de esa misma temporada (0-2 de nuevo) y en la Liga 61-62 (0-2 una vez más, ahora con un gol de Di Stéfano). La Gaceta seguía sin poner su nombre, ni en las alineaciones, ni en las crónicas.
Pero ya había que terminarlo de alguna manera. A La Gaceta, que se quedó sola en el boicot, se le pudría un asunto cuyo origen empezaba a difuminarse en el recuerdo. Al Madrid no le convenía nada tampoco aquel enredo. Una y otra parte se enviaron embajadores y al final se llegó a un acuerdo: Di Stéfano se disculparía y su nombre volvería a La Gaceta. Pero no lo puso fácil: para recibir sus disculpas tuvo que viajar a Madrid, y visitarle en su chalet de El Viso, José María Unibaso, Joma, firma de fútbol de La Gaceta, tarea que compatibilizaba con la de jefe de Policía Municipal de Bilbao. No sé hasta qué punto Di Stéfano ofreció disculpas o las recibió. Él en sus memorias recuerda las cosas de forma distinta de como salen en los periódicos de aquellos días, aunque algún error de bulto he constatado en su relato. Dice que nadie llegó a saber que fue Gento quien tiró la toalla y que eso se lo cargaron a él, pero en su día todo el mundo publicó que fue Gento. Sólo que luego, al focalizarse el conflicto sólo en él, eso se olvidó. En todo caso, tras aquel encuentro, Di Stéfano volvió a salir en La Gaceta con su nombre. De la paz pactada dan cuenta los periódicos del 4 de enero de 1962.

Siempre admirado y por ello querido, siempre temido y por ello rechazado, Di Stéfano dejó un enorme recuerdo en San Mamés. No hay jugador del Athletic de su época con el que yo haya hablado que no me haya insistido en que fue el mejor jugador de todos los tiempos. Ayer, última visita del Real Madrid a aquel viejo y querido campo, los aficionados de más edad habrán evocado el recuerdo del grandioso jugador sobre ese césped sagrado. Y a todos ellos les sonará esta historia.

El día que Nieto rompió el audímetro

Por: | 07 de abril de 2013

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Nieto gana la carrera de 125cc que le dio el título en 1971. DIARIO AS

 

Fue el 26 de septiembre de 1971, exactamente ese día. Para entonces, Ángel Nieto ya había sido campeón del mundo de 50cc dos veces, pero eso no pasaba de ser comentario de un círculo concreto de aficionados. Y eso que tenía mérito, era un caso de pura vocación, de superación desde la escasez. Como lo de Santana y el tenis poco antes, vamos. Nieto era un niño zamorano venido a Madrid con cuatro años. Bueno, a Vallecas, donde sus padres pusieron una tienda de huevos. Muy cerca había un taller de reparación de motos, que un joven llamado Tomás Díaz Valdés trataba de sacar adelante, tras el fallecimiento prematuro del padre. Por allí iba constantemente a curiosear el hijo de los polleros, un chavalillo rubio y listo como una ardilla:

—¿Me dejáis?

Y le dejaban apretar aquí, aflojar allá. Una vez dijo:

—¿Me dejáis subir en una moto?

Le dejaron y empezaron a pasar cosas asombrosas.

Porque el chico era una bala y fue un estímulo para Tomás Díaz Valdés, que conocía el mundillo y le fue introduciendo. Crecieron juntos. Tomás Díaz Valdés fue entrando en el periodismo como especialista del motor (llevó esa sección en AS durante muchos años) y sus contactos le fueron sirviendo al chaval para encontrar carreras, motos, patrocinios. Todo se les iba quedando pequeño hasta que saltaron al Mundial de motociclismo. Allí, Díaz Valdés era el único periodista español en las primeras carreras, entre una nube de ingleses, alemanes, italianos, holandeses y franceses. Los éxitos de Nieto hicieron que se le uniera Hernández Rivadulla, de Marca. Pero aquello seguía siendo en ambos periódicos una llamita mantenida por el especialista, nada más. Y fuera de los deportivos, poco o nada.

Nieto ganó el Mundial de 1969 de 50cc en Opatija (Yugoslavia entonces, hoy Croacia). En 1970 corrió en 50 y 125. La temporada terminó en Barcelona, en el circuito urbano de Montjuïc, que alternaba, año a año, con el Jarama como Gran Premio de España. En Barcelona, siempre más polideportiva, se vio rodeado de cierta agitación, pero aún faltaba algo: la tele. Nieto fue cuarto en la carrera de 50, con lo que renovó el título, y ganó la de 125. Descarado como era, le planteó ese mismo día a Juan Antonio Samaranch, entonces Delegado Nacional de Deportes, su queja por la falta de atención de la televisión a su deporte. Y le arrancó delante de testigos (entre ellos el presidente de la Federación, Luis Soriano, miembro de la Guardia de Franco) la promesa de que el Gran Premio de España del año siguiente se televisaría. La televisión había hecho en los sesenta muy populares a deportes prácticamente desconocidos en los cincuenta, particularmente el baloncesto, el tenis y el balonmano, y Nieto lo tenía muy en cuenta.

Así que el año siguiente, en el Jarama, se televisó. También era el cierre de temporada. Y Ángel Nieto llegó con posibilidad de salir campeón en 50 y 125. José María García, en aquel tiempo Director de Deportes de Televisión, agitó las vísperas con excelentes reportajes. La transmisión corrió a cargo de José María Casanovas, hoy editor del Sport, y Mercedes Milá (sí, la de Gran Hermano), de familia motera: su padre fue el creador de la célebre Montesa Impala. Cuatro cámaras, una de ellas en la torre de control, para seguir la mayor parte de pista posible, aunque fuera desde lejos. Y 80.000 personas en el Jarama. Aire de gran acontecimiento.

Y aquello estuvo a punto de irse al traste. La primera carrera que se corrió de las dos fue la de 50cc, en la que el rival era el holandés De Vries, cuya Kreidler le sacaba unas décimas a la Derbi de Nieto.
Además complotó a Saarinen y a Barry Sheene para entorpecerle en la salida. Nieto le había dado muchas vueltas al problema y decidió que su única posibilidad era no cortar gas en la última curva del circuito, la de entrada a la recta de meta. Y al final de la primera vuelta, al llegar a esa última curva… “Me tiré un metro más tarde, y…”. El golpe fue de aúpa. Conmoción cerebral, una profunda herida en la rodilla izquierda, que dejaba el tendón rotuliano al descubierto y tremendas magulladuras.

Pasó a la enfermería, ante la que se agolpó una multitud. El director médico de la prueba no le autorizaba a correr en 125, por la conmoción sufrida. Corrió el rumor y parte de los espectadores, acudidos todos al reclamo de Nieto, decidió marcharse. Cuando Nieto lo supo se hizo subir hasta la megafonía (le habían puesto ocho puntos en carne viva en la rodilla) y anunció en su propia voz que iba a correr. Luego hubo que conseguir que un médico presente, Manuel Gutiérrez Cantó, exmotorista, firmara un parte en el que decía que sus constantes vitales eran normales. El director de carrera, Pablo Arranz, conocido en el mundillo como Cauca, asumió la responsabilidad, tras muchas discusiones y presiones y con el recelo de las autoridades civiles y deportivas presentes en el debate. Nada podía detener la voluntad de Nieto ni la euforia colectiva en torno al caso. En las casas, ante el televisor, se iban recibiendo noticias sobre las alternativas de la situación en el vibrante relato de Casanovas y Milá. Los que habían salido del circuito regresaron, primero con discusiones con los vigilantes de las entradas, luego libremente, tras darse aquello como una causa nacional.

Hubo que subir a Nieto a la moto. Cauca dio la largada en el fondo muerto de miedo, porque había asumido la responsabilidad y muchos le insistían en que una conmoción era algo que exigía descanso y
observación durante 24 horas. Pero él entendió que nadie se atrevía a frenar el ansia de Nieto y de la gente y que las circunstancias le cargaban a él la responsabilidad del sí o el no. Y decidió en motero: sí. Todo entre una pasión desbordada, con público en la pista al que costó muchísimo retirar con los
solamente 22 guardias con que contaba.

Por fin arranca la carrera, entre una pasión delirante. Ahora el rival era Barry Sheene, con Suzuki. Hay por delante 30 vueltas, 102,19 kilómetros, cerca de una hora de carrera. Nieto pasa cuarto la
primera vuelta, señal positiva. Ahí sigue hasta la vigésima, en la que empieza a remontar. En la 25 está en cabeza, con el público enloquecido y Casanovas y Milá encendiendo los hogares de toda España desde la tele. En su persecución, Barry Sheene tiene un despiste que le hace caer. Se reincorpora, pero ya sin posibilidades. Terminará tercero, a un minuto largo del español.

Cuando entra Nieto, Cauca tira la bandera y corre tras él, en un gesto que hoy todavía insiste en negar. Explica que se la entregó a su ayudante Álvaro Urgoiti, para recoger cuanto antes a Nieto,
instalarle en un coche que había al final de los boxes y llevarle al hospital, a salvo de la pasión de sus seguidores. En este punto, discrepa del recuerdo de todos los testigos, que afirman que la euforia le desbordó. La foto del suceso tampoco favorece su versión. En realidad la euforia desbordó a todo el mundo, mucho público saltó a la pista cuando todavía otros pilotos estaban completando su última vuelta y de milagro no se produjo más que un accidente, un joven atropellado por Andersson
con la consecuencia de triple fractura de fémur.

En las casas las familias se abrazaban. El motociclismo, vía Ángel Nieto, había ocupado un lugar en nuestros salones, desde donde no ha salido hasta hoy. Y sigue viniendo de su mano, por cierto,
ahora como comentarista.

Aquel lunes, Nieto no sólo desplazó al fútbol de las portadas de los periódicos deportivos: fue incluso portada de ABC, el diario de referencia de la época.

Un día le pregunté qué pensaba de los pilotos de hoy, en relación a los de su época:

—Estos chicos son otra cosa, están preparadísimos, son ingenieros, saben todo lo que pasa en la moto. ¡Nosotros éramos unos majaras!

Benditos majaras.

El País

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