Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

El Español del oxígeno y las toallas quemadas

Por: | 26 de mayo de 2013

Aquella temporada 52-53, el Español (luego y hoy el Espanyol) arrancó como un trueno. Lo entrenaba Alejandro Scopelli, que de jugador había sido conocido como El Conejo, por su perfil agudo y su sentido de la velocidad. Interior de una gran delantera argentina en los años treinta, la de Estudiantes de La Plata: Guaita, Scopelli, Zozaya, Ferreira y Lauri. Una de esas delanteras que se recitaban tiempo atrás de memoria, orgullo del Estudiantes de La Plata, mucho antes del periodo tan canalla como fructífero de Osvaldo Zubeldía en el banquillo y Bilardo como lugarteniente en el campo.

Alejandro Scopelli entrenaba al Español en la 52-53 y el arranque fue espectacular. 0-1 en Vigo, 6-2 al Sevilla, 1-2 en Chamartín, 4-0 el Gijón, 2-1 al Valencia, 0-1 en Valladolid, 6-2 al Athletic… Era algo extraordinario. ¡El Español era imbatible! ¿A qué se debía aquello?

En eso surge una bomba, en forma de reportaje en Vida Deportiva, una publicación de la época: los jugadores de Scopelli toman oxígeno en el descanso de los partidos. Así reponen fuerzas tras la primera mitad. El reportaje muestra a varios jugadores conectados a la máscara de oxígeno. Una imagen impactante. Deportistas del máximo nivel con mascarillas de oxígeno… Por aquellos años, la asistencia con oxígeno era algo extremadamente raro, reservado para ancianos con nivel económico o capacidad de influencia suficiente como para permitírselo. Ver a deportistas de primer nivel haciendo uso de ese recurso creó dudas y controversia. Scopelli defiende la técnica como un avance, que ya por aquellos años era relativamente común en Argentina. Ni dopaje, ni secreto: simplemente, incorporación al fútbol de los avances que el progreso proponía. En su libro Hola Míster (el primer buen tratado de fútbol que jamás leí) ya defendía la conveniencia del oxígeno en los descansos para mejorar la recuperación.
En esas estábamos cuando en la duodécima jornada de Liga, el Español visita Les Corts, el campo del Barça. A los éxitos narrados más arriba se han añadido otros: empate en La Coruña (2-2) victoria sobre el Oviedo (3-0), empate en Málaga (1-1), victoria sobre el Atlético de Madrid (2-0). Cuando le toca visitar Les Corts, el Español es líder, con nueve victorias, dos empates, cero derrotas, 30 goles a favor y nueve en contra. El Barça es tercero, con dos empates y tres derrotas. Y ha perdido a Kubala, afectado de una tuberculosis que fue noticia nacional. Es un gran Barça, campeón de Liga y Copa del curso anterior, y no se resigna a ir seis puntos por detrás del rival ciudadano. En Barcelona hay gran agitación previa. No hace tanto que ha sido la célebre huelga de tranvías en medio de la cual había pillado un Barça-Racing de Santander y el aficionado culé había rechazado coger los tranvías especiales de servicio reforzado para ir al campo o volver de él. Aparecía la identificación del Barça con el rechazo al Régimen y, por contraste, se identificaba al Español con él.

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Varios jugadores del Espanyol, con máscaras de oxígeno. /DIARIO AS

El partido es el único tema de la semana. En la ciudad no se habla de otra cosa. ¿Podrá el Barça acabar con la invencibilidad del Español? ¿El oxígeno es admisible? ¿Deportivo? ¿Elegante? ¿No se trata de un auxilio exterior y científico que un deportista noble e íntegro debería rechazar?

El 14 de diciembre de 1952, en un ambiente apasionado, saltan los dos equipos al campo. Por el Barça: Ramallets; Seguer, Biosca, Segarra; Bosch, Flotats, Basora, Hanke, César, Moreno y Manchón. Kubala sale a hacerse la foto con sus compañeros, lo que provoca un aplauso especialmente emotivo. Es la primera vez que baja de su retiro de montaña en Monistrol de Calders, la primera vez que se le ve desde que enfermó, fuera del NO-DO o las revistas, donde ha aparecido con alguna frecuencia, siempre con un jersey de cuello alto. Por el Español juegan los once de la fama: Marcel Domingo; Argilés, Parra, Cata; Bolinches, Artigas; Arcas, Marcet, Mauri, Piquín y Egea. (este último y Domingo se resistían a tomar el oxígeno).

El partido se juega con un Les Corts a reventar. Es un tiempo de grandes zonas de a pie en las que se vendía papel sin tasa. El campo está de bote en bote. En su Cien años de Historia del RCD Espanyol de Barcelona, Ernesto Segura Palomares describe la multitud que ocupaba las gradas como “un dragón gigantesco, de color terroso metálico”.

Marca primero Mauri, el 0-1, en el minuto 17, y se desencadena un alud de espectadores en el fondo tras la portería de Ramallets, el atestado Gol Sur. Se rompe la valla, muchos caen al campo, otros saltan como pueden. La policía, que en principio ha creído que se trataba de una simple invasión de campo, reparte porrazos que desatan indignación. Hay heridos. El propio Gobernador Civil, Felipe Acedo Colunga, baja al campo a poner orden y abronca a la policía. Se evacua a 15 espectadores, entre los que habrá un fallecido que las autoridades de la época obligan a silenciar. Acedo Colunga da in situ órdenes para colocar a los espectadores al borde del terreno de juego, a fin de dejar sin cubrir la zona de ese fondo, por miedo a nuevas avalanchas, que ahora no tendrían ninguna posible contención en la valla delantera, rota. Se acomoda a muchos espectadores sentados en la hierba, al borde del césped. El Español protesta. Su capitán, Artigas, reclama al árbitro, Blanco Pérez. Dice que así no se puede jugar, que el Reglamento prescribe que debe haber al menos dos metros entre la raya y los espectadores, y que están más cerca que eso. Que al jugar con la gente así se sienten intimidados. Felipe Acedo Colunga le ordena jugar. “O juegan o van al calabozo”, relata Segura Palomares en la obra antes citada.
Se reanuda el juego tras un parón de un cuarto de hora y se llega al descanso con el 0-1. Cuando llegan al vestuario, los españolistas descubren que las toallas han sido quemadas, hay fuerte olor a humo, algunas aún tienen rescoldos. En esa circunstancia, Scopelli decide prescindir del oxígeno. Le parece inadecuado.

En la segunda mitad, el Español juega irritado y desconcentrado. Además, Daucik ha sorprendido colocando a Basora, habitual extremo, de delantero centro, y al grandote Hanke de falso extremo, en realidad en la media, dando mucha leña. El Barça marca el 1-1 en el 52, por medio de Hanke, y el 2-1 en el 82, en un tirazo desde fuera del área de Moreno. Hanke acaba por ser expulsado, pero el encuentro terminará 2-1, entre el júbilo de la afición culé.

Con el partido, el Español perdió algo más: la convicción. Se sintió impotente y humillado. Cuando llegó a Les Corts, no había perdido ninguno de los 11 partidos precedentes. Tras esa derrota sufriría otras nueve, para finalizar, al cabo de las 30 jornadas de la época, en cuarta posición, a seis puntos del Barça, que por el camino habrá recuperado a Kubala y ganará el título.

A partir de aquello, el Español estuvo varios años yendo al campo del Barça ya vestido, en ropa de futbolistas y chándal. Luego del partido regresaban a su campo de Sarriá a ducharse. El Barça correspondió a partir de cierto momento con la misma moneda: iba vestido a Sarriá y regresaba a su campo a ducharse. Con el tiempo, hicieron las paces y decidieron ducharse en campo contrario al final del partido, hace ya mucho tiempo. Pero aquello de las toallas quemadas quedó como el gran agravio sufrido por los españolistas por parte del Barça en toda su larga historia de conflictos. Mayor incluso que la irritación que ha supuesto ahora lo de Colón con la camiseta blaugrana. Por su parte, el Barça nunca se responsabilizó, nunca dijo tener constancia del culpable.

¿Y el oxígeno? Hacia los dos tercios del campeonato Scopelli dejó de utilizarlo. Se había perdido su efecto placebo. Era una práctica que por la época estaba extendida en Argentina, pero que en España provocó un gran revuelo… hasta que desapareció sin dejar rastro. Los especialistas a los que he consultado lo consideran inocuo. Puro efecto placebo, perdido aquel 14 de diciembre en la accidentada tarde de Les Corts. 

Cuando El Pingüino venció al Águila

Por: | 19 de mayo de 2013

El Giro de 1956 tenía, a cuatro etapas del final, muy buenas trazas para el equipo español, el España-Girardengo. Poblet había ganado cuatro etapas (llegaría a ganar 20 a lo largo de sus participaciones en el Giro, su prueba favorita) y Bahamontes se había impuesto en la primera de las tres partes en que estaba dividido el Gran Premio de la Montaña: los Apeninos, en pugna con el luxemburgués Charly Gaul. Las otras dos partes serían el Stelvio y los Dolomitas. Bahamontes era la estrella emergente del ciclismo español, un escalador único al que la rivalidad con Loroño se le empezaba a quedar pequeña. Este Giro podía ser su gran campanada. Con el Stelvio y los Dolomitas por delante, marchaba cuarto en la general, a 1:55 del líder, Fornara.

Todo se le torció un poco en la etapa del jueves 7 de junio, la del Stelvio. Sondrio-Merano, de 163 kilómetros, con el mítico monte (2.757 metros) hacia la mitad del recorrido. Lo coronó en cabeza un italiano modesto, Aurelio del Rio, gracias a la ventaja adquirida en una escapada consentida que le permitió llegar a la base con 10 minutos de ventaja. Bahamontes y Gaul, que subieron codo a codo, tuvieron la desgracia de sufrir pinchazos en la bajada: dos Bahamontes, tres Gaul. El primer coche de apoyo del equipo se había averiado a pie del Stelvio. Puig y Girardengo, los jefes del equipo, pasaron el material al coche de repuesto, pero éste a su vez se averió en la cima. Todos los compañeros de Bahamontes iban lo bastante atrás como para no poderle ofrecer la rueda, así que tuvo que reparar solo los dos pinchazos (llevaba dos tubulares de repuesto, como era habitual en la época), con lo que perdió 5:55 en la meta. Eso le retrasó al duodécimo de la general, a 7:50. Gaul, por su parte, tomará la salida de la siguiente etapa en el puesto 22, a más de 16 minutos de Fornara. Descartado en la práctica. Pero…

El día 9 amaneció con lluvias y claros en Merano, tiempo aceptable. Había por delante una larga cabalgada por los Dolomitas, 245 kilómetros, con los puertos de Costalunga, Passo Rolle, Brocon y finalmente el Bondone, a cuyo pie está Trento. La salida se adelantó una hora, por presagios de mal tiempo hacia el final del recorrido. La etapa empieza con las sacudidas propias entre los que aspiran a ser héroes de un día y los que tienen en juego algo gordo: Fornara la general, Gaul la montaña, Bahamontes, con un ojo en ambas cosas. Gaul tiene la iniciativa siempre, Bahamontes le acompaña. Pasan Costalunga en cabeza ellos dos y Dotto; en el descenso hay un reagrupamiento de 32, entre los que sigue Fornara. En el Rolle, Gaul se escapa y pasa a 2:35 de Monti y 2:55 de Bahamontes, que regula. Su idea es dar la gran sacudida en el Brocon y rematar a Fornara y a los demás favoritos en el Bondone.

Pero el frío empieza a hacerse presente. Una ola de frío polar que irrumpe justo entonces, según se temían los meteorólogos. El frío no le va a Bahamontes, que rinde mejor con el calor. El frío a quien sí le va es a Charly Gaul, El Ángel Volador para la prensa y el gran público, El Pingüino para sus compañeros de profesión. Gaul sigue por delante al coronar el Brocon, donde ya se ha desencadenado un fuerte aguanieve alternado con granizo, viento tremendo y una temperatura de 10 grados bajo cero. En el ascenso se bajan de la bici Poblet y Galdeano, que no pueden más. Fornara resiste como gato panza arriba, a distancia prudencial de Bahamontes.

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Gaul, tras acabar la infernal etapa con final en el Bondone, del Giro de 1956.

En la bajada hacia Trento, donde se iniciará la subida final al Bondone, se desata definitivamente la catástrofe. La nieve se derrumba de las laderas, la temperatura llega a los 20 bajo cero según la prensa del día siguiente, no se ve a tres pasos, el barrillo inunda los rostros. El descenso es más duro que la subida en casos de frío, por la inmovilidad. El cuerpo se paraliza. Es difícil girar el manillar, más difícil aún apretar los frenos. El pelotón es un lastimoso reguero de cuerpos sufrientes, algo así como el ejército de Napoleón regresando de Moscú. Delante de Bahamontes cae Defilippis, inmovilizado. Bahamontes se apea, aterido y deshecho. Está indignado porque en el equipo le han dado un impermeable al que falta una manga. Se refugia en Borgo Valsunaga. Los coches de compañía no paran de recoger corredores. Les llevan a la aldea más cercana, o a algún caserío suelto, o a la localidad de Stringo, algo más grande, donde paran muchos. Los vecinos les meten en agua caliente para que reaccionen. Algunos prueban a tomar coñac y seguir, pero tras el primer efecto de calor el frío es mayor. Luego, los coches vuelven a por más y a por más. Salen los pocos taxis que hay en Stringo en busca de derrotados en las cunetas. Abajo, en el llano, espera el avituallamiento de Castello Tesino, donde algunos se reaniman con el alimento y otros muchos se paran. Un ventarrón de 70 kilómetros por hora en contra y una temperatura muchos grados bajo cero hace penoso el llano hasta Trento. Allí empieza la subida al Bondone.

Gaul se mete en un bar, su jefe de filas, Learco Guerra, le da ropa seca y un impermeable nuevo. Come. Y emprende la subida hacia la cumbre infernal. Le espera la victoria más espectacular jamás lograda en la historia del ciclismo. Cuando corone, habrá invertido nueve horas y siete minutos en el espantoso recorrido, que finaliza como un autómata. Le bajan de la bici paralizado, hecho un cuatro. Ocho minutos más tarde entra Alessandro Fantini, casi un desconocido al empezar la jornada, y a 12, Fiorenzo Magni, un veterano resurgido ese día. Fornara cae como un héroe, a tres kilómetros de la cima, donde se desploma exánime. Marchaba a casi 20 minutos de Gaul.

En total, de los 83 que salieron de Merano llegaron 39, aunque en muchos casos la organización hizo la vista gorda, porque varios recorrieron parte del trayecto en coche. El descenso del Brocon, el llano hasta Trento, parte de la subida a Bondone. O dos de estos tramos. O los tres. La organización, compasiva, disimula con todos los que no estaban implicados en la general. Además, es difícil discernir en aquella tremenda confusión. Y tampoco era cosa de dejar el Giro en un puñado de corredores.

Bernardo Ruiz, uno de los dos únicos españoles que llegaron (el otro fue José Serra) me asegura que los que de verdad terminaron fueron 17. No se da mérito:

—Yo no me retiré porque no encontré coche en el que meterme. No sé ni cómo llegué, no le deseo a nadie eso. Recuerdo que comía papeles y le estaba diciendo a Botella: “Come papel”. En eso me volví y ya no estaba—.

(Los ciclistas suelen meterse periódicos en el pecho, bajo la camiseta, para las bajadas con frío).
Bahamontes aún insiste en que Gaul hizo parte de la etapa en coche, rumor que se extendió por España. Hasta se dijo que Coppi (ya muy veterano, había abandonado la carrera unas etapas antes y siguió esta desde un coche) tenía una grabación de película que lo demostraba, pero nunca se ha corroborado. Gaul ganó a ley. En internet se pueden ver esa etapa, y la del Stelvio, buscando por Giro-1956.

El día siguiente se consigue reagrupar a los abandonados en hoteles y hospitales. Hay algunos casos de hipotermia grave, conatos de congelación. El Giro partirá a su penúltima etapa con 43 corredores, tras repescar a cuatro del fuera de control, aparecidos a hora y media del ganador. Gaul hará un acuerdo con Bernardo Ruiz y José Serra, precisamente, para que controlen los dos últimos días la carrera para él. El domingo 10 de junio, el grupo heroico y maltrecho rendirá viaje en Milán, donde Charly Gaul se coronará vencedor.

El Pingüino había vencido al Águila. La revancha llegaría tres años después, en el Tour. Con calor. Pero esa es otra historia.

Una final sin prórroga y un corto magnífico

Por: | 12 de mayo de 2013

El 18 de abril de 1971 se produjo un final de Liga verdaderamente singular. Se llegó a la última jornada con tres aspirantes al título: Valencia (43 puntos), Barcelona (42) y Atlético (41). El único de los tres que perdió ese día fue el Valencia, pero salió campeón… gracias al empate en Madrid entre el Atlético y el Barcelona. Con la derrota del Valencia, en Sarriá, cualquiera que hubiese ganado en el Calderón hubiera obtenido el título. El Barça, con 44 puntos. El Atlético, con 43 con ventaja de goal average. Pero empataron. Lo suyo fue una final sin prórroga.

Al Valencia, que llevaba 23 años sin conseguir el título, lo entrenaba Di Stéfano, que había hecho un equipo eficaz pero sin brillo. Mucha seguridad atrás, pocos goles y apenas algún jugador brillante. Pero funcionaba. El Atlético tenía esos años un gran equipo por atrás y por delante, había sido campeón el año anterior. El Barça estaba en el periodo pre-Cruyff, luchando por reconstruirse con caros fichajes nacionales (estaban prohibidos los extranjeros) y buenos jugadores de la cantera. Los últimos habían sido Pujol, Rexach y Martí Filosía.

Los dos partidos se juegan en simultáneo a las seis de la tarde con los campos a reventar. A Sarriá han ido muchos valencianistas, convencidos de que esta vez será. Al Valencia le basta empatar para ser campeón seguro, pase lo que pase. Pero si pierde, el que gane en el Calderón se llevará el título. Nadie piensa en la carambola que al final se produce. La Federación ha decidido que no haya noticias en los marcadores simultáneos de los estadios. Claro que para entonces ya hay transistores; no en número tan grande como los habría pronto, pero suficiente como para vulnerar el secreto.

El Valencia salta en Sarriá con Abelardo; Vidagany, Aníbal, Sol, Antón; Claramunt I, Forment, Paquito, Claramunt II; Sergio y Pellicer. Llevan una prima de 250.000 pesetas por ganar el partido. Enfrente, el veteranísimo Daucik alinea así al Español: Bertoméu; Osorio, Glaría, Carbonell, Ochoa; Lico, Solsona, Marín; Pepín, Lamata y José María. Ellos también tienen una enorme prima: la propia del club (entonces las primas iban partido a partido, no por objetivo final, como hoy) más las del Atlético y el Barcelona, que ambicionan el título. Arbitra Franco Martínez, al que debemos que desde su aparición todos los árbitros hayan sido conocidos por los dos apellidos. Antes, bastaba con escribir Escartín, Asensi, Plaza, Gardeazábal, Zariquiegui… Salvo apellido compuesto, como Ortiz de Mendívil. Pero a Franco se le añadió el Martínez para que en la prensa no aparecieran titulares del tenor de Franco robó el partido; Franco, fatal; Pañolada contra Franco, etcétera, etcétera. Así que Franco Martínez. Y desde entonces, seguimos conociéndoles a todos por los dos apellidos.

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Di Stéfano, técnico del Valencia, confirma en Sarriá el 1-1 del Atlético-Barça. / as

En Madrid, Marcel Domingo va con: Rodri; Melo, Jayo, Ovejero, Quique; Adelardo, Irureta, Alberto; Ufarte, Gárate y Salcedo. Un equipazo, ya les dije. El Barça lo entrena el flemático Vic Buckingham y salen: Reina; Rifé, Gallego, Torres, Eladio; Marcial, Fusté, Martí Filosía; Rexach, Dueñas y Pujol. Arbitra el asturiano Medina Iglesias.

En Sarriá, el Valencia juega nervioso y prudente; el Español no tiene mucho, pero arriesga más. En Madrid se ve más de juego, pero también hay nerviosismo por ambas partes. Lo más destacable en la primera parte es la lesión de Gárate, en choque con Reina, en el 40. Sale en camilla. Tras el descanso, su puesto lo ocupará Luis. En Sarriá también hay cambio en el descanso: Granero por el agotado Marín.

La tarde sigue espesa en los dos campos, sólo sostenida por la emoción, hasta que en el 59, tras un córner botado por Rexach se producen unos rebotes y Martí Filosía, el eterno incomprendido del Barça de esos años, marca el 0-1. Aun así, el Barça no es campeón, el empate sigue en Sarriá. Pero Buckingham ya tiene lo que quería, sustituye a Dueñas por Asensi y echa el equipo atrás. Pronto llega una buena jugada de Salcedo con centro a Luis, que marca el 1-1. Júbilo en el Atético, que vuelve a tener esperanza. En eso empieza un run-rún que viene de los transistores: ¿Qué ha pasado? ¡Gol en Sarriá! ¿Gol en Sarriá? ¡De quién…! La noticia va corriendo y precisándose: gol del Español, ¡gol de Lamata! Se produce un clamor en el Calderón.

Lamata, ex del Atlético, había cabeceado a la red un centro de José María justo dos minutos después de que Luis empatara. Así que el Valencia perdía en Sarriá, pero aún es campeón siempre y cuando nadie gane el partido de Madrid. Di Stéfano fuma y mira el reloj, mira el reloj y fuma, fuma y mira el reloj. También da gritos, claro. Y hace sus cambios para ir a por el partido: Poli por Sergio, Fuertes por Pellicer después. El Valencia ataca, pero no está hecho para atacar. Hay voluntad, pero una voluntad nerviosa. No juega bien.

En el Calderón, el público se enfada con el Barça, que se mete en su campo. ¿Para qué? Hay hasta quien piensa que ha echado mal las cuentas, que les basta el empate, pero no: igualados Valencia y Barça a 43 puntos, el Valencia gana por goal average. Entonces, ¿por qué no se mueve? El Atlético ataca, pero el Barça no se mueve. Abajo, los jugadores hablan: “¡Oye, que le estamos dando el título al Valencia!”. “Ya, ¿y…?”. La situación es paradójica, pero ¿qué hacer? ¿Parar el partido, sortear a cara y cruz quién se deja meter un gol? El Calderón se inquieta, se angustia, se indigna. El gol se roza varias veces. Reina para mucho. Fuerte, rápido, valiente para tirarse a los pies… Más adelante lo fichará el Atlético. Medina Iglesias se traga el pito en un penalti de Rifé sobre Salcedo. Muy cerca del final, Irureta bombea un balón sobre Reina que bota dos o tres veces cuando cae al suelo y acaba por rozar el poste. ¡Si no me muero hoy no me muero nunca!, gritan muchos.

En Sarriá sigue el ataque desordenado del Valencia. El Español manda el balón a la grada una y otra vez, retrasa los saques propios, roba tiempo como puede. El público presiente que asiste a algo excepcional. En eso, un murmullo crece y crece, hasta hacerse clamor. ¡Ha acabado el partido en el Calderón! Di Stéfano, que no ha permitido transistor en su banquillo, se vuelve hacia los espectadores de primera fila, con los índices de las manos levantados y las cejas arqueadas, en ademán de pregunta. Le dicen que sí, que ha terminado en el Calderón 1-1. Se lo dicen con alegría, porque el Barça no será campeón y porque a Di Stéfano se le quiere allí. Aquel fue el campo en que se retiró como futbolista.

Los minutos del descuento son de gestos de simpatía entre españolistas y valencianistas. El pitido final desata el júbilo ché. Los pericos son felices: han cumplido, han ganado, cobrarán triple prima ese día y no le han dado el título al Barça, los campeones son esos jabatos con quienes han compartido las últimas dos horas. La tarde más extraña ha concluido. Di Stéfano recibe felicitaciones de todos, incluido Daucik. Vic Buckingham pone cara de póquer en la sala de prensa del Calderón, Marcel Domingo le ataca indignado, le acusa de no haber hecho nada por ganar. En el Atlético hay tanto enfado que un empleado impedirá a Reina llegar a Gárate, por cuyo estado quiere interesarse. Eso indignará a Reina.

Veinte años después, un buen atlético, Pablo Olivares (guionista de la reciente y espléndida serie de Isabel la Católica), ofreció a la productora Samarkanda un guión que dio lugar a un corto artístico y fenomenal sobre aquella tarde. Lo dirigió Antonio Conesa, que aún recuerda feliz el día de Reyes en que recibió como regalo una equipación del Atleti y un balón de reglamento. Se titula Campeones, circula por ahí. Ahora, con el 110 Aniversario, el Atlético lo ha puesto de nuevo a circular. Búsquenlo, se lo aconsejo. Merece mucho la pena. El off final emociona: “Cada dos domingos, cruzando el puente hacia el Calderón rodeado de aficionados que agitan las banderas, me acuerdo mucho de mi padre. Sobre todo cuando perdemos”.

La Cuesta de la Reina y el ‘tren botijo’

Por: | 05 de mayo de 2013

Menos conocida que otras, la rivalidad entre Málaga y Granada también ha sido tremenda, siempre que les ha tocado estar en la misma categoría. Si no ha trascendido más es precisamente por eso, porque han coincidido menos que otros. Pero ha atravesado episodios de aúpa, hasta el punto que llegó a evitarse viajar en coche de una ciudad a otra, por miedo a las emboscadas, piedra en mano, de los hinchas rivales. En la Cuesta de la Reina, larguísimo puerto a la salida (o entrada) de Málaga, hoy salvable con una moderna autovía. O en el paso a nivel de la Chana, a la salida (o entrada) de Granada de la carretera de Málaga.

Pura antropología, como las demás rivalidades. Málaga, más grande, desarrollada, rica y cosmopolita, se sintió durante años sometida a Granada, la capital administrativa de Andalucía Oriental. Allí estaban la Capitanía General, el Arzobispado, la Universidad… Allí tenían que ir los malagueños para trámites de cualquier tipo, allí les sorteaban para la mili… Y, por supuesto, para estudiar carrera. Para los malagueños, Granada era un engorro; para los granadinos, Málaga era una ciudad rica y snob, sin el rango y empaque de la suya. Los grandes conflictos datan incluso de antes de la existencia del Málaga, cuando el fútbol de esta ciudad lo defendía el Malacitano. De ese tiempo se recuerda el mordisco del feroz defensa Chale (padre y abuelo de jugadores estimables, ambos conocidos por el apellido familiar, Iznata) al extremo Marín, del Granada, que antes había jugado en Atlético y en el Madrid.

En la temporada 48-49 ambos equipos estaban en Segunda, pero con aspiraciones de Primera. Subían dos, de forma directa. En la primera vuelta juegan en Granada, en la octava jornada. El Málaga llega líder, con seis partidos ganados, uno empatado y uno perdido, 28 goles a favor y siete en contra. Pero el domingo del partido, 31 de octubre, es la fecha de la entonces importantísima procesión de la Nuestra Señora de las Angustias, Patrona de Granada, que inundaba las calles todo el día. El Arzobispo entendió que ambos sucesos eran incompatibles y aconsejó el traslado del partido. En Málaga, dado que el Arzobispado correspondía a Granada (y de él dependían los obispados de Guadix, Almería, Jaén y Málaga) sentó mal la iniciativa. Al final el partido se trasladó al lunes, 1 de noviembre, también festivo. Muchos malagueños lo tomaron mal, hasta el punto de que el propio Obispado de Málaga fletó un tren para que fueran los aficionados, a fin de que la imagen de la Santa Madre Iglesia no saliera perjudicada por la polémica.

El tren especial era frecuente en esos partidos. Se le llamó el tren botijo y llegó a enganchar vagones de ganado, para trasladar más gente. El viaje en coche, por la Cuesta de la Reina (20 kilómetros de curvas cerradas en bajada o subida que llevaban una hora), era penoso. El trazado antiguo aún puede recorrerse. Con los coches de la época exigía casi tres horas. En autocar, tres y media.

Los Cármenes revienta, con gran asistencia de malagueños. Gana el Granada un partido bronco resuelto con un gol de Morales. En el semáforo de la Chana, en la salida de la ciudad, hay pedradas a los coches que regresan a Málaga. En la segunda vuelta llega la venganza: el Málaga gana cinco a cero y los granadinos que se atreven a ir en coche o autocar son esperados en emboscadas en las curvas de La Cuesta de la Reina, a la ida o a la vuelta y generosamente apedreados. Ese 5-0 será decisivo, porque la Liga va a acabar con triple empate en cabeza entre Real Sociedad, Málaga y Granada. Los tres con dos victorias en casa y dos derrotas fuera en los enfrentamientos directos. Así que el orden lo decide el goal average y ese 5-0 hará al Málaga segundo y le permitirá subir a la Primera División por primera vez en su historia. ¡Y a costa del Granada!

COCHE
Chiste de Miranda que celebra el ascenso del Granada a costa del Málaga./ AS

La gran revancha tuvo que esperar 15 años. En la 65-66, el Málaga, en Primera, termina en puesto de promoción; el Granada es segundo del Grupo Sur de Segunda, promociona para ascender. El sorteo los empareja. La ida será en Los Cármenes, el 15 de mayo de 1966. El Málaga se siente superior. Ha caído en el puesto de promoción por pérdida en el goal average frente al Español, que le precede en la tabla, pero se siente seguro de su equipo, en el que hay nombres destacados como Garay, Ben Barek, Chuzo, Aragón, Pepillo o Ribes. Algunos muy veteranos, también es verdad. Pero el Granada tiene una plantilla mucho más modesta y en Málaga hay tal optimismo que por primera y no sé si única ocasión en la historia, en un campo de fútbol hay más partidarios del equipo visitante que del local. Muchos granadinos se han retraído, temerosos de la derrota. Y por el alto precio de las entradas, con lo que en Málaga se acrecienta la fama de tacaños con que ya cargaban los granadinos.

(Todavía no hace mucho me contaron en Málaga un chiste sobre el tema: “Un granadino y un catalán entran a cenar en un restaurante malagueño. Después, alargan el café sin pedir la cuenta. El camarero se impacienta y les ronda. Se van todos los clientes, se apagan las luces, pasan las horas y ellos aún siguen ahí, sin hacer ademán de pagar. Por fin, el camarero escucha: ‘M’emporta la conta, si us plau’. Al día siguiente, el titular de La Vanguardia es: ‘Un catalán asesina a un granadino ventrílocuo…”.
Minoría de granadinos, decía, en el partido, pero animosos. Uno de ellos, que dará mucho que hablar, va con un gato vestido del Granada y una bolsita de boquerones, que le va dando de uno en uno para que coma, entre gran algarada. En aquella época, los malagueños veían como un insulto que les llamaran boquerones, así que los granadinos no se referían a ellos con ninguna otra palabra. A su vez, en Málaga llamaban a los granadinos Sanitex, el nombre de una gaseosa de Motril muy barata (lo de motejarles así nació justamente en Motril), porque decían que era lo único que pedían en los bares de la playa, a los que entraban con su propio bocadillo.

El Granada, con un equipo peor pero más joven, ganó 2-1. Eso animó a su afición para el partido de vuelta, una semana después, y esta vez los trenes botijo partieron cargados desde Granada a Málaga. Viajaron 6.000 granadinos. Hubo valientes que se arriesgaron a hacer el viaje en coche y después, presumirán: “Mi 600 bajó la Cuesta de la Reina en segunda y la subió en primera”. Un chiste del célebre Miranda en la última página del Ideal del día siguiente llevará esa leyenda.

El Málaga juega muy mal esa tarde. La primera parte acaba sin goles. En el minuto 63 marca Aragón (cuyo hijo fue luego jugador destacado en el Madrid y el Zaragoza), tras rebote del balón en Tosco. Ni ese gol serena al Málaga y el Granada empata en el 70 por medio de Eloy. El Málaga, desconcertado y con sus veteranos cansados, no consigue restablecer la situación. Cuando Ruiz Alciturri pita el final, el Granada es de Primera y el Málaga de Segunda. Ha sido el último partido del gran Pepillo (el primer jugador al que vi hacer la ruleta de Zidane), finísimo delantero melillense que pasó por el Sevilla, el Madrid, el River Plate y el Mallorca, y que se retiró con ese disgusto.

Barrenechea estaba a punto de sacar una falta cuando Ruiz Alciturri señaló el final. Al oír los tres pitidos, lanza eufórico la pelota de un patadón a la grada. Allí caerá en el regazo de un hincha granadino residente en Torremolinos, de nombre Justo Sánchez, que saltará al campo, eufórico, a acompañar las celebraciones de los suyos. Nunca lo hubiera hecho: el masajista del Málaga, Dionisio Franco, le perseguirá para arrebatárselo, esgrimiendo el argumento de que era propiedad del club.
—¡Solo faltaba que después de mandarnos a Segunda nos robaran el balón!—.

El País

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