Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

Brasil deja a Di Stéfano sin jugar el Mundial

Por: | 30 de junio de 2013

España fue a Chile, al Mundial de 1962, con grandes aspiraciones, avaladas por los resonantes éxitos europeos de sus clubes. Nos clasificamos con Escartín como seleccionador, tras eliminar a Gales y a Marruecos. Escartín había anunciado que dejaría el puesto con la clasificación y así lo hizo. Para quien le sucediera, dejó un informe en la Federación que, por razones nunca aclaradas del todo, apareció publicado en MARCA. Una bomba. Un informe conciso, de unas seis u ocho líneas por jugador, juicios técnicos sencillos, pero en ciertos aspectos descarnados. A Araquistain le tachaba de nervioso; dudaba que Vicente estuviera curado de la lesión; de Carmelo decía que era menos valiente que los otros dos… También alababa sus virtudes, claro, pero lo jugoso para el aficionado era lo otro. De ahí en adelante, todo así, sin evitar comentarios sobre el peso y la edad de algunos grandes de la época, singularmente Santamaría, Eulogio Martínez, Di Stéfano y Puskas. Lo más polémico era lo de Gento y Collar: “Esta temporada está mejor Collar, y con muchas ganas. En Chamartín, contra Marruecos, le aplastó el apasionamiento del público. Gento ha perdido parte de su velocidad, que es su mejor arma, y tengo la impresión de que este chico no hace buena vida, y lo siento, porque es excelente. Los dos saldrán a jugar con ilusión, pero insisto en que Collar tiene en mis fichas una mayor línea de regularidad”. ¡La que se armó!

Y era llamativo y premonitorio el informe de Di Stéfano: “Si este jugador, que va a acabar destrozado al terminar la temporada, aprovecha bien las cinco semanas antes del Mundial, es aún imprescindible y el mejor de todos a larga distancia. No puede jugar tres encuentros en ocho días. Conforme. Pero dos, sí. Es el hombre que más siente la responsabilidad, o uno de los que más. Y da cuanto puede. Ha perdido velocidad, es lógico; pero su intuición ante el gol, la forma en que liga y realiza, le hacen insustituible. Hombre inicialmente huraño en su carácter, cuando se entrena lo hace de verdad. Se fija en todo y hay que cuidar su clima moral”.

Di Stéfano estaba ya muy próximo a los 36 años (cumple en julio) y era su última oportunidad de jugar el Mundial. Al de 1950 no fue Argentina, por capricho de Perón, y además él estaba fugado en Colombia. En el de 1954 ni era aún español ni España se clasificó; en 1958 nos quedamos fuera por un absurdo empate en Chamartín ante Suiza.

A Escartín le sucedió Hernández Coronado, de largo historial madridista. Hombre brillante con ribetes de extravagancia, muy popular y controvertido. Y con fama de gafe. Su primera decisión fue chocante: llamar junto a sí, como entrenador, a Helenio Herrera, más polémico y controvertido aún. Tras triunfar aquí en varios equipos, el último de ellos el Barça, se había ido al Inter de Milán. La pareja parecía explosiva. La prensa motejó aquello de Fórmula H3C.

Más lío: Di Stéfano se lesionó el 13 de mayo, en amistoso en Atocha contra el Osnabrück. Un tirón en el bíceps femoral. La lista definitiva se cerró justo tras ese partido. Se le incluyó, porque, ¿cómo dejarlo fuera? Había liderado ese curso a un Real Madrid campeón de Liga y de Copa, y finalista de la Copa de Europa. Faltaría seguro al primer partido, pero con suerte podría jugar el segundo, y si no, el tercero.
Entre los siete descartados de última hora estuvo Amancio, estrella del Depor, que acababa de subir a Primera, y ya en trance de fichar por el Madrid. Era interior en punta, pero en los ensayos se le había probado como extremo y había deslumbrado en algún partido. A pesar de ser la única posibilidad para ese puesto, se cayó de la lista.

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Di Stéfano, con chándal, en el Mundial de Chile 62./ as

Llegó el primer partido, contra Checoslovaquia y Di Stéfano no estaba aún. Perdimos. Llegó el segundo, contra México, y Di Stéfano seguía sin estar. Ganamos apuradamente, con un gol in extremis de Peiró tras cabalgada de Gento. Pero supo a poco. A esas alturas, las críticas ya eran fuertes: no había extremo derecha, no había delantero centro, sobraban años y kilos, lo de Di Stéfano no se veía claro…
El dúo H3C, abrumado por las críticas, acometió una renovación ante el tercer partido, contra Brasil. Sólo sobrevivían ya dos del primer día, los intocables Puskas y Gento, lo que dio idea del desconcierto vivido.

Brasil era la campeona vigente, pero le faltaba Pelé, desgarrado ante Checoslovaquia. Le sustituyó un entonces aún poco conocido Amarildo, del Botafogo, como Garrincha, Didí y Zagalo. Entre ellos cuatro, el delantero centro del Palmeiras, ex del Atlético, Vavá. Es el 6 de junio de 1962. El partido lo emite Radio Nacional a las ocho de la tarde. Luego, la cinta viajará en el primer vuelo de Iberia y el partido será emitido por la televisión (aún poco extendida) la tarde del día siguiente.

A la hora de la verdad, España lucha bien. Se nota más salud en el equipo. En el minuto 35, Puskas devuelve una buena pared a Adelardo y éste marca, junto al palo (Será lo único que haga Puskas, colocado como delantero centro, puesto para el que carecía de movilidad y cabezazo). Vamos al descanso ganando. Brasil pega, pero no juega bien. Entrada la segunda mitad, se produce una jugada que nos mata: Collar, pese a sus dificultades al jugar por la derecha, consigue por fin irse una vez con peligro de Nilton Santos, que le derriba ya dentro del área; el árbitro saca la falta fuera; el lanzamiento de Puskas es tocado por Mauro, le cae a Adelardo y éste, en tijereta, marca. Pero el árbitro lo anula, no queda claro si por presunto juego peligroso (Adelardo no tenía nadie al lado) o si por presunto empujón previo a Mauro cuando éste despejaba.

Esfumado ese gol, el partido empieza a pesarle a España. Brasil ha pegado mucho y aunque Adelardo sigue incansable, el otro interior, Peiró, empieza a renquear. Brasil encuentra una y otra vez de Garrincha, que hace pasar las de Caín a Gracia. Araquistain corta todos sus centros una y otra vez.
Bruscamente, la jugada viene por el otro lado. Vergés pierde un balón que se lleva Zagallo hasta los fotógrafos y su centro lo remata acrobáticamente Amarildo. Es el 72. Empate… que no dura mucho. En el 80, Garrincha se va una vez más por su lado y centra por arriba, al segundo palo; Araquistain y Echeberría tropiezan y Amarildo cabecea. El sustituto de Pelé nos había sacado del Mundial en un cuarto de hora.

España fue un clamor y se llenó de quejas y sospechas maliciosas: que los entrenamientos de Helenio Herrera perjudicaron adrede a Di Stéfano, porque no quería contar con él y se lo había impuesto en la lista Hernández Coronado; que Amancio no había ido porque el Madrid lo había impedido, para que le costara menos el traspaso; que por qué no había ido Arieta, el nueve del Athletic, o el joven Marcelino, del Zaragoza; que por qué tantos años y tantos kilos; que lo que estaba pasando ya se veía venir desde la lista de Escartín… Que Helenio Herrera era un bocazas y Hernández Coronado un gafe, y que además no se habían entendido. ¡Uno del Barça y otro del Madrid! ¡A quién se le ocurre!

Cada cual contó la película a su manera. El caso es que Di Stéfano se retiraría sin un solo minuto en ninguna Copa del Mundo. Y a Amarildo le salió un contrato multimillonario en el Milan.

Maracaná, del éxtasis a la decepción

Por: | 23 de junio de 2013

Era junio de 1950 y en España se hablaba mucho de Maracaná. Maracaná, ya lo saben, era el estadio monumental de Río de Janeiro, estrenado justo unos días antes para ser el escenario principal del Mundial de Brasil. Emblema del país igualmente. Un estadio cuya capacidad duplicaba en la práctica a los mayores de la época, un colosal alarde de ingeniería: 464.650 toneladas de cemento, 1.275 metros cúbicos de arena, 3.933 metros cúbicos de piedra, 10.597 toneladas de hierro, 55.250 metros cúbicos de madera. Y 50.000 metros cúbicos de tierra removidos en su construcción. Eso costó crear aquel fabuloso estadio, hoy sustituido por uno mejor, más nuevo y también grandioso, pero que no ensombrece el impacto que produjo en su día aquel coloso. Allí jugó España tres únicas veces, todas en el Mundial. Con suerte desigual.

Fuimos allí tras eliminar, ida y vuelta, a Portugal (5-1 y 2-2). Con la posguerra a cuestas, era nuestra primera puesta en escena ante la comunidad internacional. Convenía quedar bien. Aquello se montó a conciencia, con una primera excursión a México, mientras aún se jugaba la copa, con un equipo de jugadores que ya hubieran sido eliminados en ella, y luego, ya en España, con dos partidos ante el Hungaria, aquel equipo de exiliados que entrenaba Daucik y en el que deslumbraba Kubala. Finalmente, Guillermo Eizaguirre, portero del Sevilla antes de la guerra célebre por sus extravagantes jerséis (y por su categoría, si jugó poco en la selección fue porque tuvo a Zamora por delante), dio la lista de convocados. Con poca polémica, salvo la ausencia de Arza. Además de seleccionador había entrenador. En la época, esos puestos estaban separados. Era Benito Díaz, diminuto y astuto donostiarra que durante la guerra había trabado conocimiento en el Girondins de Burdeos con la WM, la táctica triunfante del momento, y que en España tardó en entrar.

El viaje fue de aúpa: Madrid-Lisboa-Dakar-Recife-Río de Janeiro. Treinta horas. Y en dos aviones: en uno, los directivos, el seleccionador, Ignacio Eizaguirre y Gonzalvo II. En el otro, Benito Díaz y los demás jugadores. Nos esperaba un grupo con Estados Unidos, Chile, ¡e Inglaterra! Hago énfasis en Inglaterra porque era la primera vez que los inventores se dignaban a jugar un Mundial. Antes de eso, habían mirado el fútbol del resto del planeta por encima del hombro. Su prestigio aún era enorme. Y camino del Mundial habían ganado 0-4 en Italia y 0-10 en Portugal. ¡Caramba!

Empezamos en Curitiba con un fatigoso 3-1 ante Estados Unidos. Marcaron primero los americanos, en fallo de Eizaguirre, que el resto del partido jugaría inseguro. A nueve minutos del final aún perdíamos, con todo el país pegado a la radio y comiéndose las uñas. De golpe, la familiar voz de Matías Prats nos cantó en catarata goles de Igoa, Basora y Zarra (Matías seseaba, no podía decir Zarra, usaba la efe para ese sonido, pero nadie lo detectaba). “¡Gol de Farra…!”. Y 3-1.

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Ramallets hace una parada contra Brasil en Maracaná en 1950, partido que España perdió por 6-1. diario as

El segundo, ante Chile, es nuestro estreno en Maracaná. Vestimos de azul y sin escudo, camisetas prestadas, me figuro, aunque nunca se confesó la imprevisión de viajar sin una segunda equipación en condiciones. Sorpresa: sale Ramallets en la portería. Ramallets había sido suplente en el Barça hasta la lesión de Velasco en un ojo. Se incorporó a última hora a la selección, en principio como tercero. Llevaba sólo 16 partidos jugados en el Barça. Pero el gran Ignacio Eizaguirre, que a su vez había tenido repartida la titularidad en el Valencia con Pérez, acusaba los años. Acuña, ídolo del Depor, llegó en peor forma que el prometedor Ramallets. El partido confirmó que la elección había sido buena: paró todo lo que le mandó Chile, que fue bastante. Marcaron Basora y Zarra. La voz de Matías Prats se hacía más y más popular. Era el único nexo en directo entre el país y sus héroes de Brasil.

De nuevo Maracaná, ahora contra Inglaterra que, ¡sorpresa! había perdido en la segunda jornada 1-0 ante EEUU. Pero aquello incluso escamó más. Un exceso de confianza, un rejón que les obligaba a un gran resultado ante España… Si contra Chile jugamos ante unos 40.000 espectadores, frente a los inventores jugamos ante más de 150.000. ¡Jamás, ni antes ni después, España jugó con tanto público! Y ganamos, sí, ganamos con aquel gol de Zarra: Gabriel Alonso, lateral derecho, corta un avance de Finney, progresa por la banda y pasado el medio campo cruza un balón largo y oblicuo que el extremo izquierda, Gainza, alcanza a cabecear, ya en el área, hacia el centro; el balón pasa ante Igoa, le cae en jurisdicción a Zarra un instante antes de que el meta Williams llegue, el gran delantero vasco mete el pie con decisión y… “¡Gooool! ¡Goooooool de Farra!”. El entusiasmo desborda a España y produce un estrambote muy comentado cuando, al final del partido, Matías Prats entrevista a Muñoz Calero, presidente de la Federación. Tras las preguntas de rigor, Matías Prats le dice:

—¿Quiere aprovechar la ocasión para enviar un mensaje al Caudillo, que estará tan feliz como el resto de los españoles?

—Sí: ¡Excelencia, hoy todos los españoles estamos orgullosos porque hemos vencido a la Pérfida Albión!

Hubo protesta diplomática y, a medio plazo, eso le costaría el puesto. Pero tanto daba. Aquello, en cierto modo, había sido nuestro Maracanazo.

Aquel éxtasis dio paso a días menos felices. Campeones de grupo, quedamos clasificados para la liguilla final, con Uruguay, Brasil y Suecia. Liga a puntos, sin final propiamente dicha, aunque en la práctica el Brasil-Uruguay valiera como tal. Empezamos en São Paulo, contra Uruguay. Ganábamos 2-1 a 18 minutos del final cuando en un tiro lejano de Obdulio Varela, Ramallets cometió su primer fallo del campeonato. El partido acabó 2-2. Los uruguayos se abrazaban, tanta importancia le daban a habernos empatado. Muchos años después, en el casino de Sueca, Puchades aún recordaba esa escena: “¡Nosotros tristes y ellos abrazándose! Pensábamos. ¿Cómo puede ser? Y era la fe que se tenían. Luego lo entendimos…”.

Segundo partido de la liguilla, tercero nuestro en Maracaná. Ante Brasil. Ahí llega la debacle. Brasil nos barre hasta ganarnos 6-1, y el nuestro, de Igoa, llegó cuando ya estaban los seis de Brasil en el marcador. Ramallets flojeó en los dos primeros, pero luego salvó muchos más. Puchades se sintió mareado por el juego de los dos medios, Bauer y Danilo, a los que apoyaba el lateral izquierdo Bigode.

—Ni la vimos.

Aquella fue nuestra última experiencia en Maracaná hasta la Concacaf de estos días, en el escenario recreado. El último partido, contra Suecia, ya fue en São Paulo, jugaron los no habituales y perdimos 3-1. Quedamos cuartos, un buen resultado si nos lo hubieran dicho antes de ir, una decepción tras las expectativas que creó la victoria sobre los ingleses. Ganó Uruguay, con el célebre y genuino Maracanazo.

Al menos, Puchades, entró en el once ideal del torneo. Fallecido hace pocas semanas, fue un medio completo, de gran despliegue físico y colocación estupenda. Y viajó con un privilegio: llevar paella enlatada para todos los días de estancia allí. “Yo comía paella todos los días, si un día no la comía se me desarreglaba la tripa. Así que discutí mucho con el médico, pero tragó. Porque si no, hubiera sido capaz de no ir”.

No puedo ni imaginarme cómo serían aquellas paellas enlatadas del año cincuenta, pero a él le funcionaron. Quizá si todos hubieran comido esas paellas de lata…

El Orense gana 30 de 30... y no sube

Por: | 16 de junio de 2013

A finales de marzo de 1968 alcanzó brusca notoriedad un equipo de Tercera situado en un olvidado rincón de España: el Orense. Un club con poco pedigrí, fundado en 1952, como heredero de la Unión Deportiva Orensana, que había desaparecido. Desde su fundación, apenas había pasado tres temporadas en Segunda, el resto en Tercera (entonces no había Segunda B). Club de una ciudad pequeña de esas de las que nunca nos ocupamos los medios nacionales salvo sevicias extraordinarias o alguna catástrofe natural ¿A qué venía la creciente fama del Orense? Pues a que empezó a ganar partidos y no paraba: uno, dos, cinco, 10, 15, 20... Ni un empate siquiera. El año anterior había hecho una campaña bastante buena, si bien a última hora se le había escapado el ascenso en la liguilla final para el ascenso a Segunda, tras un desempate con prórroga ante el Xerez, en Madrid. Apenas nadie reparó en eso entonces.

En la temporada 67-68 lo intentaron de nuevo. Su entrenador, Fernando Bouso, mantuvo el bloque, componiendo una alineación que en Orense se recitaba tan de memoria que hoy aún es capaz de repetirla de corrido Alejandro Blanco, presidente del COE, orensano de pro y joven seguidor del equipo en aquellos días: Roca; Varela, Astigarraga, Lozano; Ángel, Pito; Cortés, Seara, Carballeda, Pataco y Túnez. Declamada así, en el ritmo uno-tres-dos-cinco con el que se recitaban todavía las alineaciones en esos tiempos en los que ya se jugaba el cuatro-dos-cuatro pero aún no nos habíamos dado cuenta. La ciudad enfebreció con el equipo. A principio de temporada acudían al campo unas 4.000 personas, fieles supervivientes de la desilusión del curso anterior. En la segunda vuelta se alcanzaban los 17.000 espectadores, el lleno absoluto, y en la ciudad no se hablaba de otra cosa según avanzaban las jornadas con aquella imparable marcha triunfal.

La machada del Orense se convirtió en noticia nacional cuando el Atlético de Madrid le invitó a jugar un partido amistoso entre semana en Madrid. Se trataba, explícitamente, de ver a sus jugadores de cerca, con ánimo de fichar a alguno o a varios de ellos. El Atlético tenía un contacto directo con el exitoso club gallego: Fernando Bouso, el entrenador orensano, había jugado en el Atlético algún tiempo atrás. Hijo de emigrantes orensanos, había nacido en Madrid y había sido jugador del fantástico Atlético de Madrid juvenil, campeón de España en 1952, en el que también figuraban los hermanos Enrique y Antonio Collar. Bouso formó parte del paquete de cedidos por el Atlético al Murcia, junto a los dos Collar, Botella, Buendía y Joaquín Peiró. Con ellos, el Murcia había subido de Segunda a Primera, tiempo atrás. Luego el fútbol le llevó por otros equipos. En el Rayo coincidió con Rivilla, en el Badajoz con Adelardo. Así hasta terminar como jugador en el Orense, donde estaban las raíces de su familia. Pasados tantos años, mantenía los contactos con el Atlético. De ahí aquel partido.

Orense
Una de las formaciones más frecuentes del Orense, de arriba abajo y de izquierda a derecha: Roca, Varela, Astigarraga, Paredes, Ángel, Pito; Cortés, Seara, Carballeda, Pataco y Túnez. / as

La invitación a jugar en Madrid hizo que corriese la información sobre el Orense. De golpe toda España supo que aquel equipo llevaba ganados 26 partidos de 26 en el Grupo I de Tercera División (había 15 grupos en la categoría), con 89 goles a favor y sólo siete en contra. Su delantero centro, Carballeda, llevaba 35 goles. La expectación en torno al Orense, discreta en principio, creció cuando ganó 1-3 aquel partido al Atlético, y eso que empezó perdiendo por un gol absurdo en el primer minuto. Marcaron Pataco el primero y Túnez el tercero, y entre ambos goles hubo un autogol del Atlético a centro del propio Túnez.

Enseguida corrió que Barça, Valencia y Atlético habían hecho ofertas por Carballeda, Pataco y Túnez, incluso que el monto de los tres podría alcanzar los 25 millones de pesetas, una barbaridad insensata para la época. El presidente, Florencio Álvarez, declara abrumado por tanta expectación que no piensa escuchar ninguna oferta hasta que el Orense culmine el objetivo soñado: el ascenso. Bouso, prudente, dice que el dinero de vender futbolistas se gasta luego en comprar otros futbolistas, y que para eso prefiere quedarse con los que tiene. Reflexión sabia de la que pocos han sacado provecho.

Desde aquella semana, a caballo de marzo y abril, todas las miradas se dirigieron a ese olvidado grupo gallego de Tercera, para ver si el Orense culminaba su Liga perfecta.

Y la culminó. Vaya si la culminó. Ganó los cuatro partidos que le quedaban : 0-1 al Bouzas, segundo por la cola, 2-1 al Lugo, el cuarto de la tabla, 5-1 al Atlético Orense, décimo y gran rival local… Quedaba sólo un partido, ¡pero el más difícil! Se trataba de visitar en su propio campo de Santa Isabel, en Santiago, al Compostela, el segundo de la tabla, que también había hecho una tremenda campaña: 23 victorias, cinco empates, una sola derrota, precisamente en Orense, en la primera vuelta. Nada más grato para la afición del Compostela que devolverle al Orense aquella derrota.

El día clave, una gran masa de orensanos acude a Santiago. Entre ellos destaca una pancarta, que ya muestran fuera del estadio, por la mañana, y que será fotografía nacional e incluso imagen televisiva cuando la muestren luego, ya en el estadio Santa Isabel. Rezaba así: “SI NO GANAMOS EN SANTIAGUINHO, QUEDAMOS TAN AMIGUINHOS”.

Y sí, ganó el Orense, por un solo gol, obra de Carballeda, su gol número 38 en el campeonato. La plenitud de un delantero centro de estatura media, muy fuerte, tenaz rematador, preciso con las dos piernas y la cabeza. El Orense se va a la caseta reconocido por los aplausos de la hinchada compostelana, que resigna noblemente su rivalidad ante semejante hazaña. 30 partidos, 30 victorias, lo nunca visto. Nada más entrar en el vestuario llega un telegrama de Juan Antonio Samaranch, Delegado Nacional de Deportes, felicitando al club por la hazaña y comunicando la concesión al mismo de la Medalla de Plata al Mérito Deportivo. España se hace el día siguiente eco de la noticia: un equipo ha ganado 30 partidos de 30 en Tercera División, es el Orense, tiene figuras que pueden reforzar a los mejores equipos de España. El Orense está en el Telediario. El súmmum de la época…

Pero lo más importante está por hacer: subir a Segunda. Había 15 grupos de Tercera. Los 15 campeones se eliminaban entre sí, hasta determinar los cuatro primeros, que ascendían (entre los 15 subcampeones se desarrollaba un proceso paralelo para designar los cuatro que promocionaban por el ascenso contra los equipos de Segunda clasificados en los puestos inmediatamente anteriores al descenso).

Al ser 15, uno por sorteo quedaba exento de la primera ronda. No correspondió esa suerte al Orense,emparejado con el Condal, filial del Barça. Allí estaban Mora y Alfonseda, que llegarían al primer equipo. Por velocidad adquirida, con dos nuevas victorias: 2-0 y 1-2. Luego tocó el Ilicitano, donde estaban Bonet y Ciriaco. El primer partido, en Orense, acabó 0-0. Dos cabezazos de Carballeda se estrellaron en el larguero. Ahí murió la leyenda. El partido de vuelta, jugado en Altabix el 16 de junio, lo ganó el Ilicitano 2-1. El Orense se quedó en Tercera.

El Atlético fichó a Pataco, que se estrelló. Sólo Cortés hizo una carrera solvente en Primera, manteniéndose varios años en el Depor. El resto se perdió en la bruma. El Orense, como tal, nunca llegó a Primera, aunque sí produjo en su cantera un jugador extraordinario, el portero Miguel Ángel, que triunfó en el Madrid y en la selección. Pasado el tiempo, Bouso piensa que esa presión por ganar los 30 partidos les agotó. Que se consumieron en un desafío inútil, que pudieron haber ahorrado unas fuerzas para la liguilla de ascenso. Quizá tenga razón. La temporada siguiente empató cinco partidos y perdió dos, pero consiguió subir. Llegaría a estar 13 temporadas en Segunda y dos veces de ellas quedó tercero y llegó a soñar con la Primera.

Pero en Orense lo que de verdad se recuerda con orgullo es aquella Liga perfecta, de 30 partidos y 30 victorias.

Urtain y el padre de Lopetegui

Por: | 09 de junio de 2013

Vicente Gil era en los años sesenta el médico de cabecera de Franco, y al mismo tiempo el presidente de la Federación Española de Boxeo. Un par de veces le comentó Franco su extrañeza por que no saliera ningún nuevo Paulino Uzcudun (célebre peso pesado de la preguerra, vasco, natural de Régil). La segunda vez, acabó por entender que en realidad su ilustre paciente le estaba dando una orden. Se puso a pensar y decidió enviar en busca de algún forzudo vasco, un levantador de piedras. Quizá, enseñándole poco a poco la técnica del boxeo, y desde la base de su fortaleza natural, se pudiera conseguir otro Uzcudun.

El mejor, el más célebre, se llamaba (se llama aún) José Antonio Lopetegui Aranguren, aunque en el ambiente era conocido por el apodo de Aguerre II, heredado de su padre, como heredó el negocio del mismo nombre, una sidrería en Asteasu, Gipuzkoa. Uno de esos sencillos y desengañados asadores del País Vasco, de bancos de madera y gloriosa comida: ensaladas, espárragos, pescado del día y carne superior. Allí se presentó, en un día de principios de 1968, Miguel Almazor, el enviado de Vicente Gil. Le hizo la propuesta:

—Te enseñaremos a boxear, ganarás mucho dinero. Te apoyaremos, el Caudillo está interesado en esto. Saldrás en la prensa, te televisarán los combates, serás famoso.

Pero Lopetegui, por cierto, padre del actual seleccionador de la sub-21, dijo que no quería líos. Quería su asador, su familia, sus paisajes, sus partidas con los amigos, su mundo. No se le había perdido nada fuera de ahí. Y no hubo manera de convencerle.

Almazor fue entonces por una segunda opción, otro forzudo, José Manuel Ibar Aspiazu, también con apodo: Urtain, el nombre del caserío familiar, en Cestona. Un caserío heredado de su padre, que éste a su vez había heredado de su padre adoptivo, que le sacó de la inclusa. Ahí había sido feliz Urtain padre, con nueve hijos, hasta que murió por una apuesta sobre si aguantaba o no, tumbado en el suelo y boca arriba, el impacto de un grandullón que saltara sobre él, con los pies sobre el abdomen, desde la barra del bar. Así se las gastaba aquella gente. Y ahí, en el mismo caserío, estaba criando Urtain hijo a los tres chiquillos que ya tenía con su mujer, Cecilia Urbieta, nacida en un caserío próximo, y con la que se casó tras seis años de noviazgo. Y allí pensaba criar a todos a los que Dios mandara.
Urtain escuchó a Almazor con más interés:

—Te enseñaremos a boxear, ganarás mucho dinero. Te apoyaremos, el Caudillo está interesado en esto. Saldrás en la prensa, te televisarán los combates, serás famoso.

Urtain no tenía miedo a nada. Era más revoltoso que Lopetegui. Ya lo había demostrado cuando con 11 años se había escapado de un internado de Tudela para regresar a casa. Dijo que sí, a pesar de las reservas de su mujer.

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Urtain, a la izquierda, en la presentación de uno de sus combates de lucha. / Raúl Cancio

Y empezó el torbellino. Tras unas cuantas instrucciones en el gimnasio del Hotel Orly, en San Sebastián, se presentó en Villafranca de Ordicia ante un buen tipo de Castro Urdiales llamado Gómez, pero al que se presentó como Tony Rodri. Para entonces, la leyenda del forzudo que iba ser el nuevo Paulino Uzcudun, se había hecho correr con habilidad y la plaza de toros estaba de bote en bote. Incluso acudieron un par de críticos notables de la prensa nacional. Por supuesto, Urtain ganó en un visto y no visto. Y a eso sucedió una racha impresionante de victorias en el primer asalto, excepcionalmente en el segundo, contra rivales desconocidos a los que se inventaba un pasado. El tercer combate ya fue en París, en un infecto tugurio de Montmartre. Pero la foto de Urtain y su séquito saliendo de una boca de metro de París con chapelas como paelleras se hizo célebre. España entera empezó a hablar de él. Unos decían que era un gran exponente de la raza vasca, otros que todo era un fraude ante una sucesión de paquetes. Él encadenó victorias, cada vez en escenarios mayores, y se instaló en Madrid.
En uno de sus viajes de regreso al País Vasco, fue con unos amigos a la sidrería de Lopetegui. Demasiado alegre, quiso propasarse con la mujer de éste. Lopetegui padre dejó el fogón, lo levantó en vilo y lo lanzó por la ventana de atrás a la carbonera.

Llegó la prueba mayor cuando fue nombrado aspirante al título de Europa de los pesos pesados, antes incluso de hacer el de España. El rival era Peter Weiland, un alemán gordo y calvo que al poner pie en Barajas dijo algo infamante:

—Las piedras que levanta Urtain yo se las tiro a los pajaritos.

¡La que se armó! Toda la tribu se indignó y nadie faltó ante el televisor. Urtain se batió como un jabato, con su estilo torpe y desmañado, parándolas con la cara pero sacudiendo mazazos, y ganó por K.O. en el séptimo. ¡Gloria! AS alcanzó un récord nacional de ventas que no se batiría hasta el 12-1 de Malta.
Arrancaban los 70 y todo era Urtain esos días en España. Summers rodó una película que merece la pena buscar: Urtain, el Rey de la Selva… o así. Se llamó un urtain a un plato muy bruto y muy macho, consistente en una base de patatas fritas sobre la que iba un churrasco y, encima, dos huevos fritos. Durante un tiempo no hubo español más popular, ni El Cordobés siquiera. El morrosko de Cestona era su apodo oficial. El morrosko hizo cuatro peleas más por el título de Europa, de las que ganó dos y perdió dos. El 70 y el 71 fueron sus grandes años. Luego empezó el viaje de vuelta.

Y fue penoso. Golpeado, lento, bajó del Olimpo a hacer peleas menores que dejaron de interesar. Perdió su familia, aunque creó otra nueva en Madrid, que consolidaría más adelante cuando llegó el divorcio. El celebérrimo José María García, que desde el diario Pueblo había contribuido a agitar el fenómeno, se cayó entonces del caballo y escribió un libro, Comedia Urtain, vendidísimo, en el que denunciaba toda la fastrupia.

Más tarde, Urtain intentó rascar algo de dinero en la lucha libre, ya convertido un poco en atracción de feria. Fue a trabajar al restaurante de su hermano Eusebio, como relaciones públicas. Aquello le interesó y montó un restaurante y una cafetería con los ahorros que le quedaban, pero no funcionó. Tuvo que traspasarlos, aunque en algunas épocas quedó contratado por el nuevo dueño como reclamo del local, que aún conservaba el nombre de Urtain. El último de ellos, en la calle Fermín Caballero, en un barrio modesto de Madrid.

A tres manzanas tenía su casa, en un octavo piso. Un mal día se tiró por la ventana y se estampó en la acera. Era julio de 1992. Tenía 49 años. De su segunda mujer había tenido dos hijos.

José Antonio Lopetegui sigue disfrutando, a sus 84 años, de su sidrería, sus amigos, sus partidas y sus atardeceres. Y todavía nadie ha batido su viejo récord de 22 levantadas en un minuto de la piedra cilíndrica. 

Veinticuatro partidos a Cortizo

Por: | 02 de junio de 2013

El último día de 1964 los periódicos llevaban noticia de la mayor sanción impuesta jamás en España a un jugador de alto nivel: 24 partidos a Cortizo, lateral derecho del Zaragoza. El mismo partido acarreaba otras sanciones llamativas: 12 partidos a Otto Bumbel, entrenador del Atlético, y seis a Glaría, jugador rojiblanco. Y tres meses a Gómez Arribas, el colegiado vizcaíno (internacional, por más señas) que había dirigido el partido. No se daba el nombre, se hablaba de sanción a un árbitro de Primera División, pero estaba claro que era él.

¿Qué había pasado? Había pasado que el domingo 27 de diciembre se habían enfrentado en La Romareda el Zaragoza y el Atlético de Madrid. Era la última jornada de la primera vuelta de la Liga 64-65, el Zaragoza llegaba tercero y el Atlético, segundo. El de aquellos años era un gran Zaragoza, que jugó cuatro finales de Copa consecutivas, de las que ganó dos. En la Liga le faltó regularidad y perseverancia, sobre todo fuera de casa. Era el Zaragoza de los Cinco Magníficos, si bien para ese partido le faltó uno de ellos, Villa, al que sustituyó el extremo Encontra, pasando Lapetra a interior. Los otros tres, Canario, Santos y Marcelino, estuvieron, como el resto de titulares. También el Atlético era estupendo por esos años. Presentó un ataque formidable: Ufarte, Luis, Mendoza, Adelardo y Collar.
El partido, jugado en una tarde muy fría y con lleno hasta la bandera, prometía y cumplió. Leyendo las crónicas, se evoca un fútbol brioso, bien jugado, con detalles de calidad y alta tensión, producto en gran parte del mal arbitraje. Gómez Arribas debió de hacer uno de esos arbitrajes que consiguen enfurecer a las dos partes, porque repartió errores y consintió una dureza creciente.

Hubiera sido un partido más de los que quedan en el olvido si no llega a ser por el incidente final y su corolario. Luis adelantó al Atlético en el minuto 12, pero el Zaragoza no dejó que la ventaja se le secase encima y en el 18 había empatado Encontra. El mismo Encontra (¡caray con el suplente!) puso 10 minutos antes del descanso el 2-1. Y mediada la segunda parte, una dejada de cabeza de Marcelino fue aprovechada por Lapetra para hacer el 3-1. Todo en medio de un partido movido, tan lleno de detalles de calidad como de golpes. Hubo trabajo para los dos masajistas. Collar se las tuvo tiesas con su marcador, Cortizo. Los roces entre ambos ya habían dado que hablar en partidos anteriores. Collar era un extremo magnífico, hábil, veloz e inteligente. Y nada cobarde. No era de los que se amilanaban ante la dureza, sino que respondía encarando una y otra vez, y con planchazos si era preciso.

Quedaba poco para el final, Canario acababa de estrellar un balón en el larguero en un contraataque cuando se desencadenó la catástrofe: una entrada de Cortizo da con Collar por tierra. Le retiran en camilla entre dramáticos gestos de dolor que el público (y el árbitro, por lo que se verá luego) consideran teatro. Le abuchean e increpan cuando sale en camilla. Pronto llega el final y se desata el pandemónium.

Los atléticos, que sí han percibido como sincero el dolor de su compañero, se retiran alterados. El trato dado a Collar, los propios gestos de Gómez Arribas al exigir su retirada rápida (en la acción ni siquiera había apreciado falta) se suman a la decepción por la derrota. Se sienten, además, perjudicados por el arbitraje durante todo el partido. Glaría le increpa. “¡Cuánto dinero llevaba el sobre que te ha dado el Madrid!” (El Madrid estaba un punto por delante del Atlético al empezar la jornada). Otto Bumbel, el entrenador rojiblanco, le acusa a su vez de tener la culpa de todo lo ocurrido.

Pero lo peor está por llegar: Gómez Arribas, confirmando que no se ha creído nada, insiste en que Collar, capitán del Atlético, tiene que presentarse para firmar el acta. Eso hace que la indignación de los rojiblancos suba de tono, porque para ese momento ya saben que hay fractura de tibia, delatada en la primera exploración. En una decisión delirante, Gómez Arribas insiste y exige que, caso de no acudir el capitán sino algún otro, el club debe presentar antes un certificado médico de lesión tan grave que impida al jugador recorrer esos pocos metros. El colmo.

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Cortizo, con el Zaragoza. / AS

Los días siguientes el calentón sube de tono. El lunes se informa de que Collar tiene una “fractura estrellada con desplazamiento”. Lo de “fractura estrellada” sugiere un impacto muy fuerte en el punto que se ha quebrado. En Zaragoza se insiste en que la jugada es fortuita y se acusa al Atlético de no saber perder. El martes, el Atlético anuncia que solicitará un informe completo sobre todo lo que ha ocurrido en Zaragoza. Sale a relucir que Gómez Arribas había comenzado la temporada como recusado por el Atlético. Pero aún así arbitró ese partido. ¿Por qué? Arturo Manrique, secretario del club, explica que dentro del ambiente de amnistías por los XXV AÑOS DE PAZ se creyó oportuno levantar la recusación. El ambiente es terrible cuando el Comité de Competición se reúne el miércoles. La foto de Collar, en la cama, mirando la radiografía de su tibia quebrada, causa impacto. Y el Comité resuelve sacudiendo a Tirios y a Troyanos con una salva de sanciones sin antecedentes ni consecuentes en Primera División.

A Cortizo le caen 24 partidos de suspensión, aplicando con el máximo rigor el artículo 100, apartado H, número 2, que textualmente dice: “Suspender de 12 a 24 partidos cuando por agresión, juego violento o peligroso se ocasionase a otro jugador lesión que le impida continuar en el juego”. Al entrenador Otto Bumbel le caen 12 partidos, a Glaría, seis, en ambos casos por insultos al árbitro. También se decide “suspender por tres meses a un árbitro de Primera División”. No se especifica el nombre pero se entiende, y así será, que se trata de Gómez Arribas.

Las reacciones fueron de irritación por las dos partes. Al Atlético, por los seis partidos a Glaría y los 12 a Otto Bumbel (entonces se impedía al entrenador incluso dirigir entre semana, cosa que con el tiempo se fue haciendo imposible), que le complicaban en su persecución al Madrid. En cuanto a Zaragoza, se entendió que los manejos del Atlético en la Corte habían señalado a Cortizo como autor de algo infamante, cuando en la ciudad se sostenía, y se sigue sosteniendo, que la jugada fue fortuita.
Waldo Marco, presidente del Zaragoza, retira a sus representantes de la Federación con una dura nota de protesta, en la que recuerda que el árbitro escribió en el acta que no hubo intencionalidad. Pero la sanción se mantuvo. En el siguiente partido en La Romareda, ante el Deportivo, hay pancartas como: “Queremos que se haga justicia… aunque seamos de provincias”. O esta otra: “Con este Comité, sobra la Competición: los de Madrid, campeón”, en la que la licencia sintáctica se perdona por la fuerza del mensaje.

Travesuras del fútbol, la final de Copa de aquel año la jugaron el Atlético y el Zaragoza. Fue en el Bernabéu y jugó Collar. Tras cinco meses de baja, había reaparecido a primeros de junio en Valencia, en el partido de ida de cuartos. La final era su quinto partido desde el regreso. Ganó el Atlético 1-0, gol de Cardona, y Collar, capitán, subió a coger la Copa de manos de Franco. Cortizo no pudo jugar. Aquella final hacía justamente el partido número 24 de la sanción.

En puridad, a Cortizo aquello le costó la carrera. Aún siguió la 65-66 en Zaragoza, pero señalado. Era abroncado en todos los campos. El Zaragoza fichó al joven y prometedor Irusquieta, del Indauchu, que se hizo con el puesto. Cortizo se fue al Jaén, donde cayó en el olvido. Hoy todavía defiende su inocencia. Collar, por el contrario, sigue sosteniendo que la entrada fue una enormidad. Quizá. Pero lo cierto es que ni antes ni después hubo una sanción así. Lo que sí ha vuelto a haber han sido lesiones graves.

El País

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