Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

El ‘hai que roelo’ llega al ‘Pravda’

Por: | 25 de agosto de 2013

Hoy el Pontevedra está en Tercera, pero en la ciudad aún se habla de aquello. De la aventura del Hai que roelo, del Pontevedra que llegó a ser líder de Primera División mientras su capitán, Cholo, completaba sus ingresos conduciendo un trolebús.

Había llegado a Primera hace cincuenta años en circunstancias mágicas. A dos jornadas del final, le bastaba con un punto. Aquel día visitó Pasarón nada menos que el Celta de Vigo, primadísimo por el Español y por su propio orgullo de gran club de la provincia que no se quería ver desplazado. El Celta se adelantó en el marcador, jugó bien y con serenidad. El Pontevedra estaba nervioso. No había manera. A Ceresuela, el ariete, se le desató una bota y salió a atársela en el fondo de la portería Norte. El público se impacientó con él, pero un gris (a los policías nacionales se les conocía entonces así, por el color del uniforme) le dijo:

—¡Te has sentado sobre un ajo! ¡Ahora meterás el gol!—

Al poco hubo un córner. Quedaban ocho minutos. Sacó Recalde, rechazó de puños Cantero, el balón le cayó a Ferreiro, que lo tocó de costado a Ceresuela… Y éste, desde el borde del área, con la frase del gris acudiéndole a la mente golpeó con toda su fe y lo puso en la escuadra. El Pontevedra ya era de Primera aun perdiendo en la última jornada, que se jugaría en El Sardinero. Desde entonces se conoce a la portería Norte la portería del ajo. Era el 14 de marzo de 1963.

La ciudad vivió apasionada en primer ascenso, preludio de una época gloriosa. Y eso que costó asentarse. La 63-64 acabaría en descenso, pero había el presentimiento de algo bueno. La gente estaba tan volcada que eso no podía ser fugaz. Una colecta organizada desde las ondas de Radio Pontevedra por Fuentes Mora y Ricardo Barajas había conseguido recaudar un millón de pesetas. Pasarón se llenaba y la pasión con que se vivía allí el fútbol la describe muy bien en sus memorias Xosé Fortes, uno de los nueve oficiales procesados en la Transición por pertenecer a la UMD. Ocurrió que, en el periodo en que fue teniente de la Policía Armada (o sea, de los grises), le tocó tutelar los partidos de Pasarón. Entre ellos, la primera visita del Real Madrid, el 1 de abril de 1964, justo el día del XXV aniversario de La Victoria. Era aún aquel Madrid cuya alineación terminaba por Di Stéfano, Puskas y Gento. El ambiente era apasionadísimo, porque el público juzgaba el arbitraje descaradamente parcial. Al descanso, pese a un gol de Ceresuela en el minuto 42, el árbitro, González Echevarría, no podía ganar el túnel. Tuvo que ser protegido por la policía. Pálido, temblando, se encomendó a Xosé Fortes con estas palabras:

—Teniente, mi vida está en sus manos—.

Fortes contestó con sabiduría gallega:

—No estoy seguro. Me parece que está más bien en las suyas—.

En la segunda mitad, cuentan, el arbitraje cambió de tono y el partido terminó con la victoria del Pontevedra por 1-0.

El equipo bajó al término de ese curso, pero subió un año más tarde. Con jugadores de poca celebridad, pero bien buscados, se creó un grupo del que empezó a decirse que era “un hueso duro de roer”. Un día apareció en el Insular de Las Palmas, con ocasión de la visita del Pontevedra, una pancarta con un hueso pintado y la leyenda “Hai que roelo”, llevada por unos pontevedreses que vivían allí. Aquello hizo fortuna y se conoció al equipo como el “Hai que roelo”. Antes se le había llamado “Atila, rey de los Hunos”, porque en Pasarón siempre daba un uno en la quiniela.

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De pie, Celdrán, Azcueta, Batalla, Cholo, Calleja, Vallejo; Fuertes, Martín Esperanza, Ceresuela, Neme y Odriozola.

El gran día llegó el 28 de noviembre de 1965, cuando, segundo en la tabla, recibió al líder, el Atlético. Llegaron cincuenta autobuses de atléticos, y coches privados con matrículas de muchas provincias próximas, porque el Atlético siempre tuvo afición por todas partes. Una gran pancarta paseada por la calle desde la mañana ponía: “Llegó el can”. En el campo se vería una réplica: “Pouco can para tanto oso”. El partido lo radió en directo la emisora La Voz de Vigo para México, con locución de Villot. Pontevedreses emigrados pusieron un millón de pesetas para lograrlo.

Y ocurrió que ganó el Pontevedra y saltó así al liderato. Ese día jugaron. Celdrán; Azcueta, Batalla, Cholo; Calleja, Vallejo; Fuertes, Martín Esperanza, Ceresuela, Neme y Odriozola. Es el once del “hai que roelo” que saltó a la historia, aunque también alternaron en ese equipo con frecuencia el meta Cobo, el lateral Irulegui y los delanteros José Jorge y Roldán II, entre otros. Fue el éxtasis.

MARCA
publicó entonces un reportaje desvelando a toda España algo que en Pontevedra no era ningún secreto, pero que fuera de allí se desconocía: el capitán, el lateral izquierdo Cholo, era conductor de trolebús de la ciudad. Cholo había nacido en las cocheras del tranvía, donde su padre era el encargado. Su hermano mayor había conducido primero el tranvía, y luego el trolebús. Él mismo había empezado muy joven a trabajar en eso y no lo había querido dejar. En parte porque como jugador no ganaba mucho, en parte por lealtad a la tradición familiar, en parte porque sabía que el fútbol acababa pronto, o aún antes, si te pilla una lesión, en parte porque le gustaba… Además, le permitían ajustar los horarios a los entrenamientos. A la gente le gustaba pillar el trole de Cholo aunque no le podían dar la lata. Por entonces, los vehículos públicos llevaban un cartel muy visible en el que ponía: “Prohibido hablar con el conductor”.

El asunto fue hasta portada en Pravda, el gran diario de Moscú, que destacó en primera página que en el superprofesional fútbol español era líder un equipo cuyo capitán no era un millonario, sino un honrado conductor de trolebús urbano. De tal publicación se supo aquí por Radio España Independiente, La Pirenaica.

Al Pontevedra se le televisó bastante y siempre se enfocaba alguna pancarta del “Hai que roelo”. Un día, en Zaragoza, pasó algo extraordinario. Era noviembre del 68. El partido televisado iba a las ocho, una vez concluidos todos. Antes del encuentro, a Batalla consigue localizarle en el estadio su mujer, que está excitadísima: ha hecho una quiniela, y tiene trece aciertos. Aunque ella es de Valladolid, por una vez no le puso un 1 al Valladolid, sino una x, y a falta del Zaragoza-Pontevedra tiene pleno. Si hay empate en Zaragoza, tendrán catorce. La noticia circula entre bambalinas del estadio y en el descanso, Matías Prats lo comenta. Para entonces el Pontevedra gana 0-1. En el minuto 85, un jugadón de Fuertes permite a Roldán II hacer el 0-2. Pero en una reacción mágica el Zaragoza empata en tres minutos. ¡Y Batalla era el defensa central! Fue uno de los veintisiete acertantes de catorce esa jornada, por lo que cobró 1.152.705 pesetas. Su ficha anual era de 400.000. Lo pasó mal, aunque nadie llegó a sospechar seriamente de él. Eso sí, dio lugar al debate de si a los jugadores se les debía prohibir apostar en las quinielas.

Todo terminó en el curso 69-70. La gran generación, reunida con poco dinero y mucha visión, había envejecido y los relevos no pudieron mantener aquello. El Pontevedra se fue hundiendo en la noche del fútbol. Hoy está en Tercera, con un campo magnífico. Pero nadie se olvida de aquello. El otro día, paseando por el casco antiguo de Pontevedra (un gran desconocido) mi mirada topó de refilón en la Rúa das Pontes con una foto añeja colgada a la entrada de una sencilla peluquería. Era la foto del once que batió al Atlético y se puso líder. Encima, estaba pegado el recorte de un titular de periódico que rezaba: Hai que roelo.

No, nadie se olvida.

Ave, César, Elche te saluda

Por: | 18 de agosto de 2013

Este Elche que reaparece en Primera División después de veinticuatro años logró su primer ascenso en 1959 en condiciones extraordinarias que merece la pena recordar.

En la temporada 50-51 había bajado a Tercera. Ocurrió que a dos jornadas del final tuvo un partido tremendo con el Murcia, que no acabó por una tangana. La Federación resolvió que los 17 minutos restantes debían jugarse en campo neutral, en Albacete. El Elche, sintiéndose injuriado (el a la sazón presidente de la Federación Española, Muñoz Calero, era de Águilas y le juzgaron parcial) se negó a ir. Total, sin los puntos de ese partido se podía mantener. Pero la Federación no sólo le dio el partido por perdido, sino que le restó dos puntos más, con lo que se fue a Tercera.

Aquello sentó como un tiro en la ciudad. La gente, en una reacción de despecho colectivo, dejó de ir al fútbol, el equipo se desmoronó, terminó el último. No cobraban los empleados, no cobraban los jugadores, no cobraban los proveedores, no se pagaba el agua ni el autobús ni nada. Y se debía el multazo de la Federación. El equipo acabó el último, abocado al descenso a Regional. Se le dio por desaparecido.

Entonces, en el verano de 1952, empezó el milagro. El delantero centro, el aragonés Lahuerta, lanzó junto a dos aficionados visionarios una iniciativa original: crear una cooperativa en la que los socios fueran los propios jugadores y empleados. Perdonarían las deudas, tomarían parte de la propiedad del club en función de lo que se debiera a cada uno, harían gestiones, implicarían a más gente. Algunos aficionados desinteresados se sumaron, trabajaron gratis en la reparación del campo, en la jardinería, aportaron para lo más esencial. Los jugadores que no habían encontrado un destino mejor cooperaron. Y llegaron algunos nuevos, en edad juvenil. Entre ellos estaba Quirant, llamado a hacer el viaje completo hasta disfrutar muchos años en Primera.

La Federación Murciana, quizá con alguna mala conciencia, dio facilidades. Le mantuvo en Tercera y le aplazó la deuda. Los jugadores se plantearon cómo repartir el dinero si la gente acudía al campo en número suficiente para que sobrara algo, una vez liquidados los gastos. Se decidió que cada cual puntuara al resto, de cero a diez, y repartir el sobrante según la tabla resultante de esa puntuación colectiva. Eso incluía al entrenador. Resultó que el que más se llevaría sería Lahuerta, el 9%. El entrenador y dos jugadores se llevarían el 7%. Los juveniles Quirant y Periquín, el 1,5 %. La gente respondió. Aquel movimiento por salvar al Elche reactivó a la afición, las taquillas fueron altas, los jugadores pudieron cobrar, se fueron pagando deudas y la temporada terminó con el equipo cuarto. Un gran comienzo.

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Lola Flores, acompañada por César, antes del saque de honor en partido del Elche contra el Nimes./ as

Todo fue a más cuando en la 53-54 apareció en el club José Esquitino, un fabricante de zapatillas de lona y suelo de goma, innovador salto de la alpargata tradicional hacia las zapatillas deportivas de hoy. Fue comprando partes de la cooperativa a distintos jugadores, hasta hacerse con una mayoría. No tarda mucho en ser presidente y el equipo va a más. Tres años seguidos roza el ascenso a Segunda, pero siempre cae en la liguilla final: un año ante el Gandía, otro ante el Mestalla, otro ante el Recreativo…
Esquitino comprende que falta algo y se va a Barcelona a visitar a Samitier, con el que tenía un amigo común. Quiere que le recomiende un entrenador. Samitier le sugiere que se dirija a César, el glorioso delantero de aquel Barça que cantó Serrat (Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón…) César había dejado el Barça dos años antes (después de catorce temporadas y con el récord de 252 goles en el club que sólo ahora, pasados casi sesenta años, ha conseguido batir Messi) y había jugado la 55-56 en la Cultural Leonesa y la 56-57 en el Perpignan. En ese momento estaba en Mallorca, tratando de montar un negocio. Hasta allí fue Esquitino:

—Pero es que yo no quiero entrenar. Yo si sigo en el fútbol es para jugar.

—Bueno, yo le nombro a usted entrenador, y como usted hace la alineación, si quiere, se pone.

Y así fue César, como entrenador jugador, con sus 37 años a cuestas, a Elche. Se incorpora en la 57-58. Da bajas, hace contrataciones. Para los jugadores, César es un sabio y un ejemplo. Enseña a los defensas a jugar el balón, entrenan en el campo a lo ancho, delanteros contra defensas, para que todos tengan que hacer de todo, ensayan algunas jugadas. Todo es una novedad fabulosa para ellos. Sólo pierden dos partidos, uno en Cieza y el otro en Altabix, ante el Novelda, que había recogido a todos los que él había echado del Elche y salieron ese día a comerse el mundo. Con vistas a la liguilla, llega Pahuet, del Sevilla, una figura nacional. Esta vez sí se logra el ascenso, tras eliminar al Jerez Industrial y al Mallorca. Al acabar la temporada, César recibe su partido-homenaje en Barcelona, en el viejo Las Corts. El invitado es el Elche. César juega contra sus pupilos, con el Barça.

58-59, Segunda División. Llega el hondureño Cardona, toda una estrella. (Años más tarde será traspasado al Atlético). El equipo se hace a la categoría, César juega en muchas ocasiones de central, por necesidades. Todo marcha pero de repente hay un contratiempo terrible: en un choque en el entrenamiento entre el defensa Rico y el portero Navarro fallece aquel, tras una agonía de cuatro días. La noticia fatal le coge al equipo en Melilla, para jugar el correspondiente partido. Se pierde, pero el grupo digiere el golpe y termina la Liga en cabeza, tras ganar en Tenerife la última jornada. Es la aparición del equipo de la franja verde en Primera, de la mano del venerable César, que como entrenador-jugador ha obrado el milagro. Campeón del Grupo Sur, sube automáticamente, pero además se permite el lujo de ganarle al Valladolid, campeón del Grupo Norte, y proclamarse campeón único de Segunda.

Aún jugará César la primera temporada en Primera, la 59-60, en la que el equipo se permite empezar la Liga con un empate en Oviedo y una victoria en casa ante el mismísimo Barcelona. Elche es un delirio. La ciudad crece en torno a su equipo de Primera y a su industria zapatera, que va a más. Elche está de moda, da trabajo y en Altabix se puede ver a los grandes del fútbol nacional. Aunque sufre un estrepitoso 11-2 en el Bernabéu, en tarde de nevada, termina la temporada César se va, con los 40 cumplidos. Ha entrenado en 95 partidos oficiales, de los que jugó 80 y marcó 42 goles, los últimos 11, ya en Primera. El día que se despide, Altabix estrena iluminación y debuta Romero, un paraguayo excepcional. Enfrente está el Fluminense, donde deslumbra Walter, que fichará por el Valencia y al término de la temporada fallecerá en un accidente de coche.

El Elche ya es otra cosa. Se ha instalado en Primera, y ahí sigue Miguel Quirant, capitán. Su viaje ha sido único, desde la cooperativa con el 1,5 % del sobrante de las taquillas una vez liquidados gastos, a ocho temporadas consecutivas como titular en Primera, hasta que el joven Canós le empuja. Canós, Ballester, Asensi, Vavá, Lico, Marcial… Internacionales españoles creados en el club que tomaron el relevo de aquellos firmes paraguayos de los primeros años en la máxima categoría, los Lezcano, Re, Casco, Romero…. Aquel Elche de los sesenta se permitió porteros de lujo (Pazos y Araquistain), jugar una final de Copa, coquetear con el liderazgo en Primera y privarle al Madrid, en la penúltima jornada, de acabar invicto una Liga.

Luego pasó, como pasan las cosas. Pero hoy Esquitino tiene una calle en Elche y César un lugar en el corazón de todos los ilicitanos. Y el equipo vuelve a estar en Primera.

¡Han secuestrado a Di Stéfano en Caracas!

Por: | 11 de agosto de 2013

La pesada tranquilidad del agosto de 1963 fue sacudida de forma repentina por una noticia bomba: ¡Han secuestrado a Di Stéfano en Caracas!

El Madrid había acudido allí a jugar un torneo que por aquel entonces alcanzó celebridad, llamado Series Mundiales de Caracas, popularmente conocido como Pequeña Copa del Mundo. Reunía equipos europeos y sudamericanos, en un intento que recuerda la actual International Champions Cup de EE UU, más ambiciosa. Aquella edición la disputaban Madrid, Oporto y São Paulo, en liguilla a dos vueltas. El martes 20, el Madrid se estrena con 2-1 sobre el Oporto. Di Stéfano juega, pero termina con molestias en la espalda. El viernes, ante el São Paulo, no juega, le sustituye Evaristo. El Madrid pierde 2-1 un partido que tiene un descanso accidentadísimo. Mientras los equipos están en el vestuario, se oyen disparos fuera del estadio. El público, atemorizado, invade el campo. Hay heridos en la avalancha. Se tarda tiempo en recomponer la situación, pero al fin se puede jugar la segunda parte, que empieza con 45 minutos de retraso.

Los jugadores regresan al Hotel Potomac, donde se hospedan, comentando lo revuelto que está el país. El presidente, Rómulo Betancourt, había alcanzado el poder apoyándose en la izquierda, pero estaba gobernando en derechas y había revueltas.

A las seis y media de la madrugada del sábado 24 (en España son las once y media), Di Stéfano duerme en la habitación cuando recibe una llamada del conserje, que le dice que hay unos policías que piden que baje. Di Stéfano piensa que es una broma de compañeros Y contesta: “Si quieren hablar conmigo, que suban ellos”. Y se da la vuelta para seguir durmiendo.

Pero al poco rato llaman a la puerta, abre y aparecen los tres sedicentes policías, junto al conserje. Le dicen que tiene que acompañarles a comisaría, para una inspección de rutina. Di Stéfano dice que lo tiene que comunicar a Muñoz Lusarreta (vicepresidente, a cargo de la expedición) o a Agustín Domínguez (secretario de la gerencia), pero le dicen que va a ser solo un momento y le urgen. Santamaría, cuya habitación se comunica por puerta directa con la de Di Stéfano, ha escuchado voces, pasa y le insiste en que hable con los directivos. Pero Di Stéfano, urgido por los policías, sale con ellos.

Abajo le meten en un coche y le dicen que está secuestrado. Le vendan los ojos y le ponen unas gafas oscuras. Le dicen que esté tranquilo, que no le pasará nada. Y empieza un baile: primero a un apartamento, luego a una casa de campo, finalmente a un piso por el centro de la ciudad. Él, vendado, no podrá identificar los trayectos. A la una de la tarde, un portavoz de la organización subversiva Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) llama por teléfono al hotel, habla con Muñoz Lusarreta y le dice que Di Stéfano está bien, que no sufrirá ningún daño y que le soltarán en cuanto el secuestro haya alcanzado suficiente publicidad. Que todo lo que pretenden es llamar la atención sobre su movimiento, crítico con Betancourt. Establecen comunicaciones con las agencias de prensa.

La llamada tranquiliza relativamente. En seguida se recuerda el secuestro por los castristas, cinco años antes, de Fangio en La Habana, liberado después del Gran Premio que se le impidió correr. Está claro que el FALN sigue paso por paso el manual de aquella operación, que le resultó rentable al castrismo.
A Bernabéu el asunto le pilla pescando en Santa Pola, desde donde ordena a Muñoz Lusarreta que siga punto por punto las indicaciones del embajador español, Matías Vega, que a su vez dispone que todos los jugadores abandonen el hotel y pernocten en la embajada. Raimundo Saporta, que está en Lausana, vuela a Madrid, donde prácticamente se instala en el Ministerio de Exteriores, para seguir el proceso.
En Caracas, la policía peina la ciudad, pero Di Stéfano no aparece. El apartamento donde le esconden no tiene ni una cama, sólo un sofá. Continuamente tiene vigilancia armada. No le dejan asomarse al exterior, aunque por el ruido deduce que está por el centro. Recibe palabras tranquilizadoras. El jefe del grupo, Máximo Canales, hijo de asturianos, le insiste en que sólo se trata de llamar la atención, que le soltarán pronto, le hablan de la justicia de su causa, pero Di Stéfano está nervioso y lo pasa mal. Sólo puede comer perritos calientes, no le entra otra cosa, aunque se esfuerzan en darle bien de comer. Hasta le traen una paella, encargada en un restaurante de prestigio. Juegan con él a las cartas, apuestan a los caballos en compañía, le permiten escuchar por radio el partido que el domingo 25 juegan el Madrid y el Oporto, en el que repite Evaristo en su puesto. El Madrid vuelve a ganar 2-1.

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Di Stéfano, durante su cautiverio. / Foto: DIARIO AS.

El lunes 26 es el octavo cumpleaños de su hijo Alfredo, y él está secuestrado. Al fin, avanzada la mañana, le dicen que le van a liberar. Le cambian la ropa que traía, le pretenden pelar al cero, para ser menos reconocible, pero él les disuade (“¡si yo ya casi no tengo pelo, y además rubio!”), cambian de idea y le ponen un sombrero. Le bajan al coche otra vez cegado. Él siente que es el momento más crítico, que se puede producir un tiroteo y les pide: “Si hay tiros, denme una pistola, no quiero morir como un conejo”. Pero no se la dan. Le sueltan en la Avenida Libertadores, tras quitarle la venda, a seis manzanas de la embajada. Salta del coche, se esconde un minuto tras un árbol y finalmente cruza la calle corriendo para coger un taxi, al que él mismo guía hasta la embajada, porque conocía el trayecto. Cuando llega a la puerta ve un cartel que pone: “Abierto de diez a dos”. Miró el reloj, que había conservado… ¡y ve que son las dos y diez! Pulsa el timbre y así está, no sabe cuántos minutos, hasta que una mujer abre a desgana y le mira con reproche hasta que le reconoce y se echa a llorar. Le hace pasar, en el edifico sólo está el matrimonio que tiene a cargo el edificio cuando no hay nadie. Desde allí mismo llaman al Hotel Potomac (el equipo sólo pasó una noche en la embajada) y al embajador. Y a Madrid, a su familia, y a Buenos Aires, a sus padres.

Se convoca una rueda de prensa, y entre los periodistas Di Stéfano reconoce a dos de los varios miembros del comando que pasaron por el apartamento. Disimula. Cuando la policía le da fotos para reconocer sólo identifica a Máximo Canales, del que ya se sabía que era el jefe del operativo. No quiere líos. Sólo piensa en volver a casa.

Pero el martes 28 hay el segundo partido contra el São Paulo, y Bernabéu insiste en que se quede y juegue, para honrar el compromiso y, en cierto modo, para demostrar que al Madrid no le arredraba nada. Así que Di Stéfano juega. Aparece entre una ovación tremenda, pero juega fatal, agotado, aturdido y sin reflejos, tras dos noches mal alimentado y peor dormido. Muñoz le sustituye en el descanso. El partido acaba empate a cero, el São Paulo sale campeón. El Madrid renuncia al compromiso de jugar en Bogotá, ante el Millonarios, por lo que iba a percibir 25.000 dólares. El contrato se resuelve amistosamente. Tras una declaración más ante la policía, Di Stéfano puede por fin regresar. El jueves embarca junto a sus compañeros con rumbo a Madrid. Llega hasta la escalerilla del avión escoltado por un policía… ¡que también resultó ser uno de los secuestradores! Le dijo al oído: “Gracias, Alfredo. Te portaste como un fenómeno!” El viernes desembarcó feliz en Barajas, recibido como un héroe.

Pero a él no le quedó ningún buen recuerdo de aquello, todo lo contrario. En 2005 el Madrid estrenó la película Real, The Movie, en la que Máximo Canales (que estaba alejado de la política y se había ganado la vida como pintor), interviene en el papel de un aficionado que estimulaba a los chicos de su barrio a jugar. Al Madrid le pareció una gran idea, a Di Stéfano no. Se invitó a Canales al estreno, que se hizo en el propio palco del Bernabéu, lo que tampoco le pareció una gran idea a Di Stéfano. En ese afán comercial del Madrid de estos tiempos, se intentaba buscar un abrazo de perdón, una foto que contribuyera a lanzar la película. Di Stéfano se negó, yo fui testigo. Accedió a hablar con él, pero no le quiso ni dar la mano:

—Usted hizo pasar mucho miedo a mi familia. No tenemos nada de qué hablar—.

Martínez, ocho años en coma

Por: | 04 de agosto de 2013

A primeros de 1964, Vicente Calderón accedió a la presidencia del Atlético, que estaba en horas bajas, y fue mano de santo. Desatascó las obras del futuro estadio del Manzanares y contrató varios refuerzos para la Copa, que por la época se desarrollaba una vez concluida la Liga. El Atlético llegaría a jugar la final de esa Copa, aunque la perdería ante el Zaragoza de Los Magníficos. Entre los refuerzos estaban el hondureño Cardona, procedente del Elche, y un interesante paquete de jugadores del Betis: Luis Aragonés, que haría leyenda en el club, el lateral Colo y el medio Martínez.

José Miguel Martínez Ferrer era un medio defensivo o defensa central nacido en Barcelona pero que tras iniciarse en Cataluña (Granollers, Sabadell y Condal) había triunfado en el Betis. La mili le llevó a San Fernando, donde jugó en el equipo local y conoció a la que sería su esposa. De ahí saltó al Betis, en Primera. Jugador alto, pelirrojo, tácticamente muy ordenado, seguro con el balón, atento, fuerte. Una buena adquisición. Llegó al Atlético y le tocó esperar, detrás de Glaría, pero se le veía como el hombre adecuado para sucederle.

El 7 de julio de 1964, el Atlético salió de gira por Sudamérica. Primero Buenos Aires, contra el Racing. Luego Montevideo, el 12 contra el Peñarol. Al día siguiente de este partido, varios jugadores están jugando a las cartas después de la cena en el hotel en que se hospedan, el Columbia Palace, todavía en Montevideo. Martínez les dice a sus compañeros de partida, Colo, San Román y Rivilla, que se encuentra mal, y sube a su habitación, la 818. Los demás no le dan mayor importancia y siguen jugando. La partida se levanta a las once, y cuando Colo sube a la habitación, que comparte con Martínez, se alarma al ver su estado. Avisa a San Román, que está en la habitación de enfrente, y este al médico, el doctor Garaizábal. Martínez está inconsciente. Se le traslada al Hospital Británico, donde se le diagnostica una mesoencefalitis. Está en coma.

La gira sigue, por Asunción, La Paz, Lima, Quito y Caracas. En La Paz se produce un hecho sorprendente. Con los jugadores formados sobre el campo, la megafonía da las alineaciones de ambos equipos. San Román, eterno suplente en la portería del Atlético, jugaba ese día. Cuando suena su nombre, el estadio estalla en un clamor. San Román presume con sus compañeros de que es popular en La Paz, pero luego todos descubren de qué se trataba: San Román era el apellido del más célebre bandolero de la historia del país, de ahí el clamor. San Román tiene que aguantar todo tipo de bromas.
Pero el grupo no está para muchas alegrías, porque Martínez ha quedado en el Hospital Británico de Montevideo y las noticias son inquietantes. Cada mañana, cuando bajan a desayunar, todos preguntan lo mismo: “¿Cómo está el panocha? ¿Qué se sabe?” Y la respuesta es monótonamente desoladora: “Nada nuevo. No consiguen sacarle del coma”. Finalmente, el 2 de agosto es trasladado a Madrid e ingresado en la Concepción. Siempre en coma.

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Vicente Calderón, Juan Antonio Samaranch y Pepita Márquez, esposa de Martínez, visitan a este
en la  clinica Concepción de Madrid. / Foto: DIARIO AS.


El episodio adquiere caracteres de drama nacional. Se sabe entonces que su joven esposa, Pepita Márquez, está embarazada. Sus fotos a la cabecera de la cama en la Concepción aparecen en los periódicos, en las revistas. La imagen se ve en el No-Do. Se recuerda entonces que en su primer encuentro con el Betis, contra el Barcelona, había sufrido un golpe en la cabeza en la primera parte, tras lo que le sobrevino un desmayo en el descanso, y ya no salió en la segunda mitad. Eso había sido en septiembre de 1962. También que un año más tarde, ante el Pontevedra, había sufrido una conmoción. ¿Le habían quedado secuelas no detectadas de aquello?

Pasan las semanas y los meses y todo sigue igual. El fútbol continúa y el caso Martínez deja de ser noticia constante. Las referencias al asunto se van espaciando. Alguna nota aquí, algún reportaje allá…. Así un año, tras otro. En 1967 concluye el contrato del jugador y el Atlético, a fin de que no perdiera bruscamente todo ingreso, organiza un partido en su beneficio, que se juega el 13 de junio de ese año, entre el Atlético de Madrid y un combinado de jugadores al que cada uno de los restantes equipos de España aporta uno. El combinado formó así: Iríbar (Ñito); Benítez, Tonono, Reija; Llompart (Torrent), Violeta; Oliveros, Santos (Ramírez), Ansola (Vavá), Pellicer y Gento. RTVE ofrece el partido, aportando una cantidad, la asistencia es buena, pero además se ha puesto en práctica una idea novedosa: por toda España se venden entradas de Fila 0, una entrada sin derecho a entrar, una contribución altruista a la causa. Fue un éxito fulminante. La asistencia al campo dejó 1.200.000 pesetas, la Fila 0 dejó 3.100.000 recaudadas por toda España. En total, con televisión, cuatro millones y medio, una gran cantidad para la época. Al hijo de Martínez, que ya aparece junto a su madre en las fotos de la cabecera de la cama junto a un padre que nunca le conocerá, se le concede el carné de socio del Atlético con el número 50.000.

Luego, la situación entra otra vez en rutina. Tras unos meses en los que la esposa del jugador paga la hospitalización, se hace cargo de ésta la Delegación Nacional de Deportes, a decisión de Juan Antonio Samaranch, que el día del homenaje había concedido al jugador la Medalla de Oro al Mérito Deportivo.
Así hasta el 28 de septiembre de 1972, cuando fallezca finalmente, sin haber salido del coma en ocho años largos.

Josefa Márquez litigó en 1976 para que la muerte de su marido fuera reconocida como accidente laboral, lo que le hubiera permitido acceder a una indemnización. Su abogado esgrimió su desmayo aquel lejano día de su debut con el Betis o la conmoción ante el Pontevedra, como causas antecedentes del fallecimiento, que por tanto se habría producido como consecuencia de la actividad profesional. Pero no lo consiguió. Se encontró con una frialdad sobrevenida con los años. Regresó a San Fernando, donde crió a su hijo, que llegaría a jugar en el equipo local, tantos años después de su padre, de lateral izquierdo.
El caso Martínez tocó muchas conciencias y extremó durante tiempo las precauciones de los médicos, dando lugar a la frustración de algunas carreras. Tal fue el caso de Manuel Lasheras, prometedor jugador de la cantera del Madrid, al que Bernabéu tenía por el sucesor de Di Stéfano. En abril de 1965, jugando para el Rayo, remató de cabeza un córner sacado por Felines, hizo gol y se quedó desmayado. No le dejaron jugar más. Llevaba esa temporada 33 goles, con cinco hat tricks. Ramón, extremo del Hércules que pretendió fichar el Atlético como futuro sucesor de Collar, fue echado para atrás por una anomalía cardíaca. Curiosamente, después de eso tuvo que hacer la mili. El corazón no le daba para el fútbol, pero sí para la mili. Barba, otro canterano del Madrid que pasó cesiones por el Racing (el año de los bigotes) y por el Betis, también fue echado para atrás por una pequeña anomalía cardíaca.

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