Ahora que nos jugamos el bigote ante Italia en Liubliana, viene bien desempolvar la primera gran gesta del baloncesto español, porque fue justamente ante Italia. Fue la primera vez que la selección pasaba de 100 puntos (101-89), todavía en 1955, tiempo lejano en el que era bien raro pasar de los sesenta. Se trataba del Campeonato de Baloncesto de los Juegos Mediterráneos en 1955, de los que a la postre se llevarían el oro. Los Juegos Mediterráneos significan hoy bien poco. Pero entonces no era así. Todos los países competían con lo mejor en todas las modalidades, y como además aquella edición (la segunda, la primera fue en Alejandría) se disputó en Barcelona, el eco de aquella victoria fue tremendo. El baloncesto salió aquel día de las catacumbas para convertirse en tema de conversación nacional.
Cómo fue posible eso aún no se lo terminan de explicar ni Buscató ni Ferrándiz, testigos vivos de aquello, como vivos siguen algunos de los protagonistas de la hazaña. Buscató, entonces jugador del Pineda (15 años ya en el equipo sénior) lo escuchó por radio en la panadería familiar, dando botes de alegría. Pedro Ferrándiz asistió como joven periodista aficionado, y en una foto que he rebuscado aparece sentado en el banquillo de Italia, muy cerquita del entrenador, que se mesa los cabellos. ¿Mero informador o peligroso infiltrado? Él me quería ayer negar tal ubicación, pero la foto es concluyente. Un espía debe seguir guardando secretos aunque pasen sesenta años.
En la formación de España ese venturoso día figuró, entre otros, el que luego fuera tantos años seleccionador nacional, Antonio Díaz Miguel. Estos fueron los héroes y estas sus anotaciones:
Bonareu (42), Canals (7), Trujillano (8), Brunet (8), Joaquín Hernández (19), Imedio (7), Díaz Miguel (3), Kucharski (3), Oller (2) y Capel (2).
Italia tenía en sus filas a uno de los grandísimos jugadores de Europa, el base Riminucci, gran anotador, al que Joaquín Hernández dejó en nueve puntos. El seleccionador fue Jacinto Ardevínez, un vocacional del baloncesto al que su corta estatura no impidió jugar a buen nivel, en aquellos años aún pioneros. Luego sería el primer árbitro internacional de España, seleccionador, entrenador del Real Madrid, presidente del Comité de Árbitros y miembro de la FIBA. Se ayudó para la preparación física del capitán Rodríguez Ribeiro, un adelantado en la época.
El gran jugador de la época era el base Joaquín Hernández, pero el hombre del día fue, con mucho, Jordi Bonareu, el pívot, que anotó la descomunal cantidad de 42 puntos. Pronto elevaría ese récord a 45, ante Bélgica, y lo mantendría hasta que ya en 1990 Jordi Villacampa alcanzó los 48 en Salta, ante Venezuela.
Raimundo Saporta, entonces un jovencísimo delegado de la Federación, aprovechó su estancia allí para llevar el agua a su molino. Ya proyectaba el lanzamiento de la sección de baloncesto del Madrid, hasta entonces muy pobre, y convenció a Ardevínez, Joaquín Hernández y Bonareu para fichar por el Madrid. Bonareu estaba en el Barça, Joaquín Hernández en el Español, medio comprometido con el Barça, pero Saporta le convenció. Fue un fenómeno en el Madrid, del que luego sería entrenador y ganador de la primera Copa de Europa.
De
izquierda a derecha y de arriba abajo, Jacinto Ardavínez, Bonareu,
Alfonso Martínez, González Adrio, Herreros, Díaz Miguel, Brunet; Joaquín
Hernández, Kucharski, Canals, Lluís, José Luis Martínez y Trujillano,
en 1955 ante Italia. / AS
Pero el viaje de Bonareu fue de ida y vuelta. Y eso que llegó a firmar. Viajó a Madrid con su padre, Saporta les reunió con Bernabéu, al que trataba de empujar a una mayor inversión en baloncesto, y el patriarca quedó convencido:
—Se nota que es un buen chico, porque habla de usted a su padre.
Pero al poco de firmar, el padre enfermó y le anunciaron que tendría que guardar cama casi un año. El joven Jordi tenía que ayudar en el negocio familiar de hilaturas y pidió a Saporta que le liberara del compromiso. Saporta rompió la ficha:
—Sé que estoy perdiendo la Liga y la Copa en este momento, pero la persona está por delante del jugador…
Y Bonareu regresó al Barça. Por desgracia, se tuvo que retirar prontísimo, a los 24 años, exigido por el negocio familiar. Sin eso, quizá el Barça hubiera dificultado más el despegue del Madrid en baloncesto. Porque Bonareu, que aún vive, feliz, a sus 79 años, en su Mataró natal, era un fenómeno. Un puro heterodoxo, pero un fenómeno. Buscató, que llegó a jugar con él, describe su tiro como algo indefendible e indefinible, por lo raro que era, en cualquier postura, a veces por debajo de los brazos del rival. Él explica con sencillez. “Yo era alto, pero no era potente ni era elástico. Si hacía lo que los demás, iba a ser el peor, así que me dediqué a inventar cosas”. Y a practicar, también. Puso en el pequeño patio de su casa un remedo de canasta y madrugaba para tirar hora y media antes de ir a la hilatura, y otra hora y media al regreso a casa, tras el entrenamiento de la tarde-noche.
Así pasó que llegó a sorprender a los profesionales americanos. Una vez visitó España para un doble partido el Syracusa National, campeón de la NBA. Bonareu hablaba inglés y les hizo un poco de guía. Llevó a Rocha, la estrella, a una tienda (Chopo) de calzado de medidas especiales, donde se compró un 56. Rocha medía 2,16. Bonareu, 1,92. Intimaron. Rocha le preguntó: “Tú eres el base, ¿no?”. Bonareu le dijo que no, que jugaba de pívot, y que al día siguiente se marcarían el uno al otro. “Pues no vas a meter un punto”. “Pues voy a meter más de 20”. “Si metes más de 10, te regalo unos zapatos aquí y te regalo además un balón americano”, fanfarroneó Rocha. Y Bonareu anotó 28 puntos, que redujeron bastante la derrota de España. Tanto se picaron los americanos que para el segundo partido dieron 40-0 de ventaja a España. ¡Antes del descanso ya nos habían superado! Y esta vez Bonareu se quedó en 12 puntos.
Bonareu fue más tarde el reconstructor del baloncesto Barça tras años de ostracismo. Núñez le confió la presidencia de la sección. Renovó el equipo, metió a los Solozábal, Epi y Sibilio, entre otros, y en la 80-81 hizo doblete. Pero se fue, salió tarifando con Núñez, porque el día que habían ganado en el Palau al Madrid (primera victoria en 19 años), Núñez se empeñó en que el equipo diera la vuelta a la cancha. A Bonareu, eso le escandalizó: “¡Pero si no hemos ganado nada! ¡Ya darán la vuelta cuando ganemos el título! ¡Eso que usted pretende es ofender al rival!”. Pero Núñez, que me figuro que era eso lo que efectivamente pretendía, insistió en su orden. Al concluir la temporada, con el doblete ganado, Bonareu se marchó.
Fue su segundo adiós precipitado del baloncesto. Ahora lo sigue con interés, aunque se queja de algunas cosas: de la robotización, del exceso de mando de los entrenadores. Ardevínez sólo les decía: “Tú metes 25 puntos, tú 15, tú 10… Tú vigilas a ese, tú al otro…”. Le gustaba más el aroma de aquel baloncesto de años atrás, de aquellos días en que un heterodoxo como él podía demoler a Italia en un partido loco.
—Pero no me malinterprete. Yo sé que lo de ahora es mejor, y lo digo de verdad. Hoy todo es mejor… menos la fruta.
Hay 1 Comentarios
Sr. Relaño a ver cuando explica como consiguió el Madrid de basket sus títulos gracias al franquismo y a todas las trampas que hacían con bolas calientes incluidas. Después del franquismo y sus cenizas el Madrid de basket tiene menos títulos que el Bollullos del Condado ¿Por qué será?. Miren como se las gastaba el Real Trampas: http://xurl.es/vebod
Publicado por: Mac | 15/09/2013 22:59:35