Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

El partido del siglo

Por: | 24 de noviembre de 2013

“Ayer, a las cuatro, en una gris tarde de invierno, en la cazuela del Wembley Stadium, ocurrió lo inevitable”. Así empezaba Geoffrey Green su crónica en The Times. Una crónica que tituló The Match of the Century, El partido del siglo. ¿Qué era eso inevitable que había ocurrido? Pues que Inglaterra había perdido (3-6) en Wembley con un equipo del continente. Fue algo así como la Toma de la Bastilla. Hoy hace de eso exactamente 60 años.

Los ingleses ya habían tenido alguna pista. No habían acudido al Mundial hasta 1950 y de aquél regresaron con dos derrotas (ante Estados Unidos y España) y una sola victoria, ante Chile. Pero desdeñaron el aviso. Lo interpretaron como mala adaptación tras un largo viaje, descuido, confianza… En amistosos posteriores llegaron a ceder algunos empates en Wembley contra Francia, Austria e Italia, incluso habían perdido en Argentina y Uruguay una gira en verano del 53, pero aún se sentían los mejores. Entre otras cosas, porque se molestaban poco en mirar hacia fuera.

En octubre de 1953 el fútbol cumplió 90 años y se celebró con un partido en Wembley que se llamó, pomposamente, Inglaterra-Resto del Mundo. El cartel llevaba ENGLAND en letras mayúsculas, y debajo, en minúsculas, Rest of the World. No era exactamente el resto del mundo. No había americanos. La mayoría eran yugoslavos y austriacos. El único húngaro era Kubala, ya en el Barça. Nadie de la fabulosa selección húngara. En las entrevistas previas al partido, los jugadores invitados se asombraron del desconocimiento de la realidad exterior que había en la Isla. Al alemán Posipal le preguntaron si conocía la WM, táctica ya extendidísima pero que allí veían todavía como un misterio que solo Inglaterra poseía. A los austriacos, si en su país había campeonato de Liga, todos contra todos, al modo inglés. A Kubala y Nordahl, si eran profesionales. Así de cerrada era la mirada inglesa en esos años. El partido acabó con un equívoco 4-4, gracias a un penalti de última hora, obsequio del árbitro galés Griffiths, a los inventores, que se sintieron cómodos en ese resultado: si ni una selección del resto del mundo podía ganar a los ingleses, significaba que seguían siendo los mejores.

Puskas

Los capitanes, Wright y Puskas, intercambian banderines. / cordon press

Pero la prueba real llegaría un mes después, ante la selección húngara, el Aranycsapat, el equipo mágico. Desde 1950 venía arrasando: 23 partidos, 20 victorias, tres empates, ninguna derrota. Frecuentes goleadas, y ante lo mejor del continente. Había ganado los Juegos Olímpicos de 1952. Hungría, como todo el bloque del Este, no reconocía el profesionalismo. Sus jugadores eran nominalmente amateurs y se les compensaba con empleos en el Estado. Puskas era mayor del Ejército. Bozsik era diputado…

Aquel equipo le había dado un toque a la WM. En lugar del ataque con dos extremos y un delantero centro, apoyado por dos interiores, retrasaba al delantero centro, Hidegkuti, para armar el juego junto al medio Bozsik. Los extremos (Budai y Czibor) se retrasaban para poblar más el medio campo, sin perjuicio de su misión principal. En punta quedaban los interiores, Kocsis y Puskas. Todo servido con una excelente técnica, en la que descollaban la pierna izquierda de Puskas y el cabeceo de Kocsis.

El partido se concierta para el 25 de noviembre de 1953 y suscita enorme interés. En Hungría se agotan las radios. Wembley se llena a reventar. La víspera del partido llueve copiosamente, lo que preocupa a los húngaros, que la fecha del partido se levantan con ánimo sombrío. Ven una espesa niebla, que les entristece más, pero el portero del Cumberland Hotel, donde se alojan, les anuncia que el tiempo mejorará. Y así va a ser. A la hora del partido, el cielo está encapotado, pero no hay lluvia ni niebla. La charla táctica de Gustav Sebes les anima. Tiene ideas. Pide a Hidegkuti que se quede en punta, para desconcertar a los ingleses. Pide a los extremos un sobreesfuerzo hacia atrás. Pide a Puskas y Kocsis que se muevan por todo el frente del ataque y a Bozsik que se anime a llegar al área y disparar, porque a él no le van a vigilar.

Los equipos desfilan, solemnes, tras el árbitro, el holandés Horn. Puskas y Wright, capitanes, encabezan las respectivas filas. El gran drenaje de Wembley ha absorbido el agua de la víspera. El campo está muy bien. A las 14.17, con dos minutos de retraso, empieza el partido. A los 90 segundos ha marcado Hidegkuti el 0-1, haciendo bueno el plan de Sebes. Inglaterra, con su WM clásica servida por buenos jugadores, reacciona. En el 13 empata, en pase de Mortensen a Sewell para buen remate cruzado de éste.

Pero hasta ahí. La fantasía húngara se desencadena. Sus atacantes aparecen por cualquier lado, la defensa inglesa y su meta se multiplican, pero la superioridad húngara va goteando goles inevitablemente: en el 21, otra vez Hidegkuti; en el 24, Puskas, tras una pisada al balón en el pico del área chica para deshacerse de Wright que merece la pena buscar en youtube (“Wright acudió como un camión de bomberos al incendio equivocado”… dirá en su memorable crítica Geoffrey Green). En el 29, otra vez Puskas, rectificando un tiro libre lanzado por Bozsik. ¡Es 1-4 en media hora! En el 43 Mortensen hace el 2-4. Wembley ya sólo espera que la derrota no degenere en debacle. Pero en los 10 primeros minutos de la segunda parte, Bozsick e Hidegkuti hacen el 2-5 y el 2-6. Luego aflojan el ritmo, por cansancio o por piedad. Con todo, siguen dominando y sus combinaciones son ya aplaudidas por el público. Como las contadas escapadas de Matthews, el mejor inglés, por la derecha. Cerca del final, Horn decreta un penalti contra Hungría que Alf Ramsey (13 años después seleccionador campeón del mundo con Inglaterra) transforma en el 3-6. Y fin.

La polvareda es enorme. Nunca antes había ganado en Wembley una selección no británica. El fútbol ya era de todos. Ya era oficialmente una propiedad común.

En Inglaterra se les cayó la venda de los ojos. Aunque algunos aún quisieron fijar el origen del gran juego húngaro en el paso del británico Hogan por aquel país años atrás, la corriente mayoritaria admitió que el fútbol inglés se había parado en el tiempo. “Inglaterra se enfrentó con arco y flechas contra armas automáticas”, escribió alguien. Innovadores como Arthur Rowe, que predicaba en el Tottenham el putch and run en lugar del kick and rush (“tres pases de 20 metros llegan donde uno de 20 pero con más seguridad”, decía) o McDowell, entrenador del Manchester City con su Plan Revie (retrasaba a su delantero centro, Don Revie) empezaron a ser escuchados.

El fútbol ya era de todos, sí, hasta Inglaterra tuvo que aceptarlo. Por eso se llamó a aquel partido The Match of the Century, El partido del siglo. El único. Rechace imitaciones. Lo jugaron estos 22 hombres:

Inglaterra: Merrick; Ramsey, Eckersley; Wright, Johnston, Dickinson; Matthews, Taylor, Mortensen, Sewell y Robb.

Hungría: Grosics; Buzanszky, Lorant, Lantos; Bozsick, Zakarias; Budai, Kocsis, Hidegkuti, Puskas y Czibor.

Lo arbitró el holandés Horn. Se jugó el 25 de noviembre de 1953, en el Empire Stadium de Wembley, a las 14.15. A las 16.00, cuando acabó, algo había cambiado para siempre.

Seis meses después, Inglaterra devolvió la visita a Hungría. Perdió 7-1. Pero aquello ya no fue noticia.

El tiqui-taca nació en Las Palmas

Por: | 17 de noviembre de 2013

En la noche del sábado 20 de abril de 1968, penúltima jornada de Liga, saltaba al Bernabéu un equipo vestido con camiseta amarilla y pantalón azul resuelto a disputarle la Liga en su propio feudo al mismísimo Real Madrid. Era la Unión Deportiva Las Palmas, el suceso de aquel tiempo en el fútbol español. Estaba a sólo dos puntos del líder blanco. En la primera vuelta habían empatado en el viejo Insular. Si ganaba en el Bernabéu, Las Palmas llegaría líder a la última jornada, en la que debía recibir al Valencia.

Para entonces, el club palmeño apenas tenía 20 años de edad. Fue creado en 1949 como fusión (de ahí lo de La Unión) de cinco clubes de la isla: Deportivo, Atlético, Marino, Victoria y Arenas. Hasta ese tiempo, las dificultades de comunicación con la Península hicieron que el fútbol canario se desarrollara en régimen local. Pero ya daba grandes jugadores. Los patrones de pesca de los grandes clubes peninsulares se pasaban frecuentemente por allí, en busca de talentos. Y aparecían: Arocha, Hilario, Silva, Mujica, Campos, Molowny… En la selección era frecuente la presencia de jugadores canarios, siempre muy técnicos. Así que no fue raro que Las Palmas sólo tardara dos años en subir a Primera. Anduvo en vaivenes de equipo ascensor hasta que en la 64-65 regresó, de la mano de Rosendo Hernández, para establecerse ya por un largo tiempo.

Aquel era un grupo extraordinario. Molowny había estado en su origen, cuando llevó a la Selección Juvenil Canaria a campeona de España, vivero de ese juego y de ese estilo. Un juego técnico, de posesión, pausado, bien hecho, servido por jugadores aptos e inteligentes. Una escuela, escuela canaria, que contrastaba con el fútbol-fuerza en boga. Y los que jugaban bien, que los había (el Madrid ye-yé, el Zaragoza de Los Magníficos) lo hacían con más rapidez. Pero todos admiraban ese juego elegante, pachorrón y preciso, en el que Guedes y Germán armaban el medio campo y definían la línea. Ellos dos, Tonono, Castellano y Martín II frecuentaron la selección. Un día, en Malmoe, jugaron juntos Tonono, Castellano (que entró por Gallego con el partido en marcha), Guedes y Germán. Más Santos, tinerfeño de Los Magníficos del Zaragoza. Cinco canarios juntos en el equipo nacional. España empató en el campo sueco.

De los 11 que saltaron al Bernabéu aquella noche crucial, sólo el meta, Oregui, no era canario, sino guipuzcoano. Curiosamente, tuvieron enfrente al canario que les faltaba, Betancort, que guardaba la portería del Madrid. Aquella alineación aún se repite de memoria en la isla: Oregui; Aparicio, Tonono, Martín II; Castellano, Guedes; León, Gilberto II, José Juan, Germán y Gilberto I. Un guipuzcoano, seis palmeños, cuatro tinerfeños, que eran Martín II, José Juan y los dos Gilberto. Con ellos solían alternar el meta Ulacia (también guipuzcoano), el lateral José Luis y el medio Niz. Niz fue el primer jugador de España que hizo saques de banda largos, como córners.

El Madrid les opuso a: Betancort; González, Zunzunegui, Sanchís; Pirri, Zoco; Miguel Pérez, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento. Miguel Muñoz era el entrenador del Madrid; Luis Molowny, el de Las Palmas. Después de ser el fabricante del estilo, le había correspondido acudir al rescate el año anterior, cuando las cosas iban mal. Salvó el apuro, y ahora estaba aspirando al campeonato.

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Una formación típica del Las Palmas en el curso del subcampeonato. Arriba: Oregui, Aparicio, Tonono, Martín Marrero, Castellano y Guedes. Abajo: León, Gilberto II, José Juan, Germán Dévora y Gilberto I./ diario as

El partido fue intensísimo y duro, con un Bernabéu lleno a reventar. Pirri gritaba a los suyos: “¡Que no nos contagien, que no nos lleven a su ritmo!”. Marcó Velázquez, de cabeza (rara avis), empató antes del descanso Castellano, en un gran tiro libre. Los dos porteros pararon mucho. En el 77, córner contra Las Palmas; el balón sale rebotado, González lo recoge y lo envía otra vez al área, con la defensa canaria saliendo. Pirri, que también volvía, recula y acierta a cabecear de espaldas, de coronilla, por encima de Oregui, que ha salido mal en su único fallo de la noche. Las Palmas reclama fuera de juego, pero Zariquiegui lo da. Ese gol va a hacer campeón al Madrid. El partido acaba con bronca. En el 88 es expulsado Gilberto II, por una patada a Zoco. Cuando los jugadores se retiran, hay tensión en el túnel, a Zariquiegui le dicen de todo, Guedes le agarra de la chaquetilla y como el árbitro resbala en la escalera y cae, se la rompe.

Ya en el vestuario, el secretario del club, García Panasco, se pregunta, temeroso de lo que pueda poner Zariquiegui en el acta: “¿Y el domingo que viene quién juega?”. Pero Zariquiegui omitió todos los incidentes en el acta. ¿Quizá el gol le roía la conciencia?

Aquel equipo, muy joven entonces (los principales estaban entre los 23 y los 25), siguió predicando su fútbol y su estilo hasta que sufrió dos golpes trágicos: Guedes y Tonono murieron prematuramente, en plena actividad. Guedes se encontró mal un día al llegar a Barcelona para jugar contra el Espanyol. Le llevaron a una clínica, le hicieron exámenes. Tenía un cáncer muy extendido. Le abrieron, le cerraron, le tuvieron unos días en la clínica y finalmente regresó a casa, desahuciado. Se mantuvo la verdad oculta, se hablaba de una operación menor, de una infección en los puntos, pero la realidad era otra. Murió el 9 de marzo de 1971, con 28 años.

Cuatro años después se fue Tonono, víctima de un virus hepático repentino. Las Palmas regresó de eliminar al Málaga de la Copa un miércoles cuando se encontró mal. El domingo se recibía al Madrid, partido de ida de la siguiente ronda. No pudo jugar, su estado se agravaba. Las Palmas ganó 4-0, pero el lunes (10 de junio de 1975) se cortó la fiesta: Tonono, abrasado por la fiebre, falleció. Tenía 31 años y había jugado 22 veces en la selección, muchas de ellas haciendo pareja en la defensa con el barcelonista Gallego, que voló de Barcelona para estar entre los que cargaron el féretro.

Grandes jugadores ambos. El Barça y el Atlético anduvieron tiempo detrás de Guedes, el Madrid, detrás de Tonono. Antes del partido del Bernabéu, Antonio Calderón le había preguntado a García Panasco:

—¿Cuánto vale Tonono?

—¿Cuánto vale Pirri?

—Pirri no se vende.

—Tonono tampoco se vende.

Aquellas desapariciones aceleraron el fin del equipo. No mucho más tarde surgiría otro gran Las Palmas, éste definido por su abundancia de argentinos: Carnevali, Wolff, Brindisi, Morete… Un gran equipo, también con personalidad diferenciada, también exquisito en el manejo del balón. Jugó una final de Copa, contra el Barça de Cruyff.

Hoy Las Palmas quiere volver. Pisa por la parte alta de Segunda. Su presidente de honor es Germán, experto criador de palomas mensajeras y bisabuelo con 69 años. Él, León y unos amigos veían juntos el España-Rusia de la Eurocopa de Viena, cuando comentó:

—Estos juegan como nosotros, ¿no os parece?

Aquellos veteranos se ven con frecuencia. A veces viajan los de Tenerife, a veces son los palmeños los que saltan allí. Faltan dos, Guedes y Tonono, pero siempre están en las conversaciones de sus viejos compañeros. Viven en ellos.

El Barça se bajó del autobús

Por: | 10 de noviembre de 2013

AS
Helenio Herrera, en un entrenamiento del Barcelona.

“Al Betis le ganaremos sin bajarnos del autobús”.

Tal frase, atribuida en su día a Helenio Herrera, aún resuena, y eso que se remonta a la Liga 58-59. Helenio Herrera tenía sobrada fama de polémico y como entrenador del Sevilla que había sido, los béticos le miraban con especial recelo. Aquel estaba siendo además un gran año del Betis, su primer gran año desde la Guerra, el final de su travesía por el desierto. Había regresado a Primera. Ganó 2-4 al Sevilla en el estreno oficial del Sánchez Pizjuán. Para cuando el Barça tuvo que visitarle, ya a sólo cinco jornadas del final, el Betis estaba cuarto en la Liga, nada menos. Los béticos no cabían en sí de gozo.

“Al Betis le ganaremos sin bajarnos del autobús”. La frase, publicada en la prensa de Madrid tras la derrota del Barça en el Bernabéu, tres semanas antes de la visita al Betis, había montado un revuelo tremendo en Sevilla. Helenio Herrera desmintió haberlo dicho y pasados los años siguió negándolo, pero corrió como la pólvora por toda España y estalló como un petardo en las páginas de los periódicos de Sevilla. Al fin y al cabo, Helenio Herrera se caracterizaba, además de por su genialidad como entrenador, por sus frecuentes ocurrencias. “Que hablen de nosotros, aunque sea bien”, era su lema. Le gustaba provocar. En todos los campos le llamaban bocazas.

Pero eso amenazaba irse de las manos. El Barça, que el jueves previo a la visita al Betis jugó un amistoso en Málaga, homenaje a Eduardo Rubio (4-4), detectó por aquellas tierras que el ambiente seguía alborotado. Para dar sensación de sevillanía, Helenio Herrera aceptó la invitación para acudir el viernes a una tienta de vaquillas en la finca de Sancho Dávila, cerca de Jerez. Sancho Dávila había sido presidente de la federación no mucho antes y estaba interesado en la distensión. Se corrieron vaquillas y todos regresaron sorprendidos por lo bien que había toreado Gensana y decepcionados con el menú: era viernes de vigilia, y en lugar de la carne a la brasa que esperaban, y el chorizo tan propio de las fiestas camperas, Sancho Dávila, falangista de primera hora y devoto cumplidor de las normas de la Iglesia, sólo les dio tortilla de patatas.

Ya en Sevilla, Helenio Herrera recibe en el hotel Cristina a los periodistas del ABC y del Sevilla, diario local de la tarde, y hace declaraciones muy respetuosas. En la noche del sábado, José Samitier, que acompañó la expedición, da una conferencia. Tipo cordial, de vivísima inteligencia y fino humor, se metió al auditorio en el bolsillo.

Pero que si quieres arroz, Catalina. A la hora del partido, jugado el Domingo de Ramos (22 de marzo de 1959) el ambiente está caldeadísimo. Lleno a reventar en el Villamarín, y eso que los precios fueron los mayores de la historia del club (hasta 450 pesetas) y tuvo que pagar todo el mundo, porque la fecha fue designada Día de las Instalaciones. Corrió que el Betis podría entrar en la Copa de Europa si el Madrid volvía a ganar la de ese año, como había ganado ya las tres primeras. El rumor estaba basado en que se iba a abrir la competición a los subcampeones de Liga, así que si el Madrid era campeón por cuarta vez (que lo sería) y acababa la Liga entre los dos primeros (acabaría segundo) su derecho beneficiaría al tercero. No había nada de eso, pero la voz corrió y le dio más pasión al partido. Los periódicos de Barcelona y Madrid enviaron a sus primeras figuras. La agencia EFE también, y aprovechó el partido para estrenar desde la Telefónica de Sevilla un nuevo sistema de transmisión.

Había optimismo en el Betis. Llevaba doce partidos en casa, con diez victorias, un empate y una derrota. En el Barça va a faltar Evaristo, lesionado de seriedad el domingo anterior, que es el máximo goleador de la Liga. Al llegar al Benito Villamarín, el autobús del Barça es aporreado por seguidores béticos. Los jugadores están echados en sus butacas, como si ninguno quisiera ser el primero en bajar. Helenio Herrera se pone de pie y levanta la voz:

—¿Qué pasa, chicos? ¿Os habéis creído de verdad que podéis ganar sin bajaros del autobús?

(La escena me la relata, pasados tantos años, José María Ducamp, periodista entonces de Vida Deportiva, que iba en el autobús, como José Luis Fernández Abajo, de Radio Juventud).

El partido empieza a las cuatro (hay procesión a las seis) con gran calor. Antonio Barrios, entrenador del Betis, saca a Domínguez; Portu, Ríos, Santos; Isidro, Valderas; Castaño, Moreira, Vila, Lasa y Del Sol. Helenio Herrera saca a Ramallets; Olivella, Rodri, Gracia; Gensana, Segarra; Tejada, Ribelles, Eulogio Martínez, Suárez y Czibor. Ribelles sustituye a Kubala, del que Helenio Herrera solía prescindir fuera. Eulogio Martínez cubrió la baja de Evaristo. Arbitra Zariquiegui.

El primer tiempo es apasionante, con un Betis transportado por su público, y jugando bien. El Barça es un bloque muy sólido atrás y en la media, muy trabajador, con el tono que le ha querido dar HH, para liberar a los artistas del ataque. En el minuto 42, a la salida de un córner, y tras dos rebotes, Lasa marca de cerca, entre el entusiasmo local. Pero inmediatamente después del saque de centro, el Barça ataca en tromba, Domínguez rechaza de puños y el balón le va a Segarra, que cabecea de lejos por encima del portero, adelantado, y empata. El mal humor se apodera de las gradas y de los jugadores béticos. ¡Con lo que les había costado adelantarse!

Empieza la segunda parte y en el minuto 52 se adelanta el Barça, tras un forcejeo en el área de esos en los que hay de todo: empujones, agarrones… Los béticos reclaman que alguien ha agarrado a Valderas y que Czibor estaba en fuera de juego cuando marcó. Pero Zariquiegui, en medio del follón, ha optado por dar el gol. La irritación se apodera de Luis del Sol, que en la jugada inmediata al saque de centro le entra a Tejada con el pie en alto y le da una tremenda patada en la mandíbula. Zariquiegui le expulsa. Del Sol es el capitán y la estrella del Betis (fichará por el Madrid no mucho después) y sin él todo es otra cosa. El Betis se desahoga con juego duro, en un clima de pasión extralimitada, se olvida de jugar. El Barça hace el 1-3 con Segarra y el 1-4 con Czibor. Castaño descuenta para el Betis y finalmente Ribelles hace el 2-5. El Barça se retira líder, con 44 puntos, dos más que el Madrid, que ya no podrá alcanzarle. Helenio Herrera disfrutará del título cinco jornadas más tarde, con números récord para la época: 51 puntos y 96 goles marcados frente a 27 encajados.

Fue un gran campeonato del Barça, pero de ningún partido quedó tan orgulloso Helenio Herrera como de aquel. Me lo decía muchos años después, en una conversación que mantuvimos en la Plaza Mayor de Madrid. Y me insistió:

—Yo nunca dije esa frase. Con todas las que dije, esa sin embargo no la dije. Ahora no me importaría reconocerlo si fuera verdad, pero no la dije. ¡Y la que se armó!

El Athletic clausuró el Metropolitano

Por: | 03 de noviembre de 2013

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Panorámica del estadio Metropolitano de Madrid.

Es el 7 de mayo de 1966 y el Athletic de Bilbao visita al Atlético de Madrid. Se decía en esos años que la Copa era una competición cuya final jugaban el Athletic de Bilbao y otro, y que generalmente la ganaba el Athletic. Le llamábamos El Rey de Copas. El Atlético de Madrid había ganado la Liga. Eran tiempos en los que la Copa jugaba sus tramos decisivos, de dieciseisavos en adelante, una vez terminada aquella.

El partido, de ida, se va a jugar en sábado, no en domingo. Esa mañana, el Abc informa de que aunque sólo venía siendo habitual adelantar partidos a sábado en víspera de competición europea, esta vez el Atlético lo hacía entendiendo que buena parte de su afición lo prefería así, dado que empezaba la costumbre de salir el domingo de excursión. Son los años de explosión del Seat 600 y de las primeras pequeñas salidas a la sierra, con mantel y tortilla, o al pueblo, o al chaletito, los más acomodados. Se va a jugar, todavía, en el Metropolitano. Ya están vendidos los terrenos, avanzan rápido las obras de un estadio nuevo, junto al río. Incluso, contrato en mano, habría que haber abandonado ya el Metropolitano, el 25 de marzo. De hecho, en cumplimiento del acuerdo, se convocó para ese día un acto en cierto modo solemne en el Hotel Palace, en el que el presidente del Atlético, Vicente Calderón, entregaría las llaves del campo a López Álvarez, consejero delegado de la nueva propietaria, Inmobiliaria Vista Hermosa. Pero en el acto, López Álvarez dio una sorpresa más o menos preparada a los atléticos, al anunciar que prorrogaba el derecho de uso del campo por parte del Atlético hasta el fin de su temporada oficial. Aquello fue saludado con entusiasmo. A los atléticos no les hubiera hecho la menor gracia jugar la Copa en el Bernabéu, donde hubieran tenido que admitir la presencia de los socios madridistas en sus partidos, condición que imponía el Madrid para prestarles el campo.

 


Así que el Atleti pudo jugar la Copa en el Metropolitano. El viejo campo databa de 1923 y había sido una brillante iniciativa de los hermanos Otamendi (Joaquín, Miguel, José María y Julián), fundadores de la Compañía Metropolitana. A fin de tirar de la ciudad hacia aquella zona por la que se extendía la Línea 1 del Metro, decidieron hacer allí un Stadium. (Tomaron la idea de Londres y su Empire Stadium en Wembley, levantado con parecido fin). La idea de los Otamendi era que lo compartieran los cinco equipos fuertes de la capital en esos días: Madrid, Atlético, Racing, Gimnástica y Unión Sport. Les cobrarían un alquiler (el propietario era, claro, la Compañía Metropolitana) y se suponía que el tirón del fútbol daría más desarrollo a la zona y, de paso, más viajeros al metro. Funcionó en su diseño general, pero el Madrid se desmarcó. Prefirió partir peras aparte, tener su propio campo, primero el velódromo de Ciudad Lineal, pronto el viejo Chamartín. Al Stadium fueron los otros cuatro. Con los años y el profesionalismo, sólo quedó en pie el Atlético, así que en la práctica el Metropolitano, popularmente conocido así, quedó para su uso exclusivo. Pagando (o dejando a deber) alquileres hasta 1950, cuando lo compró.

Aquel campo, situado al final de Reina Victoria, a la derecha, a 900 metros de la estación de metro de Cuatro Caminos (“a 15 minutos de la Puerta del Sol”, como repetía la propaganda de los Otamendi) le dio carácter al Atlético. Tenía una morfología asimétrica y entrañable. Construido aprovechando una hondonada natural, un fondo era enorme y el de enfrente muy pequeño, con un chalet en la esquina que hacía de oficina, almacén y vestuarios. Los jugadores salían por allí. Visto desde la gradona grande, a la derecha había otra zona, de altura media, donde iban los socios del Atlético, motejada por los madridistas de la gradona como La Jaula. A la izquierda, la tribuna principal, cubierta en su parte alta, con el techo sostenido por columnas. Estaba dividido en dos zonas: la más baja, descubierta, y la más alta, separadas por un pasillo bastante ancho, de unos diez metros, por el que se circulaba, paseaba y charlaba antes del partido, y en el descanso, en una especie de rito social-futbolístico singular. Se llamaba El Paseo.

Para los sesenta, el campo estaba muy envejecido. Nada que ver con el Bernabéu, el Camp Nou, Mestalla, San Mamés, La Romareda, el Sánchez Pizjuán… Le faltaban, sobre todo, localidades de asiento. Además, el tirón que concibieron los Otamendi se había producido, en efecto, y la zona estaba muy revalorizada. Aquellas dos hectáreas pedían ya torres de viviendas…

Pero estábamos en la Copa de la 65-66, con el Atlético campeón de Liga. En dieciseisavos había eliminado al Mestalla, filial del Valencia, en octavos al propio Valencia. En cuartos toca el Athletic. Ida, el 7 de mayo. El Metropolitano se llena. El Athletic llenaba entonces los dos campos de Madrid, invariablemente. A las nueve menos cuarto de la noche salen al Metropolitano los dos equipos:

Atlético de Madrid: Madinabeytia; Colo, Griffa, Rivilla; Glaría, Jayo; Ufarte, Cardona, Mendoza, Víctor y Collar.

Athletic de Bilbao: Iríbar; Zorriqueta, Echeberría, Orúe; Larrauri, Uriarte; Arieta II, Aguirre, Ormaza, Argoitia y Lavín.

Arbitra Sánchez Ibáñez. Collar y Orúe intercambian banderines.

 

Va a ser el fin del Metropolitano, pero nadie repara en eso, ni en la prensa ni entre los asistentes, entre los que me conté. Las pasiones del fútbol son demasiado inmediatas cuando echa a rodar el balón. Además, era partido de ida, quedaba la vuelta… Ganó el Atlético, 1-0, gol del hondureño Cardona en el 43’. Los bilbaínos pidieron mano, pero el gol valió. Al salir del campo, se hablaba del gol de Cardona de mano o pecho, de un agarrón de Larrauri a Mendoza, de que si este, de que si el otro… De lo de siempre.

Entre semana, el Madrid ye-yé ganó la sexta Copa de Europa y Antoñete le hizo una faena inolvidable a un toro blanco de Osborne. No hay espacio para reflexiones sobre el Metropolitano. El domingo 15 de mayo, el Atlético devuelve visita en Bilbao. Ese mismo día, también en Bilbao, rinde viaje la Vuelta a España, que encumbra a Gabica. Por la tarde, el Athletic gana 2-0, prórroga mediante y pasa a la semifinal. Para el Atlético ya no hay Copa, hay vacaciones. Y ya no habrá Metropolitano.

El miércoles 18 de mayo entra la piqueta en el viejo y querido campo. La iluminación es desmontada, la aprovechará el Jaén durante unos años, en su viejo campo de La Victoria. La estrenará precisamente en un amistoso contra el Atlético.

Aquel campo entrañable ocupaba la manzana que ahora encierran las calles Juan XXIII, Santiago Rusiñol, Conde de la Cimera y Beatriz de Bobadilla. Quienes ahí viven, duermen sobre un solar sagrado. Ahí ganó España 4-3 a Inglaterra, un 15 de mayo de 1929, cuando a los inventores no había sido aún capaz de ganarles nadie. Ahí jugó el Atlético durante 40 años. Aquel campo exhaló su último suspiro en un partido bronco y copero, entre el Atlético y su club matriz, el Athletic, resuelto con gol polémico de un jugador indio de raza. Un final muy apropiado, visto en la distancia.

La pequeña Plaza Ciudad de Viena, situada entre torres, está sobre el puro campo de juego. Y está pidiendo una placa que recuerde lo que hubo allí.

El País

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