Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

La Primera: Di Stéfano contra Kopa

Por: | 25 de mayo de 2014

El miércoles 13 de junio de 1956, a las 20.30, bajo la luz tenue del crepúsculo, saltaban al Parque de los Príncipes el Stade de Reims y el Real Madrid para jugar la final de la primera Copa de Europa. Se culminaba así una tarea iniciada no muchos meses antes, a iniciativa del periódico parisiense L’Equipe. En respuesta al entusiasmo de la prensa inglesa por sendas victorias del Wolverhampton sobre el Spartak de Moscú y el Honved, L’Equipe propuso una competición entre los campeones europeos, a ida y vuelta, para determinar quién era el mejor. No fue fácil. Sólo hacía diez años que había terminado la II Guerra Mundial. Según dónde, aún se estaban retirando cascotes. Media Europa estaba separada de la otra media por un Telón de Acero, según la expresión lanzada por Churchill. Había monarquías y repúblicas, democracias y dictaduras, capitalistas y comunistas… Católicos, protestantes, ortodoxos y musulmanes…
No fue fácil, pero funcionó. Tras meses de gestiones, L’Equipe reclutó a dieciséis equipos, de los que sólo ocho eran campeones de la Liga de su país el curso anterior. En los otros casos, el campeón rehusó y su federación correspondiente le sustituyó por el campeón del año anterior, o por el campeón de Copa, o por el equipo de más prestigio del país. Hubo ausencias notables. No se apuntó Inglaterra. Tampoco la URSS. Ni Checoslovaquia. Pero hubo dos representantes del lado comunista, el Gwardia de Varsovia y el Voros Lobogo (luego MTK) de Budapest, el equipo de Hidegkutti. Sí estuvieron entre otros los campeones de Francia, Italia, Bélgica, Alemania Occidental… y España. El Real Madrid, campeón de la Liga 54-55.
La final se fijó en París, tributo debido a los padres de la idea. El Stade de Reims llegaba invicto, con tres victorias y tres empates, 14 goles a favor y 9 en contra. Se había deshecho sucesivamente del Aarhus danés, el Voros Lobogo húngaro y el Hibernian escocés. Enfrente, el Madrid: cuatro victorias y dos derrotas. También 14 goles a favor, 8 en contra. Ha eliminado al Servette, al Partizán de Belgrado y al Milan.
Cuando llega la final, algo está claro: el campeonato ha cuajado, contra la impresión inicial de la UEFA, que lo había visto con displicencia e incluso había prohibido que se utilizara el nombre de Copa de Europa, que pretendía reservarse para un campeonato de selecciones, lo que ahora conocemos como Eurocopa, y que aún estaba en proyecto. Así que la primera edición se disputa bajo el nombre de Copa de Clubes Campeones Europeos. Todos los partidos se habían celebrado con normalidad, habían acudido 800.000 espectadores en total, de ellos, 250.000 al estadio Bernabéu, en los tres partidos jugados por el Real Madrid en casa. France Football, revista asociada a L’Equipe, destacaba en su edición de esa semana: “El triunfo de la Copa de Europa es debido, en gran parte, al Real Madrid y al apasionamiento de los españoles por el fútbol”.
Hay huelga de lecheros en París y se teme que se extienda a otras ramas alimenticias, pero la ciudad habla sobre todo de la final. Se va a televisar a Francia (se esperan tres millones de telespectadores), Bélgica, Inglaterra, Holanda, Suiza, Alemania e Italia. A España no llega aún la señal, ni apenas hay televisores, pero al Madrid le corresponden 200.000 pesetas de derechos de televisión. El primer dinero que un club español cobra por este concepto. En España, el partido se seguirá por Radio Nacional, en la voz de Matías Prats.

 

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El equipo del Real Madrid que ganó la Copa de Europa de 1956. Di Stéfano, agachado con el cartel del trofeo. AS


En las conversaciones están sobre todo Di Stéfano (la Flecha de Oro, le llamaban entonces allí) y Kopa (el Fuego Loco por apodo). En Francia están algo moscas. Se rumorea que Kopa se va a ir al extranjero después del verano. Su dice que quizá al Madrid, con el que ya ha jugado como invitado (junto a Kubala y el atlético Collar, entre otros) el homenaje a Molowny, compartiendo delantera con Di Stéfano. Hasta se dice que tiene una molestia, que quizá no juegue. Kopa hace unas declaraciones enérgicas, asegurando que jugará. Y, sí, jugará. Pero luego fichará por el Madrid.
Entradas de 900 francos se venden a 15.000. Hay sesenta periodistas acreditados.
Antes del partido hay discusión: ¿qué hacer en caso de empate, tras prórroga? Se acuerda, tras ciertas tensiones, jugar la semana siguiente el desempate en el Bernabéu. No hará falta. También se acuerda que el ganador de la final tendrá derecho a participar el año siguiente en el torneo, aunque no haya sido campeón de Liga. El país del ganador tendrá dos participantes en la edición siguiente. Bueno para el Madrid, que ese curso no gana la Liga. La ganó el Athletic.
Se ha pedido a FA (la federación inglesa) que envíe el árbitro, y esta designa al tenido por el mejor del mundo: Míster Ellis. Los equipos forman así:
Stade de Reims: Jacquet; Zimmy, Jonquet, Giraudo; Siatka, Leblond; Hidalgo, Glovacki, Kopa, Bliard y Templin.
Real Madrid: Alonso; Atienza, Marquitos, Lesmes; Muñoz, Zárraga; Joseíto, Marsal, Di Stéfano, Rial y Gento.
El Stade de Reims es un torbellino (tourbillon se llamaba su táctica, con sus delanteros intercambiando frenéticamente las posiciones). En once minutos gana 2-0, goles de Leblond y Templin. Pero el Madrid no deja que la ventaja se le seque encima: en el 15’, poco antes de que se encienda la luz artificial, Muñoz adelanta un balón a Di Stéfano, que hace el 2-1. El Madrid se serena, Zárraga se hace con Kopa, Di Stéfano, Muñoz y Rial mandan en la media, Gento siembra el pánico. En el 35’ Rial hace el 2-2, cabeceando un córner. Hasta el descanso hay un festival de juego por las dos partes. Gento pega un balonazo en el larguero.
El Madrid es mejor, pero en el 62’ tiene un descuido: Muñoz le hace una falta a Glovacki y Kopa saca con picardía y rapidez y da lugar al 3-2, marcado por Hidalgo. Entonces el Madrid se vuelca, avasalla, arrastrado por Di Stéfano. Un tiro de Gento da en el palo y se pasea por la raya, sin que llegue Joseíto al remate. En el 67’, con todo el Madrid volcado, el central Marquitos hace el 3-3. En el 79’, Rial remata un buen pase de Gento, es el 3-4. Ahora le toca pasarlo mal al Madrid. Agotado por el trance de la remontada, recula. El Stade de Reims se vuelca. Se juega cerca del área del Madrid. Juanito Alonso responde. Una vez le ayuda la suerte, cuando un cañonazo de Templin, en el 88’, pega en el larguero. Fue el último cartucho del Stade de Reims.
Muñoz coge la Copa, la primera Copa de Europa, que llenarán de vino (no champán) en el vestuario. El embajador español, conde de Casa Rojas, sonríe feliz. Esta gesta del Madrid y las de Bahamontes, que también reinará en París, asociarán su imagen a la retina de los aficionados españoles al deporte, como hombre que daba buena estrella.
El jueves, el Madrid visita L’Equipe y el Ayuntamiento de París, entre agasajos. El viernes regresa a mediodía, aclamado en Barajas. Pero no hay tiempo para el festejo. Inmediatamente viaja a Bilbao, para jugar el partido de vuelta de semifinales de Copa. La ida, jugada el domingo anterior, había acabado 2-2. Ahora ganará el Athletic, 3-2. Será finalista y luego campeón de Copa, como lo había sido de Liga. Doblete. En la segunda edición participará y tras eliminar al Honved de Puskas caerá ante el Manchester United, al que a su vez eliminaría el Madrid, camino de su segunda Copa… Hará cinco de tacada. Y luego, otras cinco. La última, la de anteayer. La Décima.
Una leyenda que empezó en París. Con Di Stéfano y Kopa frente a frente.

La insignia de Bernabéu a Moshe Dayan

Por: | 18 de mayo de 2014

La final europea de baloncesto de ayer, entre el Maccabi y el Madrid, me sirve para desempolvar un curioso incidente diplomático desatado por Santiago Bernabéu en febrero de 1973, cuando tuvo la repentina ocurrencia de quitarse la insignia de oro y brillantes de la solapa e imponérsela al general Moshe Dayan. Aquello provocó las quejas diplomáticas de la gran mayoría de los mandatarios árabes del momento, entre ellos Gadafi, y tuvo que ser arreglado por los buenos oficios de Saporta.

Ojo

Pedro Ferrándiz, a la izquierda, saluda a Moshe Dayan en presencia de Santiago Bernabéu


El Maccabi recibió al Madrid en Tel-Aviv el jueves 8 de febrero, en partido de la liguilla de los cuartos de final de la Copa de Europa. El grupo lo completaban el Simmenthal y el Estrella Roja. Para cuando llegó este partido, ni Maccabi ni Real Madrid tenían nada que hacer. Los resultados anteriores les habían puesto fuera de carrera y convertido el choque, en la práctica, en un amistoso.
Y lo fue.
El presidente de la Federación Israelí hizo en la cancha un discurso en español con grandes elogios al Madrid. Era de origen sefardí. Luego bajaron a la cancha Santiago Bernabéu y Moshe Dayan, para que a este le fueran presentados los jugadores. En un gesto inesperado, Santiago Bernabéu, tras unas palabras dirigidas por Moshe Dayan y contestadas por él (intérpretes mediante, claro) tuvo el arranque de quitarse la insignia de oro y brillantes del Real Madrid que siempre llevaba en su propia solapa e imponérsela al célebre militar del parche en el ojo, entre una gran ovación. Luego, el propio Bernabéu aplaudió al público.
Después de eso, todos subieron al palco y presenciaron el partido, que ganó el Madrid por 87-88. Para los que tengan curiosidad y a fin de fijar mejor la época para el aficionado, ahí van los anotadores del Madrid:
Brabender (33), Ramos (5), Cristóbal (2), Cabrera (4), Paniagua (2), Emiliano (10), Rullán (12) y Thimm (20). Luyk estaba lesionado.
Agustín Domínguez, secretario general del club, se atrevió a prevenir a Bernabéu, a su regreso al palco, de que el gesto quizá no fuera bien comprendido por todos, si es que trascendía, como era muy de temer. Bernabéu se encogió de hombros.
—¡Bah! Es un tío con dos cojones, por eso lo he hecho.
Pero cuando el viernes, tras aterrizar, pasaron por el club y se encontraron con que había recado de López Bravo, ministro de Exteriores, exigiendo que Bernabéu se presentara en el Ministerio a la mayor brevedad. El dirigente blanco tenía por entonces 77 años e iba sobrado de todo. Lo que menos le apetecía era escuchar una reprimenda del ministro.
—Yo me voy a Santa Pola a pescar. Que lo arregle Saporta, que esas cosas las hace muy bien.
Saporta se preocupó, porque sabía cuánto había escocido el gesto en el mundo árabe, para el que Moshe Dayan, general halcón, héroe de la llamada Guerra de los Seis Días, era el peor enemigo imaginable. Además, en el franquismo eran constantes las referencias a la tradicional amistad hispanoárabe, y de hecho Franco así lo sentía, con seguridad. En su biografía personal fueron decisivos los años en Marruecos y, ya Generalísimo, se acompañó durante tiempo de la Guardia Mora.
Bernabéu no ayudó mucho a Saporta.
—Le dices lo que quieras. Le dices que se la impuse porque se me ocurrió y quise. Y porque es un tío bragao.
Para Saporta no era nada fácil. No había estado en el viaje ni había tenido nada que ver, pero se conocía su ascendencia judía. Se llamaba Raimundo Saporta Namías, y aunque se solía decir que había nacido en París, hijo de mallorquín y de parisina, la realidad era todavía más directa. Según una investigación reciente de Fernando Arrechea y Víctor Martínez Patón (que dieron con los datos reales en el colegio de París en el que estudió), la familia Saporta-Namías se formó en Constantinopla (hoy Estambul), en la fuerte comunidad sefardí de allá. Allí nacieron Raimundo Saporta y su hermano. La familia se trasladó a París cuando se venteaba la Guerra Mundial y se hizo con nuevos papeles, por temor a que su procedencia de una ciudad con tan gran comunidad sefardí resultara una pista peligrosa en esos tiempos. Cuando los alemanes tomaron Francia, se trasladaron a España con esa nueva documentación. Bajo ese supuesto discurrió toda su vida posterior.
En todo caso, su ascendencia judía era de conocimiento común. Además, Saporta había contribuido a incorporar al campeón de Israel de baloncesto a la Copa de Europa desde su primera edición, en la 57-58. Para esos años, las competiciones deportivas de Israel con países de Asia se estaban haciendo inviables. En la fase de clasificación con vistas a la Copa del Mundo de fútbol de 1958 hubo un largo boicoteo en la zona asiática. Nadie quiso jugar contra Israel, que acabó ganando la zona. No fue al Mundial porque tuvo que jugarse el puesto en repesca con Gales, que la eliminó.
Aquella decisión de Saporta de incluir al campeón de Israel en la Copa de Europa de baloncesto abrió el camino a que este país compita en todo en las zonas europeas.
Así que se podía sentir el menos indicado para darle una explicación al ministro sobre lo ocurrido. Pero era un hombre inteligentísimo y supo revertir la situación. Tras soportar el chorreo inicial, contraatacó suavemente con sus argumentos. Le dijo a López Bravo que su predecesor, Castiella, tenía mucho más contacto con el Madrid. Que siempre que viajaban al extranjero, en fútbol o baloncesto, se ponía en contacto con ellos, y que con alguna frecuencia les había pedido gestos o gestiones que siempre habían hecho. (Y era verdad. Castiella llegó a decir en un discurso que el Real Madrid era el mejor embajador de España). Que ahora iban a ciegas. Que Bernabéu era un hombre impulsivo y que por alguna razón le había caído bien el general Dayan y tuvo ese gesto, impremeditado e imprudente, sí, pero carente de intención. Le recordó que el Madrid acudía casi cada verano al trofeo Mohamed V, que solía ganar, y las veces que Gento había recogido la copa de manos de Hassan II y la buena imagen que del Madrid se tenía allí…
López Bravo, que quedó conforme a medias, aprovechó un viaje en el mes siguiente del equipo de fútbol a Odesa (aquel partido de Copa de Europa en el que el Madrid vistió de rojo y García Remón hizo maravillas) para pedir que se le impusiera la insignia a determinado militar, con el que a saber quién y por qué quería tener buenas relaciones. El encargo era raro. La insignia de oro y brillantes del club se entiende como algo ideado para quien ha rendido servicios excepcionales al club, no para cualquiera. Pero, después de habérsela impuesto a Dayan, ¿cómo negarse ahora?
Se hizo, y pelillos a la mar.

Europa, el Sevilla y el Benfica

Por: | 11 de mayo de 2014

Ahora que el Sevilla se va a jugar su final europea contra el Benfica es buen momento para recordar que el debut europeo del equipo andaluz fue precisamente ante ese querido equipo lisboeta. Se enfrentaron en dieciseisavos de final de la III Copa de Europa, los días 19 y 26 de septiembre de 1957. Y pasó el Sevilla. Buen precedente.

El Sevilla había sido subcampeón de Liga en la 56-57. El campeón había sido el Madrid, a su vez campeón de la Copa de Europa. En aquel tiempo, participaban en la competición los campeones de Liga más el campeón de Europa. Al ser este último el caso del Madrid, el derecho como campeón español se trasladó al Sevilla.

Un buen Sevilla, obra de Helenio Herrera, que hizo allí tres cursos magníficos. Pero se acababa de ir, lo que creó cierto desconcierto. Ramón Sánchez Pizjuán había sido un gran presidente, con el que Helenio Herrera, tipo difícil, se había entendido. Pero Sánchez Pizjuán falleció. Helenio Herrera se vio entre unos directivos que conspiraban entre sí y con los que no se entendía. Tenía contrato para dos años más, que hubiera cumplido encantado de seguir Sánchez Pizjuán, pero aquel revuelo le desagradó. Se amotinó, llegó a insultar a algunos directivos… La Federación le sancionó con dureza: dos años sin entrenar… al término de los cuales debería reincorporarse al Sevilla para cumplir los dos años colgados. Si no quieres caldo, taza y media.

Según cuenta Gonzalo Suárez, autor de su biografía, Helenio Herrera captó entonces para qué servía la Policía:

—Claro, ahora lo entiendo. Si no hubiera Policía, yo mataría a estos tíos y resuelto…

Para sustituirle, el Sevilla se hizo un lío. En la gira de verano por Sudamérica un directivo contrató a Alejandro Scopelli. Al tiempo, los que quedaban en España habían firmado a Satur Grech. Ganó la opción Satur Grech, cuya aparición en el club alcanzó mayor estruendo porque de repente Bernabéu le quiso contratar. El Madrid había ganado las dos primeras Copas de Europa con José Villalonga, que había saltado de preparador físico a entrenador provisional. Tras dos años de entrenador de verdad y alcanzando éxitos, Villalonga pidió más dinero. Bernabéu le mandó con viento fresco.

Satur Grech honró la palabra dada y siguió en el Sevilla. Empezó por ganar el Carranza (2-1 en la final al Athletic de Bilbao) y lo siguiente fue la eliminatoria europea, esperada en Sevilla casi en estado de éxtasis, tras tantos acontecimientos. El primer partido, en Sevilla, se disputó antes incluso de que el equipo empezara la Liga, porque el Barça-Sevilla se aplazó por las obras del Camp Nou, que estaba terminándose.

Europa

La alineación del Sevilla en su estreno europeo, ante el Benfica en 1957. / as

El 19 de septiembre, la prensa deportiva da noticia de que Roger Rivière ha elevado a 46.923 metros el récord ciclista de la hora, pero en Sevilla nadie repara en eso. En Sevilla lo importante es ese estreno internacional ante el campeón portugués, el Benfica, que llega con aires de grandeza. Vuela el mismo día, saliendo a las siete y media de la mañana, y contrata hotel para reposar unas horas. Moviliza mucha afición: se les ha enviado 8.000 entradas y piden más, pero no es posible, porque Sevilla arde en fiebre por el partido. Aquel Benfica, en el que ya estaba Coluna, había ganado 4-0 poco antes al Barça, en un amistoso. Se entiende la conmoción en la capital andaluza.

Las vísperas se distraen con el sembrado del futuro campo. Agustín Pujol, directivo de la Federación y delegado de la UEFA, elogia ante el nuevo presidente, Marqués de Sotohermoso (hijo de Ramón de Carranza, que fuera mítico alcalde gaditano), el avance de las obras. El Sevilla duerme en el Hotel Oromana, en Alcalá de Guadaira.

Llega la hora del partido, aún con luz natural. El campo está abarrotado. L’Équipe ha enviado un periodista, lo que le da rango a la eliminatoria. También están las principales firmas de los periódicos de Madrid. Juegan estos:

Sevilla: Busto; Romero, Campanal, Valero; Ramoní, Herrera II; Antoniet, Arza, Pepillo, Pepín y Pauet.

Benfica: Bastos; Calado, Serra, Angelo; Pegado, Alfredo; Palmeiro, Coluna, Aguas, Caiado y Cavem.

Hasta tres goles le anula el francés Groppi al Sevilla, dos por fuera de juego, uno por despiste en la ley de la ventaja. Por fin, en el 47’, marca Pauet, en potente zurdazo. Palmeiro empata pronto, pero en el 59’ Antoniet hace el 2-1. En el 80’ el genial Pepillo, tras un regate muy suyo, con cambio de pie en una baldosa, hace el 3-1.

Satisfacción moderada. Manolo Meana, seleccionador nacional, teme que no valga. Otto Gloria, entrenador benfiquista (al que más adelante veremos por aquí), es cauto. Satur Grech lamenta los goles que se han escapado. Todos coinciden en que el Sevilla ha ido a más, ha demostrado más fuerza. El sello HH. El Benfica regresa en vuelo nocturno. Embarca a la una y media, tras la cena protocolaria y los discursos de rigor.

La vuelta es la semana siguiente, el 26, también miércoles. El Sevilla viaja de muy otra manera. Sale el lunes, por carretera, hace noche en Badajoz, llega el martes. En la capital portuguesa, el embajador, Ignacio de Muguiro, ofrece una recepción el propio martes, a la que acude el Conde de Barcelona, Don Juan, padre de nuestro actual Rey.

Al Benfica le preocupa la asistencia. Emite un comunicado pidiendo a comercios y empresas que cierren antes, para que la gente pueda acudir al campo pese a ser día laborable (Se llama Estadio da Luz, pero no hay luz artificial, que empezará a extenderse en Europa esos años, por los partidos internacionales entre semana).

Se establece, antes, el lugar del eventual desempate. Dos sorteos. Primero, si en Portugal o España. Luego, si en Madrid o Barcelona. Gana Barcelona, pero no habrá desempate. El Benfica sale con los mismos, salvo el duro Zezinho, por el más cerebral Caiado. El Sevilla se adecúa al partido: Arza y Pepillo, los artistas de la compañía, no salen. Se pretextan sendas lesiones. Satur Grech saca un equipo amarrete:

Busto; Romero, Campanal, Valero; Ruiz Sosa, Herrera II; Antoniet, Arsenio, Loren, Pepín y Pauet (Arsenio sería luego O Bruxo de Arteixo del Superdépor de Lendoiro).

El jovencísimo Ruiz Sosa resultó clave. Un jabato en el corte y la entrega. Un acierto de Satur Grech. No se arrugó, a pesar de que las patadas nublaron el sol. Campanal, que ha pasado ya los 80 y reúne 100 récords de atletismo de veteranos (era un coloso de la condición física) lo recuerda como un partido macho:

—Nos quisieron arrugar…

Pero no, no les arrugaron. Fue cero a cero y pasó el Sevilla. Luego eliminaría al Aarhus, danés, y caería en cuartos ante el Madrid, llamado a ganar la tercera de sus cinco Copas consecutivas. Fue en una noche invernal en el Bernabéu cuando, expulsado Campanal y con el Fondo Sur helado, encajó 8-0. Adiós a Satur Grech. Nadie le agradeció su lealtad de septiembre. El Sevilla fue a menos, como pronosticó HH.

Ahora ha vuelto: 100 años, dos títulos europeos. Y de nuevo el Benfica. Campanal sigue por ahí. Seguro que el Sevilla le invita a este partido…

Taconazo de Di Stéfano y caída de Pazos

Por: | 04 de mayo de 2014

La Liga 53-54 fue la primera de Di Stéfano en el Madrid. El Barça había ganado las dos anteriores (con la Copa, o sea que hizo sendos dobletes consecutivos) y aquella se presentó emocionante. Era un duelo Madrid-Barça por un lado y Kubala-Di Stéfano por otro. A cinco jornadas del final, llegaron apretados, con el Madrid dos puntos por encima pero Kubala pichichi, con 20 goles, seguido de Di Stéfano, con 18. Ese domingo, 21 de marzo, el Barça tendrá un tropiezo fatal en El Sardinero. Tras ir ganando 1-3 en el descanso acabó perdiendo 4-3. Mientras, el Madrid ganaba 6-0 al Jaén y se iba a cuatro puntos del Barça (36-32), y Di Stéfano, que hizo dos de la media docena al Jaén, empataba con Kubala a 20.

En esas condiciones se llega el 28 marzo a la jornada vigésimosexta, a cuatro del final. El Barça recibe al Oviedo, el Madrid viaja a Valladolid. El mismo día se pone la primera piedra del Camp Nou, del que se dijo que se edificaba porque ya no cabían en el viejo Les Corts tantos como querían ver a Kubala. El Barça recibe ese día al Oviedo, al que barrerá 9-0, con dos de Kubala, los mismos que marcaron Duró y Tejada. Moreno, Basora y Maristany completaron la goleada.

El Madrid, por su parte, tenía en el viejo Zorrilla una gran ocasión. El Valladolid había sido un gran equipo no mucho antes, siete de sus jugadores habían estado en una convocatoria de la Selección, pero había perdido al mejor de todos ellos, Coque, y al lateral Lesmes II, traspasado precisamente al Madrid. Andaba en la parte baja. Ganando ese partido, el Madrid mantendría su ventaja de cuatro puntos sobre el Barça a cuatro jornadas del final. Sería suficiente.

El Valladolid sale con: Saso; Matito, Lesmes I, Losco; Ortega, Lasala; Domingo, Lolo, Morro, Rabadán y Tini. El Madrid va con: Pazos; Navarro, Oliva, Lesmes II; Muñoz, Zárraga; Atienza I, Olsen, Di Stéfano, Joseíto y Molowny.

En el 14, Di Stéfano marca uno de sus más extraordinarios goles, que es portada en Marca, pero al que, leídas las crónicas de la época, no se concedió en su día la importancia justa. Fue en un córner que sacó Atienza I, peinó Olsen y Di Stéfano remató de tacón, en postura difícil, un recurso genial e imaginativo para un balón difícil. Algún gol más marcó Di Stéfano de este estilo. Uno al Espanyol y sobre todo otro a Bélgica, en 1957, con España, a pase de Miguel, el más bello y difícil de todos. También les marcó de tacón uno al Atlético y otro al Peñarol, entre otros, pero más simples. Desviando un balón raso que le pasaba entre los pies.

El de Valladolid fue cogiendo más vuelo con los años. La foto circuló. Del de Bélgica nunca hubo foto, L’Équipe hizo una reconstrucción muchos años más tarde, con el propio Di Stéfano, cuando le dieron el Balón de Oro de los Balones de Oro, en 1986. El caso es que la foto de Valladolid, la que ilustra esta página, se vio tanto que alcanzó caracteres de leyenda. Con el tiempo, ha habido tanta gente que le ha dicho a Di Stéfano que le vio marcar ese gol que él me ha comentado alguna vez:

—¡Parece que lo marqué en Maracaná! ¡Y en aquel campo no cabían más de 20.000! A ese gol siguió el 0-2, en pase adelantado de Di Stéfano a Joseíto, en el 17. En el 30, pase de Lolo a Rabadán, duda de Pazos en la salida y gol. En el 37, saque rápido de banda de Di Stéfano, a Joseíto, con la defensa descolocada; el pase de este lo transforma Atienza I en el 1-3. Así se llega al descanso.

Diestefe

Taconazo de Di Stéfano en la visita del Madrid al Valladolid de la temporada 1953-54.

Y así sigue el partido, 1-3, hasta el 75. Entonces llegarán tres minutos decisivos en la vida de Pazos, que, por una de esas cosas que el fútbol produce de mucho en mucho, va a encajar tres goles seguidos, de Lolo, Rabadán y Morro. El Madrid, que se veía campeón en el minuto 75, vuelve derrotado. La victoria del Barça por 9-0 no ayuda a Pazos, y tampoco las declaraciones de su entrenador, Enrique Fernández:

—Tres balones bombeados, tres goles.

Pazos me recordaba, muchos años después, que Di Stéfano se sentó junto a él en el autobús de regreso y le animó:

—Te culparán todos, seguro. Pero no ha sido tu culpa. Perdimos todos, como ganamos todos cuando ganamos…

Pero la opinión pública no lo tomó así. De repente surgió el rumor de que Pazos tenía amores con Queta Claver, una belleza de la época. Pazos era grande, bello, de fuertes pectorales, bien marcados por sus llamativos jerséis. Pero nada que ver con Queta Claver. Sin embargo, el bulo cogió una fuerza tremenda. Era un clamor: Pazos estaba en brazos de Queta Claver y al Madrid se le iba a escapar la Liga por eso. La primera Liga que podía ganar desde antes de la guerra. Hasta el gol de tacón de Di Stéfano pasó a segundo plano. Pazos y su inventado amorío eran la comidilla. Y no le ayudó nada que Enrique Fernández, el entrenador, le relegara para los cuatro últimos partidos, sustituyéndole por Juanito Alonso. Aquello pareció una confirmación.

Con Alonso y sin Pazos, el Madrid ganó los dos partidos que le quedaban en casa, pero perdió las dos salidas, a Vigo y a Sarriá. Pero ganó la Liga, con cuatro puntos de ventaja sobre el Barça y Di Stéfano fue pichichi con 29 goles, contra los 23 de Kubala.

Pero a Pazos le quedó una cruz. Bernabéu, de acuerdo con él, le cedió la temporada siguiente al Hércules, que estaba en Primera. Hizo una gran campaña, el Hércules acabó sexto. Pero seguía la comidilla, en muchos campos le incomodaban con eso. Mientras, Juanito Alonso se había afianzado en la portería del Madrid, que repitió título de Liga y ganó su primera Copa de Europa.

Bernabéu, con dolor de su corazón, dejó libre a Pazos, que se fue al Atlético, donde jugó de la 55-56 a la 61-62. Cuando ya pasados los treinta le apretó Madinabeytia, el Atlético le dio la libertad y fichó por el Elche, con el que compartiría, siempre en Primera, el mejor periodo en la historia de ese club, desde la 62-63 a la 68-69. En total, contando con dos en el Celta, en sus inicios, completó 18 temporadas en Primera. Ahora vive en un chalé edificado sobre lo que fue el viejo Altabix. Un gallego de Cambados atrapado por el sol y las palmeras de Elche. Y todavía, con más de 80 años cumplidos, recuerda aquella tarde como el día crucial de su vida:

—¿De dónde saldría aquello? ¿Ya, qué más me daría confesarlo si fuera verdad? Yo nunca tuve nada que ver con Queta Claver. No me quejo de cómo me fueron después las cosas, pero pude haber sido el portero de las cinco Copas de Europa del Madrid…

Y tiene, enmarcada y colgada en la pared, la carta de despedida que le firmó Bernabéu cuando dejó el club.

El País

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