En una fecha imprecisa de 1970 le llegó a Franco una propuesta que le desconcertó: el príncipe Juan Carlos quería ser olímpico. Lo había sido su cuñado, Constantino, hermano de la entonces princesa Sofía, hoy reina madre. Constantino, que llegaría a reinar como Constantino II de Grecia entre 1964 y 1973, había sido olímpico en Roma, en 1960. No sólo eso: había ganado la medalla de oro en vela, en la clase Dragón. Juan Carlos le quería emular.
Se sentía capacitado para competir en hípica o vela. Consultado al respecto, Franco prefirió la vela. Su argumento fue que la hípica era un deporte individual, y que si ganaba se diría que era por enchufe y si quedaba mal su imagen sería mala. Prefería vela. En un barco con varios no habría esos peligros.
El presidente de la Federación Española de Vela, Miguel Company, recibió un presupuesto extra para contratar al mejor entrenador posible. Se eligió al danés Ib Andersen. Como modalidad se escogió la Dragón, la misma en la que había obtenido su medalla de oro Constantino. Se adquirió una embarcación llamada Fortuna y se acompañó al Príncipe con dos navegantes de prestigio: el duque de Avián, descendiente directo de Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, y Juan Antonio Ragué, expertos regatistas ambos.
Ib Andersen organizó la alineación: el Duque de Avián sería el táctico, lo que equivalía a llevar los mapas, trazar las rutas, detectar los vientos; Ragué era el maniobrista, es decir, que él manejaba las cuerdas y las velas; al Príncipe se le reservaba el papel de caña, es decir, el de llevar el timón, cosa que a bote pronto suena a más cómodo y descomprometido, pero que según me explican no lo era tanto. Los barcos de la clase Dragón se caracterizaban por ser rápidos, sensibles, difíciles de gobernar. Era preciso tener buena mano, instinto, decisión y captar bien el viento para hacerlo con precisión. Aseguran quienes pueden hacerlo que se le daba de verdad bien.
El Príncipe empezó a hacer viajes cada vez más frecuentes a Barcelona, para entrenarse con sus compañeros, creando con su presencia curiosidad y cierto alboroto en el Club Náutico. La primera prueba real llegó en junio del 71, con el Campeonato de España, que ganó el Fortuna, primero en seis de las siete regatas. Eso dio ánimos ante el preolímpico de Kiel, en agosto de 1971, donde el Fortuna compitió, con su egregio caña en busca de la clasificación. Eran las mismas aguas, en el norte de Alemania, donde se iban a disputar las pruebas de vela un año después, en aquellos JJ OO de 1972 cuyo resto de programa se desarrollaría en Múnich y quedaría empañado por el asalto de Septiembre Negro a la delegación israelí y la subsiguiente matanza.
Don Juan Carlos, a la derecha, a bordo del 'Fortuna'. / AS
Esta vez el puesto de Juan Antonio Ragué es ocupado por Francisco Viudes, otro destacado regatista, propietario de un pequeño astillero. La prensa se moviliza. Acuden bastantes periodistas, primeros espadas en muchos casos. Por ejemplo, el muy influyente Miguel Ors, que hacía los deportes en el Telediario único de la época y dirigía la sección de deportes de Pueblo, con mucho el periódico más seguido en esos años. Efe mandó a la primera firma de deportes, José María Calle. Ambos se convirtieron en acompañantes del Príncipe en las salidas de noche a cenar y en alguna escapadilla juvenil. También estaban Abc, La Vanguardia, As, Marca, El Mundo Deportivo… Los días que duró aquello la población lo siguió con curiosidad no exenta de ironía. Se tenía al Príncipe entonces por un chico con pocas luces y se hacían bromas sobre él. Casi sorprendió que se clasificara finalmente. El Fortuna, que la penúltima jornada iba sexto, hizo por fin el puesto catorce y entró en los JJ OO.
Pero en aquel mundillo él había caído bien. Afable, bromista, conversador, vividor. Una cosa hizo mucha gracia. Un argentino, figura, hizo un día una regata fatal. Desembarcó irritadísimo. Juan Carlos quiso consolarle, pero él le contestó.
—¡Hice una regata de mierda! ¡Cómo será que hasta vos me ganaste!
—No volverá a ocurrir. La próxima vez haré lo posible por evitarlo.
El fanfa se rio y la respuesta fue muy comentada, llegó a la prensa argentina.
Al regreso, a Miguel Ors le sorprendió una llamada de Fuertes de Villavicencio, jefe de la Casa Civil del Caudillo. Como también era vicepresidente del Atlético, Miguel Ors pensó que se trataría de algo relacionado con el fútbol. Pero no:
—Miguel, te llamo para decirte que mañana te espera El Caudillo en El Pardo a las diez en punto.
—¿Para qué?
—Ya lo sabrás.
Esto y la escena que sigue me lo contó hace pocos días el propio Miguel Ors. A las diez en punto entró en el despacho de Franco. Como le habían dicho, hizo una pequeña reverencia desde la puerta y luego se acercó hacia la mesa. Franco, también se lo habían dicho, se levantó de la silla para darle la mano:
—¡Cómo engaña la televisión! Yo le había imaginado a usted más alto.
—Para mí es un honor tener la misma estatura que su Excelencia…
Y según decía eso, que aún no sabe por qué le vino a la boca, pensó: “Tierra, trágame”. Pero Franco sonrió, se sentaron y empezó la conversación desde una especie de complicidad entre bajitos. Franco quería detalles: “¿Es de verdad bueno el Príncipe?”. “Sí, Excelencia, pero le faltará entrenamiento”. “¿Es verdad que lleva bien la caña o le soportan por ser él?”. “La lleva muy bien, Excelencia, tiene sensibilidad natural para eso, huele bien los vientos”. “¿Quedó bien en el mundillo?”. “Muy bien, Excelencia, fue muy simpático con todos”, y le refirió el suceso con el astro argentino. Franco le pidió montón de detalles más. “¿Cuántos barcos competirán?”. “No sé exactamente, pero algo más de treinta”. “¿Y cómo cree usted que quedará?”. Y Ors hizo su quiniela:
—No tendrá medalla, pero quedará entre los 15 primeros.
Y recuerda que Franco le miró de golpe con severidad:
—No me gustaría que el futuro jefe del Estado español hiciera el ridículo.
Ors le soltó una respuesta florida: “No se preocupe, Excelencia. El Príncipe ganará el oro del cariño y la amistad de todos sus competidores”.
Y se marchó un poquitín desazonado. Una vez salvado lo de la estatura, ¿para qué había tenido que comprometerse con el puesto final?
El Fortuna compitió en Kiel en los JJ OO del 72. En vísperas, Viudes tuvo una ligera lesión muscular y le sustituyó Félix Gancedo. El puesto final del Fortuna fue el 15º. Ors suspiró aliviado.
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