Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

América se enfada con Europa

Por: | 29 de junio de 2014

El Mundial de 1966 se celebró en Inglaterra y lo ganó Inglaterra. No fue un Mundial bonito y mucho menos bien arbitrado. Stanley Rous, presidente de la FIFA, inglés, expresidente de la Federación Inglesa, exárbitro y hombre de gran prestigio por su redacción en la que reordenó el Reglamento en 1925 para hacerlo más sencillo de entender y aplicar, se dejó gran parte de su prestigio en el empeño de que el título se quedara en casa de los inventores.

Para empezar, se atribuyó, junto a su asesor directo, el también exárbitro inglés Aston, la designación directa de los árbitros para la primera fase. Además, vulneró el acuerdo según el cual habría dos árbitros de cada país participante. Los españoles fueron Gardeazábal y Ortiz de Mendibil. Los ingleses designados en principio fueron Finney y Howley, pero a la hora de la verdad aparecieron más: McCabe y Dagnall, que arbitraron partidos, y Taylor, Clements y Crawford, que hicieron de liniers, como Howley. Además del irlandés Aldair, el escocés Phillips y el galés Callaghan, que hizo de linier.

Desco

Schnellinger salva el gol con el puño. El árbitro no pitó nada./as

A Brasil, que había ganado los dos últimos campeonatos, le tocó árbitro alemán con liniers ingleses para el primer partido y árbitros ingleses para los otros dos. El primer día, ante Bulgaria, Pelé fue golpeado inmisericordemente y estuvo inútil durante el tramo final del partido. Aun así, Brasil ganó, 2-0. El siguiente partido, contra Hungría, no lo pudo jugar Pelé y Brasil perdió 3-1. En el tercero, ante Portugal, McCabe permitió que Morais terminara con lo que quedaba de Pelé, que a duras penas había podido reaparecer. Brasil perdió y quedó fuera. Aconsejo ver en youtube la patada de Morais, por la que le recrimina el propio Eusebio, pero no el árbitro.

Como se armó cierto revuelo con las designaciones a dedo, Rous aceptó que las designaciones para cuartos las hiciera el Comité de Árbitros, en el que figuraba, entre otros, el español Pedro Escartín. El día 20 de julio se celebró la última jornada de la primera fase. A las diez de la noche de ese día, los miembros del comité fueron convocados a la reunión para designar los cuartos que se había de celebrar… ¡a las nueve de la mañana del 21, en Londres! La mayoría estaban fuera. Escartín había asistido el 20 al URSS-Chile, en Sunderland, como informador. Imposible plantarse en 11 horas en Londres, no había tren nocturno. Lo mismo les ocurrió al ruso Latychev, delegado permanente en esa sede. Y al sueco Lindeberg, al que la comunicación le pilló en Sheffield.

A las nueve de la mañana del 21 sólo estaban en la reunión de Londres tres personas. Stanley Rous, su fiel Aston y el malayo Ko, al que bizcocharon sin problema. Así que colocaron un árbitro alemán, Kreitlein, para el Inglaterra-Argentina, y un árbitro inglés, Finney, para el Alemania-Uruguay.
Ambos partidos se jugaron simultáneamente, el día 23. El Inglaterra-Argentina, en Wembley, dejó una de las imágenes más recordadas de la historia de la Copa del Mundo, la expulsión del capitán argentino, Rattin, por reiteradas protestas al árbitro. Rattin se negó durante 15 minutos a abandonar el campo, argumentando que como capitán tenía derecho a hacer observaciones al árbitro. Kreitlein explicaría luego que le había insultado, cosa que no podía saber con certeza, porque desconocía el castellano, pero que dedujo de la forma en que le miraba. El partido se televisó en directo, por satélite (fue el primer Mundial en ser emitido por este medio) y en muchas casas del mundo se pudo ver la bochornosa escena. Cuando por fin salió, Rattin se quedó un rato sentado en la alfombra roja que cortaba la pista que rodeaba el campo para conectar a este con el palco. “En el corazón podrido del Imperio Británico”. Luego, se marchó parsimoniosamente, rodeando el terreno de juego hacia el fondo por donde estaba la entrada de vestuarios. Al pasar por un córner retorció el banderín, que tenía los colores de la Union Jack.

 

El mismo día, a la misma hora, Uruguay y Alemania Occidental jugaban en Sheffield. Arbitró el inglés Finney. Todavía con 0-0, un córner sacado por Domingo Pérez fue cabeceado a portería por Rocha. Con Tilkowski batido, Schnellinger salvó el gol con el puño. Finney estaba en plena línea de vista, pero dejó seguir. Una buena foto publicada el día siguiente le delató. Después de eso marcó Haller el 1-0. Los uruguayos fueron dando rienda suelta a su indignación y a Finney no le costó mucho expulsar a dos de ellos, Troche y Silva. Sin ellos, Uruguay se desmoronó y en los últimos 20 minutos encajó tres goles más. Total, 4-0. Crimen perfecto.

Aquello creó una ola de indignación en toda Sudamérica, enconó una rivalidad que aún subsiste. El tono despectivo de Ramsey, seleccionador inglés, y de la prensa británica para con los argentinos no contribuyó a calmar los ánimos.

Inglaterra y Alemania Occidental llegaron a la final, donde a los ingleses les validaron aquel gol que no entró. Inglaterra ganó la Copa del Mundo. Stanley Rous pasó a ser sir Stanley Rous.

Para el Mundial siguiente, en México 70, se introdujeron las tarjetas, amarilla y roja, a fin de evitar hechos pasados. Brasil volvió a ganar el Mundial. Con Pelé, al que nadie lesionó.

La cantada de Inglaterra en Brasil 50

Por: | 22 de junio de 2014

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Ramsey, de frente, y el portero Williams en el suelo tras un gol. / AS

Inglaterra no había participado en ningún Mundial antes del de 1950. De hecho, ni siquiera pertenecía a la FIFA cuando se disputaron. Cuando la creación de esta, en 1904, no se dignó a considerar la invitación. Luego, en 1906, interesados por tener fútbol en los JJOO de Londres de 1908, se enrolaron. Se marcharon tras la I Guerra Mundial, porque no se atendió su exigencia de expulsar a los derrotados del conflicto. Aún volvieron, en 1924, pero se volvieron a marchar en 1928 por discusiones sobre amateurismo. Así que para los mundiales de 1930, 34 y 38, no estaban en la FIFA. Su Mundial era el Campeonato Británico, que venían jugando anualmente desde 1884 las cuatro federaciones británicas. Pero tras la Segunda Guerra Mundial se incorporaron definitivamente. Ya veían el fútbol del exterior lo bastante desarrollado para medirse con él, aunque estaban seguros de seguir estando muy por encima. De hecho, en el 48 ganaron 0-4 en Turín a la gran Italia de esos días, cuya base era el Torino que se estrellaría en Superga un año después. Italia, recordemos, había ganado los dos últimos Mundiales antes de la guerra. También ganaron 1-10 en Portugal, 1-3 a Francia y 3-5 a Bélgica.

Se estableció que el Campeonato Británico de ese año daría dos clasificados para el Mundial. Lo ganó Inglaterra. Escocia, segunda, renunció a participar. Inglaterra era el gran atractivo del campeonato. Los inventores, los viejos pross, cargados de fama y poder, con sus campos llenos, sus calzones largos, su vieja FA Cup y el prestigio de los Matthews, Finney, Wright, Franklin, Lofthouse o Mortensen, que sonaban por todo el mundo.

Pero desde la guerra venía enviando cada verano una selección de la Liga a Estados Unidos y Canadá, a partidos de exhibición. En parte en agradecimiento hacia esos familiares de ultramar por ayudarles a quitarse de encima a Hitler, en parte por extender el fútbol por allí. También ese verano lo hizo. Para no quedar mal, el grupo era bueno. Incluía varios internacionales: Ellerington, Hagan, Hancocks, Johnston, Mozley, Ward y hasta Matthews. También el Manchester tuvo gira por Estados Unidos, y se dio libertad a sus internacionales para participar en ella o acudir al Mundial. A todo eso hay que sumar que el medio Franklin se fugó a Colombia, en el mismo movimiento que se llevó a Di Stéfano y tantos otros por las mismas fechas. Así que la selección inglesa que viajó a Brasil iba algo debilitada. Al menos, Matthews, Aston y Cockburn (estos dos, del Manchester) se incorporaron a última hora al grupo, tras un partido en Toronto entre el Manchester y esa selección de la Liga. No participaron, claro, en el plan previo.

Los ingleses vieron el estreno, en Maracaná, entre Brasil y México y ya se sintieron extraños. La pasión, los petardos, el humo, la incorrección del juego, las reclamaciones al árbitro... Eso no era el fútbol como ellos lo concebían. Les tocó el día siguiente, también en Maracaná, contra Chile. Ganaron 2-0, pero ni agradaron ni disfrutaron. Se enfrentaron a Estados Unidos cuatro días después, en Belo Horizonte. Como en Río se habían evadido algo más de la cuenta les llevaron a las instalaciones de una mina de oro de propiedad inglesa, muy lejos de la ciudad. Para ir al partido hicieron más de dos horas de autobús por una carretera infame. Varios llegaron mareados. Enfrente estaba Estados Unidos, con un solo futbolista profesional. Había un camarero, un bombero, un cortador de tejidos, un vigilante nocturno, un estudiante... y hasta un empleado de pompas fúnebres, el portero Borghi. Era el 29 de junio. Inglaterra perdió 1-0, gol de Gaetjens, un haitiano que por ese gol consiguió un contrato profesional en Francia. Inglaterra atacó mucho, pero Borghi lo paró todo. Matthews no jugó. El comité seleccionador impuso al entrenador, Winterbottom, que juigasen los mismos que habían ganado a Chile. Les pareció lo correcto. “Es como si la Universidad de Oxford les gana al béisbol a los New York Yankees”, escribió el único periodista americano que acudió al partido. El mismo día, Inglaterra perdió en críquet por primera vez ante la selección de Indias Orientales. Algo se desmoronaba en el viejo imperio

Luego, España. Ya saben: buen partido, un Ramallets estupendo y gol de Zarra. Inglaterra quedaba fuera. El gran favorito se marchaba antes de tiempo. Años después, Wright sintetizaría en sus memorias lo que les pasó: “Llegamos al Mundial sin pasión y descubrimos que los rivales morían en el césped”.

 

El Príncipe olímpico, Franco y Miguel Ors

Por: | 08 de junio de 2014

En una fecha imprecisa de 1970 le llegó a Franco una propuesta que le desconcertó: el príncipe Juan Carlos quería ser olímpico. Lo había sido su cuñado, Constantino, hermano de la entonces princesa Sofía, hoy reina madre. Constantino, que llegaría a reinar como Constantino II de Grecia entre 1964 y 1973, había sido olímpico en Roma, en 1960. No sólo eso: había ganado la medalla de oro en vela, en la clase Dragón. Juan Carlos le quería emular.

Se sentía capacitado para competir en hípica o vela. Consultado al respecto, Franco prefirió la vela. Su argumento fue que la hípica era un deporte individual, y que si ganaba se diría que era por enchufe y si quedaba mal su imagen sería mala. Prefería vela. En un barco con varios no habría esos peligros.

El presidente de la Federación Española de Vela, Miguel Company, recibió un presupuesto extra para contratar al mejor entrenador posible. Se eligió al danés Ib Andersen. Como modalidad se escogió la Dragón, la misma en la que había obtenido su medalla de oro Constantino. Se adquirió una embarcación llamada Fortuna y se acompañó al Príncipe con dos navegantes de prestigio: el duque de Avián, descendiente directo de Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, y Juan Antonio Ragué, expertos regatistas ambos.

Ib Andersen organizó la alineación: el Duque de Avián sería el táctico, lo que equivalía a llevar los mapas, trazar las rutas, detectar los vientos; Ragué era el maniobrista, es decir, que él manejaba las cuerdas y las velas; al Príncipe se le reservaba el papel de caña, es decir, el de llevar el timón, cosa que a bote pronto suena a más cómodo y descomprometido, pero que según me explican no lo era tanto. Los barcos de la clase Dragón se caracterizaban por ser rápidos, sensibles, difíciles de gobernar. Era preciso tener buena mano, instinto, decisión y captar bien el viento para hacerlo con precisión. Aseguran quienes pueden hacerlo que se le daba de verdad bien.

El Príncipe empezó a hacer viajes cada vez más frecuentes a Barcelona, para entrenarse con sus compañeros, creando con su presencia curiosidad y cierto alboroto en el Club Náutico. La primera prueba real llegó en junio del 71, con el Campeonato de España, que ganó el Fortuna, primero en seis de las siete regatas. Eso dio ánimos ante el preolímpico de Kiel, en agosto de 1971, donde el Fortuna compitió, con su egregio caña en busca de la clasificación. Eran las mismas aguas, en el norte de Alemania, donde se iban a disputar las pruebas de vela un año después, en aquellos JJ OO de 1972 cuyo resto de programa se desarrollaría en Múnich y quedaría empañado por el asalto de Septiembre Negro a la delegación israelí y la subsiguiente matanza.

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Don Juan Carlos, a la derecha, a bordo del 'Fortuna'. / AS

Esta vez el puesto de Juan Antonio Ragué es ocupado por Francisco Viudes, otro destacado regatista, propietario de un pequeño astillero. La prensa se moviliza. Acuden bastantes periodistas, primeros espadas en muchos casos. Por ejemplo, el muy influyente Miguel Ors, que hacía los deportes en el Telediario único de la época y dirigía la sección de deportes de Pueblo, con mucho el periódico más seguido en esos años. Efe mandó a la primera firma de deportes, José María Calle. Ambos se convirtieron en acompañantes del Príncipe en las salidas de noche a cenar y en alguna escapadilla juvenil. También estaban Abc, La Vanguardia, As, Marca, El Mundo Deportivo… Los días que duró aquello la población lo siguió con curiosidad no exenta de ironía. Se tenía al Príncipe entonces por un chico con pocas luces y se hacían bromas sobre él. Casi sorprendió que se clasificara finalmente. El Fortuna, que la penúltima jornada iba sexto, hizo por fin el puesto catorce y entró en los JJ OO.

Pero en aquel mundillo él había caído bien. Afable, bromista, conversador, vividor. Una cosa hizo mucha gracia. Un argentino, figura, hizo un día una regata fatal. Desembarcó irritadísimo. Juan Carlos quiso consolarle, pero él le contestó.

—¡Hice una regata de mierda! ¡Cómo será que hasta vos me ganaste!

—No volverá a ocurrir. La próxima vez haré lo posible por evitarlo.

El fanfa se rio y la respuesta fue muy comentada, llegó a la prensa argentina.

Al regreso, a Miguel Ors le sorprendió una llamada de Fuertes de Villavicencio, jefe de la Casa Civil del Caudillo. Como también era vicepresidente del Atlético, Miguel Ors pensó que se trataría de algo relacionado con el fútbol. Pero no:

—Miguel, te llamo para decirte que mañana te espera El Caudillo en El Pardo a las diez en punto.

—¿Para qué?

—Ya lo sabrás.

Esto y la escena que sigue me lo contó hace pocos días el propio Miguel Ors. A las diez en punto entró en el despacho de Franco. Como le habían dicho, hizo una pequeña reverencia desde la puerta y luego se acercó hacia la mesa. Franco, también se lo habían dicho, se levantó de la silla para darle la mano:

—¡Cómo engaña la televisión! Yo le había imaginado a usted más alto.

—Para mí es un honor tener la misma estatura que su Excelencia…

Y según decía eso, que aún no sabe por qué le vino a la boca, pensó: “Tierra, trágame”. Pero Franco sonrió, se sentaron y empezó la conversación desde una especie de complicidad entre bajitos. Franco quería detalles: “¿Es de verdad bueno el Príncipe?”. “Sí, Excelencia, pero le faltará entrenamiento”. “¿Es verdad que lleva bien la caña o le soportan por ser él?”. “La lleva muy bien, Excelencia, tiene sensibilidad natural para eso, huele bien los vientos”. “¿Quedó bien en el mundillo?”. “Muy bien, Excelencia, fue muy simpático con todos”, y le refirió el suceso con el astro argentino. Franco le pidió montón de detalles más. “¿Cuántos barcos competirán?”. “No sé exactamente, pero algo más de treinta”. “¿Y cómo cree usted que quedará?”. Y Ors hizo su quiniela:

—No tendrá medalla, pero quedará entre los 15 primeros.

Y recuerda que Franco le miró de golpe con severidad:

—No me gustaría que el futuro jefe del Estado español hiciera el ridículo.

Ors le soltó una respuesta florida: “No se preocupe, Excelencia. El Príncipe ganará el oro del cariño y la amistad de todos sus competidores”.

Y se marchó un poquitín desazonado. Una vez salvado lo de la estatura, ¿para qué había tenido que comprometerse con el puesto final?

El Fortuna compitió en Kiel en los JJ OO del 72. En vísperas, Viudes tuvo una ligera lesión muscular y le sustituyó Félix Gancedo. El puesto final del Fortuna fue el 15º. Ors suspiró aliviado.

El Madrid se retrata de ‘ye-yé’

Por: | 01 de junio de 2014

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Algunos jugadores del Madrid, con peluca para un reportaje de El Alcázar. Gento no la lleva. / AS

Entrados los sesenta, apareció en nuestro país el vocablo ye-yé. Un neologismo llegado de Francia que se asociaba al sector de la juventud, muy mayoritario, partidario de la revolución cultural y musical inglesa. Chicos melenudos, chicas con minifalda y medias de colores que atormentaban a sus padres con su aspecto y con su indeclinable devoción por las canciones en inglés, con los Beatles a la cabeza. Toda una tormenta de colores y música, con aspiraciones de liberación sexual, que Conchita Velasco acompañó con una celebérrima canción: La Chica ye-yé.

Los padres hablaban entre sí desconsolados:

—¿A ti también te ha salido ye-yé el chico?

—A mí la chica…

—Pues eso es peor…

Al tiempo, en el Real Madrid se producía un cambio de ciclo. La generación gloriosa de Di Stéfano se agotaba, aplastada por los años. Di Stéfano se fue en el verano de 1964, en la frontera de los 38 años. Puskas y Santamaría duraron dos temporadas más, pero en la segunda de ellas cayeron en la suplencia. El entrenador Miguel Muñoz, fue sustituyendo con calma las grandes figuras. Amancio y Zoco llegaron a coincidir con Di Stéfano. Pirri llegó justo cuando este se marchaba. Luego aparecieron De Felipe, Grosso y Serena, salidos de la cantera. Y Sanchis, un brioso lateral de medias caídas, cuyo hijo estaría destinado a jugar más partidos que nadie en la historia del club. Y Calpe, lateral valenciano, como aquel. De la quinta Copa de Europa sobrevivían Pachín y Gento, dura carne cántabra. El equipo se completó cuando apareció Velázquez, otro de la cantera. Después de dos años en el Málaga y tras rematar la mili, apareció en Mallorca, el último partido de la primera vuelta. El Madrid había perdido el domingo anterior 1-3 ante el Barça. Hacía falta algo. Con Velázquez, cerebro de fino estilo, todo encajó.

El Madrid ganó 2-5 en Mallorca. Muñoz había dado con el equipo. Pirri, Velázquez y Grosso, complementarios, en la media. Amancio en punta, con Serena a un lado y Gento al otro. Atrás, De Felipe y Zoco serrando, Calpe y Sanchis como laterales. De portero, el canario Betancort, de salto tan potente que impresionaba. Un equipo de juego suelto, alegre… Y joven. Todos lejos de la treintena menos Gento, que representaba la solera del viejo Madrid.

Aun retrasado en la Liga, el equipo creó ilusión. Se daba por imposible que ganara ese campeonato, después de cinco consecutivos. Era un equipo de futuro. Lo peor es que entonces sólo se iba a la Copa de Europa si se quedaba campeón de Liga… o de Copa de Europa. Con la Liga lejos, la Copa de Europa parecía demasiada empresa. Por primera vez se veía de verdad difícil que el Madrid participara en ella el año siguiente.

Después de un brillante partido de cuartos de Copa de Europa contra el Anderlecht de Van Himst y Puis (4-2, con lo que pasaba a semifinales), Ramón Melcón, periodista de El Alcázar (hijo de un célebre árbitro, que luego fue seleccionador) tuvo la ocurrencia de llamar a ese equipo <CF1001>el Madrid ye-yé. Pegaba con su aire desenvuelto y juvenil. A Bernabéu no le gustó. No era su aspiración un Madrid melenudo. Hizo lo posible por evitar que el apodo se propagara.

Y de hecho, quizá no hubiera prosperado de no ser por la iniciativa de un reportero del mismo periódico, Félix Lázaro. En vísperas de un partido en el Bernabéu subió a la concentración del equipo en el Puerto de Navacerrada junto al fotógrafo Luis Ollero y a Juan Pinedo, compañero de administración (luego periodista en el Y, que fue quien se encargó de hacerse con unas pelucas estilo beatle. Muy malas, muy de feria, pero valían para el propósito. Llegaron al Arcipreste de Hita y vieron a Muñoz en la terraza, jugando al dominó con un directivo y dos amigos.

—Los chicos están en las habitaciones.

Era el final de la hora de la siesta. Subieron y reunieron a varios, que se prestaron para el reportaje: Betancort, De Felipe, Velázquez, Pirri, Grosso y Sanchis se pusieron las pelucas. Ollero hizo un montón de fotos. En una de ellas, cinco rodean a Gento, que no lleva peluca, pero sonríe como un padre satisfecho y tolerante. Se fueron tan felices.

Pero el Madrid se enteró y se armó el revuelo. Saporta llamó a José Luis Cebrián Boné, director del periódico, y le pidió que guardara el reportaje. Bernabéu se sentía ridículo sólo con imaginarlo. Los que se prestaron a las fotos recibieron una bronca. Después de mucho tira y afloja y de obtener vía libre para otros reportajes a cambio, Cebrián aceptó congelar el reportaje hasta el final de la temporada. En el club atormentaba la idea de acabar sin clasificación para la Copa de Europa, obligados a mandar al equipo a la Copa de Ferias, un antecedente de la Copa de la UEFA (hoy Europa League) que Bernabéu motejaba como la copa de los pueblos, para desacreditar las victorias del Barça en ella. Ese panorama se hacía más cruel, en su imaginación, con la publicación de las fotos.

Por su parte, para El Alcázar era una seria renuncia. No era entonces lo que luego sería (propiedad de la Federación de Ex Combatientes y órgano agitador del golpismo durante la Transición) sino un periódico de tarde entretenido cuyas páginas de hueco eran muy buscadas tras las jornadas de Liga y partidos europeos por la calidad de reproducción de la fotografía. Su fuerte era el deporte. (De hecho, cuando abandonó esa rotativa por otra de sistema off-set, los propietarios de la misma decidieron lanzar un periódico deportivo, AS, que arrancó con gran éxito).

El Madrid se enfrentó en semifinales con el Inter de Helenio Herrera y Luis Suárez. Campeón vigente. Se daba por muerto al Madrid. H. H. agitó las víspera, como solía. Su Inter había ganado al Madrid dos años antes la final de Viena: “Hace dos años provocamos la caída de Di Stéfano, ahora cancelaremos al Real”. Pero pasó el Madrid: 1-0 en casa y empate 1-1 en Milán. La final fue contra el Partizán de Belgrado, que venía de eliminar al Manchester United de Charlton, George Best y Law, a su vez vencedores en cuartos del Benfica de Eusebio. Sonaba terrible. La final era en el viejo Heysel, de Bruselas, junto al Atomium. De nuevo, nadie daba un duro por el Madrid.

Pero ganó, remontando un 0-1 de Vasovic con goles de Amancio, magnífica escapada, y de Serena, tirazo imprevisto desde lejos. Jugaron: Araquistain; Pachín, De Felipe, Sanchis; Pirri, Zoco; Serena, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento. Betancort y Calpe faltaron por sendas lesiones.

Al pitido final, el campo se llenó de emigrantes.

José Luis Cebrián Boné publicó tres días después el reportaje de los ye-yés. Fue un boom. En plena felicidad, a nadie le pareció mal. El Madrid, renovado, quedaba asociado al movimiento juvenil del momento. A los más severos, que torcieron el gesto, les quedó el consuelo de que al menos Gento no se había puesto la peluca.

Aquel grupo quedó conocido para los restos como el Madrid-ye-yé. No volvió a ganar la Copa de Europa, pero sí muchas ligas. Fue un buen equipo. Y aquel título resultó especialmente apreciado porque se consiguió con 11 españoles.

Cuando, a finales del año siguiente salió AS dando actividad a la rotativa abandonada por El Alcázar, incorporó desde su primer número una chica en la penúltima página. La primera elegida fue Conchita Velasco, La Chica Ye-yé.

 

El País

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