En una fecha imprecisa del invierno 58-59, Bahamontes invitó a Coppi a una partida de caza con galgos en la finca La Solana, en Toledo. Madrugaron, disfrutaron de los galgos, almorzaron migas, siguieron disfrutando de los galgos, de perfil aerodinámico tan parecido a Coppi. A las tres de la tarde comieron un cocido.
Y Coppi le hizo la propuesta: que fichara por el equipo que estaba creando, el Tricofilina-Coppi. Tricofilina era una brillantina para el pelo. Podría llevar a sus dos gregarios favoritos, Herrero Berrendero y Julio San Emeterio. Y le dijo:
—Tú puedes ganar este Tour. Déjate de la montaña, puedes ganar el Tour. Si corres con atención en el llano no llegarás a la montaña con una hora perdida. Si lo intentas, puedes estar más arriba en la contrarreloj. Tienes piernas para ganar el Tour.
Bahamontes nunca se lo había planteado. Sólo corría por la Montaña, en la que arrasaba. Eran célebres sus chaladuras, que la leyenda agrandaba. Escapadas míticas, helado en la cima, caprichos como querer pasar el primero todos los puertos de los Pirineos, derrumbes inesperados, abandonos inexplicables...
Un individualista incorregible. Pero el mejor escalador que haya dado la historia.
Acababa de cumplir los 30 años y le idea le caló: ¡ganar el Tour!
La siguiente escena es el 22 de junio, en Madrid, en Barquillo, 42, sede de la Federación. La víspera ha sido el campeonato de España contrarreloj, 100 kilómetros, Madrid-Madrid, pasando por El Escorial y Guadarrama. El Tour se va a correr por equipos nacionales y Dalmacio Langarica es el seleccionador. Antonio Suárez había ganado la prueba de la víspera. Ese mismo año había ganado la Vuelta a España. Bahamontes, que en la Vuelta había tenido que abandonar por un ántrax, había sido segundo. Estaba en forma. Langarica da la selección. Están los dos, claro. Y Loroño, la otra gran figura del momento, que ha sido el sexto en la prueba de la víspera. Él y Bahamontes son enemigos acérrimos y sus huestes de partidarios, más aún. Loroño, vizcaíno formal, carece del encanto de Bahamontes y de su extraordinaria clase, pero es duro y fiable. Al final de la lista, Langarica hace un anuncio y se lía:
—Suárez y Bahamontes van como jefes de fila.
Loroño se enfada. Dice que él no es gregario de nadie. "Pues si no aceptas, no vienes". "Pues no acepto". Se va, baja a la calle, donde tiene varios admiradores que ya se olían algo. Algunos suben, uno se encara con Langarica, hay una escena, empujones, un puñetazo. Loroño se queda sin ir al Tour y le cae una sanción de dos meses.
Se arranca de Mulhouse, hacia el norte, y se recorre Francia en sentido inverso a las agujas del reloj. Nueve etapas llanas más una contrarreloj antes de los Pirineos. Bahamontes cumple, rueda arriba, no se despista en ningún corte, ni en el pavés. Hay un pequeño rifirrafe en la tercera etapa, cuando Suárez se escapa cerca del final y Bahamontes salta a por él. Hay bronca en la meta. Langarica templa gaitas.
En la contrarreloj, quinta etapa, Bahamontes sale bien librado gracias a una gambada de la organización de la que sabe favorecerse. Él era el 13º en la general, Anquetil el 31º. Sin embargo, se dispone que Anquetil salga justo dos minutos después "para dar espectacularidad". Se buscaba la foto del normando, ganador del Tour de 1957, pasando a Bahamontes como un avión. Pero este actúa con su proverbial astucia. Hace la primera mitad sin entregarse y cuando Anquetil le alcanza, se coloca en paralelo con él (detrás está obviamente prohibido) y le aguanta, pedaleando siempre a su lado. Incluso le esprinta en la llegada y le gana. Total, limita la pérdida ante Anquetil a dos minutos. Y, muy importante, ha hecho mejor tiempo que Antonio Suárez. Cuando se llega a los Pirineos está a 6m7s del líder, Pauwels. Y un par de puestos por delante de Charly Gaul, luxemburgués, ganador de 1958, otro terrible escalador. Con frío, Gaul era imbatible. Con calor, no tanto. Y se anuncia calor en Los Pirineos.
Se espera una traca de Bahamontes, del tipo que sea: escapada heroica o espantá clamorosa. Pero no hay tal. Corre con cabeza, atento sólo a los grandes. Permite escapadas de gente sin valor en la general. No gana ninguna etapa. Entra en los Pirineos el 17º, sale 9º y líder de la Montaña, pero hay decepción. Se esperaba otra cosa. "Bahamontes ya no arriesga, ya no es Bahamontes", era la conclusión.
El miércoles 8 de julio, transición entre Pirineos y Macizo Central, Albi-Aurillac, dos puertos de tercera y uno de segunda. El equipo francés estaba dando el cante, con sus cuatro grandes (Bobet, Geminiani, Anquetil y Rivière) desunidos y vigilándose. ¡El mejor francés estaba siendo el regional Anglade, del equipo Centro-Sudoeste! En esta jornada, los astros franceses desencadenan una ofensiva a la que se suma Bahamontes. La víctima es Gaul, que en un mal día pierde más de veinte minutos. Bahamontes entra tercero, junto a Anglade y Anquetil. A los demás favoritos les ha ganado tiempo. Entre los que llegan fuera de control está medio equipo español, incluido Antonio Suárez.
El viernes 10 es su gran día: cronoescalada al Puy de Dôme. 12,5 kilómetros. Bahamontes los revienta a todos: 1m26s a Gaul, 3m00s a Anglade, 3m37s a Rivière, 3m44s a Anquetil... En la clasificación general queda segundo, a sólo 4s de Hoevenaers, un belga instalado ahí por una de tantas escapadas consentidas.
En los Alpes se anuncia frío, lluvia y ataques franceses. Por fortuna, Gaul está a 23m17s en la general. Camino de Grenoble, él y Bahamontes pactan. Se van solos, Bahamontes le cede la etapa a cambio de ayuda para hacer hueco en la general. Es la estocada definitiva: coge el maillot, distancia a todos a más de cuatro minutos. Anquetil y Rivière atacan furiosos los días siguientes, pero a por quien en realidad van es a por Anglade, el del equipo regional, que les precede, lo que les resulta humillante. Bahamontes pasa algunos apuros en las bajadas, pero sale indemne. Queda una contrarreloj, el penúltimo día, Dijon-Dijon, de 69,1 kilómetros, pero Anquetil está a 9m16s y Rivière a 11m36s. Bahamontes rueda cómodo, controlando. Cede 6m17s frente al ganador, Rivière, y sólo 1m50s frente a Anglade, al que deja a 4m01s en la general.
Así llegarán a París, el día siguiente, tras una cabalgada de 331 kilómetros que dura casi 10 horas. Siempre desconfiado, ha metido la bici en la habitación la noche anterior, para que no le hagan ninguna jugarreta. Llega al Parque de los Príncipes con el grupo y le entrega el ramo a Fermina, su adorada esposa, por la que cada año intentaba ganar la etapa del 7 de julio. En su honor, la organización ha vestido a las azafatas de lagarteranas. Bahamontes ha ganado el Tour y también la Montaña, su Montaña. El público le aplaude a rabiar, tanto como pita a Anquetil y Rivière, que visiblemente le han hecho la guerra a Anglade. En España mucha gente se coloca una tira amarilla en la solapa, algunos hasta una corbata. En Toledo se ve mucho pañuelo amarillo al cuello, al estilo del rojo en Pamplona en San Fermín.
Es 18 de julio, fecha muy esperada entonces, no tanto por el aniversario del Glorioso Alzamiento Nacional como porque ese día se daba la paga de verano. Esta vez, la paga venía con extra: Bahamontes había ganado el Tour. Hasta se le compuso un pasodoble, con letra de Alfredo Rueda, corresponsal del diario Marca en Barcelona.
A Langarica, vizcaíno como Loroño, aquello le costó muchos amigos en Bilbao. A su mujer le insultaron en el mercado, a él le rompieron el escaparate de su tienda. Pero había acertado. La Federación se sintió magnánima e indultó a Loroño, un perdón que resultó humillante para sus partidarios. Y los de Bahamontes, dudábamos. Había ganado el Tour, sí, pero no había sido él. En ese Bahamontes tan calculador no nos reconocíamos.