Aquel golpe franco al Milan

Por: | 08 de julio de 2014

ARTICULO RELAÑO
Di Stéfano bate a Barluzzi en un Madrid-Milan de la Copa de Europa 63-64.

Alcancé a ver a Di Stéfano por los pelos. Mi primera temporada de asistencia asidua al Bernabéu fue la 62-63, la penúltima de él en el Madrid. Camino del fútbol, mi hermano, que me saca siete años y había disfrutado ya lo mejor de aquel Madrid legendario, me hablaba y no paraba. Para ser sinceros, y un poco por ponerme frente a mi hermano, yo me hice de Amancio, que apareció justo esa temporada, regateaba como un diablo y alegraba el ritmo académico y pausado de aquel equipo señorial. Di Stéfano me pareció venerable, como Puskas y Santamaría, pero mi jugador era Amancio. Ni mi hermano me podía convencer.

Así fue hasta el siguiente año. El Madrid estaba, una vez más, en la Copa de Europa. Una eliminatoria tremenda le cruzó con el Milan, en cuartos de final. El Milan traía leyenda: era el campeón de Europa, tras batir en la anterior final al Benfica, que a su vez había ganado las dos finales anteriores al Barça y al Madrid. En ese Milan venía Amarildo, un brasileño del que sabíamos que había tenido que sustituir a Pelé, por lesión, en el Mundial de 1962 y había marcado goles decisivos (entre ellos, dos a España) para que Brasil ganara aquella Copa del Mundo. Venía también Rivera, al que apodaban Il Bambino de Oro, y un líbero llamado Maldini, de enorme estampa y que representaba un avance por sí mismo, porque entonces aquí no había líbero ni sabíamos lo que era eso. El delantero centro era Altafini, autor de 14 goles en la Copa de Europa anterior. Entre ellos, los dos de la final al Benfica. La cosa se presentaba dura.

Yo tenía 13 años. Mi carnet de socio me daba derecho a ir de pie a uno de los fondos. Siempre escogía el sur. Por mi estatura, que nunca ha sido aventajada, me esmeraba por ir muy pronto y colocarme en la primera fila. El partido era a las ocho y media y a las siete, cuando se abrieron las puertas, ya estaba yo allí. Bajé corriendo y me coloqué tras la portería, como solía, un poquito en línea con el palo izquierdo. Allí esperé hora y media, emocionado.

La salida del Milan fue impactante. Con sus rayas, muchas y finas, rojas y negras. Las rayas negras (yo no había visto aún ni al Baracaldo ni al Sestao) me parecieron de una distinción elegante. Todo en ellos traslucía un cierto aire de poder, sin arrogancia. Desde luego, eran más delgados y más jóvenes que los jugadores del Madrid, donde varios avanzaban ya peligrosamente por la treintena.

Ese día entendí lo que era Di Stéfano. El Madrid empezó defendiendo la portería del Fondo Sur, que protegía Vicente, mi portero favorito porque fue, junto a Pazos, el último que llevó rodilleras. El Milan apretaba y yo veía a Di Stéfano por ahí atrás, cortando, animando, regañando, intimando, arrancando la jugada hasta el otro campo, donde casi se me perdía de vista. Amarildo, que jugó de extremo izquierdo, dominó peligrosamente a Isidro (padre de Quique Flores), al que desbordó tres veces seguidas. Di Stéfano mandó a Isidro al medio campo, se puso de lateral derecho y le cerró las tres siguientes internadas a Amarildo, la última de ellas amagando que le compraba el amague y quedándose luego la pelota en el tacón izquierdo, que retrasó. Luego, la pisó, le hizo un gesto a Amarildo y arrancó. Isidro recuperó la marca y Amarildo no se le volvió a marchar. A todo esto, en dos llegadas, Amancio y Puskas habían conseguido sendos goles, allá en lontananza, en el Fondo Norte. Al descanso el Madrid ganaba dos a cero, pero en aquella primera fila de lo que hablábamos era de Di Stéfano y de cómo le había comido la moral a Amarildo.

A todo esto, Félix Ruiz, interior navarro de ida y vuelta, se lesionó. Una entrada de Rivera le produjo una mala caída y se rompió la clavícula. No había cambios. Pero el Madrid no se afligió, esta vez pasó al ataque, todos entendimos que por decisión de Di Stéfano, que se multiplicó. Otra vez el juego estaba ante mi portería. En eso, hay una falta cerca del área del Milan, un poco en la posición del interior derecho. Ideal para Puskas, preciso lanzador de toda clase de saques a balón parado. Se perfila. Pero de repente Di Stéfano le grita, le pide que se aparte, y es el propio Di Stéfano, que estaba cinco metros más atrás el que se arranca y le pega al balón. Le pega de una forma extraña, con la derecha, pero con el exterior del pie. El balón pasa junto a la oreja derecha del primero de la barrera y luego se curva y baja hacia el hierro izquierdo de la portería, ¡justo hacía mí! El meta Barluzzi vuela, lo roza, pero se cuela. Ha sido un gol fabuloso, inédito, casi transgresor. Luego marcará Gento, a la salida de un córner, el cuarto, en fabuloso tiro cruzado. Muy al final, Lodetti dejará un 4-1 que no bastaría para el partido de vuelta.

Fue, todos lo dijeron, el último gran partido de Di Stéfano, dueño del campo y la pelota, en las malas y en las buenas. Ese mismo año dejaría el Madrid tras perder la final de esa misma Copa de Europa, ante el Inter.

Con el tiempo, tuve la suerte de poder hablar con él de aquella noche y de aquella falta. Me contó que fue una inspiración repentina y que en realidad se trató de un plagio incompleto de la folha seca de Didí.

“Didí le pegaba al balón de una forma muy personal. Yo le pregunté cómo lo hacía, pero no quería compartir el secreto. Mateos y yo anduvimos observándole un tiempo, hasta deducir lo que hacía: metía la parte exterior, los tres dedos últimos, y al entrar en contacto con el balón sacudía el pie para arriba, muy bruscamente. Con eso lograba ese efecto tan especial que hacía caer el balón como a plomo, tras superar la barrera. Una vez que entendí lo que hacía, decidí intentarlo. Pero me daba una sacudida muy fuerte por detrás del muslo. Había que tener el músculo flexible que tienen aquella gente para hacer eso. Lo olvidé. Hasta ese día. Se me ocurrió de golpe, vi el gol claro, sólo que en una versión más amortiguada, sin hacer pasar el balón exactamente por encima de la barrera, como él, sino al lado. Pero el efecto de bajar bruscamente, que es lo que mata al portero, se mantuvo. Puskas me abrazó y luego me miró, enarcando las cejas, de una manera significativa. Me sentí feliz de haberle asombrado”.

Han pasado 50 años de aquello. Pero aún puedo cerrar los ojos y ver ese balón volando, sacándole la lengua a Barluzzi y viniendo hacia mí hasta recogerse, mullidito, en la red de la portería del Fondo Sur, junto al hierro.

Sí, mi hermano tenía razón. Como Di Stéfano, ninguno.

Yashin se come un gol olímpico

Por: | 06 de julio de 2014

YASHIN001
Yashin, tras recibir el gol olímpico de Colombia. /as

En el fútbol se llama gol olímpico al gol cobrado directamente en un saque de córner. Una rareza. Se llama así porque al poco de aceptarse como válidos en el reglamento los goles cobrados de esta forma (antes se consideraba el saque de córner como indirecto) consiguió uno el argentino Cesáreo Onzari sobre Uruguay, reciente campeona olímpica. Fue en fecha tan lejana como el 2 de octubre de 1924. Argentina ganó 2-1. En rechifla sobre la campeona olímpica, Uruguay, lo llamaron gol olímpico.

En la Copa del Mundo sólo ha habido uno, y lo vino a encajar el tenido como mejor portero de todos los tiempos, el ruso Lev Yashin. El autor, menos conocido, fue Marcos Coll, interior colombiano, que aún vive, rodeado de una tenue aura de celebridad por aquello. Cada nuevo Mundial, su pequeña proeza vuelve a relucir.

Fue un suceso de verdad extraordinario. Entonces no era Rusia, era la URSS, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En su lengua y su alfabeto, no era URSS, sino CCCP, lo que un chusco periodista mexicano tradujo por “Cucurrucucú, Paloma”.

La URSS no acudió a la Copa del Mundo hasta 1958, y lo hizo rodeada de aura y misterio. Ya para entonces se tenía a Yashin como un portero sensacional, tras su actuación en los Juegos Olímpicos de Melbourne, que le encumbraron. Aportó un estilo nuevo, dominando todo el área, aparte de ser también un coloso bajo los palos. En ese Mundial de 1958 dejaron fuera a Inglaterra, tras duro desempate, y cayeron dos días después en cuartos, ante la selección local, Suecia, finalista a la postre.

Desde entonces hasta el 62, el prestigio de aquel fútbol y el de Yashin no habían hecho más que crecer. La URSS había ganado la primera Eurocopa que se celebró, la de 1960. Al Mundial de 1962 acudió como la alternativa europea al gran juego de Brasil. El prestigio de aquella selección lo apuntalaba la carrera espacial, en la que para entonces la URSS había cobrado delantera sobre Estados Unidos, con sus Sputnik I y II, su perrita Laika y su primer hombre en órbita, Yuri Gagarin. Se tenía a la URSS por una gran potencia en todo.

La forma misteriosa y aislada en que encaraba sus concentraciones acrecentaba su leyenda. Formó grupo junto a Yugoslavia, Colombia y Uruguay. Ganó el primer partido, 2-0, a Yugoslavia, el tenido por más difícil. Ese día los palos nublaron el sol, cuentan. Hubo varios lesionados. Uno de ellos, el soviético Dubinski, sufrió una fractura de tibia tan mal tratada que en el plazo de siete años perdió primero la pierna y después la vida.

El segundo partido era ante Colombia, que tenía como entrenador a Pedernera, aquel que había sido el delantero centro de La Máquina de River, luego compañero y casi hermano mayor de Di Stéfano en el Millonarios. Colombia acudió a ese Mundial sin más aspiración que hacer experiencia. Había perdido dignamente en la primera jornada, ante Uruguay. El partido contra los soviéticos amenazó en sus inicios con ser un diluvio de goles, porque en 12 minutos la URSS ganaba 3-0. Pero el roto no fue a más, y para el minuto 68 el marcador estaba en un razonable 4-1. Fue entonces cuando Marcos Coll sacó un córner, en principio sólo eso, un córner.

Marcos Coll, un interior muy activo, era hijo de árbitro, el primer árbitro colombiano reconocido por la FIFA para partidos internacionales. Era un buen jugador, pero digamos que uno más. Ese córner le iba a cambiar la vida para bien. El saque se produjo desde el ala izquierda del ataque colombiano. Lo lanzó con la derecha, no muy bien, bajo y muy cerrado. Luego confesaría alguna vez que pegarle exactamente así no había sido su intención. El balón botó al llegar al área chica, tras pasar junto a Ivanov y luego se coló entre Chokheli y el palo derecho de Yashin, que quedó paralizado como un espantapájaros: 4-2. Lo llamativo fue que ese gol desplomó a la URSS y a su portero, cuyas recriminaciones a los defensas fueron muy visibles. Colombia, que se vino arriba acabó empatando a cuatro, lo que hasta el gol a los alemanes en Italia (“¡Dios es colombiano!”, ¿lo recuerdan?) se tuvo por la jornada más feliz de Colombia en la Copa del Mundo. Aún hoy hay veteranos que lo ponen sobre cualquier logro.

Marcos Coll fue apreciado y querido en Colombia desde aquello como ningún jugador antes. Aquel gol fue un poco como los de Zarra o Marcelino entre nosotros.

En cuanto a Yashin, aquel suceso pudo liquidar su carrera. Ya se ha dicho que a ese gol sucedieron otros dos. El tercer partido del grupo, ante Uruguay, lo ganó la URSS y Yashin dejó nuevas notas de inseguridad. Y ya en cuartos, ante Chile, llegaría el fin. Un tiro libre de Leonel Sánchez, ante el que hizo la estatua, y un disparo lejanísimo de Rojas dieron la victoria a Chile, 2-1. La URSS quedaba fuera y Yashin, muy mal.

La selección estuvo acompañada de un comisario político que a su vez hacía de enviado especial de Pravda. Sus escritos y su informe final sobre Yashin fueron durísimos. El propio portero contó años después, en France Football, que se erigió en su enemigo personal y que aquello estuvo a punto de quitarle del fútbol. Para más complicarle las cosas, ese año de 1962 el Balón de Oro fue para el checoslovaco Joseph Masopust, excelente medio.

En la URSS, que uno de sus países satélite acaparara tal honor resultó casi una ofensa. Tan fue así, que Checoslovaquia puso sordina, por miedo a incomodar al gigante soviético, a aquel éxito. Mucha gente en Checoslovaquia no se enteró de ese Balón de Oro, fue un secreto muy bien guardado. Así nos lo contaba en AS hace pocos años el propio Masopust, al que provocamos un encuentro con Amancio, Di Stéfano y Gento con ocasión de un partido en Praga.

El fútbol internacional se apiadó de Yashin. En octubre de 1963 se celebró un partido solemne en Wembley para conmemorar el Centenario de la creación del fútbol. El partido enfrentó a Inglaterra con una selección mundial. Yashin fue el portero. Jugó sólo el primer tiempo, pero hizo paradas soberbias y dejó el arco invicto en el descanso. Dos meses después, France Football le daba el Balón de Oro, todavía el único que ha recibido un portero.

Estaba rehabilitado. El gol olímpico de Coll y sus consecuencias quedaban atrás.

América se enfada con Europa

Por: | 29 de junio de 2014

El Mundial de 1966 se celebró en Inglaterra y lo ganó Inglaterra. No fue un Mundial bonito y mucho menos bien arbitrado. Stanley Rous, presidente de la FIFA, inglés, expresidente de la Federación Inglesa, exárbitro y hombre de gran prestigio por su redacción en la que reordenó el Reglamento en 1925 para hacerlo más sencillo de entender y aplicar, se dejó gran parte de su prestigio en el empeño de que el título se quedara en casa de los inventores.

Para empezar, se atribuyó, junto a su asesor directo, el también exárbitro inglés Aston, la designación directa de los árbitros para la primera fase. Además, vulneró el acuerdo según el cual habría dos árbitros de cada país participante. Los españoles fueron Gardeazábal y Ortiz de Mendibil. Los ingleses designados en principio fueron Finney y Howley, pero a la hora de la verdad aparecieron más: McCabe y Dagnall, que arbitraron partidos, y Taylor, Clements y Crawford, que hicieron de liniers, como Howley. Además del irlandés Aldair, el escocés Phillips y el galés Callaghan, que hizo de linier.

Desco

Schnellinger salva el gol con el puño. El árbitro no pitó nada./as

A Brasil, que había ganado los dos últimos campeonatos, le tocó árbitro alemán con liniers ingleses para el primer partido y árbitros ingleses para los otros dos. El primer día, ante Bulgaria, Pelé fue golpeado inmisericordemente y estuvo inútil durante el tramo final del partido. Aun así, Brasil ganó, 2-0. El siguiente partido, contra Hungría, no lo pudo jugar Pelé y Brasil perdió 3-1. En el tercero, ante Portugal, McCabe permitió que Morais terminara con lo que quedaba de Pelé, que a duras penas había podido reaparecer. Brasil perdió y quedó fuera. Aconsejo ver en youtube la patada de Morais, por la que le recrimina el propio Eusebio, pero no el árbitro.

Como se armó cierto revuelo con las designaciones a dedo, Rous aceptó que las designaciones para cuartos las hiciera el Comité de Árbitros, en el que figuraba, entre otros, el español Pedro Escartín. El día 20 de julio se celebró la última jornada de la primera fase. A las diez de la noche de ese día, los miembros del comité fueron convocados a la reunión para designar los cuartos que se había de celebrar… ¡a las nueve de la mañana del 21, en Londres! La mayoría estaban fuera. Escartín había asistido el 20 al URSS-Chile, en Sunderland, como informador. Imposible plantarse en 11 horas en Londres, no había tren nocturno. Lo mismo les ocurrió al ruso Latychev, delegado permanente en esa sede. Y al sueco Lindeberg, al que la comunicación le pilló en Sheffield.

A las nueve de la mañana del 21 sólo estaban en la reunión de Londres tres personas. Stanley Rous, su fiel Aston y el malayo Ko, al que bizcocharon sin problema. Así que colocaron un árbitro alemán, Kreitlein, para el Inglaterra-Argentina, y un árbitro inglés, Finney, para el Alemania-Uruguay.
Ambos partidos se jugaron simultáneamente, el día 23. El Inglaterra-Argentina, en Wembley, dejó una de las imágenes más recordadas de la historia de la Copa del Mundo, la expulsión del capitán argentino, Rattin, por reiteradas protestas al árbitro. Rattin se negó durante 15 minutos a abandonar el campo, argumentando que como capitán tenía derecho a hacer observaciones al árbitro. Kreitlein explicaría luego que le había insultado, cosa que no podía saber con certeza, porque desconocía el castellano, pero que dedujo de la forma en que le miraba. El partido se televisó en directo, por satélite (fue el primer Mundial en ser emitido por este medio) y en muchas casas del mundo se pudo ver la bochornosa escena. Cuando por fin salió, Rattin se quedó un rato sentado en la alfombra roja que cortaba la pista que rodeaba el campo para conectar a este con el palco. “En el corazón podrido del Imperio Británico”. Luego, se marchó parsimoniosamente, rodeando el terreno de juego hacia el fondo por donde estaba la entrada de vestuarios. Al pasar por un córner retorció el banderín, que tenía los colores de la Union Jack.

 

El mismo día, a la misma hora, Uruguay y Alemania Occidental jugaban en Sheffield. Arbitró el inglés Finney. Todavía con 0-0, un córner sacado por Domingo Pérez fue cabeceado a portería por Rocha. Con Tilkowski batido, Schnellinger salvó el gol con el puño. Finney estaba en plena línea de vista, pero dejó seguir. Una buena foto publicada el día siguiente le delató. Después de eso marcó Haller el 1-0. Los uruguayos fueron dando rienda suelta a su indignación y a Finney no le costó mucho expulsar a dos de ellos, Troche y Silva. Sin ellos, Uruguay se desmoronó y en los últimos 20 minutos encajó tres goles más. Total, 4-0. Crimen perfecto.

Aquello creó una ola de indignación en toda Sudamérica, enconó una rivalidad que aún subsiste. El tono despectivo de Ramsey, seleccionador inglés, y de la prensa británica para con los argentinos no contribuyó a calmar los ánimos.

Inglaterra y Alemania Occidental llegaron a la final, donde a los ingleses les validaron aquel gol que no entró. Inglaterra ganó la Copa del Mundo. Stanley Rous pasó a ser sir Stanley Rous.

Para el Mundial siguiente, en México 70, se introdujeron las tarjetas, amarilla y roja, a fin de evitar hechos pasados. Brasil volvió a ganar el Mundial. Con Pelé, al que nadie lesionó.

La cantada de Inglaterra en Brasil 50

Por: | 22 de junio de 2014

PeticionImagenCAS5JQW1
Ramsey, de frente, y el portero Williams en el suelo tras un gol. / AS

Inglaterra no había participado en ningún Mundial antes del de 1950. De hecho, ni siquiera pertenecía a la FIFA cuando se disputaron. Cuando la creación de esta, en 1904, no se dignó a considerar la invitación. Luego, en 1906, interesados por tener fútbol en los JJOO de Londres de 1908, se enrolaron. Se marcharon tras la I Guerra Mundial, porque no se atendió su exigencia de expulsar a los derrotados del conflicto. Aún volvieron, en 1924, pero se volvieron a marchar en 1928 por discusiones sobre amateurismo. Así que para los mundiales de 1930, 34 y 38, no estaban en la FIFA. Su Mundial era el Campeonato Británico, que venían jugando anualmente desde 1884 las cuatro federaciones británicas. Pero tras la Segunda Guerra Mundial se incorporaron definitivamente. Ya veían el fútbol del exterior lo bastante desarrollado para medirse con él, aunque estaban seguros de seguir estando muy por encima. De hecho, en el 48 ganaron 0-4 en Turín a la gran Italia de esos días, cuya base era el Torino que se estrellaría en Superga un año después. Italia, recordemos, había ganado los dos últimos Mundiales antes de la guerra. También ganaron 1-10 en Portugal, 1-3 a Francia y 3-5 a Bélgica.

Se estableció que el Campeonato Británico de ese año daría dos clasificados para el Mundial. Lo ganó Inglaterra. Escocia, segunda, renunció a participar. Inglaterra era el gran atractivo del campeonato. Los inventores, los viejos pross, cargados de fama y poder, con sus campos llenos, sus calzones largos, su vieja FA Cup y el prestigio de los Matthews, Finney, Wright, Franklin, Lofthouse o Mortensen, que sonaban por todo el mundo.

Pero desde la guerra venía enviando cada verano una selección de la Liga a Estados Unidos y Canadá, a partidos de exhibición. En parte en agradecimiento hacia esos familiares de ultramar por ayudarles a quitarse de encima a Hitler, en parte por extender el fútbol por allí. También ese verano lo hizo. Para no quedar mal, el grupo era bueno. Incluía varios internacionales: Ellerington, Hagan, Hancocks, Johnston, Mozley, Ward y hasta Matthews. También el Manchester tuvo gira por Estados Unidos, y se dio libertad a sus internacionales para participar en ella o acudir al Mundial. A todo eso hay que sumar que el medio Franklin se fugó a Colombia, en el mismo movimiento que se llevó a Di Stéfano y tantos otros por las mismas fechas. Así que la selección inglesa que viajó a Brasil iba algo debilitada. Al menos, Matthews, Aston y Cockburn (estos dos, del Manchester) se incorporaron a última hora al grupo, tras un partido en Toronto entre el Manchester y esa selección de la Liga. No participaron, claro, en el plan previo.

Los ingleses vieron el estreno, en Maracaná, entre Brasil y México y ya se sintieron extraños. La pasión, los petardos, el humo, la incorrección del juego, las reclamaciones al árbitro... Eso no era el fútbol como ellos lo concebían. Les tocó el día siguiente, también en Maracaná, contra Chile. Ganaron 2-0, pero ni agradaron ni disfrutaron. Se enfrentaron a Estados Unidos cuatro días después, en Belo Horizonte. Como en Río se habían evadido algo más de la cuenta les llevaron a las instalaciones de una mina de oro de propiedad inglesa, muy lejos de la ciudad. Para ir al partido hicieron más de dos horas de autobús por una carretera infame. Varios llegaron mareados. Enfrente estaba Estados Unidos, con un solo futbolista profesional. Había un camarero, un bombero, un cortador de tejidos, un vigilante nocturno, un estudiante... y hasta un empleado de pompas fúnebres, el portero Borghi. Era el 29 de junio. Inglaterra perdió 1-0, gol de Gaetjens, un haitiano que por ese gol consiguió un contrato profesional en Francia. Inglaterra atacó mucho, pero Borghi lo paró todo. Matthews no jugó. El comité seleccionador impuso al entrenador, Winterbottom, que juigasen los mismos que habían ganado a Chile. Les pareció lo correcto. “Es como si la Universidad de Oxford les gana al béisbol a los New York Yankees”, escribió el único periodista americano que acudió al partido. El mismo día, Inglaterra perdió en críquet por primera vez ante la selección de Indias Orientales. Algo se desmoronaba en el viejo imperio

Luego, España. Ya saben: buen partido, un Ramallets estupendo y gol de Zarra. Inglaterra quedaba fuera. El gran favorito se marchaba antes de tiempo. Años después, Wright sintetizaría en sus memorias lo que les pasó: “Llegamos al Mundial sin pasión y descubrimos que los rivales morían en el césped”.

 

El Príncipe olímpico, Franco y Miguel Ors

Por: | 08 de junio de 2014

En una fecha imprecisa de 1970 le llegó a Franco una propuesta que le desconcertó: el príncipe Juan Carlos quería ser olímpico. Lo había sido su cuñado, Constantino, hermano de la entonces princesa Sofía, hoy reina madre. Constantino, que llegaría a reinar como Constantino II de Grecia entre 1964 y 1973, había sido olímpico en Roma, en 1960. No sólo eso: había ganado la medalla de oro en vela, en la clase Dragón. Juan Carlos le quería emular.

Se sentía capacitado para competir en hípica o vela. Consultado al respecto, Franco prefirió la vela. Su argumento fue que la hípica era un deporte individual, y que si ganaba se diría que era por enchufe y si quedaba mal su imagen sería mala. Prefería vela. En un barco con varios no habría esos peligros.

El presidente de la Federación Española de Vela, Miguel Company, recibió un presupuesto extra para contratar al mejor entrenador posible. Se eligió al danés Ib Andersen. Como modalidad se escogió la Dragón, la misma en la que había obtenido su medalla de oro Constantino. Se adquirió una embarcación llamada Fortuna y se acompañó al Príncipe con dos navegantes de prestigio: el duque de Avián, descendiente directo de Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, y Juan Antonio Ragué, expertos regatistas ambos.

Ib Andersen organizó la alineación: el Duque de Avián sería el táctico, lo que equivalía a llevar los mapas, trazar las rutas, detectar los vientos; Ragué era el maniobrista, es decir, que él manejaba las cuerdas y las velas; al Príncipe se le reservaba el papel de caña, es decir, el de llevar el timón, cosa que a bote pronto suena a más cómodo y descomprometido, pero que según me explican no lo era tanto. Los barcos de la clase Dragón se caracterizaban por ser rápidos, sensibles, difíciles de gobernar. Era preciso tener buena mano, instinto, decisión y captar bien el viento para hacerlo con precisión. Aseguran quienes pueden hacerlo que se le daba de verdad bien.

El Príncipe empezó a hacer viajes cada vez más frecuentes a Barcelona, para entrenarse con sus compañeros, creando con su presencia curiosidad y cierto alboroto en el Club Náutico. La primera prueba real llegó en junio del 71, con el Campeonato de España, que ganó el Fortuna, primero en seis de las siete regatas. Eso dio ánimos ante el preolímpico de Kiel, en agosto de 1971, donde el Fortuna compitió, con su egregio caña en busca de la clasificación. Eran las mismas aguas, en el norte de Alemania, donde se iban a disputar las pruebas de vela un año después, en aquellos JJ OO de 1972 cuyo resto de programa se desarrollaría en Múnich y quedaría empañado por el asalto de Septiembre Negro a la delegación israelí y la subsiguiente matanza.

REY
Don Juan Carlos, a la derecha, a bordo del 'Fortuna'. / AS

Esta vez el puesto de Juan Antonio Ragué es ocupado por Francisco Viudes, otro destacado regatista, propietario de un pequeño astillero. La prensa se moviliza. Acuden bastantes periodistas, primeros espadas en muchos casos. Por ejemplo, el muy influyente Miguel Ors, que hacía los deportes en el Telediario único de la época y dirigía la sección de deportes de Pueblo, con mucho el periódico más seguido en esos años. Efe mandó a la primera firma de deportes, José María Calle. Ambos se convirtieron en acompañantes del Príncipe en las salidas de noche a cenar y en alguna escapadilla juvenil. También estaban Abc, La Vanguardia, As, Marca, El Mundo Deportivo… Los días que duró aquello la población lo siguió con curiosidad no exenta de ironía. Se tenía al Príncipe entonces por un chico con pocas luces y se hacían bromas sobre él. Casi sorprendió que se clasificara finalmente. El Fortuna, que la penúltima jornada iba sexto, hizo por fin el puesto catorce y entró en los JJ OO.

Pero en aquel mundillo él había caído bien. Afable, bromista, conversador, vividor. Una cosa hizo mucha gracia. Un argentino, figura, hizo un día una regata fatal. Desembarcó irritadísimo. Juan Carlos quiso consolarle, pero él le contestó.

—¡Hice una regata de mierda! ¡Cómo será que hasta vos me ganaste!

—No volverá a ocurrir. La próxima vez haré lo posible por evitarlo.

El fanfa se rio y la respuesta fue muy comentada, llegó a la prensa argentina.

Al regreso, a Miguel Ors le sorprendió una llamada de Fuertes de Villavicencio, jefe de la Casa Civil del Caudillo. Como también era vicepresidente del Atlético, Miguel Ors pensó que se trataría de algo relacionado con el fútbol. Pero no:

—Miguel, te llamo para decirte que mañana te espera El Caudillo en El Pardo a las diez en punto.

—¿Para qué?

—Ya lo sabrás.

Esto y la escena que sigue me lo contó hace pocos días el propio Miguel Ors. A las diez en punto entró en el despacho de Franco. Como le habían dicho, hizo una pequeña reverencia desde la puerta y luego se acercó hacia la mesa. Franco, también se lo habían dicho, se levantó de la silla para darle la mano:

—¡Cómo engaña la televisión! Yo le había imaginado a usted más alto.

—Para mí es un honor tener la misma estatura que su Excelencia…

Y según decía eso, que aún no sabe por qué le vino a la boca, pensó: “Tierra, trágame”. Pero Franco sonrió, se sentaron y empezó la conversación desde una especie de complicidad entre bajitos. Franco quería detalles: “¿Es de verdad bueno el Príncipe?”. “Sí, Excelencia, pero le faltará entrenamiento”. “¿Es verdad que lleva bien la caña o le soportan por ser él?”. “La lleva muy bien, Excelencia, tiene sensibilidad natural para eso, huele bien los vientos”. “¿Quedó bien en el mundillo?”. “Muy bien, Excelencia, fue muy simpático con todos”, y le refirió el suceso con el astro argentino. Franco le pidió montón de detalles más. “¿Cuántos barcos competirán?”. “No sé exactamente, pero algo más de treinta”. “¿Y cómo cree usted que quedará?”. Y Ors hizo su quiniela:

—No tendrá medalla, pero quedará entre los 15 primeros.

Y recuerda que Franco le miró de golpe con severidad:

—No me gustaría que el futuro jefe del Estado español hiciera el ridículo.

Ors le soltó una respuesta florida: “No se preocupe, Excelencia. El Príncipe ganará el oro del cariño y la amistad de todos sus competidores”.

Y se marchó un poquitín desazonado. Una vez salvado lo de la estatura, ¿para qué había tenido que comprometerse con el puesto final?

El Fortuna compitió en Kiel en los JJ OO del 72. En vísperas, Viudes tuvo una ligera lesión muscular y le sustituyó Félix Gancedo. El puesto final del Fortuna fue el 15º. Ors suspiró aliviado.

El Madrid se retrata de ‘ye-yé’

Por: | 01 de junio de 2014

D
Algunos jugadores del Madrid, con peluca para un reportaje de El Alcázar. Gento no la lleva. / AS

Entrados los sesenta, apareció en nuestro país el vocablo ye-yé. Un neologismo llegado de Francia que se asociaba al sector de la juventud, muy mayoritario, partidario de la revolución cultural y musical inglesa. Chicos melenudos, chicas con minifalda y medias de colores que atormentaban a sus padres con su aspecto y con su indeclinable devoción por las canciones en inglés, con los Beatles a la cabeza. Toda una tormenta de colores y música, con aspiraciones de liberación sexual, que Conchita Velasco acompañó con una celebérrima canción: La Chica ye-yé.

Los padres hablaban entre sí desconsolados:

—¿A ti también te ha salido ye-yé el chico?

—A mí la chica…

—Pues eso es peor…

Al tiempo, en el Real Madrid se producía un cambio de ciclo. La generación gloriosa de Di Stéfano se agotaba, aplastada por los años. Di Stéfano se fue en el verano de 1964, en la frontera de los 38 años. Puskas y Santamaría duraron dos temporadas más, pero en la segunda de ellas cayeron en la suplencia. El entrenador Miguel Muñoz, fue sustituyendo con calma las grandes figuras. Amancio y Zoco llegaron a coincidir con Di Stéfano. Pirri llegó justo cuando este se marchaba. Luego aparecieron De Felipe, Grosso y Serena, salidos de la cantera. Y Sanchis, un brioso lateral de medias caídas, cuyo hijo estaría destinado a jugar más partidos que nadie en la historia del club. Y Calpe, lateral valenciano, como aquel. De la quinta Copa de Europa sobrevivían Pachín y Gento, dura carne cántabra. El equipo se completó cuando apareció Velázquez, otro de la cantera. Después de dos años en el Málaga y tras rematar la mili, apareció en Mallorca, el último partido de la primera vuelta. El Madrid había perdido el domingo anterior 1-3 ante el Barça. Hacía falta algo. Con Velázquez, cerebro de fino estilo, todo encajó.

El Madrid ganó 2-5 en Mallorca. Muñoz había dado con el equipo. Pirri, Velázquez y Grosso, complementarios, en la media. Amancio en punta, con Serena a un lado y Gento al otro. Atrás, De Felipe y Zoco serrando, Calpe y Sanchis como laterales. De portero, el canario Betancort, de salto tan potente que impresionaba. Un equipo de juego suelto, alegre… Y joven. Todos lejos de la treintena menos Gento, que representaba la solera del viejo Madrid.

Aun retrasado en la Liga, el equipo creó ilusión. Se daba por imposible que ganara ese campeonato, después de cinco consecutivos. Era un equipo de futuro. Lo peor es que entonces sólo se iba a la Copa de Europa si se quedaba campeón de Liga… o de Copa de Europa. Con la Liga lejos, la Copa de Europa parecía demasiada empresa. Por primera vez se veía de verdad difícil que el Madrid participara en ella el año siguiente.

Después de un brillante partido de cuartos de Copa de Europa contra el Anderlecht de Van Himst y Puis (4-2, con lo que pasaba a semifinales), Ramón Melcón, periodista de El Alcázar (hijo de un célebre árbitro, que luego fue seleccionador) tuvo la ocurrencia de llamar a ese equipo <CF1001>el Madrid ye-yé. Pegaba con su aire desenvuelto y juvenil. A Bernabéu no le gustó. No era su aspiración un Madrid melenudo. Hizo lo posible por evitar que el apodo se propagara.

Y de hecho, quizá no hubiera prosperado de no ser por la iniciativa de un reportero del mismo periódico, Félix Lázaro. En vísperas de un partido en el Bernabéu subió a la concentración del equipo en el Puerto de Navacerrada junto al fotógrafo Luis Ollero y a Juan Pinedo, compañero de administración (luego periodista en el Y, que fue quien se encargó de hacerse con unas pelucas estilo beatle. Muy malas, muy de feria, pero valían para el propósito. Llegaron al Arcipreste de Hita y vieron a Muñoz en la terraza, jugando al dominó con un directivo y dos amigos.

—Los chicos están en las habitaciones.

Era el final de la hora de la siesta. Subieron y reunieron a varios, que se prestaron para el reportaje: Betancort, De Felipe, Velázquez, Pirri, Grosso y Sanchis se pusieron las pelucas. Ollero hizo un montón de fotos. En una de ellas, cinco rodean a Gento, que no lleva peluca, pero sonríe como un padre satisfecho y tolerante. Se fueron tan felices.

Pero el Madrid se enteró y se armó el revuelo. Saporta llamó a José Luis Cebrián Boné, director del periódico, y le pidió que guardara el reportaje. Bernabéu se sentía ridículo sólo con imaginarlo. Los que se prestaron a las fotos recibieron una bronca. Después de mucho tira y afloja y de obtener vía libre para otros reportajes a cambio, Cebrián aceptó congelar el reportaje hasta el final de la temporada. En el club atormentaba la idea de acabar sin clasificación para la Copa de Europa, obligados a mandar al equipo a la Copa de Ferias, un antecedente de la Copa de la UEFA (hoy Europa League) que Bernabéu motejaba como la copa de los pueblos, para desacreditar las victorias del Barça en ella. Ese panorama se hacía más cruel, en su imaginación, con la publicación de las fotos.

Por su parte, para El Alcázar era una seria renuncia. No era entonces lo que luego sería (propiedad de la Federación de Ex Combatientes y órgano agitador del golpismo durante la Transición) sino un periódico de tarde entretenido cuyas páginas de hueco eran muy buscadas tras las jornadas de Liga y partidos europeos por la calidad de reproducción de la fotografía. Su fuerte era el deporte. (De hecho, cuando abandonó esa rotativa por otra de sistema off-set, los propietarios de la misma decidieron lanzar un periódico deportivo, AS, que arrancó con gran éxito).

El Madrid se enfrentó en semifinales con el Inter de Helenio Herrera y Luis Suárez. Campeón vigente. Se daba por muerto al Madrid. H. H. agitó las víspera, como solía. Su Inter había ganado al Madrid dos años antes la final de Viena: “Hace dos años provocamos la caída de Di Stéfano, ahora cancelaremos al Real”. Pero pasó el Madrid: 1-0 en casa y empate 1-1 en Milán. La final fue contra el Partizán de Belgrado, que venía de eliminar al Manchester United de Charlton, George Best y Law, a su vez vencedores en cuartos del Benfica de Eusebio. Sonaba terrible. La final era en el viejo Heysel, de Bruselas, junto al Atomium. De nuevo, nadie daba un duro por el Madrid.

Pero ganó, remontando un 0-1 de Vasovic con goles de Amancio, magnífica escapada, y de Serena, tirazo imprevisto desde lejos. Jugaron: Araquistain; Pachín, De Felipe, Sanchis; Pirri, Zoco; Serena, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento. Betancort y Calpe faltaron por sendas lesiones.

Al pitido final, el campo se llenó de emigrantes.

José Luis Cebrián Boné publicó tres días después el reportaje de los ye-yés. Fue un boom. En plena felicidad, a nadie le pareció mal. El Madrid, renovado, quedaba asociado al movimiento juvenil del momento. A los más severos, que torcieron el gesto, les quedó el consuelo de que al menos Gento no se había puesto la peluca.

Aquel grupo quedó conocido para los restos como el Madrid-ye-yé. No volvió a ganar la Copa de Europa, pero sí muchas ligas. Fue un buen equipo. Y aquel título resultó especialmente apreciado porque se consiguió con 11 españoles.

Cuando, a finales del año siguiente salió AS dando actividad a la rotativa abandonada por El Alcázar, incorporó desde su primer número una chica en la penúltima página. La primera elegida fue Conchita Velasco, La Chica Ye-yé.

 

La Primera: Di Stéfano contra Kopa

Por: | 25 de mayo de 2014

El miércoles 13 de junio de 1956, a las 20.30, bajo la luz tenue del crepúsculo, saltaban al Parque de los Príncipes el Stade de Reims y el Real Madrid para jugar la final de la primera Copa de Europa. Se culminaba así una tarea iniciada no muchos meses antes, a iniciativa del periódico parisiense L’Equipe. En respuesta al entusiasmo de la prensa inglesa por sendas victorias del Wolverhampton sobre el Spartak de Moscú y el Honved, L’Equipe propuso una competición entre los campeones europeos, a ida y vuelta, para determinar quién era el mejor. No fue fácil. Sólo hacía diez años que había terminado la II Guerra Mundial. Según dónde, aún se estaban retirando cascotes. Media Europa estaba separada de la otra media por un Telón de Acero, según la expresión lanzada por Churchill. Había monarquías y repúblicas, democracias y dictaduras, capitalistas y comunistas… Católicos, protestantes, ortodoxos y musulmanes…
No fue fácil, pero funcionó. Tras meses de gestiones, L’Equipe reclutó a dieciséis equipos, de los que sólo ocho eran campeones de la Liga de su país el curso anterior. En los otros casos, el campeón rehusó y su federación correspondiente le sustituyó por el campeón del año anterior, o por el campeón de Copa, o por el equipo de más prestigio del país. Hubo ausencias notables. No se apuntó Inglaterra. Tampoco la URSS. Ni Checoslovaquia. Pero hubo dos representantes del lado comunista, el Gwardia de Varsovia y el Voros Lobogo (luego MTK) de Budapest, el equipo de Hidegkutti. Sí estuvieron entre otros los campeones de Francia, Italia, Bélgica, Alemania Occidental… y España. El Real Madrid, campeón de la Liga 54-55.
La final se fijó en París, tributo debido a los padres de la idea. El Stade de Reims llegaba invicto, con tres victorias y tres empates, 14 goles a favor y 9 en contra. Se había deshecho sucesivamente del Aarhus danés, el Voros Lobogo húngaro y el Hibernian escocés. Enfrente, el Madrid: cuatro victorias y dos derrotas. También 14 goles a favor, 8 en contra. Ha eliminado al Servette, al Partizán de Belgrado y al Milan.
Cuando llega la final, algo está claro: el campeonato ha cuajado, contra la impresión inicial de la UEFA, que lo había visto con displicencia e incluso había prohibido que se utilizara el nombre de Copa de Europa, que pretendía reservarse para un campeonato de selecciones, lo que ahora conocemos como Eurocopa, y que aún estaba en proyecto. Así que la primera edición se disputa bajo el nombre de Copa de Clubes Campeones Europeos. Todos los partidos se habían celebrado con normalidad, habían acudido 800.000 espectadores en total, de ellos, 250.000 al estadio Bernabéu, en los tres partidos jugados por el Real Madrid en casa. France Football, revista asociada a L’Equipe, destacaba en su edición de esa semana: “El triunfo de la Copa de Europa es debido, en gran parte, al Real Madrid y al apasionamiento de los españoles por el fútbol”.
Hay huelga de lecheros en París y se teme que se extienda a otras ramas alimenticias, pero la ciudad habla sobre todo de la final. Se va a televisar a Francia (se esperan tres millones de telespectadores), Bélgica, Inglaterra, Holanda, Suiza, Alemania e Italia. A España no llega aún la señal, ni apenas hay televisores, pero al Madrid le corresponden 200.000 pesetas de derechos de televisión. El primer dinero que un club español cobra por este concepto. En España, el partido se seguirá por Radio Nacional, en la voz de Matías Prats.

 

R

El equipo del Real Madrid que ganó la Copa de Europa de 1956. Di Stéfano, agachado con el cartel del trofeo. AS


En las conversaciones están sobre todo Di Stéfano (la Flecha de Oro, le llamaban entonces allí) y Kopa (el Fuego Loco por apodo). En Francia están algo moscas. Se rumorea que Kopa se va a ir al extranjero después del verano. Su dice que quizá al Madrid, con el que ya ha jugado como invitado (junto a Kubala y el atlético Collar, entre otros) el homenaje a Molowny, compartiendo delantera con Di Stéfano. Hasta se dice que tiene una molestia, que quizá no juegue. Kopa hace unas declaraciones enérgicas, asegurando que jugará. Y, sí, jugará. Pero luego fichará por el Madrid.
Entradas de 900 francos se venden a 15.000. Hay sesenta periodistas acreditados.
Antes del partido hay discusión: ¿qué hacer en caso de empate, tras prórroga? Se acuerda, tras ciertas tensiones, jugar la semana siguiente el desempate en el Bernabéu. No hará falta. También se acuerda que el ganador de la final tendrá derecho a participar el año siguiente en el torneo, aunque no haya sido campeón de Liga. El país del ganador tendrá dos participantes en la edición siguiente. Bueno para el Madrid, que ese curso no gana la Liga. La ganó el Athletic.
Se ha pedido a FA (la federación inglesa) que envíe el árbitro, y esta designa al tenido por el mejor del mundo: Míster Ellis. Los equipos forman así:
Stade de Reims: Jacquet; Zimmy, Jonquet, Giraudo; Siatka, Leblond; Hidalgo, Glovacki, Kopa, Bliard y Templin.
Real Madrid: Alonso; Atienza, Marquitos, Lesmes; Muñoz, Zárraga; Joseíto, Marsal, Di Stéfano, Rial y Gento.
El Stade de Reims es un torbellino (tourbillon se llamaba su táctica, con sus delanteros intercambiando frenéticamente las posiciones). En once minutos gana 2-0, goles de Leblond y Templin. Pero el Madrid no deja que la ventaja se le seque encima: en el 15’, poco antes de que se encienda la luz artificial, Muñoz adelanta un balón a Di Stéfano, que hace el 2-1. El Madrid se serena, Zárraga se hace con Kopa, Di Stéfano, Muñoz y Rial mandan en la media, Gento siembra el pánico. En el 35’ Rial hace el 2-2, cabeceando un córner. Hasta el descanso hay un festival de juego por las dos partes. Gento pega un balonazo en el larguero.
El Madrid es mejor, pero en el 62’ tiene un descuido: Muñoz le hace una falta a Glovacki y Kopa saca con picardía y rapidez y da lugar al 3-2, marcado por Hidalgo. Entonces el Madrid se vuelca, avasalla, arrastrado por Di Stéfano. Un tiro de Gento da en el palo y se pasea por la raya, sin que llegue Joseíto al remate. En el 67’, con todo el Madrid volcado, el central Marquitos hace el 3-3. En el 79’, Rial remata un buen pase de Gento, es el 3-4. Ahora le toca pasarlo mal al Madrid. Agotado por el trance de la remontada, recula. El Stade de Reims se vuelca. Se juega cerca del área del Madrid. Juanito Alonso responde. Una vez le ayuda la suerte, cuando un cañonazo de Templin, en el 88’, pega en el larguero. Fue el último cartucho del Stade de Reims.
Muñoz coge la Copa, la primera Copa de Europa, que llenarán de vino (no champán) en el vestuario. El embajador español, conde de Casa Rojas, sonríe feliz. Esta gesta del Madrid y las de Bahamontes, que también reinará en París, asociarán su imagen a la retina de los aficionados españoles al deporte, como hombre que daba buena estrella.
El jueves, el Madrid visita L’Equipe y el Ayuntamiento de París, entre agasajos. El viernes regresa a mediodía, aclamado en Barajas. Pero no hay tiempo para el festejo. Inmediatamente viaja a Bilbao, para jugar el partido de vuelta de semifinales de Copa. La ida, jugada el domingo anterior, había acabado 2-2. Ahora ganará el Athletic, 3-2. Será finalista y luego campeón de Copa, como lo había sido de Liga. Doblete. En la segunda edición participará y tras eliminar al Honved de Puskas caerá ante el Manchester United, al que a su vez eliminaría el Madrid, camino de su segunda Copa… Hará cinco de tacada. Y luego, otras cinco. La última, la de anteayer. La Décima.
Una leyenda que empezó en París. Con Di Stéfano y Kopa frente a frente.

La insignia de Bernabéu a Moshe Dayan

Por: | 18 de mayo de 2014

La final europea de baloncesto de ayer, entre el Maccabi y el Madrid, me sirve para desempolvar un curioso incidente diplomático desatado por Santiago Bernabéu en febrero de 1973, cuando tuvo la repentina ocurrencia de quitarse la insignia de oro y brillantes de la solapa e imponérsela al general Moshe Dayan. Aquello provocó las quejas diplomáticas de la gran mayoría de los mandatarios árabes del momento, entre ellos Gadafi, y tuvo que ser arreglado por los buenos oficios de Saporta.

Ojo

Pedro Ferrándiz, a la izquierda, saluda a Moshe Dayan en presencia de Santiago Bernabéu


El Maccabi recibió al Madrid en Tel-Aviv el jueves 8 de febrero, en partido de la liguilla de los cuartos de final de la Copa de Europa. El grupo lo completaban el Simmenthal y el Estrella Roja. Para cuando llegó este partido, ni Maccabi ni Real Madrid tenían nada que hacer. Los resultados anteriores les habían puesto fuera de carrera y convertido el choque, en la práctica, en un amistoso.
Y lo fue.
El presidente de la Federación Israelí hizo en la cancha un discurso en español con grandes elogios al Madrid. Era de origen sefardí. Luego bajaron a la cancha Santiago Bernabéu y Moshe Dayan, para que a este le fueran presentados los jugadores. En un gesto inesperado, Santiago Bernabéu, tras unas palabras dirigidas por Moshe Dayan y contestadas por él (intérpretes mediante, claro) tuvo el arranque de quitarse la insignia de oro y brillantes del Real Madrid que siempre llevaba en su propia solapa e imponérsela al célebre militar del parche en el ojo, entre una gran ovación. Luego, el propio Bernabéu aplaudió al público.
Después de eso, todos subieron al palco y presenciaron el partido, que ganó el Madrid por 87-88. Para los que tengan curiosidad y a fin de fijar mejor la época para el aficionado, ahí van los anotadores del Madrid:
Brabender (33), Ramos (5), Cristóbal (2), Cabrera (4), Paniagua (2), Emiliano (10), Rullán (12) y Thimm (20). Luyk estaba lesionado.
Agustín Domínguez, secretario general del club, se atrevió a prevenir a Bernabéu, a su regreso al palco, de que el gesto quizá no fuera bien comprendido por todos, si es que trascendía, como era muy de temer. Bernabéu se encogió de hombros.
—¡Bah! Es un tío con dos cojones, por eso lo he hecho.
Pero cuando el viernes, tras aterrizar, pasaron por el club y se encontraron con que había recado de López Bravo, ministro de Exteriores, exigiendo que Bernabéu se presentara en el Ministerio a la mayor brevedad. El dirigente blanco tenía por entonces 77 años e iba sobrado de todo. Lo que menos le apetecía era escuchar una reprimenda del ministro.
—Yo me voy a Santa Pola a pescar. Que lo arregle Saporta, que esas cosas las hace muy bien.
Saporta se preocupó, porque sabía cuánto había escocido el gesto en el mundo árabe, para el que Moshe Dayan, general halcón, héroe de la llamada Guerra de los Seis Días, era el peor enemigo imaginable. Además, en el franquismo eran constantes las referencias a la tradicional amistad hispanoárabe, y de hecho Franco así lo sentía, con seguridad. En su biografía personal fueron decisivos los años en Marruecos y, ya Generalísimo, se acompañó durante tiempo de la Guardia Mora.
Bernabéu no ayudó mucho a Saporta.
—Le dices lo que quieras. Le dices que se la impuse porque se me ocurrió y quise. Y porque es un tío bragao.
Para Saporta no era nada fácil. No había estado en el viaje ni había tenido nada que ver, pero se conocía su ascendencia judía. Se llamaba Raimundo Saporta Namías, y aunque se solía decir que había nacido en París, hijo de mallorquín y de parisina, la realidad era todavía más directa. Según una investigación reciente de Fernando Arrechea y Víctor Martínez Patón (que dieron con los datos reales en el colegio de París en el que estudió), la familia Saporta-Namías se formó en Constantinopla (hoy Estambul), en la fuerte comunidad sefardí de allá. Allí nacieron Raimundo Saporta y su hermano. La familia se trasladó a París cuando se venteaba la Guerra Mundial y se hizo con nuevos papeles, por temor a que su procedencia de una ciudad con tan gran comunidad sefardí resultara una pista peligrosa en esos tiempos. Cuando los alemanes tomaron Francia, se trasladaron a España con esa nueva documentación. Bajo ese supuesto discurrió toda su vida posterior.
En todo caso, su ascendencia judía era de conocimiento común. Además, Saporta había contribuido a incorporar al campeón de Israel de baloncesto a la Copa de Europa desde su primera edición, en la 57-58. Para esos años, las competiciones deportivas de Israel con países de Asia se estaban haciendo inviables. En la fase de clasificación con vistas a la Copa del Mundo de fútbol de 1958 hubo un largo boicoteo en la zona asiática. Nadie quiso jugar contra Israel, que acabó ganando la zona. No fue al Mundial porque tuvo que jugarse el puesto en repesca con Gales, que la eliminó.
Aquella decisión de Saporta de incluir al campeón de Israel en la Copa de Europa de baloncesto abrió el camino a que este país compita en todo en las zonas europeas.
Así que se podía sentir el menos indicado para darle una explicación al ministro sobre lo ocurrido. Pero era un hombre inteligentísimo y supo revertir la situación. Tras soportar el chorreo inicial, contraatacó suavemente con sus argumentos. Le dijo a López Bravo que su predecesor, Castiella, tenía mucho más contacto con el Madrid. Que siempre que viajaban al extranjero, en fútbol o baloncesto, se ponía en contacto con ellos, y que con alguna frecuencia les había pedido gestos o gestiones que siempre habían hecho. (Y era verdad. Castiella llegó a decir en un discurso que el Real Madrid era el mejor embajador de España). Que ahora iban a ciegas. Que Bernabéu era un hombre impulsivo y que por alguna razón le había caído bien el general Dayan y tuvo ese gesto, impremeditado e imprudente, sí, pero carente de intención. Le recordó que el Madrid acudía casi cada verano al trofeo Mohamed V, que solía ganar, y las veces que Gento había recogido la copa de manos de Hassan II y la buena imagen que del Madrid se tenía allí…
López Bravo, que quedó conforme a medias, aprovechó un viaje en el mes siguiente del equipo de fútbol a Odesa (aquel partido de Copa de Europa en el que el Madrid vistió de rojo y García Remón hizo maravillas) para pedir que se le impusiera la insignia a determinado militar, con el que a saber quién y por qué quería tener buenas relaciones. El encargo era raro. La insignia de oro y brillantes del club se entiende como algo ideado para quien ha rendido servicios excepcionales al club, no para cualquiera. Pero, después de habérsela impuesto a Dayan, ¿cómo negarse ahora?
Se hizo, y pelillos a la mar.

Europa, el Sevilla y el Benfica

Por: | 11 de mayo de 2014

Ahora que el Sevilla se va a jugar su final europea contra el Benfica es buen momento para recordar que el debut europeo del equipo andaluz fue precisamente ante ese querido equipo lisboeta. Se enfrentaron en dieciseisavos de final de la III Copa de Europa, los días 19 y 26 de septiembre de 1957. Y pasó el Sevilla. Buen precedente.

El Sevilla había sido subcampeón de Liga en la 56-57. El campeón había sido el Madrid, a su vez campeón de la Copa de Europa. En aquel tiempo, participaban en la competición los campeones de Liga más el campeón de Europa. Al ser este último el caso del Madrid, el derecho como campeón español se trasladó al Sevilla.

Un buen Sevilla, obra de Helenio Herrera, que hizo allí tres cursos magníficos. Pero se acababa de ir, lo que creó cierto desconcierto. Ramón Sánchez Pizjuán había sido un gran presidente, con el que Helenio Herrera, tipo difícil, se había entendido. Pero Sánchez Pizjuán falleció. Helenio Herrera se vio entre unos directivos que conspiraban entre sí y con los que no se entendía. Tenía contrato para dos años más, que hubiera cumplido encantado de seguir Sánchez Pizjuán, pero aquel revuelo le desagradó. Se amotinó, llegó a insultar a algunos directivos… La Federación le sancionó con dureza: dos años sin entrenar… al término de los cuales debería reincorporarse al Sevilla para cumplir los dos años colgados. Si no quieres caldo, taza y media.

Según cuenta Gonzalo Suárez, autor de su biografía, Helenio Herrera captó entonces para qué servía la Policía:

—Claro, ahora lo entiendo. Si no hubiera Policía, yo mataría a estos tíos y resuelto…

Para sustituirle, el Sevilla se hizo un lío. En la gira de verano por Sudamérica un directivo contrató a Alejandro Scopelli. Al tiempo, los que quedaban en España habían firmado a Satur Grech. Ganó la opción Satur Grech, cuya aparición en el club alcanzó mayor estruendo porque de repente Bernabéu le quiso contratar. El Madrid había ganado las dos primeras Copas de Europa con José Villalonga, que había saltado de preparador físico a entrenador provisional. Tras dos años de entrenador de verdad y alcanzando éxitos, Villalonga pidió más dinero. Bernabéu le mandó con viento fresco.

Satur Grech honró la palabra dada y siguió en el Sevilla. Empezó por ganar el Carranza (2-1 en la final al Athletic de Bilbao) y lo siguiente fue la eliminatoria europea, esperada en Sevilla casi en estado de éxtasis, tras tantos acontecimientos. El primer partido, en Sevilla, se disputó antes incluso de que el equipo empezara la Liga, porque el Barça-Sevilla se aplazó por las obras del Camp Nou, que estaba terminándose.

Europa

La alineación del Sevilla en su estreno europeo, ante el Benfica en 1957. / as

El 19 de septiembre, la prensa deportiva da noticia de que Roger Rivière ha elevado a 46.923 metros el récord ciclista de la hora, pero en Sevilla nadie repara en eso. En Sevilla lo importante es ese estreno internacional ante el campeón portugués, el Benfica, que llega con aires de grandeza. Vuela el mismo día, saliendo a las siete y media de la mañana, y contrata hotel para reposar unas horas. Moviliza mucha afición: se les ha enviado 8.000 entradas y piden más, pero no es posible, porque Sevilla arde en fiebre por el partido. Aquel Benfica, en el que ya estaba Coluna, había ganado 4-0 poco antes al Barça, en un amistoso. Se entiende la conmoción en la capital andaluza.

Las vísperas se distraen con el sembrado del futuro campo. Agustín Pujol, directivo de la Federación y delegado de la UEFA, elogia ante el nuevo presidente, Marqués de Sotohermoso (hijo de Ramón de Carranza, que fuera mítico alcalde gaditano), el avance de las obras. El Sevilla duerme en el Hotel Oromana, en Alcalá de Guadaira.

Llega la hora del partido, aún con luz natural. El campo está abarrotado. L’Équipe ha enviado un periodista, lo que le da rango a la eliminatoria. También están las principales firmas de los periódicos de Madrid. Juegan estos:

Sevilla: Busto; Romero, Campanal, Valero; Ramoní, Herrera II; Antoniet, Arza, Pepillo, Pepín y Pauet.

Benfica: Bastos; Calado, Serra, Angelo; Pegado, Alfredo; Palmeiro, Coluna, Aguas, Caiado y Cavem.

Hasta tres goles le anula el francés Groppi al Sevilla, dos por fuera de juego, uno por despiste en la ley de la ventaja. Por fin, en el 47’, marca Pauet, en potente zurdazo. Palmeiro empata pronto, pero en el 59’ Antoniet hace el 2-1. En el 80’ el genial Pepillo, tras un regate muy suyo, con cambio de pie en una baldosa, hace el 3-1.

Satisfacción moderada. Manolo Meana, seleccionador nacional, teme que no valga. Otto Gloria, entrenador benfiquista (al que más adelante veremos por aquí), es cauto. Satur Grech lamenta los goles que se han escapado. Todos coinciden en que el Sevilla ha ido a más, ha demostrado más fuerza. El sello HH. El Benfica regresa en vuelo nocturno. Embarca a la una y media, tras la cena protocolaria y los discursos de rigor.

La vuelta es la semana siguiente, el 26, también miércoles. El Sevilla viaja de muy otra manera. Sale el lunes, por carretera, hace noche en Badajoz, llega el martes. En la capital portuguesa, el embajador, Ignacio de Muguiro, ofrece una recepción el propio martes, a la que acude el Conde de Barcelona, Don Juan, padre de nuestro actual Rey.

Al Benfica le preocupa la asistencia. Emite un comunicado pidiendo a comercios y empresas que cierren antes, para que la gente pueda acudir al campo pese a ser día laborable (Se llama Estadio da Luz, pero no hay luz artificial, que empezará a extenderse en Europa esos años, por los partidos internacionales entre semana).

Se establece, antes, el lugar del eventual desempate. Dos sorteos. Primero, si en Portugal o España. Luego, si en Madrid o Barcelona. Gana Barcelona, pero no habrá desempate. El Benfica sale con los mismos, salvo el duro Zezinho, por el más cerebral Caiado. El Sevilla se adecúa al partido: Arza y Pepillo, los artistas de la compañía, no salen. Se pretextan sendas lesiones. Satur Grech saca un equipo amarrete:

Busto; Romero, Campanal, Valero; Ruiz Sosa, Herrera II; Antoniet, Arsenio, Loren, Pepín y Pauet (Arsenio sería luego O Bruxo de Arteixo del Superdépor de Lendoiro).

El jovencísimo Ruiz Sosa resultó clave. Un jabato en el corte y la entrega. Un acierto de Satur Grech. No se arrugó, a pesar de que las patadas nublaron el sol. Campanal, que ha pasado ya los 80 y reúne 100 récords de atletismo de veteranos (era un coloso de la condición física) lo recuerda como un partido macho:

—Nos quisieron arrugar…

Pero no, no les arrugaron. Fue cero a cero y pasó el Sevilla. Luego eliminaría al Aarhus, danés, y caería en cuartos ante el Madrid, llamado a ganar la tercera de sus cinco Copas consecutivas. Fue en una noche invernal en el Bernabéu cuando, expulsado Campanal y con el Fondo Sur helado, encajó 8-0. Adiós a Satur Grech. Nadie le agradeció su lealtad de septiembre. El Sevilla fue a menos, como pronosticó HH.

Ahora ha vuelto: 100 años, dos títulos europeos. Y de nuevo el Benfica. Campanal sigue por ahí. Seguro que el Sevilla le invita a este partido…

Taconazo de Di Stéfano y caída de Pazos

Por: | 04 de mayo de 2014

La Liga 53-54 fue la primera de Di Stéfano en el Madrid. El Barça había ganado las dos anteriores (con la Copa, o sea que hizo sendos dobletes consecutivos) y aquella se presentó emocionante. Era un duelo Madrid-Barça por un lado y Kubala-Di Stéfano por otro. A cinco jornadas del final, llegaron apretados, con el Madrid dos puntos por encima pero Kubala pichichi, con 20 goles, seguido de Di Stéfano, con 18. Ese domingo, 21 de marzo, el Barça tendrá un tropiezo fatal en El Sardinero. Tras ir ganando 1-3 en el descanso acabó perdiendo 4-3. Mientras, el Madrid ganaba 6-0 al Jaén y se iba a cuatro puntos del Barça (36-32), y Di Stéfano, que hizo dos de la media docena al Jaén, empataba con Kubala a 20.

En esas condiciones se llega el 28 marzo a la jornada vigésimosexta, a cuatro del final. El Barça recibe al Oviedo, el Madrid viaja a Valladolid. El mismo día se pone la primera piedra del Camp Nou, del que se dijo que se edificaba porque ya no cabían en el viejo Les Corts tantos como querían ver a Kubala. El Barça recibe ese día al Oviedo, al que barrerá 9-0, con dos de Kubala, los mismos que marcaron Duró y Tejada. Moreno, Basora y Maristany completaron la goleada.

El Madrid, por su parte, tenía en el viejo Zorrilla una gran ocasión. El Valladolid había sido un gran equipo no mucho antes, siete de sus jugadores habían estado en una convocatoria de la Selección, pero había perdido al mejor de todos ellos, Coque, y al lateral Lesmes II, traspasado precisamente al Madrid. Andaba en la parte baja. Ganando ese partido, el Madrid mantendría su ventaja de cuatro puntos sobre el Barça a cuatro jornadas del final. Sería suficiente.

El Valladolid sale con: Saso; Matito, Lesmes I, Losco; Ortega, Lasala; Domingo, Lolo, Morro, Rabadán y Tini. El Madrid va con: Pazos; Navarro, Oliva, Lesmes II; Muñoz, Zárraga; Atienza I, Olsen, Di Stéfano, Joseíto y Molowny.

En el 14, Di Stéfano marca uno de sus más extraordinarios goles, que es portada en Marca, pero al que, leídas las crónicas de la época, no se concedió en su día la importancia justa. Fue en un córner que sacó Atienza I, peinó Olsen y Di Stéfano remató de tacón, en postura difícil, un recurso genial e imaginativo para un balón difícil. Algún gol más marcó Di Stéfano de este estilo. Uno al Espanyol y sobre todo otro a Bélgica, en 1957, con España, a pase de Miguel, el más bello y difícil de todos. También les marcó de tacón uno al Atlético y otro al Peñarol, entre otros, pero más simples. Desviando un balón raso que le pasaba entre los pies.

El de Valladolid fue cogiendo más vuelo con los años. La foto circuló. Del de Bélgica nunca hubo foto, L’Équipe hizo una reconstrucción muchos años más tarde, con el propio Di Stéfano, cuando le dieron el Balón de Oro de los Balones de Oro, en 1986. El caso es que la foto de Valladolid, la que ilustra esta página, se vio tanto que alcanzó caracteres de leyenda. Con el tiempo, ha habido tanta gente que le ha dicho a Di Stéfano que le vio marcar ese gol que él me ha comentado alguna vez:

—¡Parece que lo marqué en Maracaná! ¡Y en aquel campo no cabían más de 20.000! A ese gol siguió el 0-2, en pase adelantado de Di Stéfano a Joseíto, en el 17. En el 30, pase de Lolo a Rabadán, duda de Pazos en la salida y gol. En el 37, saque rápido de banda de Di Stéfano, a Joseíto, con la defensa descolocada; el pase de este lo transforma Atienza I en el 1-3. Así se llega al descanso.

Diestefe

Taconazo de Di Stéfano en la visita del Madrid al Valladolid de la temporada 1953-54.

Y así sigue el partido, 1-3, hasta el 75. Entonces llegarán tres minutos decisivos en la vida de Pazos, que, por una de esas cosas que el fútbol produce de mucho en mucho, va a encajar tres goles seguidos, de Lolo, Rabadán y Morro. El Madrid, que se veía campeón en el minuto 75, vuelve derrotado. La victoria del Barça por 9-0 no ayuda a Pazos, y tampoco las declaraciones de su entrenador, Enrique Fernández:

—Tres balones bombeados, tres goles.

Pazos me recordaba, muchos años después, que Di Stéfano se sentó junto a él en el autobús de regreso y le animó:

—Te culparán todos, seguro. Pero no ha sido tu culpa. Perdimos todos, como ganamos todos cuando ganamos…

Pero la opinión pública no lo tomó así. De repente surgió el rumor de que Pazos tenía amores con Queta Claver, una belleza de la época. Pazos era grande, bello, de fuertes pectorales, bien marcados por sus llamativos jerséis. Pero nada que ver con Queta Claver. Sin embargo, el bulo cogió una fuerza tremenda. Era un clamor: Pazos estaba en brazos de Queta Claver y al Madrid se le iba a escapar la Liga por eso. La primera Liga que podía ganar desde antes de la guerra. Hasta el gol de tacón de Di Stéfano pasó a segundo plano. Pazos y su inventado amorío eran la comidilla. Y no le ayudó nada que Enrique Fernández, el entrenador, le relegara para los cuatro últimos partidos, sustituyéndole por Juanito Alonso. Aquello pareció una confirmación.

Con Alonso y sin Pazos, el Madrid ganó los dos partidos que le quedaban en casa, pero perdió las dos salidas, a Vigo y a Sarriá. Pero ganó la Liga, con cuatro puntos de ventaja sobre el Barça y Di Stéfano fue pichichi con 29 goles, contra los 23 de Kubala.

Pero a Pazos le quedó una cruz. Bernabéu, de acuerdo con él, le cedió la temporada siguiente al Hércules, que estaba en Primera. Hizo una gran campaña, el Hércules acabó sexto. Pero seguía la comidilla, en muchos campos le incomodaban con eso. Mientras, Juanito Alonso se había afianzado en la portería del Madrid, que repitió título de Liga y ganó su primera Copa de Europa.

Bernabéu, con dolor de su corazón, dejó libre a Pazos, que se fue al Atlético, donde jugó de la 55-56 a la 61-62. Cuando ya pasados los treinta le apretó Madinabeytia, el Atlético le dio la libertad y fichó por el Elche, con el que compartiría, siempre en Primera, el mejor periodo en la historia de ese club, desde la 62-63 a la 68-69. En total, contando con dos en el Celta, en sus inicios, completó 18 temporadas en Primera. Ahora vive en un chalé edificado sobre lo que fue el viejo Altabix. Un gallego de Cambados atrapado por el sol y las palmeras de Elche. Y todavía, con más de 80 años cumplidos, recuerda aquella tarde como el día crucial de su vida:

—¿De dónde saldría aquello? ¿Ya, qué más me daría confesarlo si fuera verdad? Yo nunca tuve nada que ver con Queta Claver. No me quejo de cómo me fueron después las cosas, pero pude haber sido el portero de las cinco Copas de Europa del Madrid…

Y tiene, enmarcada y colgada en la pared, la carta de despedida que le firmó Bernabéu cuando dejó el club.

Memorias en Blanco y Negro

Sobre el blog

Este blog pretende rescatar la memoria vivida en el deporte.

Sobre el autor

Alfredo Relaño

es director de AS y antes de ello fue sucesivamente responsable de los deportes en El País, la SER y Canal +. No vio nacer el cine, como Alberti, pero sí llegó al mundo a tiempo de ver jugar a Di Stéfano y Kubala, escalar montañas a Bahamontes y ganar sus primeras carreras a Nieto. ¡Y ya no se morirá sin ver a España campeona del mundo de fútbol!

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal