La halterofilia ha transitado desde siempre entre el asombro y el escándalo. Encierra concentración, fuerza, rapidez, coordinación de movimientos y misterio, mucho misterio, con la lacra del dopaje como protagonista destacado. Un deporte desagradable para unos, admirable para otros, pero inevitablemente básico. Con proezas que van desde levantar el triple del peso corporal a cargas mastodónticas.
Hoy se disputa la final masculina de 62 kilos, los pesos plumas, la segunda más liviana del programa. El recuerdo es obligado. Si la torturada halterofilia ha acaparado atención mundial se ha debido en gran parte a uno de los atletas legendarios del olimpismo y del deporte de todos los tiempos: el turco Naim Suleymanoglu. El pequeño levantador de apenas metro y medio de estatura (1,47) fue el primero de la historia en ganar tres oros: en Seúl 88, Barcelona 92 (en la categoría en 60 kilos) y Atlanta 96 (con 64). Aún pudo lograr uno más antes, en Los Ángeles 84, pero fue otro de los damnificados por los boicots a las competiciones. Entonces competía por Bulgaria, su país de nacimiento. En Sidney 2000, ya con 33 años, no pudo con una ambiciosa primera carga de 145 kilos en arrancada y se fue sin ganar su cuarto título que hubiera merecido sobradamente. Cerró así un ciclo memorable con 16 títulos mundiales y 50 récords.
Naim nació en Ptichar, un pueblo en las montañas al sur de Bulgaria, aunque se crio en Momchilgrad, una localidad mayor, más al norte, pero tampoco lejos de la frontera con Grecia y, por tanto, de Turquía, de donde procedía su familia. Miembro de la minoría otomana marginada y maltratada por el régimen comunista búlgara, solo su enorme calidad le permitió acceder a ciertos privilegios como tener su propio piso y un sueldo. El pequeño Suleimanov fue un prodigio que batió a los 15 años su primer récord mundial y a los 16 perdió su primer oro olímpico. Estaba cantado. Poseía el récord mundial de su primera categoría, los 56 kilos, con un total de 300. El chino Wu Shude ganó en 1984 con solo 267,5.
A Naim no solo le hizo grande su palmarés, sino también su propia vida. Los problemas en Bulgaria se multiplicaron y su huida se empezó a fraguar. Hubo un primer amago en 1985, durante una concentración en Melbourne del equipo búlgaro, el más potente de la halterofilia entonces, que trataba de tú a tú al gigante soviético. La gota que derramó el vaso fue que las autoridades, lo mismo que habían hecho en otros casos, le cambiaron el nombre y el apellido para que resultara más búlgaro que musulmán. Al año siguiente, en diciembre de 1986, cuando fue a competir a la misma ciudad australiana a la Copa del Mundo se llamaba oficialmente Naum Shalamanov. Según ha contado, incluso publicaron una entrevista falsa en la que él mismo se mostraba orgulloso de sus verdaderos nombres búlgaros. Entonces sí aceptó la oferta de desertar. Se escapó por la puerta de atrás de un restaurante y pidió asilo político en el consulado turco. Voló a Londres y después a Turquía en el jet privado del entonces primer ministro Turgut Ozal.
Suleymanoglu, en Atlanta, donde logró su última medalla de oro
El escándalo fue considerable y el futuro deportivo del levantador quedaba seriamente comprometido, pues por su nuevo país no podría competir en tres años, salvo que Bulgaria lo permitiera antes. Un millón de dólares pagados por Turquía, y el silencio del atleta, la condición de que no criticara más a su antiguo país, le permitieron ganar ya su primer oro en Seúl, en 1988, en menos de dos años.
Naim, de nuevo, y ya Suleymanoglu habló en la tarima surcoreana. Superó a su excompatriota búlgaro Stefan Topurov por 30 kilos. Batió los tres récords del mundo, en arrancada, dos tiempos y la suma total. Topurov no era un cualquiera, había sido el primer hombre capaz de levantar tres veces su propio peso. Alzó 180 kilos sobre sus 60 en los Mundiales de 1983. La proeza de Suleymanoglu llegó a 190. El turco Halil Mutlu, su sucesor, también logró la hazaña, pero se desvirtuó cuando, como en muchos otros, se descubrió su dopaje.
Volvió a quedar la duda del pasado glorioso, cuando los controles no eran tan modernos. La incógnita casi nunca despejada de si todas las estrellas estaban limpias como pareció Suleymanoglu y cuántas no. Tal vez jamás se sabrá. Por eso, habrá que recordar en los pesos intermedios a nombres prestigiosos como el griego Pirros Dimas, también triple oro olímpico, el armenio Yuri Vardanian, el polaco Waldemar Baszanowski o el húngaro Imre Foldi, entre otros.
Pero con dopaje o sin él siempre habrá un apartado especial para el asombro de los más pesados. Los mastodontes que han alzado las mayores cargas. De los que se acercan ya a los 270 kilos por encima de sus barrigas y cabezas. El bielorruso Leonid Taranenko levantó el 26 de noviembre de 1988, en Canberra, 266. No dio positivo en el control.
El soviético-ruso Vasili Alexeiev, con 160 kilos que le impedían casi abrocharse las zapatillas, fue la figura más legendaria. Pese a su volumen, que le llevó incluso a entrenarse en un río para evitar la sudoración, tenía una coordinación y rapidez de movimientos clave en la halterofilia. Alguien tan potente como él podía resistir las enormes cargas por encima de su cabeza, pero la velocidad y la trayectoria eran esenciales para subirlas hasta allí. Oro en Múnich 72 y Montreal 76, los 80 récords del mundo batidos significa que los logró en casi todas sus competiciones. Tras lesionarse en los Mundiales de 1978 volvió para los Juegos de Moscú, en 1980, pero, curiosamente, tuvo un final como Suleymanoglu: falló los tres intentos de arrancada. Ya había pasado su tiempo. Muerto el año pasado en Alemania, adonde había ido por sus delicados problemas cardiacos, quizá nunca se dopó. Tenía “gordura natural”, al menos. Pero Yuri Vlasov, su primer gran precursor, oro supuestamente limpio en Roma 1960 y plata en Tokio 1964 tras su compatriota Leonid Jabotinsky (que repitió triunfo en México 1968), dudó de todo lo que vino después y lo denunció. Tenía bastante razón. A Alexander Kurlovich, por ejemplo, doble campeón en Seúl 88 y Barcelona 92 le detectaron dos veces en controles con anabolizantes y llegó a ser arrestado en la frontera de Canadá, en 1984, con un cargamento de productos. Eran los tiempos de la “Halterofilia Vice”.
Una vez aireado el panorama, presuntamente, al menos, la última gran máquina ha sido el iraní Hossein Rezazadeh, que en Atenas 2004 levantó 263,5 kilos. Pero todo ha variado. Del anterior dominio soviético y búlgaro, siempre con las dudas y certezas del dopaje, se ha pasado al chino. Al último misterio.
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