De los Carros de Fuego a los hombres libres

Por: | 05 de agosto de 2012

Bolt blake
Usain Bolt, primero por la izquierda, y Yohan Blake, tercero, en los 'trials' de Jamaica de este año (REUTERS)

Los relámpagos de la velocidad empezaron blancos y se fueron oscureciendo hasta volar cada vez más. Desde estadounidenses como Charlie Paddock, el primer esprínter nato, hasta jamaicanos como Usain Bolt. Su compatriota Yohan Blake le ha puesto en entredicho este año en los 100m cuando parecía intocable, pero cualquiera que sea el resultado de su duelo lo que difícilmente se romperá es el dominio de los atletas negros a estas alturas de la película más veloz. Solo hay una última excepción casi fuera de tiempo, el francés Christophe Lemaitre, pero la genética se ha acabado imponiendo siempre.

Los descendientes de aquellos esclavos sacados del golfo de Guinea y llevados como ganado a América se están tomando su cumplida revancha. Una vez resistidas las travesías calamitosas del Atlántico y la execrable esclavitud, empezó la gran remontada. Varias generaciones después, las fibras rápidas de los negros supervivientes, libres y ya bien alimentados, funcionaron como pura ley de vida. La larga historia del olimpismo también lo ha refrendado. Solo ha habido cortas interrupciones blancas y cada vez menos.

Los negreros traficantes solo escogían a los individuos más musculosos, los de ‘tipo nigeriano’. Ni se molestaban en los ‘tipos etíope o keniano’, que difícilmente sobrevivirían para el ignomonioso negocio. Era una cantera, además, que estaba más al otro lado de África, muy lejos. En todo caso, América se habría llenado de fondistas inútiles si se hubieran ido de sus altiplanicies y sobrevivido a tanto oprobio. Curiosamente, solo alguno, como Bernard Lagat, nacido, criado y entrenado en Kenia, ha dado éxitos a Estados Unidos. Pero ya en el siglo XXI cuando sigue siendo más fácil que surja un buen fondista blanco que un velocista. El ejemplo de Galen Rupp, plata en los 10.000 metros del sábado, es elocuente.

Las fibras lentas están más repartidas y las altiplanicies se pueden buscar para la preparación. Las fibras rápidas solo vienen de fábrica, de nacimiento. Y si el entorno es desarrollado, la cosecha está servida. Por eso el dominio negro empezó mucho antes en la velocidad, desde Estados Unidos. La supremacía blanca solo resistió hasta Los Ángeles, en 1932. Eddie Tolan acabó con lo que quedaba de la ‘generación Carros de Fuego’.

 

Paddock, el  vencedor en Amberes 1920, la encabezó como el esprínter más importante de principios de siglo. Tenía una curiosa manera de terminar sus carreras, con saltos de cinco o seis metros en la misma meta. No importó que Harold Abrahams subiera a lo más alto del podio en París, 1924, y él fuera quinto. O que el británico protagonizara la película… Él lo hubiese merecido más. Pero nunca fue especialmente afortunado. Solo vivió 43 años. Teniente de artillería en la Primera Guerra Mundial, murió en un accidente de aviación en Alaska durante la segunda.

El inesperado canadiense Percy Williams fue en Ámsterdam 28 el último ganador blanco antes de la primera racha negra. Tolan, ganador también en los 200 metros, se impuso en 1932 a un formidable Ralph Metcalfe que tuvo la malísima suerte de coincidir después con Jesse Owens. ¿Hasta dónde hubiera llegado el ‘antílope de ébano’ sin Hitler? Solo lo humilló en 1936, pero quedó la incógnita para siempre con la locura desatada.

Incluso fue casi una carambola que el vallista Harrison Dillard, no clasificado en su prueba en los ‘trials’ nacionales, ganara en Londres, 1948. Pareció un trámite, como el del nuevo blanco, Lindy Remigino, en la apretadísima final de Helsinki 1952. Los problemas de integración racial aún impedían un flujo suficiente de velocistas negros a la élite. Ello permitió también que Bobby Morrow fuera el penúltimo rey blanco de aquella velocidad inicial en Melbourne 1956. Y que incluso el todopoderoso Estados Unidos perdiera la tercera final en los 15 primeros Juegos en los siguientes de Roma 1960. El alemán Armin Hary, que nació tarde para encantar al nazismo, fue un privilegiado para las salidas. Difícilmente se hubiera escapado con la electrónica actual, pero en aquella época martirizó a los jueces y provocó las protestas de sus rivales. La realidad es que fue el primero en correr en 10 segundos y ya el penúltimo gran hombre blanco.

Robert Hayes fue su sustituto en la gloria de la velocidad. Y para acabar de lanzar definitivamente a los atletas negros, se le ha considerado por muchos tan gran corredor como Owens. Tenía una potencia descomunal que le dio oportunidad de ser el primer campeón olímpico en pasar al fútbol americano profesional y tener una carrera estimable. En la última pista de ceniza de Tokio 64 volvió a correr en 10 segundos y quedará otra gran duda: qué hubiera hecho en el tartán que comenzó en México 68 y que permitió volar a Jim Hines hasta 9,95s.

El último rey blanco fue una notable excepción. El poderoso soviético-ucranio Valeri Borzov ganó con total autoridad los 100 y 200 de Múnich 72, pero fue un reinado con fortuna. Aunque llegaba como favorito, los estadounidenses Eddie Hart y Rey Robinson acababan de bajar de los 10 segundos en las selecciones de su país. Pero increíblemente se despistaron con el transporte y fueron eliminados al no llegar a tiempo a correr las series. ¿Le hubieran hecho sombra al que pareció imparable Borzov? El ahora miembro del COI ganó con 10,14s por delante del tercer estadounidense, Robert Taylor, 10,24s. Pero la marea negra en la élite del atletismo ya fue imparable. Se extendió aún más al Caribe y en Montreal 76 ganó la estrella de Trinidad, Hasely Crawford. Con el paréntesis a descontar de Moscú 80, donde el boicoteo dejó el camino libre a la sorpresa del escocés Alan Wells, irrumpió la deslumbrante era de Carl Lewis.

 

El ‘hijo del viento’ fue una estrella enorme que abarcó también el salto de longitud, como Owens. Pero tuvo la suerte de poder extender su calidad en tiempos de paz. Desde Los Ángeles 84 hasta Atlanta 96. Todo un imperio. Su calidad fue tan grande que no pareció ser tan recompensada en determinados  momentos, como al cruzarse en su camino y privarle de triunfos directos un tramposo como Ben Johnson. O por no superar nunca el récord galáctico de longitud de Bob Beamon cuando lo merecía más que nadie.

Ninguno de sus sucesores, el canadiense Donovan Bailey (Atlanta 96) o sus compatriotas Maurice Greene (Sidney 2000) y Justin Gatlin (Pekin 2008) llegaron a hacerle olvidar. Mucho menos el último, sancionado por dopaje, aunque haya vuelto a la élite. Siempre estará en entredicho. Tendrá el derecho a la reinserción, pero no a la desmemoria. Usain Bolt ha sido el único que no solo ha hecho sombra a Lewis, sino que lo ha aplastado en el recuerdo con sus marcas de ensueño. Es un Lewis mejorado, más alto, más potente, que busca hoy hacer más historia, aunque ya ha escrito bastante. Es el último ejemplo de que el sacrificio real de aquellos esclavos mereció tanta pena. Al menos, desde la ignominia, sus descendientes han tomado el poder de la velocidad.

Hay 2 Comentarios

Gatlin (Atenas 2004)

El artículo está muy bien, pero hay que tener más cuidado en no confundir los tiempos compuestos del condicional de indicativo (habría hecho) con el pretérito de subjuntivo (hubiera hecho). Hasta hace un año, esto no sucedía y estaban bien claros estos dos tiempos verbales. Actualmente, nadie lo tiene claro. "Si hubiera sucedido tal cosa... hubiera hecho tal" no es correcto; debería ser "habría hecho...". Gracias

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Memorias Olímpicas

Sobre el blog

Sobre el autor

Juan-José Fernández ha estado en 13 Juegos Olímpicos, seis de verano, desde Los Ángeles 84 hasta Atenas 2004, y siete de invierno, desde Sarajevo 84 a Turín 2006. Pero le ha interesado el deporte y el olimpismo desde mucho antes de ver por televisión las imágenes de Tokio 64. Ha escrito en EL PAÍS desde su fundación, en 1976.

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