El 70% de los españoles cree que responder una encuesta de opinión es una oportunidad para que sus ideas y opiniones puedan ser oídas por el resto de la sociedad, según un sondeo de Metroscopia del pasado mes de mayo. Y lo cree así la misma proporción de hombres y de mujeres, de jóvenes y de personas de más edad, de votantes de derecha o de izquierda: sencillamente se trata de una idea extendida de forma tan amplia como homogénea por todos los sectores de nuestra sociedad.
Este dato viene a indicar que cuando son entrevistados la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos no solo no viven la experiencia como una intromisión en su intimidad, sino que la perciben más bien como una oportunidad para hacerse oír. Y tienen razón. Han entendido perfectamente lo que no siempre se subraya debidamente: una encuesta es, en realidad, una vía de dos direcciones, no un experimento en que alguien observa y el resto se limita a ser pasivamente observado.
El sondeo no es solo una especie de fonendo que se aplica al cuerpo social para captar la voz de la calle o tomar el pulso de la democracia. En una democracia madura es también, y quizá sobre todo, un altavoz que permite a la ciudadanía oírse y hacerse oír, tomar conciencia de lo que ella misma opina y piensa y por tanto influir sobre los distintos órganos decisorios. No se trata, además, de un altavoz cualquiera, sino de uno particularmente cualificado y significativo, que no puede por ello ser fácil o impunemente ignorado. Las voces que a su través se expresan representan, de forma estadísticamente representativa, el verdadero sentir ciudadano en su conjunto. Contestar una encuesta representa una forma de participación ciudadana, que ofrece un modo particularmente rápido, fiable y eficaz de contribuir al debate público.
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