Hubiese sido el quinto, desde 1976. Zapatero encontró acuerdo en la bancada popular y, por vía de urgencia y sin referéndum, se realizó la primera modificación de calado de la Constitución desde 1978. “Es una regla para garantizar la estabilidad presupuestaria en el medio y largo plazo”, explicó. PP y PSOE suman el 92% de los escaños —más de los tres quintos de la cámara precisos para aprobar una reforma de la Carta Magna—.
Pero este cambio a contrarreloj no ha gustado a buena parte de sus electorados: el 77% de los votantes socialistas y el 58% de los populares creen que se debería haber negociado la reforma con el resto de partidos con representación parlamentaria. Es más, dos de cada tres españoles hubiera preferido ser llamado a referéndum. Y como los anteriores, de haberse celebrado, habría sido aprobado por la mayoría: el 62% asegura que ese hubiera sido el sentido de su voto. No ha de extrañar demasiado este resultado, especialmente si tenemos en cuenta que se trata de una reforma apoyada por las dos principales formaciones políticas, que aglutinarán cerca del 75% de los electores en los próximos comicios. Solo un 24% hubiese votado en contra, porcentaje similar a quienes votarán por otras opciones el 20-N.
No agradan a los ciudadanos los cambios en las reglas del funcionamiento del Estado sin diálogo y sin negociación — una amplia mayoría (82%) dice añorar aquel espíritu de consenso que hizo posible la Transición y cree que los partidos suelen pensar exclusivamente en términos partidistas—, pero esos cambios suelen aceptarse si es el partido al que confían su voto quien los promueve.
Así, la ciudadanía no comparte las formas que han acompañado esta reforma constitucional. Tampoco aprecian un elevado grado de necesidad y urgencia para ella, que es evaluado con solo un 5.9 en una escala de 0 a 10, bastante por detrás de la necesidad y urgencia que suscita entre los españoles la reforma del Senado (6.9) o la igualdad entre hombre y mujer en la sucesión dinástica (7.7). Asuntos pendientes en una Constitución que la mayoría valora de manera ambivalente —con “cosas buenas y malas” (54%)— y de la que se piensa que necesitaría “algunos retoques” (58%) para adaptarse mejor a la sociedad actual.
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