Hubo un tiempo -los dos primeros decenios de la actual democracia, recién salido el país de la dictadura- en que, en un entorno de básico recelo social respecto de las diversas instituciones políticas y sociales, el Rey era la figura claramente dominante en cuanto a confianza ciudadana. Esto constituía a la vez un buen y un mal síntoma respecto de la salud de nuestro sistema político. Por un lado indicaba el arraigo social que supo pronto ganarse una Corona de la que, al inicio, recelaron importantes sectores sociales; pero, al mismo tiempo, le atribuía casi en exclusiva la función de viga maestra sustentadora de todo nuestro entramado socioinstitucional. Con el gradual asentamiento de nuestra democracia, la ciudadanía ha sabido ir discerniendo entre la original oscuridad institucional la existencia de otros varios actores sociales con funciones cada vez más relevantes, sin por ello devaluar el papel del Rey. El resultado es que el firmamento que acoge a las que cabe considerar instituciones estelares se ha tornado llamativamente poblado y plural: ahora son 15 los grupos o entidades que concitan la máxima confianza ciudadana.
Resulta especialmente llamativa, por su novedad histórica, la presencia en este grupo de cabeza de grupos y entidades relacionados con el mundo del conocimiento: los científicos, los médicos, la Universidad, los intelectuales. En un país del que suele decirse -no sin razón- que padece un importante déficit de cultura científica, ¡qué lejana y ajena queda ahora, en cambio, la vieja disputa sobre la supuesta incapacidad genética de los españoles para la ciencia, que diera pie al exasperado "pues que inventen ellos" unamuniano! La España actual es muy diferente: quienes hoy la habitan atribuyen el más alto valor y credibilidad a la ciencia. Así, un 92% cree que los avances científicos han hecho posible que mejore cada vez más la calidad de vida de la humanidad; un 86% considera que las decisiones sobre cuestiones científicas o tecnológicas deben quedar exclusivamente en manos de los expertos e investigadores, y el 68% se declara convencido de que la mayor parte de los actuales problemas se acabarán resolviendo, antes o después, aplicando el conocimiento científico. El resultado, sin duda espectacular, es que científicos y médicos comparten, ex aequo y destacados del resto, el lugar más alto del podio.
Junto a las instituciones del saber aparecen en cabeza de esta clasificación -como, por otra parte, suele ser usual en las democracias avanzadas- las instituciones de carácter más directa y específicamente asistencial o protector. Por un lado, la sanidad pública, la Seguridad Social, Cáritas, las fundaciones y las ONG; por otro, la policía, la Guardia Civil y las Fuerzas Armadas. Ahora que se ciernen inquietantes nubarrones sobre la perdurabilidad de nuestra sanidad pública, este dato viene a mostrar que para nuestra sociedad constituye uno de sus activos más preciados. En cuanto a las Fuerzas Armadas, lo llamativo es que 35 años después de la desaparición de un régimen que se sustentaba en ellas han logrado ganarse la máxima consideración ciudadana; son masivamente percibidas como uno de los puntales de la actual democracia. Un 83% de los españoles considera imprescindible para nuestro país la labor que realizan; un 77% considera que las tareas que llevan a cabo fuera de nuestras fronteras contribuyen al prestigio nacional y suponen un motivo de orgullo; un 74% se siente bien protegido por ellas, y otro 74% considera que están integradas por profesionales comprometidos con la Constitución y con las autoridades políticas de la nación, sean del partido que sean.
Contrasta esta evolución con la seguida por la Iglesia católica, otro de los pilares del régimen franquista, que ha ido, en cambio, perdiendo gradualmente, como institución, el crédito que pudo haber logrado durante la transición a la democracia. Sus instituciones asistenciales (Cáritas, sus demás obras sociales) tienen un claro crédito ciudadano; pero no la propia institución en su conjunto o quienes integran la jerarquía eclesiástica: es decir, los obispos.
Hay en este grupo de cabeza dos casos sin duda peculiares: el de la radio y el de las pymes (pequeñas y medianas empresas). Cada uno de los tres grandes medios de comunicación de masas (radio, prensa y televisión, dejando por ahora de lado a Internet, todavía un recién llegado, al menos en términos relativos) aparecen situados en peldaños distintos de la escala de confianza ciudadana. La radio, en el más alto. Dada muchas veces por moribunda o en trance de extinción, la radiodifusión cuenta, en realidad, con un amplio y sólido respaldo popular. La confianza que inspira guarda sin duda relación con su condición de medio cercano, cálido, ágil, compatible con quehaceres varios y sustentado sobre el más sugerente y mágico de los soportes: la voz humana. Forma así parte indisoluble de la vida cotidiana para una inmensa -y continuamente renovada- mayoría.
La popularidad de las pymes, por su parte, supone otra esperanzadora novedad en una sociedad a la que suele achacarse -también con razón- una tradicional falta de espíritu emprendedor. Las cosas parecen estar variando. Es cierto que España cuenta con un abrumador porcentaje de pymes (¡casi el 99% de todas las empresas existentes lo son!) que dan trabajo a casi el 80% de la población empleada, pero eso, por sí solo, no es forzosamente síntoma de cultura empresarial. El tamaño medio de las pymes no llega a tres personas, y una gran mayoría probablemente dista mucho de poder ser homologable (en su organización, funcionamiento y mentalidad), con lo que requiere una entidad mercantil para sobrevivir -y no digamos prosperar- en un entorno socioeconómico tan duramente competitivo como el actual. Pero lo significativo, en todo caso, es que la ciudadanía valore de forma tan elevada su existencia y premie con un grado tan notable de confianza su empeño por sobrevivir en tiempos y circunstancias tan hostiles.
¿Y la Corona? Sigue estando ciertamente en el grupo de cabeza, si bien ya no, necesariamente, en funciones de mascarón de proa único. Al fin y al cabo, institución política (aunque no partidista), experimenta también en estos tiempos de crisis parte del desgaste que afecta a todo el aparato estatal. Pero no por ello merma su consideración social: el 74% de los españoles sigue pensando que la figura del Rey está firmemente consolidada en nuestro país.
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