Nunca antes en nuestra historia democrática los dos principales candidatos a presidir el Gobierno de la nación llegaban a la cita electoral con unos porcentajes tan elevados de descrédito entre la ciudadanía. A solo un día para la celebración de las elecciones generales el candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, inspira poca o ninguna confianza a tres de cada cuatro electores (75%) y lo mismo le ocurre al candidato popular, Mariano Rajoy, entre dos de cada tres ciudadanos. Parecería lo lógico, en este sentido, que las elecciones de mañana domingo 20 de noviembre estuvieran marcadas por la desafección ciudadana hacia los dos grandes partidos —y, por tanto, por una menor participación electoral— y por un resultado incierto debido a la competencia —a la baja— de los dos candidatos con mayores opciones de convertirse en Presidente.
Y, sin embargo, todas las encuestas preelectorales publicadas en estos días —incluida la del CIS— pronostican, ni más ni menos, que una victoria del PP por mayoría absoluta. ¿Cómo se ha llegado a esta situación?
La crisis económica es, sin duda, la gran protagonista de esta historia. Pero su gestión por parte del Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero (o dicho más precisamente, la percepción crítica de los ciudadanos sobre la gestión de la crisis) ha sido, sobre todo, la causante del desenlace final.
Cuando hay problemas urgentes por resolver —como es ahora el caso— la abrumadora mayoría de los ciudadanos prefiere que los políticos busquen soluciones prácticas de la manera más rápida posible (84%) antes que sean fieles a sus principios ideológicos (12%). ¿Han actuado el Gobierno con la celeridad que las circunstancias demandaban? La respuesta es negativa según la mayoritaria percepción de los ciudadanos.
Primero porque el Gobierno español y, en concreto, el Presidente Rodríguez Zapatero estuvo negando la crisis durante la primera fase de esta. En sus discursos y entrevistas utilizaba eufemismos para referirse a ella: desaceleración del crecimiento, que luego pasó a ser una desaceleración acelerada y posteriormente una desaceleración profunda. Cuando ya era imposible —por las evidencias— negar que efectivamente la economía mundial y, por ende, la economía española, estuvieran en crisis, la credibilidad del Gobierno entre los ciudadanos se había visto seriamente afectada. Una negación de la realidad que los españoles achacaron a intereses electorales (las elecciones generales tuvieron lugar en marzo de 2008 y no fue hasta junio de ese año cuando Zapatero mencionó la palabra “crisis”) es decir, a intereses particulares y no colectivos que beneficiaran a la sociedad.
Se interpretó, además, que el hecho de haber estado negando que nuestra economía estaba entrando (y ya se había adentrado) en una fase de crisis económica, impidió al Gobierno actuar y tomar las medidas adecuadas que hubieran, por lo menos, atenuado su gravedad: para qué se iban a tomar medidas para combatir una crisis que no existía.
Segundo, porque cuando finalmente el Gobierno tuvo que adoptar las medidas más duras con el objetivo de recortar el gasto público para hacer frente a la crisis (el 12 de mayo de 2010), la ciudadanía percibió que estas eran impuestas, injustas, insuficientes y, sobre todo, que llegaban tarde.
Impuestas (lo pensaba el 67% de los ciudadanos) porque se entendió que respondían más a presiones externas sobre el Gobierno que a una decisión meditada y autónoma de éste. Injustas (así opinaba el 63%) porque recaían principal, y casi exclusivamente, sobre los ciudadanos y apenas afectaban a quienes habían sido, o se les consideraba, los principales causantes de la crisis (entre ellos, los bancos). Y, en este sentido, eran, por tanto, también insuficientes (69%). La mayor crítica de los ciudadanos era, con todo, que las medidas llegaban tarde, cuando la crisis ya era lo suficientemente extensa y profunda como para que estas medidas pudieran tener algún efecto positivo.
Las medias adoptadas eran tachadas, además, de antisociales y de neoliberales y, por tanto, en sintonía más con políticas y gobiernos conservadores que con gobiernos socialdemócratas como el presidido por Rodríguez Zapatero (algo que, sin duda, minó, aún más, la credibilidad del Presidente y su Gabinete). En definitiva, el Gobierno socialista ni había buscado soluciones prácticas de la forma más rápidamente posible, ni se había mantenido fiel a sus principios ideológicos.
Si en la primera parte de este relato —la negación de la crisis— el Gobierno perdió la confianza de esa parte del electorado que aun simpatizando con el PSOE manifiesta un menor arraigo ideológico (un electorado más pragmático); durante la segunda parte —las medidas anticrisis— perdió la confianza de una cantidad sustancial de sus votantes ideológicos.
Una situación —la del PSOE—que ha sido heredada por el actual candidato socialista: solo un 47% de los electores que votaron a este partido en 2008 dicen ahora que volverán a hacerlo mañana. En claro contraste, la fidelidad del electorado popular —como viene ocurriendo desde hace años— se mantiene prácticamente inalterable (82%).
A esto hay que sumar que la principal pérdida de votos del PSOE es probable que se produzca —según las encuestas— en sus tres principales graneros de votos: Andalucía, Cataluña y País Vasco. En las elecciones generales de 2008, el PSOE logró 70 diputados en el conjunto de las tres Comunidades frente a los 36 del PP. Es decir, una distancia de 34 escaños favorable a los socialistas que le bastaron para contrarrestar los 19 diputados de ventaja que el PP le sacó en el resto de circunscripciones. Ahora esa diferencia conseguida en las tres Comunidades podría ser de entre 7 y 9 diputados, pero, en esta ocasión, a favor del PP.
Foto de bachmont
Hay 27 Comentarios
A todo lo señalado añadir que la ciudadanía se ha olvidado que la democracia es el poder del pueblo y no el de los elegidos. Los políticos son la proyección de los que los votan, ya sea siguiendo la catadura moral (escrúpulos) y nivel de civismo (de colaboración y solidaridad). Que gane Rajoy, un político títere de los varones del PP, con un programa prediseñado para recortes, líneas maestras de Ángela Merkel y puro engaño, quiere decir dos cosas: o bien que los españoles han perdido el norte o que el individualismo y falta de empatía augura tiempos peores. Así mientras se matan en la clase media los políticos conservan sus privilegios. Una vez más llega la gran pregunta. ¿Democracia? No lo sé, sobre todo si muchos españole son tan inconscientes.
Publicado por: Ángel | 19/11/2011 17:43:35
El PSOE no puede tener mi voto esta vez. Creo que se lo daré a UPyD.
Publicado por: Victor | 19/11/2011 17:35:46