
Los españoles lo tienen muy claro. Lo realmente importante para un niño (o, por decirlo más pomposamente, lo que realmente es un derecho de los niños) es poder crecer en un ambiente de cariño y protección, con independencia de quién sea quien se lo proporcione: una pareja heterosexual, una pareja homosexual, o bien una persona sola. Lo piensa así ni más ni menos que el 76 %, e incluso entre los católicos practicantes (a los que —quizá prejuiciadamente— cabía suponer una actitud más cerrada en este punto), son una mayoría clara (55 %) quienes comparten esta idea. Idea, por otra parte, que cabe considerar ya prácticamente de sentido común tras todo lo que sobre este tema se lleva escrito e investigado por psicólogos, sociólogos y antropólogos, por más que aún quede quien parezca no haberse enterado.
Pero hay más: un porcentaje muy similar (72 %), que resulta ser asimismo mayoritario entre los propios católicos practicantes, añade que a la hora de decidir, en la adopción de un menor, qué es lo mejor para él no debe influir para nada la orientación sexual de los adoptantes. Sin duda, por la razón antedicha: porque lo único que ha de importar —cuando del exclusivo bien del niño se trata y no de rendir tributo a prejuicios o sesgos ideológicos— es la capacidad del aspirante a criarle de proporcionar el cariño y protección necesarios, y esto es algo para lo que no hay orientación sexual que capacite, sin más, mejor que otra. El cariño, la generosidad y la entrega son atributos personales, no sexuales. Así es y, además, así lo piensan masivamente los españoles, aunque —a estas alturas de los tiempos— haya todavía quien parezca pensar que descubre mediterráneos éticos si afirma que todo niño tiene derecho a tener un padre y una madre. Para empezar, eso no es tanto un derecho como una obviedad biológica: no puede haber niño sin padre ni madre. Pero para que ese niño llegue a ser persona, una persona lo más feliz y equilibrada posible, que es lo único realmente importante, lo que necesita es amor y protección. Y obtenerlo es su único previo y fundamental derecho.

Foto de Visentico / Sento