Cada vez que nos pasan la película por la tele vemos cómo Judá Ben-Hur se acerca al Valle de los Leprosos en donde su madre y su hermana han acabado confinadas tras contagiarse de lepra en la prisión donde el malvado Messala las ha encarcelado. La lepra es una enfermedad infecciosa provocada por una bacteria llamada bacilo de Hansen, Mycobacterium leprae, prima hermana de la que produce la tuberculosis, y a todos nos parece un vestigio del pasado. De hecho en España se registran no más de veinte casos de lepra al año, y salvo un par de ellos todos ocurren en pacientes emigrantes de países en los que la enfermedad es más frecuente. Pero la lepra guarda una bala en la recámara: en los Estados Unidos se registran cada año cerca de medio centenar de nuevos casos de lepra en pacientes que no han estado en contacto con enfermos ni han viajado a otros países. El bacilo de Hansen se propaga allí gracias a los armadillos de nueve bandas escapados de hogares en los que se les mantenía como animales domésticos. La temperatura óptima para el desarrollo de M. leprae es de 30 ºC, próxima a la que tiene el armadillo. Encontrar que M. leprae se propaga en el armadillo fue, en su momento, uno de los descubrimientos científicos que permitió disponer de una cura para la lepra suministrando un modelo animal para probar los tratamientos.

El valle de los leprosos. La madre y hermana de Ben-Hur contraen la lepra mientras están encarceladas, y tras su puesta en libertad quedan recluídas en un lazareto. La discriminación contra los enfermos de lepra, producida por el miedo al contagio, hizo que en algunos lugares los enfermos tuviesen que ir tocando una campanilla cuando se desplazaban.
Una vida arrastrada
M. leprae crece muy mal en el cuerpo humano, es la bacteria patógena que más tarda en multiplicarse, catorce días. Carecer de numerosas rutas metabólicas para la asimilación de nutrientes, tener defectos graves en la incorporación del hierro y no poseer suficientes lipasas para utilizar eficazmente las grasas de la membrana de las células humanas convierten la vida del bacilo de Hansen en un perpetuo y asfixiante ayuno. No sabemos exactamente qué catástrofes genéticas le han llevado al borde de la perdición, pero el genoma del bacilo está plagado de anomalías, empezando por la gran abundancia de genes que no funcionan, llamados seudogenes, que son casi la mitad.
Aún así, el bacilo puede instalarse en el cuerpo provocando dos tipos de lepra, en una de ellas se encuentran escasas bacterias en zonas de la piel que pierden sensibilidad, las defensas inmunitarias del enfermo no producen muchos anticuerpos y en algunos casos se curan ellas solas. En la otra forma los bacilos proliferan mucho más en la piel y la respuesta inmune es más alta, pero el enfermo no logra eliminar al patógeno y se producen lesiones deformantes que son las que popularmente se asocian con la enfermedad. En el pasado estas secuelas hicieron a la lepra temible, llevando incluso a la estigmatización de los enfermos que, como fruto del miedo y de la ignorancia, eran recluidos de por vida en lugares aislados conocidos como lazaretos. La enfermedad en la actualidad es poco frecuente en los países mas desarrollados, pero sigue asentada en las zonas económicamente débiles estando lejos de la erradicación que la OMS quería haber logrado para el año 2000.