Por suerte es ya raro, aunque no es imposible, que el agua del grifo lleve microorganismos que produzcan enfermedades, pero eso no quiere decir que ese vaso de agua que nos bebemos esté libre por completo de microbios, algo que también ocurre con el agua embotellada. Es lo que se desprende de un estudio sobre el agua de la red de suministro en los Estados Unidos, “Microbios en las tuberías”, publicado hace unas semanas por la Academia Americana de Microbiología. El agua del grifo alberga centenares de miles de especies de bacterias, algas, diminutos invertebrados y virus que son inofensivos, de modo que al beber un vaso de agua también ingerimos varios millones de microbios. Pero en ocasiones llegan al agua microbios patógenos en cantidad suficiente para provocar enfermedades. Es lo que ocurrió en Haití tras el terremoto de 2010 cuando la contaminación del agua provocó una de las últimas epidemias de cólera registradas. También curiosamente fue el estudio de la red de aguas de Londres durante la epidemia de 1854 lo que llevó a John Snow a proponer que el cólera se transmite por el agua.
El mapa de John Snow remozado. A John Snow, un médico inglés, se le ocurrió registrar en un mapa el número de muertes por cólera observado en el barrio londinense de Soho y la localización de las fuentes de suministro de agua potable en la misma zona. Así descubrió que había una gran correlación entre el número de muertos y la cercanía a una de ellas, la ubicada en Broad Street (en la actualidad Broadwick). De esta forma propuso que el cólera no se transmite por el aire viciado, las miasmas, como muchos creían, sino por el agua contaminada. John Snow aún no sabía que el cólera lo provoca una bacteria, Vibrio cholerae, que a partir de un enfermo se trasmite por las aguas fecales. Los rombos violeta marcan la localización de las fuentes en el Soho en 1854. La bandera amarilla señaliza la de Broadwick. Cada punto naranja indica un fallecido víctima del cólera. Fuente: enlace.