Se llamaba Dimitris Christoulas, de 77 años, griego. Se suicidó hace un par de días. No podía más: “No puedo vivir en estas condiciones. Me niego a buscar comida en la basura”. Un nuevo suicidio, como arma de denuncia desesperada, nos ha sacudido la conciencia. La nota que dejó como testamento político (“Creo que los jóvenes sin futuro algún día cogerán las armas… y colgarán a los que traicionaron la nación”) es un grito descarnado, desgarrador. Es un alegato épico y dramático. Prefirió una muerte digna, a una vida sin ella.
Lo hizo a la luz del día. A escasos metros del Parlamento, en Atenas. A media mañana, a la vista de todos, y en la plaza Sintagma, kilómetro cero de la capital y del país. Fue una tragedia griega, íntima y personal, pero de resonancias públicas y colectivas.
Se llamaba Mohamed Bouazizi, era de Túnez. Se suicidó el pasado 17 de diciembre de 2010. Los tunecinos no necesitaban el efecto de la revelación de cables estadounidenses, a través de Wikileaks, sobre la corrupción del régimen en una sociedad con más del 40% de ciudadanos en paro. No necesitaban la constatación documental de que sufrían en carne propia cotidianamente. La desesperación económica personal llevó a Bouazizi al suicidio. La arrogancia déspota de la administración, al negarle su permiso para vender frutas y verduras en el mercado, le arrastró al precipicio. Pero los jóvenes de su generación lo vivieron como un martirio y un sacrificio excesivo para quien, desposeído de todo, se arrancó lo único que le quedaba: la vida.
Se quemó a lo bonzo. Sus llamas se convirtieron en la chispa que explotó el polvorín de las revueltas tunecinas. Y de todo el norte de África. Ni al derrocado presidente Ben Alí (que expulsó a la delegación de Al Yazira en Túnez en el año 2006), ni a Hosni Mubarak les valió para nada cerrar las sedes de la televisión o impedir el acceso a Internet. Las llamas ya estaban en la red.
Se llamaba Albert Santiago Du Bouchet Hernández. Era de Cuba, pero llegó a España después de ser aprobado el proceso de excarcelaciones del actual Gobierno del hermano de Fidel Castro. Se ha suicidado este miércoles en las Palmas de Gran Canaria. Era un preso político más, uno de tantos. Periodista y desterrado. Fue perseguido, encarcelado y exiliado el pasado 2011. Su mujer y sus dos hijos, en Móstoles. Él, en Las Palmas de Gran Canaria esperando una ayuda que no llegó.
Du Bouchet, que fue director de la agencia independiente Habana Press, pertenecía al Grupo de los 75, opositores condenados en 2003. Ahorcarse ha sido su opción ante la falta de ayudas, de recursos, ante la falta de escasez de todo.
Cuando ya no tienes nada, te queda tu cuerpo. Tu último espacio de libertad. Tu última propiedad se convierte en tu dignidad. El suicidio en política es la constatación del fracaso de la política. Y, a la vez, sorprendentemente, el detonante de la reacción.