Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

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Sin líderes

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 29 jul 2012

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Hay que parar la inercia destructiva: sin líderes, sin política, sin esperanza, sin solución. Esta cadena devastadora arruina nuestro futuro.

Sin líderes. La última encuesta de Metroscopia refleja un hundimiento, sin antecedentes demoscópicos en la política española, por parte del PP. La caída libre, en picado, de todos los indicadores sensibles es alarmante. Hemos pasado del lento y sostenido desgaste al abismo. Para el Partido Popular, pero  también para la oposición (y en particular la del PSOE y su líder) y para el conjunto de la política democrática. Se le acumulan los jirones desgarradores de credibilidad al Presidente: incapacidad para afrontar la crisis (72%), improvisación en la gestión (73%), suspenso en la valoración (69%), imagen negativa (74%), confianza (19%), intención de voto (30% de los votantes, perdiendo 14,6 puntos en solo ocho meses).

Además, los recientes episodios de ineficacia y complicidad política, entre los que destaca el caso Bankia como icono, agravan la “profunda crisis de responsabilidad en las élites españolas”. De un líder se espera excelencia y ejemplaridad. Josep Ramoneda lo retrata con precisión: “Pero esta cultura de la irresponsabilidad no es exclusiva de Bankia. La vemos extendida por algunas de las más importantes instituciones del país. La Corona, el Banco de España, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, el propio sistema financiero y el Gobierno han dado y están dando muestras de esta cultura y están contaminados por una manera nada ejemplar de hacer las cosas, que hace que la sociedad viva entre el aturdimiento, la indignación y la indiferencia”.

Sin política. Esta situación (la incapacidad del gobierno y de la oposición para afrontar los retos de la crisis), junto con el desprestigio del liderazgo político, están generando una letal dosis de malestar social e irritación y una grave crisis de confianza en la capacidad directiva, regulatoria y paliativa de la acción política protagonizada por los partidos y los representantes políticos. En palabras de Moisés Naím, estaríamos frente al “fin del poder” de la política. En el ámbito local, regional e internacional.

Aumenta, crecientemente, la confianza en los expertos técnicos “independientes” como los más capaces para resolver los desafíos actuales. Seis de cada diez ciudadanos preferirían un gobierno de expertos sin filiación política. Este dato tan revelador aparece en un sondeo encomendado por varias instituciones al CIS y que se ha hecho público ahora, aunque el trabajo de campo fue realizado en el año 2011 (es decir, cuando la crisis aún no había alcanzado su estadio actual). ¿Se lo imaginan hoy?

La ideología es ya sospechosa. Gravísima consecuencia que homologa a todos, beneficiando a quienes prefieren la ausencia de normas y regulaciones. Y el compromiso político de partido ya no es un activo, sino un factor de desconfianza, una rémora. La política avanza hacia un escenario nuevo: sin partidos, sin políticos. El fracaso de la política abre el paso al populismo, la antipolítica o la apolítica. Y quienes creían que podían esperar la alternancia sin construir una alternativa (a la política, a los partidos y a las propuestas) pueden verse superados y desbordados por corrientes muy poderosas de sustitución.

El hundimiento, en la valoración moral y ejemplar de nuestros representantes, está resquebrajando el suelo democrático. La espiral de reacción negativa sobre las dietas o los sueldos de los políticos forma parte de esta reacción química fácilmente voluble y –por qué no decirlo- también manipulable. La ofensiva populista sobre el coste de la democracia, el sobrecoste de la política y nuestras estructuras autonómicas formarían parte de una alianza de facto entre los que no quieren más política y los que solo quieren una política.

Sin esperanza. El miedo al futuro deteriora las soluciones en sociedad como la mejor de las opciones personales. Michel Wieviorka en un imprescindible artículo (¿Seguiremos viviendo en sociedad?) presenta, con gran lucidez, el reto: “La economía y las finanzas ya no guardan relación con las relaciones sociales; se han disociado de ellas y la propia vida social es el resultado de agentes sociales que inventan circunstancialmente nuevas formas de existencia, individuales y colectivas; que intercambian, se comunican, se conectan y desconectan en red pero sin formar sociedad, sin identificarse con una unidad tan amplia como es una sociedad, sin pretender por ejemplo definir, cuestionar o controlar el rumbo de las orientaciones principales de la vida colectiva”.

Esta ruptura y disociación entre la política y la economía es lo mismo que cuestionar la capacidad democrática de dirigir el destino colectivo. Así, sin capacidad de soberanía y sin líderes capaces de recuperarla, la desesperanza se apodera del espíritu y del ánimo social. Y crea un círculo vicioso –negativo y pesimista- que nos empobrece económicamente, también, después de “vaciarnos” políticamente. Una reciente investigación de la economista Esther Duflo del I.T Massachusetts confirma las intuiciones: sin esperanza colectiva no hay desarrollo ni progreso individual.

¿Sin solución? Más que nunca, hay que volver a los orígenes para volver a legitimar la acción política. No se necesitan solo votos, sino prácticas morales y éticas. Es tiempo de filopolítica. La iniciativa de varios profesores y catedráticos que proponen la recuperación de “los valores clásicos contra la crisis moral” es una señal esperanzadora. Justicia, prudencia, fortaleza y templanza eran las virtudes que definían la excelencia en la Antigua Grecia. “El capitalismo debe convivir con el cooperativismo", señala Norbert Bilbeny, catedrático de Ética y uno de los impulsores junto a Victoria Camps de esta propuesta inaplazable. Una señal esperanzadora como decepcionante ha sido el nulo eco recibido entre los ambientes políticos.

Romper la inercia que nos lleva de la falta de liderazgo a la desesperanza es tarea de todos. Aunque no todos tienen la misma responsabilidad. El rescate que necesitamos, y el que necesita el Presidente, no es económico simplemente. El gobierno, dando más muestras de nerviosismo que de serenidad, ha dejado sin vacaciones a sus ministros. Es evidente que han suspendido el examen de final de curso. Y que se preparan para todos los escenarios. Pero es inaceptable, por ejemplo, que el Presidente convoque a los líderes sociales después de que estos hayan sido recibidos antes por la canciller Angela Merkel. O que siga empecinado en la soledad como argumento de calidad.

No, Presidente. Está solo no porque nadie quiera ayudarle, sino por su incapacidad de generar una alianza política más allá de su mayoría. Su liderazgo no consistía en gobernar, sino en dirigir el conjunto de esfuerzos de todos los sectores del país para encontrar soluciones. Ha optado por la fácil: la soledad. La cómoda y práctica soledad. Y así nos va.  

 

Fuente de la imagen: Y
Otras imágenes con las que quería ilustrar el post:
1. http://www.flickr.com/photos/22746515@N02/4101974109/
2. http://www.flickr.com/photos/eyephoria/3545908747/
3. http://www.flickr.com/photos/chtifiun/6738284635/

El rescate del Presidente

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 24 jul 2012

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El gobierno portugués, con el primer ministro Pedro Passos Coelho a la cabeza, ha contratado los servicios de la consultora internacional de comunicación Brunswick para que le ayude a construir su imagen ante la troika y los inversores internacionales. Lisboa ha conseguido, con discreción, alejarse del foco, minimizar los comentarios negativos en Bruselas y otras capitales comunitarias, y mostrarse, sin arrogancia ni exceso, como el contrapunto sensato y prudente frente a la torpe actitud nacionalista con la que, demasiadas veces, el presidente Mariano Rajoy ha gestionado su comunicación. En ausencia de estrategia profesional, la gesticulación ha sustituido reiteradamente a un enfoque más efectivo y menos efectista. Rajoy no ha comprendido, todavía -y quizás es demasiado tarde- que una comunicación de crisis tiene sus propias lógicas y métricas. Casi siempre se desprecia lo que se ignora. 

En una dura y reciente crónica, ‘Rajoy podría aprender algunas lecciones de Portugal’, Reuters asegura, con el testimonio de expertos internacionales, que los problemas de España son, en buena medida, los problemas que genera la estrategia cacofónica y errática de la comunicación del Presidente: “Rajoy y su gabinete se pasaron los primeros seis meses de gobierno enviando mensajes contradictorios a los mercados sobre sus planes presupuestarios, la toma de control público de la problemática Bankia, el rescate de sus bancos y la forma en la que controlarán los presupuestos de las autonomías y su acceso a los mercados”. Reuters, la agencia que ha marcado nuestra agenda en los últimos meses, sabe de lo que habla.

La constatación -extendida en las instituciones europeas- de que el gobierno español ha perdido credibilidad y margen de maniobra nos maniata a la hora de implementar la política económica o corregir los errores. Rajoy, por cálculo, temperamento y osadía, ha perdido un tiempo vital. Ahora ya no va encima del caballo, sino detrás, con el riesgo de ser pateado por el propio animal.

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La mayoría solitaria

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 19 jul 2012

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Hoy el Congreso de los Diputados convalidará, con la mayoría absoluta del PP, el Decreto Ley con los últimos recortes y medidas excepcionales aprobados en el pasado Consejo de Ministros. Nunca una mayoría ha sido tan solitaria. Si las medidas son inevitables y no hay margen de actuación para el futuro de España -como afirma claudicante el presidente Rajoy- entonces, ¿los que no las votarán son antiespañoles? Aquellos que voten en contra o se abstengan de participar ausentándose del hemiciclo son, pues, ¿traidores a la patria?, ¿culpables de la crisis?, ¿cómplices de la tragedia? Es obvio que no.

La insistencia de Rajoy sobre la inevitabilidad de las medidas es una coartada pobre para tapar su gran debilidad. Puede hacer lo que quiera (parlamentariamente) pero no puede, ni sabe, convencer. Ni a los mercados, ni a los  socios, ni a los posibles aliados en el Congreso. Su debilidad es su fortaleza: una mayoría tan solitaria como impotente.  

Rajoy podrá argumentar que la urgencia en la aplicación de unas decisiones que se escapan a su control, y que son radicalmente contrarias a su programa electoral (con el que consiguió la investidura), no le permite negociar ni los plazos, ni las medidas, ni las formas. Que no hay tiempo para la negociación, ni para el consenso. Pero este argumento es cada día más débil e insostenible. Su mayoría es su soledad y su trampa. Al no tener que esforzarse para obtener apoyos parlamentarios, no los busca. Al no requerir la aprobación social de la opinión pública, ha renunciado a ello. Al no necesitar la comunicación, no la utiliza. Ha despreciado tanto la comunicación, por error y omisión, por soberbia (con el BOE basta) e ignorancia, que ahora, cuando más la necesita para ser creíble, no dispone de este recurso básico.

 

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La calle hierve

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 17 jul 2012

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Las movilizaciones contra los recortes del Gobierno de Mariano Rajoy se intuye que no se agotarán ni con la llegada del soporífero mes de agosto español, donde habitualmente parece que toda actividad política, mediática… se paraliza. Como si la crisis -y sus dramáticas consecuencias- hicieran vacaciones. Quien calcule que la agitación dejará paso a la resignación, por insolación, se equivoca. Quien vea estas respuestas de hoy con viejos parámetros de números de participantes, como único indicador, se puede llevar una sorpresa mañana. Más pronto que tarde. Nelson Mandela recordaba un proverbio que resulta muy pertinente: “Cuando el agua hierve, es inútil apagar el fuego”. Pues eso: la calle ya hierve.

La temperatura social es inflamable. La desesperación puede abrirse paso entre la respuesta pacífica. También la manipulación puede encontrar el clima adecuado para provocar cambios de conducta masivamente enérgicos pero festivos. En la calle se está librando un pulso, que no es necesariamente de orden público. Es de orden político. Encontrar la respuesta adecuada en cada momento exigirá un plus de responsabilidad.

Desde el #15M, las calles y las plazas de nuestras ciudades han sido redescubiertas como espacios que combinan lo lúdico, lo alternativo, lo crítico. No son manifestaciones de masas previsibles tras una pancarta de dirigentes. Son multitudes inteligentes sin liderazgo definido. Con sus retos y sus límites, también. Esperanzas y desafíos. Hoy, estar en la calle es reencontrarse con un renovado “nosotros”, pero lleno de matices, que lo hace especialmente vital y atractivo: las plazas son, a la vez, espacios de acampada para nuevas socializaciones, de ágora política y de aulas improvisadas.

Las personas que participan en estas concentraciones experimentan nuevas aproximaciones a lo político. La escuela de la calle, nuevamente. No son simplemente manifestantes… son activistas que redescubren su potencial creativo (ARTivistas), o valoran enormemente el de los demás, que comparten información creando ecosistemas informativos de referencias y reputaciones.

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Sin debate, no hay alternativa

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 11 jul 2012

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Rajoy ha realizado el debate que más le convenía. Es decir, el “NO debate”. Forma parte de su particular código de la comunicación política, el que hace de la ausencia -paradójica y contradictoriamente- la mejor virtud. Sin estrategia clara, y con numerosos errores en estos seis meses, el Presidente ha situado el debate en el terreno que le favorece, con menos costes. Gana el cálculo electoral, pierde la política.

La intervención política de Mariano Rajoy ha sido, deliberadamente, post-ideológica. Un texto notarial. Un acuse de recibo para los socios europeos. Rajoy ha conseguido vincular su tradicional “lo que hay que hacer” con la idea de que “no hay más remedio”. Aquí tiene la llave de la legislatura. Renuncia a la autonomía de la independencia -escasa y debilitada- a cambio de la ejecución dependiente. Si no se puede ser patrón, no es una mala opción ser capataz, pensará. También lo pensarán muchos ciudadanos y ciudadanas, creo.

La generosidad inicial de Rajoy con el PSOE y su líder, al referenciar su apoyo previo al Consejo Europeo, es un reconocimiento que habla bien de él y de Rubalcaba. Pero tiene trampa. Es un cebo fácil de picar por lo atractivo que resulta. Al elogiar a la oposición, les ha hecho cómplices de las medidas y de las soluciones. Así, sin debate, no hay alternativa. Los ciudadanos, y en particular los electores socialistas, asumirán que la falta de beligerancia, aunque sea ideológica, no es responsabilidad política sino claudicación y complicidad. Quizás Rubalcaba podría explorar el camino, incierto y complejo, de compartir diagnósticos e incluso llegar a soluciones similares (o caminos nuevos), pero haciéndolo por razones diferentes, o con argumentaciones nuevas. No es fácil, seguramente. Pero sin debate, no hay crítica. Y sin esta, no hay alternativa.

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Aznar, Rajoy y el Códice Calixtino

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 08 jul 2012

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Se acabaron los eufemismos y los tirabuzones semánticos. La contorsión de las palabras había llegado al límite del ridículo. Y de la solvencia política. Rajoy lo ha reconocido, finalmente: “Tomaremos decisiones de eso que llaman recortes porque hay que hacerlo”. Lo ha dicho en la clausura del Campus FAES. Otra vez, declaraciones y reflexiones de calado de ámbito gubernamental en un entorno claramente partidario, como cuando concedió su primera rueda de prensa. De nuevo, el presidente escoge el peor atril posible. Y esta vez bajo la mirada vigilante de José María Aznar. 

Todos los analistas coinciden en señalar que esta es (otra vez) la semana decisiva, aunque la vicepresidenta del Gobierno haya alargado el vía crucis mucho más: "Va a ser un mes intenso”, anunció. El lunes, Eurogrupo (concretando el rescate bancario). El martes, ECOFIN (ejerciendo más presiones para recortar). El miércoles, comparecencia monográfica del presidente en el Congreso (explicando los acuerdos del Consejo Europeo). El jueves, Consejo de Política Fiscal y Financiera (exigiendo el recorte autonómico). Y el viernes, 13, Consejo de Ministros. Llegar a fin de semana será peor que para millones de hogares llegar a fin de mes.

Esta semana pasada ha sido de orden (ideológico y jerárquico). Por el Campus FAES, y siempre bajo la mirada supervisora de Aznar, han pasado De Guindos, Sáenz de Santamaría y Rajoy. Han preparado el terreno para los próximos días y ha emergido la figura silente, pero preeminente, del primero, José María Aznar, y su estilo duro y seco. El estilo que se impone. El presidente, al lado del expresidente, da la sensación de congoja y complejo. La puesta en escena ha consolidado la jerarquía. El partido por encima de la institución. Aznar, siempre con corbata, y actitud muy profesional, ha actuado como algo más que un anfitrión. Es el patrón. A su lado Rajoy (con un botón desabrochado de más) no ofrecía sensaciones serenas, ni seguras.

"No queda más remedio" dice Mariano Rajoy para consolidar como inevitable lo discutible. De tsunami lo califica la oposición. “Hacer lo correcto”, asegura el presidente. Dos visiones políticas, dos visiones casi morales: lo que no se puede hacer, lo que se debe hacer. Esto es parte del desafío de la estrategia de comunicación de los dos grandes partidos. Lo que se puede o se debe. Y sus opuestos. El poder depende de la voluntad. El deber, de la moral. Puestas así las cosas, Rajoy está a punto de reconocer, por la vía de los hechos, que la auténtica condicionalidad (entre las ayudas y los recortes) es la pérdida casi total de la capacidad real de poder de la política española. El presidente, así, volvería a su condición de notario.

 

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La paciencia en política

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 04 jul 2012

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Rajoy y Rubalcaba se parecen mucho y -al mismo tiempo- no representan lo mismo, obviamente. Sus trayectorias políticas y públicas son paralelas y se han entrecruzado en más de una ocasión. Pero hay una característica personal, de los dos, que se ha convertido en proyecto estratégico y recurso táctico simultáneamente: se trata de la paciencia.

La paciencia en política es una virtud escasa en tiempos acelerados, de exigencias cortas y respuestas rápidas. Es cierto que los retos nos obligan a encontrar soluciones urgentes y que la paciencia, cuando es pasiva y resignada, parece claudicación e impotencia. Pero hay otra versión de la paciencia: la que se trabaja, no la que se acepta. La que se cultiva, no la que se padece.

Rajoy la pide constantemente. Por ejemplo, en el reciente viaje a Brasil, tras la cumbre del G20 en México, afirmó “que España saldrá adelante con arrojo, determinación y paciencia”. Y Rubalcaba ha pedido, también, calma y comprensión, al restar importancia a que el PSOE no se aproveche de la pérdida de confianza en el PP que reflejan las encuestas. "Que el PP se esté desgastando es normal y que el PSOE mejore poco a poco también" ha dicho Rubalcaba. "Eso es normal porque nos fuimos bastante mal", añadió. También el presidente Obama pidió recientemente "paciencia" a la sociedad y recalcó que el país superará la actual crisis financiera, subrayando que las últimas iniciativas ayudarán a reforzar las "señales de progreso" ya detectadas en el sistema. "Nos recuperaremos de esta recesión", concluyó.

La serenidad que los dirigentes del PP y del PSOE aparentan, sería -quizás- un síntoma de inteligencia táctica, por conocimiento o por convicción (o bien por astucia o fe). Pero igual podría ser un reflejo de la falta de respuestas, o de la creencia, tan arraigada en nuestra cultura popular, de que el tiempo lo cura todo.

Paciencia y esperanza van de la mano. Se puede esperar, se puede aceptar el sacrificio hoy, si se espera recompensa mañana. Pero la paciencia, en un contexto tan frágil de confianza política, se agota fácilmente. Especialmente cuando los resultados tardan más de lo deseable o soportable y los primeros síntomas de mejora no llegan a todos por igual, o con la rapidez necesaria. Así, los que practican y predican la paciencia pueden ser las primeras víctimas de su persuasión fallida o de su incapacidad predictiva, liberando una corriente imparable de impaciencia. De ahí a la ira, hay un paso.

Es probable que Rajoy y Rubalcaba hayan leído a los clásicos Jean Jacques Rousseau (“La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces”), a Walter Scott (“El que sube una escalera debe empezar por el primer peldaño”) o a Jean de la Fontaine (“La paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza y la violencia”). O bien que hayan buscado refugio e inspiración en Benjamin Franklin: “Quien tiene paciencia, obtendrá lo que desea”. Y con estas lecturas hayan reforzado sus convicciones y su personalidad. O hayan encontrado fortaleza de ánimo, repasando sus vidas cruzadas en el refranero popular y puedan pensar -el uno del otro- lo que el dicho apunta con tanto tino: “Cuando fuiste martillo no tuviste clemencia, ahora que eres yunque, ten paciencia”.

Sea como fuere, no son buenos tiempos para la paciencia. Y esto es lo relevante para quien pide lo que ya no se fía. Los ciudadanos (y los electores) no van a dar mucha tregua. La irritación es un estado de ánimo contagioso. Y el desánimo, la angustia, han dado paso a la desesperación. Las encuestas son concluyentes. La paciencia de los ciudadanos con la política, con los partidos, con las instituciones democráticas está seriamente dañada. Nunca como hasta ahora. Y el rumor de fondo es cada vez más audible. El populismo avanza. Los que promueven que sobran políticos y administraciones acabarán diciendo que sobran instituciones. El caldo de cultivo está ahí.

Nelson Mandela, líder moral y ex presidente de Sudáfrica, recordaba un proverbio de su país para alertar de la capacidad limitada de paciencia de su pueblo: “Cuando el agua está hirviendo, es inútil apagar el fuego”. No hay pasos intermedios. Quien abuse de la paciencia, de la buena fe, de la resignación, acabará desbordado. O quemado.

(Fuente de la fotografía: Xavier Peytibi)

Fuego, fútbol y obligaciones

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 01 jul 2012

Mariano Rajoy ha decidido viajar a Kiev para asistir a la final de la Eurocopa entre España e Italia. El debate sobre su presencia en el palco de autoridades junto al dictador y presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, (“soy el último dictador de Europa”, le gusta decir provocadoramente) y el saludo diplomático al autoritario anfitrión Víctor Yanukóvich, presidente de Ucrania, no es un tema menor. No se debe olvidar que el Parlamento Europeo se había pronunciado muy críticamente contra el presidente ucraniano por el trato judicial a la encarcelada exjefa de Gobierno, Yulia Timoshenko (incluso había pedido la confiscación de sus bienes en Europa). Varios países anunciaron que no enviarían ningún representante político a la Eurocopa. El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, intentó parar el boicot que ha sido seguido por numerosos países, pero que esta noche se rompe, solemnemente, con la presencia de Rajoy y Monti, presidente de Italia, en Kiev.

Pero el fuego no lo tiene Rajoy solo en el palco. Valencia está ardiendo. Un incendio devastador que calcina una extensión similar a la isla de Ibiza, arrasa y rompe el corazón verde de la Comunidad Valenciana. La desesperación y el llanto se apoderan de los que asisten impotentes a la destrucción de sus bienes materiales e inmateriales. Tiempo habrá para evaluar si las dotaciones presupuestarias en las políticas de prevención y extinción de incendios son las adecuadas o no después de un severo recorte de 15 millones de euros.

Rajoy está en Kiev “por obligación”, ha afirmado. Si su sentido del deber es cuestionable, en relación con los derechos humanos, el de la oportunidad es -seguro- muy desafortunado. Mientras se alboroza como un aficionado más en el palco-grada, millares de compatriotas se juegan la vida para hacer frente a unas llamas que no tienen piedad ni parecen conocer sus límites. Mientras canta "¡gol!", los valencianos gritan "¡fuego!" La imagen y el contraste no pueden dejar a nadie indiferente. Y si el cálculo lleva a Rajoy a escoger lo que más le conviene es que no entiende cuál es su obligación.  

Gerhard Schröder, elegido canciller de Alemania en 1998, se enfrentó a su reelección en 2002 con un panorama hostil. Todas las encuestas apuntaban a una clara derrota del SPD en las inminentes elecciones generales. Sin embargo, la habilidad de Schröder en los debates televisados frente al candidato de la coalición conservadora Edmund Stoiber (CDU y CSU) y, sobre todo, su rápida respuesta a la crisis, provocada por las graves inundaciones sufridas en Alemania durante ese verano, le permitieron volver a ocupar la cancillería con un gobierno de izquierdas junto al grupo Alianza 90/Los Verdes. Schröder hizo lo que debía y lo que le convenía.

Y, este mismo viernes, el presidente estadounidense, Barack Obama visitó los restos de un vasto incendio en Colorado que hasta ese momento había causado dos muertos, destruyendo cerca de 350 casas y obligando a evacuar a 36.000 personas. Obama aprendió algo de la tragedia del Katrina: que los ciudadanos quieren soluciones gubernamentales y compromisos personales, al mismo tiempo; que el Presidente representa al Gobierno, sí, pero, también, la altura moral de una sociedad cuando se enfrenta a una tragedia.

Un presidente no apaga incendios pero da tranquilidad y puede mostrar sensibilidad y solidaridad a quienes más lo necesitan. Gobernar no es solo tomar decisiones. Es estar al lado de las personas, y más cuando sufren desgarradoramente. Su disponibilidad y proximidad para estar al lado de los afectados o de los que se juegan sus vidas para evitar daños irreparables no es un tema menor. Se trata de algo más que una obligación. O se hace porque se quiere, porque se siente... o mejor no hacerlo porque las circunstancias obliguen. Se trata de una convicción moral, no de una obligación política. Ahí está la diferencia.

El fuego del fútbol se apaga o se alimenta con las victorias y las derrotas. Pero el fuego de la política se aviva y te quema cuando la insensibilidad humana y personal le convierte a uno en un pirómano de la hoguera del descrédito y la confianza política. Estas cenizas pueden llegar de Valencia a Kiev. De la angustia al desamparo. Eso es lo que está en juego. Mucho más que un gol, aunque sea el de la victoria.

El País

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