Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

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Mayoría silenciosa

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 27 sep 2012

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Mariano Rajoy, consciente o inconscientemente, ha utilizado un concepto nuevo -y con fuerte carga histórica- en su estrategia de comunicación: la mayoría silenciosa. “Permítanme que haga aquí en Nueva York un reconocimiento a la mayoría de españoles que no se manifiestan, que no salen en las portadas de la prensa y que no abren los telediarios. No se les ven, pero están ahí, son la mayoría de los 47 millones de personas que viven en España. Esa inmensa mayoría está trabajando, el que puede, dando lo mejor de sí para lograr ese objetivo nacional que nos compete a todos, que es salir de esta crisis” (fin de la inevitable larga cita). Así ha resuelto Rajoy, en una intervención por escrito, su posición y reflexión sobre el momento actual de la política española.

El presidente del Gobierno español llegó a Nueva York para participar en la 67 Asamblea de la ONU, en la que ha defendido la candidatura de España a su Consejo de Seguridad para el bienio 2015-2016. Sus intenciones se han visto “contraprogramadas” por los hechos del #25S y el debate soberanista en Catalunya, que  han protagonizado buena parte de la cobertura de la prensa internacional. Hasta la hábil y oportunista Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de Argentina, se ha apresurado a denunciar (y a instrumentalizar), en la misma sede de la ONU, la “represión” policial en Madrid.

Richard Nixon pronunció un famoso e importante discurso, "La gran mayoría silenciosa" (1969), para explicar su plan para terminar la Guerra de Vietnam. Perdió la guerra y años más tarde, en 1974, perdió la presidencia cuando el Gran Jurado federal consideró al Presidente copartícipe en una conspiración para obstruir la acción de la justicia en la investigación sobre el escándalo Watergate.  Y también Charles de Gaulle utilizó el mismo concepto para adjudicarse el apoyo silente a su política. Pero la realidad le vino a demostrar lo contrario. Tras el Mayo del 68, la mayoría silenciosa fue la mayoría que votó en contra de “su” referéndum (sobre la regiones en Francia), el cual -al ser presentado como plebiscitario- supuso la gran oportundidad perdida, de forma contundente, que provocó su dimisión.

No sé si los redactores de discursos del Presidente han reparado en las referencias y posibles paralelismos históricos, pero lo cierto es que el concepto es perverso y puede actuar como un boomerang cuando se tiene la peor valoración presidencial por parte de la opinión pública. Rajoy hay cometido un error, grave. Confunde el silencio de sus colaboradores con fidelidad. Confunde el silencio de “la mayoría de los españoles” con complicidad. Confunde su mayoría parlamentaria con consenso social. Y, con este enfoque, desprecia e ignora la unanimidad que -dentro y fuera de nuestras fronteras- suscitan su errática estrategia de comunicación y su inacción política.  

La confusión del Presidente (silencio igual a complicidad) puede hacerle descarrilar, definitivamente, de la conexión emocional con la sociedad a la que debe representar y servir. Rajoy, amante de los silencios, cree que la paciencia de la sociedad española es sadomasoquismo. Y se equivoca. Rotundamente.

Rajoy cree que solo las urnas hablan en democracia y eso es cierto cuando se trata de decidir y escoger representantes. Pero nuestra democracia, afortunadamente, habla -y mucho- durante los 1.460 días que tiene una legislatura completa. Las calles (con todas sus expresiones de respuesta y crítica social), así como la prensa libre y democrática, la opinión de los dirigentes sociales y numerosos analistas nacionales e internacionales no pueden ser desdeñados por ser considerados como no mayoritarios (por elitistas, parciales, y minoritarios) y, por consiguiente, desconsiderados en términos democráticos. Además, el Presidente dispone de abundante información demoscópica sobre su valoración y la aceptación de su política.

Rajoy, que se mueve con fundamentos de cultura popular, cree que tiene tiempo, y que el tiempo todo lo cura. Tiene una visión climatológica de la política: después de la tempestad llega el cielo despejado, y no hay mal que cien años dure. Pero la política se rige, cada vez más, por conceptos mucho más depredadores que el de la cultura de los ciclos.

Rajoy, con su apelación -e instrumentalización- de la mayoría silente, aspira a que el silencio sea amnesia o despreocupación. Pero los ciudadanos no olvidan, ni olvidarán. Y lo que a él le parece silencio cómplice no es más que constatación de la irrelevancia de la política y desconsideración hacia quien la representa. La gente calla, pero no otorga. El refranero, al que tanto recurre, no es infalible. No oye voces, y las que escucha no le parecen relevantes o no se da por aludido, porque -quizás- está perdiendo, irremediablemente, el sentido más importante para un político: el oído.

Hace unas semanas, el Presidente, ya ahondó su foso con una audaz (pero imprudente aunque reveladora) afirmación: “La realidad me ha impedido cumplir mi programa electoral”. Ahora, con la provocadora apelación a la mayoría silenciosa, ha tocado piedra. En el refranero, la mayoría silenciosa es la de los campos santos. Y en política, no es aclamación. Está más cerca de la resignación, la desesperación o el desdén, que del aplauso.

(Autor de la fotografía: Jonan Basterra. Fuente)

No es la 'pela'

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 20 sep 2012

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La reunión entre Mariano Rajoy y Artur Mas llega precedida por una exhibición mutua de fuerza y legitimidad. Ambos dirigentes han escenificado, en los días posteriores a la histórica manifestación del 11S, su determinación de mantener -hasta el final- sus posiciones políticas. El President parece que llega a la Moncloa para marcharse. La convocatoria de prensa, media hora después de que finalice la reunión, en las dependencias de la Generalitat de Catalunya en Madrid, y no en la sala de prensa de la Moncloa, es un hecho de fuerte contenido simbólico.

Los símbolos en política lo son casi todo. Las formas son fondo. Y más todavía cuando se trata de crear atmósferas de cooperación y de distensión, o bien visualizaciones de fuerte contenido político. Estas pueden ser algunas de las claves:

1. Las banderas. Artur Mas hizo su valoración de la manifestación del 11S en la galería gótica del Palau de la Generalitat, frente a la puerta de su despacho. Una ubicación sobria pero de máxima relevancia icónica y que, a lo largo de estos últimos años, ha estado reservada a las declaraciones políticas de mayor calado. Lo hizo acompañado de dos banderas: la europea y la catalana. Era un gesto fuerte con el que pretendía dar una respuesta institucional a la reclamación ciudadana del lema de la manifestación, “Catalunya, nou estat d’Europa”. Era su opción singular de mostrar una “estelada”. La senyera al lado de las estrellas europeas. Hoy, en las escaleras de la Moncloa, las banderas española y catalana recibirán al President. Tradición reciente, iniciada por José Luis Rodríguez Zapatero, con la voluntad política de acoger, representar e integrar. Escenificación insuficiente para el President, y evitable si la rueda de prensa se hubiera hecho en la sala de prensa del Presidente.

2. La recepción. La llegada en coche oficial al pie de las escaleras ofrece todo tipo de situaciones posibles, con códigos semióticos muy abiertos, que permiten graduar el nivel de afecto, proximidad, sintonía o predisposición con la que el anfitrión prepara la reunión. Este puede bajar al pie de las escaleras a recibir a su visita, lo que siempre se interpreta como un gesto de cordialidad. Y que los dos suban juntos las escaleras es una señal de compromiso compartido. O bien esperar arriba, ofreciendo un plano escénico de superioridad (ya que el visitante debe subir los escalones, produciéndose un desnivel visual muy acusado) y lanzar, o no, su brazo para el encaje de manos antes de que ambos dirigentes ocupen el mismo rellano, generando imágenes de autoridad que siempre tienen interpretaciones políticas muy marcadas. O, incluso, puede no esperarle en la puerta, agudizando la gravedad de la reunión y de la relación, evitando la foto del saludo inicial y toda la gama de reacciones de comunicación no verbal de los dirigentes propias del momento: gradualidad de la sonrisa, rictus facial y disposición corporal.  Sin foto en la puerta, se pasaría directamente a la escena de sofá, sin contacto físico previo. Sería un síntoma de algo nefasto.

3. La duración. Este tipo de reuniones tiene una duración mínima y previsible de corte protocolario. Pero que se alargue mucho, o que se acorte claramente, ofrece lecturas políticas muy diversas. Si la reunión es breve se puede interpretar como que no hay nada de que hablar, o no hay ninguna posibilidad de acuerdo. Si la reunión se alarga y, sorprendentemente, incluye el almuerzo (aspecto no previsto hasta el momento) se abrirían las especulaciones sobre el alcance de la discusión y las opciones de acuerdo político.

Josep Tarradellas, a la vuelta de su exilio, y en su primer viaje a España, pasó por Madrid. La reunión con Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno en aquel entonces, fue un desastre total. La desconfianza mutua, la tensión histórica y las incomprensiones políticas se apoderaron de ambos dirigentes impidiendo acuerdo alguno. Tarradellas, al finalizar, hizo una breve declaración que cambió el curso de la historia. No exagero. Afirmó (mintió) que la reunión había sido un éxito, muy productiva y con una gran sintonía entre ambos. Con sus palabras daba una segunda oportunidad al acuerdo y la negociación. Consciente de la irreversibilidad de las rupturas, el viejo President mostró una habilidad y una “resiliencia” propia de quien había estado 40 años esperando aquel momento. Y no iba a frustrarlo por una mala reunión. Suárez, sorprendido, descubrió que Tarradellas no cerraba la puerta y se dieron una segunda oportunidad. La Transición fue posible en Catalunya gracias a aquel gesto de instinto y responsabilidad.

4. Las palabras. La reunión tendrá una valoración posterior. La forma en que se lleve a cabo por parte del Gobierno también ofrecerá abundantes pistas de interpretación del clima político del encuentro. Rajoy tiene tres opciones: la primera, el prudente silencio (no hacer comentarios ni declaraciones, al menos hasta esperar el desarrollo de la rueda de prensa del President). Silencio que también puede ser percibido como displicente. Segunda, un comunicado escrito que permite medir bien las palabras y evitar las preguntas. Y la tercera opción, la comparecencia de la Vicepresidenta o del propio Presidente.

Sea cual sea el formato elegido, las palabras hoy valen doble. Las que se dicen, y las que no. Ambos dirigentes se enfrentan a algo más que a la defensa de sus legítimas posiciones. Se enfrentan al vértigo político. Las posibilidades de que la política sea una oportunidad dependerá de la gestión y administración de las palabras. Sin ellas, solo representarán lo que son, y la opción electoral o refrendataria sustituirá la mesa de negociación por las urnas de afirmación. Con ellas, pueden dar una opción al diálogo y al acuerdo.

5. El marco. La nota de prensa que sobre este encuentro ha distribuido la Generalitat de Catalunya es inequívoca: “El president de la Generalitat, Artur Mas, i el president del Govern espanyol, Mariano Rajoy, es reuniran al Palau de la Moncloa. Aquesta serà la segona reunió entre tots dos mandataris i se centrarà en la proposta de pacte fiscal, aprovada el passat mes de juliol pel Parlament de Catalunya”. Claramente centrada en la cuestión financiera. Nada que ver con la mención a la misma reunión que se encuentra en la página web de la Moncloa, en la que se hace una simple referencia a la hora y a los asistentes. 

Pero esta reunión no va solo de la “pela”. Como tampoco la manifestación fue una “algarabía”, ni lo que propone Catalunya es una “quimera”. La simplificación con la que abordamos problemas complejos, de intensa emocionalidad y de fuerte contenido político, puede arruinar, todavía más, las mínimas opciones de acuerdo y pacto. Los tópicos (“Barcelona és bona si la bossa sona”; y “la pela es la pela”), con su abrasiva facilidad, han servido durante años de coartada a la pereza mental que ha impedido comprender cuál es, realmente, el asunto central. No se trata de dinero, simplemente. Se trata de poder, de reconocimiento y de voluntad. En fin: de política, no de dinero. Aunque sin él, no hay opciones para la política. Veremos qué acuerdan y, sobre todo, qué desacuerdan.

(Fuente de la fotografía)

El golpe del Rey

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 19 sep 2012

El Rey ha dado un golpe, un manotazo, sobre la mesa de la política. Últimamente parece que, cuando algo no se hace como quiere o como le gustaría, se deja llevar por pequeños ataques de cólera o de mal genio. La bronca que propinó a su chófer en la reciente visita a las instalaciones de la Dirección General de Tráfico en Madrid es, quizás, un prueba de ello. El Rey, que viajaba sin cinturón de seguridad en el asiento delantero, se enfadó ostensiblemente.

Pero la carta publicada ayer en su web es un salto cualitativo, y no en la buena dirección. El texto es un error por las formas (histriónicas), el fondo (partidario) y su inoportunidad (a 48 horas de la “decisiva” reunión Rajoy-Mas). El Rey ha confundido su transparencia (a la que llega tarde) con la institución que representa y a la que está obligado a servir. Ha hablado Juan Carlos I, pero debería haber actuado como Jefe del Estado, que no es lo mismo.

La literalidad del texto es una advertencia sumaria, no se trata de conciliar, sino de avisar. Un mal asunto cuando se trata de la máxima institución del Estado y del Jefe de los Ejércitos. En el texto no aparecen las palabras: pacto, consenso, acuerdo, encaje, sensibilidades, diversidad, comprensión, acoger, soluciones, construir... Sorprendentes ausencias para quien reivindica el espíritu de la Transición.

El texto refleja, además, otros matices que son algo más que detalles. La alusión a los “galgos y podencos”, además de rara, es el tic propio de un aficionado a la caza, y no sé si era lo más conveniente tras sus últimos errores. Y el inicio de la carta, por ejemplo, resulta revelador: “No soy el primero y con seguridad no seré el último entre los españoles...”. Era, quizás, su manera sutil de decir “una mayoría de españoles piensa que...”. Pero aunque sea una mayoría, su misión y su función es la de representar a todos, incluidas las minorías. Si pretendía, también, reflexionar sobre las relaciones Catalunya-España, el tema es mucho más grave. Es, sencillamente, no comprender nada, o no querer comprenderlo. Esto no va de 8 millones de catalanes frente a 40 de españoles y deducir así, de manera simplista e interesada, mayorías y minorías democráticas. El Rey no puede hacer trampas.

Lo más grave está por llegar, todavía. El Rey ha anunciado que “seguirá” utilizando su página web para expresar sus opiniones. Pero esta dinámica altera, de manera muy significativa, el protocolo de redacción de sus discursos que deben ser supervisados por el Gobierno (y este lo fue) siguiendo las normas constitucionales. Esta nueva etapa introduce un elemento nuevo: el Rey opinará, independientemente, de la actividad institucional que enmarca sus declaraciones. Es decir, opinará de la actualidad más allá del tradicional Mensaje de Navidad.

Esta situación es inédita en nuestra democracia. Si alguien quería ayudar a la Monarquía, no lo ha conseguido. Y si quería ayudar a resolver los problemas, los ha empeorado. Cuando se cometen tantos errores, hay que exigir responsabilidades y no mirar hacia otro lado. El coro silencioso con el que, demasiadas veces, se contemplan las actuaciones del monarca debe dar paso a voces solventes que exijan criterio, prudencia y, sobre todo, responsabilidad. Hay cosas que no se resuelven no dándose por aludido. El golpe del Rey ha sido muy desafortunado. Impropio de alguien que ha sabido evitarlos.

El "tempo" de Aguirre

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 17 sep 2012

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Esperanza Aguirre tiene un don: conoce, perfectamente, cómo funcionan los medios de comunicación. Durante toda su larga trayectoria ha ocupado, por protagonismo e instinto político, o por sonoras “meteduras de pata” (así las ha calificado este mediodía), el protagonismo mediático. Su habilidad ha rivalizado con su torpeza, pero casi siempre ha conseguido sobrevivir a los errores, aunque no siempre haya capitalizado sus éxitos.

Hoy, de manera sorprendente, ha anunciado su dimisión. La puesta en escena ha sido sobria e inconfundible. Emocionada y serena, no ha perdido la compostura, a pesar del momento. Su tono desafiante (“me divierte mucho cuando ustedes me preguntan, sobre todo de manera incisiva”) ha sido menos altivo y ha sonado mucho más humano que nunca.

Aguirre, que siempre ha gestionado el tempo político con habilidad y determinación, parecía hoy una persona sin control de su tiempo personal. Es aquí, a la espera de nuevas declaraciones o revelaciones, donde debemos -quizás- encontrar las claves de su retirada, como ella misma ha dejado entrever con sus suposiciones. El tiempo vital de Esperanza ha ganado al tempo político de Aguirre.

Las retiradas en política son, a veces, una oportunidad. Aguirre es una luchadora infatigable, una política populista sin parangón y una extraordinaria y correosa corredora de fondo. Veremos cómo evoluciona su situación: la personal, la médica y la política. Pero ella no abandona nunca, que nadie se confunda. Un reloj de pulsera, con una vistosa correa con la bandera de España, le acompañaba en este momento difícil. Aguirre no improvisa. La hora de España está en su mano.

Aguirre se retira y el PP pierde una Presidenta y un liderazgo político inclasificable. Rajoy no contaba con ella, pero sin ella está más solo que nunca. En política, tus adversarios dan la medida de tu liderazgo. Sin Aguirre, Rajoy no tiene el camino más libre, sino más tumultuoso.

"Ya les he dicho que para mí es una decisión trascendental pero para los ciudadanos es anecdótica" ha reconocido Aguirre en un gesto de humildad que ha sonado sincero. Conocedora de la brevedad del éxito y del fracaso, aspira a ganar tiempo, o a luchar contra él, en medio de la indiferencia, la añoranza o la crítica de los ciudadanos: "En política no se puede agradar a todo el mundo", ha sentenciado.
El final de su rueda de prensa ha sido tan práctico como, quizás, involuntariamente metafórico: “¿Algo más?” ha preguntado y, casi sin esperar respuesta, se ha levantado con un “muchísimas gracias”. Justo las palabras que el apresurado y rutinario comunicado del Partido Popular no ha sido capaz de escribir. Reconocer no es lo mismo que agradecer.

Aguirre se despide a su estilo. Sin ceder nunca, sin dar un paso atrás. Su política ha sido un fiel reflejo de su personalidad: oportunismo, coraje, prepotencia y carácter. La Presidenta se va, pero Aguirre nunca se retira.

 

Fuente de la imagen: B. Pérez/Atlas - El País

15S: mareas y mareos

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 15 sep 2012

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La palabra ‘marea’ está de moda. Mareas negras (servicios públicos), verdes (educación), moradas (mujeres), naranjas (servicios sociales y dependencia), blancas (sanidad)… han inundado las calles de Madrid hoy en la convocatoria del #15S. Juntas, han mostrado un arco iris en defensa del modelo social, en contra de las reformas (+recortes) del Gobierno del presidente Rajoy, y han exigido un referéndum vinculante para validar o no el actual rumbo que marca el Gobierno. Rajoy ya no podrá volver a decir que nadie se lo ha pedido.

Las mareas van y vienen. Suben y bajan, pero son incesantes, nada las detiene. Son una de las manifestaciones de la naturaleza más sorprendentes y fascinantes. Capaces de hacer retirar el mar de la costa, capaces de cubrirla. Así son hoy las mareas cívicas y democráticas de nuestra sociedad. Se retiran, pero vuelven y -a veces- con más fuerza. Del #15M al #15S. Dieciocho meses de reencuentros de los retales sociales y políticos con los que se están construyendo nuevas realidades de acción, propuesta y, quizás, representación política.

La expresión ‘marea’ para definir estas nuevas marchas, manis o concentraciones está muy bien utilizada y es muy pertinente. Visualiza, con gran plasticidad, la acción política como un oleaje (incesante) y como una subida del nivel del mar (nuevas mayorías, nuevas conciencias, nuevos hartazgos). Una acción política que redescubre el ARTivismo político como una forma más lúdica, participativa e inclusiva de la acción política reivindicativa. Compartir colores (en las camisetas, en las gorras, en los carteles) te identifica y te singulariza. Y permite una rica gama de creatividades y plasticidades en la construcción de mensajes, ideas, símbolos de la nueva acción política.

La ‘marea’ del #15S ha tenido, también, su dimensión digital. No me refiero solo a la gran calidad de hashtags y tuits de gran potencia viral que, junto a otras redes sociales, han contribuido poderosamente al éxito de la convocatoria y la difusión de sus propuestas, sino a la creación del concepto “columna digital”. El #15Scolumnavirtual ha triunfado como expresión de síntesis de la nueva realidad: la que no separa la presencial de la digital, sino que las integra para dar un sentido más completo, profundo y contemporáneo a lo que entendemos por “real”. Hoy muchas personas han participado en la marcha de Madrid gracias a las redes sociales. Y no son sofactivistas acomodaticios de tuit fácil y superficial.

La marea social ha inundado las calles. Veremos la respuesta del Gobierno, del PP y -especialmente- del presidente Rajoy. Esta semana ya tuvo un reflejo provocador y pedante cuando calificó de “algarabía” la manifestación del #11S en las calles de Barcelona. Si aquella histórica y desbordante manifestación fue simplemente ruido, no me atrevo a imaginar qué pensará de la concentración de hoy. Espero que además de prudente, sea respetuoso, consciente y receptivo, y que no se limite a dar como respuesta la irreversibilidad de las reformas (+recortes) realizadas, anunciadas (y previstas). Mostrar insensibilidad e ignorar a la sociedad, agravaría el foso de desconfianza en su capacidad de liderazgo. Un líder no lo es por lo que hace, sino por cómo lo hace.

Ignorar la marea puede derivar en un grave mareo democrático: pérdida del sentido del equilibrio e indisposición permanente. Si Rajoy se aferra al destino como inexorable y presenta la política como la mera ejecución de lo que no se puede escoger o decidir, este mareo acabará en náusea. Y no será la suya.

(Fuente de la fotografía: Claudio Álvarez)

Esperando a Rajoy

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 10 sep 2012

Rajoy

Hemos esperado seis meses para la entrevista al presidente Rajoy y el resultado ha sido decepcionante, previsible y sin titulares. La primera pregunta ha sido corta, directa y clara… y Rajoy ha tardado más en iniciar la respuesta que la periodista María Casado en formular la pregunta: “¿Habrá rescate?”. El titubeo balbuceante y el silencio atronador del Presidente en esta primera pregunta ha sido, quizás, el titular de la noche. O no dice lo que sabe, o no lo sabe. Preocupante.

Rajoy ha ido preparado a la entrevista con un repertorio de respuestas, latiguillos, datos y ejemplos (cada vez más desgastados) ya conocidos o utilizados en otras ocasiones. Y dispuesto a reiterarlos, fueran cuales fueran las preguntas. Esta sensación de “dejà vu” ha pesado como una losa en la entrevista. El formato empleado (cinco periodistas, más la presentadora) ha tenido la virtud de la pluralidad informativa, pero le ha hecho perder intensidad periodística a pesar de la garantizada experiencia y calidad de los entrevistadores.

La afirmación de que “muchas veces no lo estamos sabiendo comunicar bien” es una ligera autocrítica que se ha visto confirmada hoy, también, por la baja capacidad persuasiva del Presidente, a pesar de su correosa actitud no verbal. Rajoy ha insistido en la línea de la irreversibilidad del camino iniciado, de la imposibilidad de cambiarlo y de la inevitabilidad de las medidas. Las tres “íes” de Rajoy. Al Presidente, aunque diga que comprende el malestar, le irrita (cada vez más) que la opinión pública no “comprenda” que no hay otro camino. La frustración parece adueñarse, a veces, de su ánimo. Está a punto de formular un “no me entienden”.

Esta sensación de incomprensión puede arrastrar al Presidente a la melancolía (“me hubiera gustado que esta entrevista hubiera servido para…” ha dicho al final), y a una extraña sensación de soledad que confirme lo que parece que tiene muy interiorizado: la comunicación, su presencia pública, ni le ayuda ni le conviene.

Rajoy no cree en las capacidades para generar cambios y soluciones de la comunicación política. La magnitud de la tarea a la que se enfrenta reclama la máxima concentración y dedicación y, quizás, piensa que la comunicación le distrae y le entretiene. Pero es justo lo contrario. “Esa extraña manera de comunicar”, como así afirman los centros de poder europeos al describir la estrategia de Rajoy, es parte del problema. Rajoy necesita que le entiendan (a él) pero debería esforzarse en que comprendamos y compartamos sus propuestas más que sus intenciones, cautivas y obligadas, por otra parte.

Hemos esperado seis meses para tener una entrevista en la televisión pública. El retraso es inexplicable o genera dudas razonables sobre las auténticas motivaciones de la tardanza.

Demasiado tiempo esperando para estos escasos 50 minutos previsibles.

 

Fuente de la imagen: EFE / El País

Comprendiendo a Merkel

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 06 sep 2012

Merkel. Fuente Reuters

“La fe en Dios me facilita muchas decisiones políticas”, reconoce Angela Merkel en una biografía de Volker Resing con un título que evoca un juramento: “Así espero hacerlo, con la ayuda de Dios”. El libro, que arrasa en Alemania,  está estructurado como una conversación íntima con Merkel y explora e identifica una de los pilares más básicos de su personalidad: cómo su visión religiosa impregna su carácter.

Merkel, hija de un riguroso pastor protestante (“misionero” en la ex República Democrática Alemana), es una luterana creyente que juró su cargo -es la primera mujer en asumir la jefatura de gobierno desde que nació el Estado alemán- invocando la ayuda de Dios. La actual canciller vivió su infancia y juventud en una isla religiosa inmersa en un mar comunista. Estar sola, aislada, desafiando lo establecido, es la norma en su trayectoria vital. Lo fue en la escuela y la universidad, lo fue también en su partido. Lo es en la política. “La fe me enseñó que nadar a contracorriente puede ser lo adecuado”, afirma sin vacilar. La desconfianza y la perseverancia son las vigas maestras de su personalidad.

En 1986, Merkel se doctoró en Física con una tesis titulada “Investigación de las reacciones de desintegración con ruptura de enlace y cálculo de las constantes de velocidad basadas en métodos químicos, cuánticos y estadísticos en hidrocarburos simples”. Mereció un sobresaliente. Conoce bien las consecuencias de la desintegración.

También conoce muy bien el valor exacto de los compromisos y las palabras. En alemán, los términos ‘deuda’ y ‘culpa’ comparten la misma palabra: schuld. No es una casualidad menor. Es una manera de entender la vida. Si estás en deuda, es que quizás cometiste un error y eres culpable. Así habla Merkel. No es de extrañar que piense así. Se casó en 1998 con Joachim Sauer, catedrático de Química, y no adoptó su apellido porque sauer significa ‘agrio’. Habría sido demasiado.

The Economist, en un artículo imprescindible sobre las relaciones entre fe y economía, analiza el ritual de la absolución de los pecados en la fe protestante, y lo vincula con las opciones económicas. El perdón, para los protestantes, no les es otorgado tan fácilmente como en la religión católica. Para Merkel, la redención pasa por el sacrificio, el esfuerzo y el dolor. Nada de bulas, ni comprar absoluciones ni licencias. Nada que valga la pena puede ser fácil, ni cómodo.

La influencia de la moral protestante en la política económica alemana es central. Max Weber, que ya en 1904 escribió su clásico ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo, explicaba -con precisión- cómo la prosperidad de los protestantes alemanes (en comparación con la de los católicos) no era posible comprenderla sin una profunda explicación religiosa.

Merkel es protestante. Rajoy es católico. Al Presidente se le escapa, con demasiada facilidad, la popular y castiza frase de hacer las cosas “como Dios manda”. Para Merkel, Dios no es un chascarrillo, y hacer lo correcto es la única manera de hacer bien las cosas. Y solo el esfuerzo es el camino seguro para el éxito. “Tenéis que ser mejores que los demás; si no, nunca os permitirán estudiar”. Con esta frase su madre despedía cada mañana a sus hijos cuando salían de casa. Seguro que todavía la recuerda cuando se levanta temprano.

Este verano, Rajoy descansó en el Palacio de las Marismillas en el interior del Espacio Protegido de Doñana. Tras su paso por la localidad onubense de Almonte, que el pasado mes de agosto acogía la celebración del Rocío Chico, dijo: "A veces estamos pensando siempre en lo material, y al final los seres humanos somos sobre todo personas, con alma y con sentimientos, y esto es muy bonito y me reconforta mucho". Pero hoy, con Merkel ha hablado de cosas materiales. Muy materiales. Veremos si sale tan reconfortado.

La canciller alemana confesó, en una entrevista, que a una isla desierta se llevaría una Biblia. Para matizar esa declaración tan religiosa, añadió que no le vendrían mal un móvil, una vela y un cuchillo. Esa es Merkel, la que combina la fe, la palabra, la previsión… y un cuchillo para cuando haga falta. Hoy llega Merkel a nuestra isla hispánica. Veremos qué lleva Angie en el bolso.

 

Fuente de la imagen: Reuters

Rajoy, la realidad y el deber

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 02 sep 2012

Golpe de audacia de Rajoy: "La realidad me ha impedido cumplir mi programa electoral", ha dicho hoy el Presidente en una entrevista. Se acabaron -parece- los eufemismos y las fintas. Y, en pleno desafío, ha afirmado: "Estoy convencido de que cumplir con mi deber me llevará a volver a ganar las elecciones".

Estas dos afirmaciones son un cambio muy importante en el discurso oficial que hasta la fecha había sostenido el Presidente. Ya no habla del pasado, sino del presente. El aumento de volumen crítico de Alfredo Pérez Rubalcaba, unas horas antes, en el que acusaba sin miramientos, de “mentir y engañar” obligaba a Rajoy a responder a la grave acusación.

La estrategia de Rajoy se alimenta de la tesis de lo inevitable. No puedo hacer lo que quiero (o prometí), sino lo que debo. El deber disociado del compromiso y de la voluntad. El deber condicionado: el determinismo histórico.

La apuesta de Rajoy es interesante desde el punto de estrategia de comunicación, y -evidentemente- cuestionable desde la lógica política. Y abre preguntas muy de fondo sobre la ética del deber. Supongo que el Presidente se habrá armado intelectualmente (histórica y filosóficamente) para abordar un desafío de tal envergadura intelectual.

Resulta sorprendente que, cuando no hace ni un año de las elecciones, Rajoy hable del resultado de los próximos comicios y se presente, sin dudarlo, como futuro ganador. La formulación de la frase no deja dudas: no es un deseo, ni una voluntad, sino una afirmación rotunda. Casi tan inevitable como hacer lo que deba aunque no sea en lo que crea o haya ofrecido.

Las preguntas se agolpan: ¿puede un Presidente ser efectivo haciendo algo en lo que no cree o no quiere?, ¿puede el deber ser vivido como una responsabilidad sin la fuerza de la convicción y la coherencia?, ¿la realidad que le obliga a cambiar de políticas no es, también, un argumento para cambiar de protagonistas y de responsables?, ¿se puede ser Presidente cumpliendo tu misión en contra de tu propia voluntad o compromiso? Es evidente que Rajoy deberá profundizar en las respuestas, haciendo un ejercicio pedagógico inusual, si no quiere que estas palabras sean su epitafio o la punta de lanza de la crítica social, política y mediática.

Lo último que le falta a la política, además de ser irrelevante (que es en el fondo lo que constata la afirmación de Rajoy), es que sea percibida, también, como un fraude. El Presidente deberá esforzarse en justificar cómo y por qué es aceptable democráticamente que pueda seguir con sus responsabilidades contra su voluntad y sus convicciones. El realismo político -“la realidad”, en sus palabras- obliga, más que nunca, a ejemplaridad, humildad y reconocimiento de errores. Si quiere cumplir con su deber, deberá tener mayoría ética y un renovado pacto social. Para cumplir con su programa ya tenía la mayoría parlamentaria. Pero, ahora, las ecuaciones han cambiado.

Si gobernar en esta situación económica era difícil, intentarlo en este “encuadre moral” (el deber) será una proeza o un descalabro total. Veremos.

El País

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