Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

La Monarquía recibe a la Generalitat

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 31 ene 2013

Escudo_de_Espana_def

Hoy ha sido el día. El Jefe del Estado ha recibido al President de la Generalitat de Catalunya, que ostenta -además y paradójicamente- la representación ordinaria del Estado en Cataluña. La Generalitat como Institución, hay que recordarlo, está formada por el Govern, el Parlament y el President (Artículo 2 del Estatut d’Autonomia de Catalunya). Distinción, identificación y configuración que articulan una concepción del autogobierno muy específica y con larga y profunda tradición en el mundo simbólico del poder y su representación en Cataluña. Es decir, que la Institución es algo más que un gobierno, de la misma manera que su President, sea cual sea su orientación o fortaleza política, es algo más que su jefe.  

Es el día, también, en que el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, recibirá un informe de la Abogacía del Estado con los escenarios y las sugerencias posibles para impulsar un recurso -o reacciones- a la «Declaració de sobirania i el dret a decidir del poble de Catalunya» aprobada por una amplia y legítima mayoría en el Parlament de Catalunya. La impugnación frente al Tribunal Constitucional es una de las opciones. Escenario que contrasta con la opinión jurídica y política mayoritaria (aunque con algunas notables excepciones) que cree que una declaración sin «valor jurídico» tiene una gran «dificultad técnica» para que prospere la impugnación en el Alto Tribunal.

El posible recurso no coincidiría, claramente, con la opinión del propio Rajoy, que se atrevió -simplificadora y, quizá, provocadoramente- a afirmar que «la declaración no sirve para nada». Si no sirve, ¿para qué impugnarla? Se me ocurren muchas maneras de decirlo, pero ninguna tan agria y despreciativa. Y tan equivocada. Negar el valor político a una Declaración como esta, con la excusa de su irrelevancia jurídica, es un gran error que alimenta las pasiones, no las razones. Alimenta el recelo, no el acuerdo.

Hoy -nunca como antes- las personas que representan a nuestras principales instituciones políticas y públicas han entrado en un grave proceso de deterioro de su credibilidad. Las dudas se ciernen sobre ellos y amenazan el cumplimiento de sus funciones con la eficacia y el sentido de la responsabilidad que se les exige. El desinterés por la política ha dado paso a la irritación y la vergüenza. Los grandes retos políticos que tiene nuestra arquitectura institucional (¡Resetear España!) deben resolverlos, precisamente, políticos con una imagen destrozada por la duda, la acusación, la revelación de datos y hechos que, supuestamente, les comprometen ética y jurídicamente y, también, por el descrédito colectivo que tiene la política democrática.

El monarca y el President se han visto en audiencia oficial. Sería deseable que la formalidad exhibida abriera un espacio sincero de discusión y reflexión. Veremos. Artur Mas, que hoy celebra su cumpleaños, ha afirmado -minutos antes de ser recibido- que la cita «es un buen regalo de trabajo y cortesía, que no es poco... Y de diálogo».

La duración del encuentro (45 minutos), su escenificación (cordial y previsible) y las declaraciones posteriores (que no han existido) podrían definir qué margen tiene la Corona para ocupar un lugar mediador o conciliador, que su posición institucional debería favorecer, o bien si formará parte de la misma respuesta (jurídica, política, institucional) que el Gobierno va a liderar. De momento, no hay pistas.

El Rey se encuentra frente a un reto, que es también una oportunidad. Aunque piense lo mismo que Rajoy, supongamos, lo importante es saber si dirá y hará lo mismo que este: ningunear la realidad que le presenta el President. Este es su desafío institucional. De momento, no hay declaraciones públicas. Es, quizá, una buena señal. Hablar para sumar, siempre. Y evitar hacerlo, si no hay acuerdo.

Videopolítica alternativa

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 27 ene 2013

La foto

Hace pocos meses, Rosa Borge, Ana Sofía Cardenal y Claudia Malpica, tres investigadoras de la Universitat Oberta de Catalunya y la Universidad de Salamanca, publicaron en la revista científica del CSIC (ARBOR, Ciencia, Pensamiento) un importante estudio: «El impacto de Internet en la participación política: revisando el papel del interés político». Sus resultados demuestran que la red tiene un efecto positivo sobre la participación (política), independientemente del interés inicial de los usuarios de Internet por la política (formal). La causa estaría en la gran cantidad de estímulos que aparecen en la red relacionados con este tema.

Este efecto positivo en la toma de conciencia (y responsabilidad) política de los usuarios de Internet, abre nuevas esperanzas y posibilidades para recuperar y residenciar en la acción política las energías democráticas de gobernabilidad de los intereses colectivos. La dinámica «más conexión – más participación» genera un entorno favorable a la politización de nuestras vidas y nuestras relaciones. Caminos paralelos que se entrecruzan en nodos públicos digitales: compartir conocimientos (relaciones, ideas, emociones) es el ADN imprescindible para una visión colectiva (política) del futuro individual. Lo social se abre paso tras un abrumador dominio conceptual y cultural de lo individualista (a no confundir con lo personal).

En este entorno fértil, la videopolítica alternativa se abre paso con fuerza y determinación. Ciudadanos que toman la palabra… y ahora, también, la  voz y la imagen. Los videoblogs recuperan un renovado protagonismo del que no se sustraen ni los políticos más formales o analógicos. El imparable y extraordinario éxito del contenido audiovisual, sea en su versión de uso (cada día se reproducen más de 4.000 millones de vídeos en YouTube) o en su versión de consumo (más de cuatro horas diarias de televisión en España), no deja lugar a dudas: pensamos lo que vemos.

En este contexto, la experiencia de éxito «Cafè amb llet» es muy significativa: medio millón de visitas para un videoblog en catalán y con una denuncia política desde el sofá de casa no es un tema menor. «Al poder hoy se le cuestiona hasta con un vídeo», afirman. Ellos han demostrado que el sofactivismo no siempre es comodidad de estetas de la política: es riesgo y eficacia, también.

Su denuncia sistemática de casos de corrupción en la sanidad catalana ha resquebrajado la espiral del silencio, con el que muchos temas que afectan a los gobiernos se impone entre los medios de comunicación públicos y privados. Su persistencia y su habilidad (estilo muy personal, guiones muy directos, escenificación de una simplicidad provocadora) han hecho que sus vídeos hayan corrido como la  pólvora en Internet y en las redes sociales. Se puede romper el muro de la opacidad. Y lo han demostrado. Desde The Washington Post hasta la televisión pública finlandesa se han hecho eco de sus denuncias. También la Oficina Antifraude de Cataluña.

La videopolítica se abre paso con fuerza en varias direcciones. Al uso creciente de la misma, en campañas electorales por parte de las fuerzas políticas (también para la dinamización interna de los propios partidos), hay que añadir los videoblogs políticos, los vídeos de denuncia (que pasan por la sátira y el humor irreverente), las nuevas oportunidades para el activismo que puede ofrecer Vine (la aplicación de microvídeo para Twitter) y el flujo de canales alternativos que ofrece el streaming en directo (de manifestaciones y acciones políticas). Todo ello configura un poderoso sistema propio de comunicación audiovisual que permite visiones alternativas o complementarias a las versiones oficiales, mayoritarias o dominantes. Se trata de la narrativa de la multitudes. El nuevo canal.

 

 

Ja ho diuen: Beure bon vi és enteniment; el que no és bo és beure’l dolent. Vino a granel, pero del bueno’ http://bit.ly/ZFjkEr vía @el_pais

Rajoy, Bárcenas y los sobres ‘manila’

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 18 ene 2013

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno y del Partido Popular, tiene un problema y grave. Esta vez, su proverbial resiliencia y calma, que es vista -en muchas ocasiones- como inacción irritante, puede pasarle una seria factura en relación al caso de Luis Bárcenas. Sus silencios no serán percibidos como prudentes o respetuosos con los trámites jurídicos o con la profiláctica separación partido-gobierno, sino todo lo contrario: como muestra de complicidad… o de debilidad. Si Rajoy no toma la iniciativa con una ofensiva de transparencia extrema y claridad máxima, este tema puede hundirle. Y, con él, buena parte de nuestra deteriorada democracia. No olvidemos que, no hace ni tan solo un año, millones de españoles confiaron en su palabra y su oferta para salir de la crisis económica. Confiaron en él.

Este es el desafío al que se enfrenta el Presidente: qué sabía, qué aceptó, qué autorizó, qué hizo… y, también, qué nos va a explicar. Los datos que conocemos, y los que se van a ir descubriendo en los próximos días, van a cercarle. Las líneas de defensa hacen aguas con las revelaciones referentes a que alguien que no tiene ya relación con el PP sigue entrando "como Pedro por su casa" en la sede de Génova y goza de privilegios y recursos impropios para un individuo “externo” y sin “funciones”. Las preguntas ya no son dudas, ni conspiraciones interesadas alimentadas por las oposiciones, son acusaciones públicas.

Rajoy ha tomado cuatro decisiones muy relevantes, en relación a Bárcenas, en los últimos años:

1. Le ratificó en las listas electorales de 2008 (ya había sido electo en 2004) y repitió su candidatura y escaño por Cantabria en el Senado. De su etapa por la Cámara Alta no se le conocen intervenciones relevantes, ni iniciativas parlamentarias significativas. No hay rastro. Curiosamente, ha sido vocal en la Comisión de Suplicatorios (los senadores, como otros representantes legislativos, no pueden ser inculpados ni procesados sin la previa autorización del Senado, solicitada a través del correspondiente suplicatorio), la misma comisión que autorizó -en 2009- la petición del Tribunal Supremo para poder juzgarle.  

2. Le ascendió en 2008 (año del Congreso de Valencia), a pesar de que las sospechas sobre su comportamiento y actuación ya afloraban entre las bisagras del partido. En los estatutos del PP (Artículo 45), las responsabilidades del tesorero son clarísimas, así como su procedimiento para nombrarle y atribuirle competencias y funciones adicionales. El Presidente tiene la primera -y la última- palabra. Era el gerente, cargo que ocupaba hasta entonces, y Rajoy le nombró tesorero. Nunca mejor dicho. Las palabras tienen hoy, en este caso, una poderosísima carga metafórica. Los tesoros se ocultan cuando no se puede demostrar la honorabilidad ni legitimidad del botín. El hurto y el delito son la base de los tesoros contemporáneos ocultos.

3. Le defendió, públicamente, cuando las sospechas se transformaron en imputaciones y en graves acusaciones judiciales por el caso de la trama Gürtel. Rajoy afirmó, fiel a su estilo elíptico y tangencial, lo siguiente: “Nadie podrá probar que Bárcenas (y Galeote) no son inocentes”. ¿Cómo lo sabía? Y ahora, ¿puede decir lo mismo? La confirmación de que Bárcenas posee diversas cuentas secretas con cantidades exorbitantes revela, quizás, algo más que codicia personal.

4. Le pagó el coste de la defensa a cargo del presupuesto del PP, en una decisión personal y unilateral que le compromete. La número dos del PP, María Dolores de Cospedal, que nunca estuvo conforme con esa decisión, le defendió en rueda de prensa justificando "el gasto y coste" de la elevada minuta del bufete de abogados porque "ha sido durante treinta años trabajador" del partido. “El PP así lo ha considerado oportuno", afirmó sin explicar por qué el resto de implicados de la trama, incluidos Francisco Camps y Ricardo Costa, pagaban de su propio bolsillo a sus abogados. Rajoy negó, en su momento, que Bárcenas le chantajeara.   

En 2009, asediado por los periodistas en relación a su versión sobre las responsabilidades políticas por el caso Bárcenas dijo, omitiendo e ignorando las preguntas: "Buenos días, hay cosas más importantes en las que pensar". Rajoy sí que tiene cosas -y muy importantes- en las que pensar en este caso. Su credibilidad está seriamente cuestionada. Y no la recuperará con silencio sino con explicaciones.

Este mediodía, en la rueda de prensa de Soraya Sáenz de Santamaría, la portavoz del Gobierno ha manifestado que se ha visto “sorprendida e indignada” por las noticias publicadas y que ponen en riesgo el plan del Gobierno para lavar la cara a la política, los políticos y los partidos. Supongo que Rajoy comparte con ella la sorpresa y la indignación. Si es así, conviene que lo diga. Y que confirme que él también “ni escuchó, ni vio, ni supo” que hubiera sobres con dinero no declarado, supuestamente producto de redes clientelares o corruptas. Rajoy tiene una oportunidad para recuperar un poderoso discurso ético. No debe desaprovecharla. Lo dice su portavoz en relación a cómo hay que comportarse para hacer frente a estas graves acusaciones: “Ser más rigurosos y ejemplares”. En versión de María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP: “En el PP, quien la hace la paga y cada uno aguanta su vela”. Rajoy es el capitán del barco. Y una nave, en plena tormenta, no puede navegar con los mástiles y las velas sin coordinación ni dirección.

Algunos medios han publicado que Luis Bárcenas administraba una oculta y corrupta contabilidad paralela del PP para completar las retribuciones de dirigentes y empleados. Dinero negro en sobres manila, suponemos. Sin membrete, imaginamos. Sobres que ocultan la corrupción, frente a sobres que protegen la confidencialidad del voto. Secretos ilegales versus secretos democráticos. Esta es la realidad simbólica en la que nos encontramos.

En 1861, en su discurso inaugural de toma de posesión, Abraham Lincoln (precisamente, hoy se estrena un biopic en nuestras carteleras) dijo: "Vigiladme, ponedme a prueba". Este principio democrático sigue más vigente que nunca. Entre el partido y la democracia, Rajoy deberá escoger. Cueste lo que cueste. Está a prueba y le vamos a poner a prueba.

 

Política KO: democracia SOS

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 18 ene 2013

Sos

Una abrumadora mayoría de ciudadanos (96%) considera que la corrupción política en España es muy alta y, además, según indica la encuesta de Metroscopia publicada por El País el pasado domingo, devastadora. Un 63% cree que la corrupción política ha aumentado; un 54% asegura que es superior a la de otros países y un 92% deplora la lentitud de la Justicia, hasta el punto de considerar que es ineficaz para combatirla. La situación de la política y la visión que se tiene de los políticos (de casi todos, especialmente en los grandes partidos) es, pues, nefasta. Y va a peor.

Paradójicamente, España padece un nivel bajo de corrupción, en términos comparados, pero eso no es lo que piensa la ciudadanía: la percepción  mayoritaria se impone, alimentada recientemente por la irrupción de la corrupción vinculada a personas clave de nuestra arquitectura de confianza democrática. Estamos hablando de casos obscenos y escandalosos en el ámbito de la jefatura del Estado y los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, a los que hay que añadir los de los partidos políticos, donde algunos tesoreros, en vez de proteger y cuidar, saquean. Los casos se convierten en escándalos cuando quien comete la falta actúa en sentido diametralmente opuesto a sus obligaciones. Y en lugar de evitar el delito, lo comete. Esto es lo que irrita, desconcierta y subleva.

Los datos golpean y destrozan una credibilidad ya muy cuestionada. El 88% de los encuestados reprocha a los actuales partidos que miren por sus intereses y problemas y no por los de la sociedad; y el 81% asegura que crean más problemas de los que resuelven. El dato que hemos conocido hace poco sobre el hecho de que hay más de 200 cargos públicos imputados y protegidos, en tan solo cinco comunidades, consolida la idea que aflora con una virulencia extraordinaria: el 95% de los encuestados asegura que los partidos protegen y amparan a los acusados de corrupción.

El descrédito se acumula día tras día, y escándalo tras escándalo. Crece la abstención (solo un 60% de los electores iría a votar ahora mismo, según Metroscopia, un 10% menos que en noviembre de 2011) pero también crece el nivel de interés en la política, en otra política.

Como señala el CIS, el 25% de los ciudadanos está interesado en la política, unas cifras sorprendentes en un país como España. Pero este interés, y la participación, no se canaliza a través de partidos políticos -en su gran mayoría- sino en manifestaciones, quejas, páginas web y redes sociales. Los partidos, desprestigiados como representantes del pueblo, están jugando con el fuego de su deslegitimación social, y tal vez electoral en un futuro. La sorprendente reacción de acogida que el proyecto del Partido X ha despertado (no exento de dudas y reservas) estaría ofreciendo una respuesta posible a este estado de las cosas tan deteriorado e inerte.

La apolítica confortable de la época de crecimiento se ha transformado, lentamente, en antipolítica en plena crisis. Lo sabe muy bien el Gobierno, cuyo presidente tiene una valoración -entre el 1 y 10- del 2,8. Es la cifra más baja obtenida nunca por un presidente en la España democrática (Zapatero, que hasta ahora ostentaba el récord negativo, obtuvo un 3,07 un mes antes de perder las elecciones).

En este escenario, las reacciones de los dos principales partidos (y los más damnificados en términos de reputación) ha sido diferente. La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, asumiendo este descrédito como un problema democrático causado por los principales actores (los políticos y sus instituciones), ha encargado al director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (CEPC), Benigno Pendás, el diseño de una estrategia y un plan con el que intentar lavar la imagen de los políticos, reconciliar a los ciudadanos con la clase política y frenar ese sentimiento de desconfianza en las instituciones. Enmarcada en esta iniciativa, se presentaría también el resultado final de la Ley de Transparencia y las reformas para la simplificación de la Administración, sin descartar -tampoco- otras más profundas de naturaleza constitucional. En este esfuerzo normativo podrían y deberían entrar, también, otros proyectos como la reforma electoral, la actualización de la Ley de Partidos y su financiación.

El Gobierno cree que las leyes resolverán este problema. Y es cierto que siempre se necesitan mejores leyes y las más eficaces, pero la realidad es diferente: el descrédito no viene por la inexistencia de normas y reglas, sino por el incumplimiento descarado de las mismas o, incluso, por el uso fraudulento de la norma para ejercer una praxis que destroza la coherencia mínima entre lo que se dice y lo que se hace. Se trata, pues, de un esfuerzo que debe contemplar toda la cadena de valor: la norma (la ley), la pedagogía (la comunicación), y la praxis (la ética).

Y el PSOE ha presentado, casi fuera de agenda (distorsionada por su propia realidad interna), sin la escenificación debida y a través de Facebook (sorprendentemente), su formal “compromiso contra la corrupción", como un pacto abierto al conjunto de las fuerzas políticas.

Hay que parar máquinas. La bola de nieve es cada vez más grande, se mueve con mayor rapidez y su aceleración adquiere dimensiones de alud. La crítica puede derivar en linchamiento global hacia la política (y lo público) si no se actúa con celeridad. Se necesita un proceso colectivo de recuperación de la política para salvar la democracia. La política está KO y la democracia lanza un SOS.

Este proceso debe ser asumido por todos los actores, pero no necesita, aunque sea muy conveniente, la concertación y coordinación conjunta. Los códigos de conducta y de autorregulación de los propios partidos (y su aplicación efectiva y ejemplar) serían un gran paso, a los que habría que añadir una renovada norma legal compartida sobre los requerimientos que cualquier cargo público debería cumplir en el ejercicio de sus funciones. ¿Un Contrato de Servicio Público para todos los representantes políticos? ¿Por qué no?

Y, finalmente, algunos compromisos ejemplares como el de que las fuerzas políticas no indultarán a ningún político que haya sido acusado, juzgado y sentenciado por actuar delictivamente contra el interés general. Solo esto, ayudaría… y mucho.

(Fuente de la fotografía: TIME NewsFeed)

Otros títulos barajados para este post:
- El plan del gobierno
- El Gobierno tiene un plan y la democracia un problema
- La política arrastra a la democracia


La mesa plegada

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 08 ene 2013

Rajoooy
El cuerpo habla. Y mucho. La comunicación no verbal es la responsable de casi el 75% de la eficacia comunicativa de los seres humanos. El príncipe Felipe (Príncipe de Asturias y Príncep de Girona), el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el de la Generalitat, Artur Mas, junto a la ministra Ana Pastor han disfrutado de un primer viaje inaugural del Tren de Alta Velocidad hasta Figueres. Un paso decisivo para la configuración ferroviaria del corredor del Mediterráneo. El viaje ha sido rápido, pero no ha parecido cómodo. Al menos para las autoridades.

La imagen refleja muy bien el ambiente del momento (y la actitud de cada uno de los protagonistas). Estas son algunas de las claves:

1. La mesa plegada no facilita un diálogo entre todos, y resulta una metáfora de la realidad política. Juntos, en una mesa, pero plegada, con las espaldas bien recostadas sobre el asiento, buscando distancia, no proximidad. No comparten el encuentro, aunque viajen unos al lado de los otros. La rigidez de sus cuerpos es el reflejo del recelo político. 

2. Los puños cerrados de Artur Mas y del príncipe Felipe son también una señal defensiva y provocan un efecto simétrico, confrontado (al que se suma la posición de sus cuerpos), muy interesante y sugerente. La conversación que se adivina entre ellos es parte del silencio entre Rajoy y Mas.

Los puños y la posición de sus cuerpos recuerdan a un popular juego de competición que sirve para matar el tiempo y el tedio en largos viajes, o para apostar. Los jugadores tienen varias monedas en su poder y escogen un número de estas para ocultar en cada “mano”; todos ellos intentan adivinar la suma total de monedas, ocultas en los puños cerrados. El que gana se las lleva todas. De nuevo, la interpretación metafórica del momento nos ofrece pistas muy certeras de la situación: todos escondiendo sus cartas (sus monedas) y apostando fuerte. No es un juego.

3. La posición de Rajoy es un poema. Sus manos cruzadas son un anticipo de su actitud política expectante, reservada y controlada. Rajoy hace de la inmovilidad el primer movimiento. Aunque el irónico destino le lleva a viajar en Alta Velocidad. Mientras él espera, el tren ya se ha puesto en marcha. La cuestión catalana no se resolverá con pasividad, sino con iniciativa.

4. La poderosa figura del “choque de trenes” ha estado permanentemente en el relato político de los últimos meses. El hecho de ver viajando juntos a Rajoy y a Mas, en un mismo tren y en la misma dirección, es -hoy- un espejismo visual, aunque permita una breve y fugaz imagen de distensión y normalidad institucional. Pero no es suficiente.

Al llegar al destino, la voz enlatada de megafonía les habrá advertido de la proximidad de la parada final y les habrá recordado que no olviden recoger sus pertenencias. La mesa plegada facilitará la salida ordenada y sin riesgos. Estas mesas tienen su truco. Si no te coordinas bien con tus compañeros de asiento, te acabas pillando los dedos al desplegar el medio tablero o al recogerlo. Algo así deben de haber pensado, quizás. Sus miedos son parte de los problemas que tenemos los ciudadanos. Mientras ellos se observan, los problemas crecen. Habrá que esperar otra ocasión.


Fuente de la fotografía: T. Albir (Efe)

El publirreportaje del Rey

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 05 ene 2013

La primera entrevista televisada del Rey desde hace doce años ha durado, solamente, 23 minutos. Ha sido, casi, un publirreportaje. Sensación a la que han contribuido, innecesariamente, las imágenes insertadas. La negociación para acortar el tiempo y las preguntas, así como la autolimitación por parte del laureado Jesús Hermida y de TVE en abordar los temas más actuales y candentes, han jibarizado la entrevista hasta convertirla en casi una caricatura del género.

Hermida ha hablado más que el Rey (asunto que no es difícil de imaginar), pero la edición posterior ha maquillado un poco el efecto distorsionador. Aunque nada ha podido hacerse para evitar la percepción condescendiente y sumisa del veterano periodista. La gesticulación, la cadencia, el exceso de vocalización y la sonrisa boba del compañero de generación han rematado la faena. Ambos han convertido un asunto serio en una escena casi infantil. El señor -tratamiento con el que abusivamente se ha dirigido al Rey- puede estar contento, aunque quizás no hayan conseguido sus objetivos.

La Zarzuela afirma que vio una “oportunidad” en la entrevista, en el marco de su ofensiva comunicativa para garantizar un lifting institucional del Rey. Pero creo que la han perdido. No buscaban titulares, afirman los responsables de la comunicación de la Casa del Rey, pero el titular de la noche es que el Rey mantiene sus privilegios: ninguna pregunta incómoda, ningún tema inadecuado, ningún tratamiento democratizador. La Monarquía sigue teniendo trato preferencial, como en la futura Ley de la Transparencia que prevé excluir a la Institución de su control, es decir del control de los ciudadanos. Y así, con privilegios, pierde apoyos.

La realización televisiva, así como los planos, la ubicación y la disposición de los interlocutores ha sido clásica y previsible. Pero con algún desliz involuntario, supongo… Durante varios minutos, se puede observar, perfectamente, una gran bola del mundo tras el Rey. Los escenógrafos han situado España en el plano de la cámara, y con ella, parte de África (continente que ha hundido la reputación de Juan Carlos I). Un pequeño juego del destino: tras la imagen del monarca, el recuerdo de Botsuana.  

Hay algo de burla en la oferta de esta esperada entrevista. Simplemente, no lo ha sido. Sin titulares, sin confidencias, sin secretos, sin emociones… el intento de entrevista ha dejado más al descubierto que nunca sus ideas y sus fijaciones. Las históricas y las personales. También sus limitaciones.

El Rey ha recordado a su padre y su principal consejo: ser rey de todos los españoles. Parece que lo ha olvidado o lo interpreta a su manera. La reiterada crítica implícita al desafío catalán, calificado como “intransigencias que llevan a políticas rupturistas que no convienen", le aleja de la equidistancia (y la prudencia) y le sitúa, claramente, en la defensa del statu quo. La Monarquía se desliza, cada vez más, hacia la identificación compacta y homogénea con un determinado modelo de España. El Príncep de Girona lo va a tener muy difícil. Mucho.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal