Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

En manos de Soraya

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 28 abr 2013

«Cinco millones novecientos sesenta y cinco mil cuatrocientos. Esta cifra, por sí sola, refleja el aspecto más duro y dramático de la situación social y económica por la que atraviesa España». Estas fueron las primeras palabras del discurso de Mariano Rajoy en el Debate del Estado de la Nación de 2013. Dos meses después, los datos conocidos del paro agudizan la realidad: 6.202.700 personas sin ocupación. Y sin esperanza inmediata. Rajoy que utilizó los conceptos, «duro y dureza» con profusión intencionada se ha quedado corto. Esto no es duro, es insoportable.

Mariano Rajoy acumula récords. Y la novedad, en el discurso gubernamental de esta semana, es la postergación hasta 2015 o 2016 de la recuperación de empleo. Parece una rendición por incapacidad. Pero la realidad es que nadie puede esperar tanto: ni los que lo padecen directa o indirectamente, ni nuestro sistema de protección social. Mientras, Rajoy se protege tras los muros del silencio y de La Moncloa.

Los asesores y responsables de comunicación de Rajoy y del gobierno aseguran que hay una estrategia calculada y evaluada para ello. Pero: o es tan perfecta y compleja que es incomprensible para los demás y la opinión pública, o sencillamente es un espejismo. A veces, el poder produce imaginaciones o alucinaciones. No por repetir que existe esta estrategia (solo al alcance de muy pocos druidas) se convierte en realidad eficiente y eficaz. De momento, las dos únicas grandes innovaciones en comunicación política de este gobierno (y del PP) son el eufemismo y el escapismo.

No sabemos sobre qué razones demoscópicas y sobre qué argumentos políticos (y desde qué responsabilidad) se le sugiere y se le aconseja a Rajoy desaparecer. No consigo descifrar la fórmula por la cual el beneficio (político) de su ausencia sea superior al de su presencia. Pero ya no hay vuelta atrás, parece. Van a persistir en ello, aunque sea un error. Más pánico les produce cambiar de estilo y de enfoque.

El artículo 98 (Composición y estatuto del Gobierno) de la Constitución define muy claramente las funciones y competencias del Presidente: «Dirige la acción del Gobierno y coordina las funciones de los demás miembros del mismo, sin perjuicio de la competencia y responsabilidad directa de estos en su gestión». La sensación creciente de que la invisibilidad del Presidente puede alimentar la percepción de su incapacidad política no es una exageración. La hipótesis de que no dirige porque no puede (condicionantes externos), no sabe (limitaciones personales) o no quiere (decisiones políticas), crece y dibuja un escenario de brutal deterioro de su credibilidad. Rajoy se está inmolando… y lo más preocupante y desconcertante es que no parece que este sacrificio nos sirva y le sirva.

El vacío que deja Rajoy lo ocupa, con total protagonismo, Soraya Sáenz de Santamaría. En política también funciona la física, además de la química. Y como en los principios de Arquímedes, «todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical hacia arriba igual al peso del fluido desalojado», la política se comporta igual. Rajoy es un fluido desalojado. 

Soraya tiene equipo (los sorayos… y su poderoso gabinete), estilo político, capacidad técnica y habilidad mediática. Buenas relaciones internacionales y despierta el interés y el elogio de Angela Merkel. Ha ganado la batalla de la interlocución y coordinación del gabinete, más allá del cargo. A la que hay que sumar la de la representación y visibilidad política del PP. Rajoy, que ama la previsibilidad como antídoto a la creatividad, está viendo cómo la cadencia temporal de las ruedas de prensa de los viernes tras el Consejo de Ministros se han convertido en el diapasón del PP, no solo del Gobierno. Marcan el ritmo y el compás frente a los desatinos y desafinos de María Dolores de Cospedal. Son el reflejo del poder. Estamos en manos de Soraya.

Ulrich Wilhelm (portavoz oficial de prensa y secretario de Estado de Angela Merkel en 2008) decía que «el portavoz de gobierno es limitadamente el mediador entre el poder ejecutivo y el cuarto poder». Pero Soraya no es la portavoz, es la voz del Gobierno. Soraya no media, dirige.

Comparecencias: visualización y transparencia (mAPo)

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 23 abr 2013

MAPo

mAPo (Idea: Antoni Gutiérrez-Rubí. Diseño y desarrollo: Bestiario, con la herramienta quadrigram)

Centrados en el qué, quién, cuándo y por qué no debemos olvidar el cómo. Daniel Innerarity, reflexionando sobre las posibilidades y los límites de la Ley de la Transparencia, destaca que «las sociedades avanzadas reclaman con toda razón un mayor y más fácil acceso a la información. Pero la abundancia de datos no garantiza vigilancia democrática; para ello hace falta, además, movilizar comunidades de intérpretes capaces de darles un contexto, un sentido y una valoración crítica». Ciertamente es así. El valor de los datos, que debe aportar la nueva Ley de Transparencia, reside en las posibilidades que estos proporcionarán a la ciudadanía para explicarse mejor.

Un primer elemento a considerar es la usabilidad de la información que la transparencia debe aportar. Como argumenta Innerarity, la vigilancia y la participación —añado— democrática de los grupos de interés es básica para que la transparencia de la información se dote de valor. De todas formas, en este punto, hay que considerar la usabilidad que damos a la información pública. Si los formatos utilizados no son fácilmente comprensibles, estaremos minando la aproximación de los agentes que deben aportar valor a nuestra calidad democrática.

La Ley de la Transparencia debe ser clave en esta legislatura. Hay un gran interés por parte de la ciudadanía para reactivar los cimientos de la democracia a partir de la oportunidad que supone la apertura de datos. Organizaciones como la Fundación Civio, a través de proyectos como Tu derecho a saber o Qué hacen los diputados, acuñan este sentir, como lo hace también la iniciativa Sueldos Públicos. Aún así, la participación en el propio proceso de debate no es fácil. Los contenidos de las propias comparecencias son difíciles de encontrar. Si el acceso a la documentación no se hace de forma amable, se veta la participación y la propia transparencia.

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Peligrosas palabras

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 16 abr 2013

Hemos cruzado una línea. Cuando se insulta —gravemente— a los ciudadanos a los que se debe representar o servir, se pierde algo más que la moderación exigible a todo servidor público. Se rompe el nexo democrático que une la política con la legitimidad. Cuando se pierde el respeto a los ciudadanos, no se puede pretender que estos te respeten.

La ofensiva verbal contra los escraches, sus líderes y sus causas no es casual, ni es espontánea. Obedece a un plan. Profundamente equivocado —y peligroso— pero un plan. Saben lo que hacen, aunque no sepan lo que dicen. Las palabras se contorsionan hasta más allá del error y el exceso. Se vuelven irreconocibles. Y, sin ellas, no hay política. «En el mundo académico las ideas falsas no son más que falsas, y las inútiles pueden ser divertidas, pero en la vida política pueden arruinar la vida de millones de personas», afirma Michael Ignatieff. Y no le falta razón.

Persistir, conscientemente, en la distorsión del lenguaje es extraordinariamente grave en política. Sin contención responsable te conviertes en un hooligan y en un pirómano. La moderación del lenguaje es el pilar central sobre el que construir espacio público democrático. La ponderación y la ecuanimidad completan los fundamentos de lo público porque privilegian los argumentos a los prejuicios. Romper deliberadamente esta base es perverso e irresponsable. No hay arquitectura democrática sin cultura democrática. Decía Abraham Lincoln que «hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios». Hay quien no ha comprendido que la misión de un servidor público es incompatible con la de un agitador.

María Dolores de Cospedal ha cometido tres errores: ha exagerado, ha manipulado y ha humillado a las personas a las que ha acusado. Los escraches son discutibles y, probablemente, perjudican —involuntariamente— a la causa que defienden, pero no son fascistas, ni terroristas. El nazismo es otra cosa. Y mentarlo sin pudor, ni rubor, es obsceno. Cuando un dirigente político de su responsabilidad confunde tan intencionadamente la realidad deja en evidencia, para la mayoría de la opinión pública, algo más que su incapacidad: muestra su moralidad.

Este paso, quizá, invalida para la gestión política (además de desacreditarla), a la secretaria general del primer partido del país. No es un tema menor. Y dejará una larga huella sobre su trayectoria y su mentor. Se impone una rectificación formal y estratégica. De Cospedal es la colaboradora «excepcional», que nunca le ha dicho que «no» al Presidente. Y un «magnífico ejemplo a seguir», afirmó rotundamente Rajoy hace pocas semanas, en plena crisis por la gestión del caso Bárcenas. Pero sin criterio propio (o sin capacidad o voluntad para tenerlo, para decir sí o no, según la situación) no hay discernimiento y, sin discernimiento, no puede haber ni se puede ejercer la responsabilidad. Esta es la cruda realidad. Y este es el mensaje de fondo que queda.

Aquel elogio gallardo, que ensalzaba la lealtad y la valentía, se torna —progresivamente— en una sombría revelación. Y abre muchas preguntas sobre el modelo de liderazgo y de relación que establece el Presidente. «Esas lealtades fieramente incondicionales —a un país, a Dios, a una idea o a un hombre— han llegado a aterrorizarme», decía Toni Judt. Cuando una cooperación política y personal se basa en la adhesión incondicional, la ciencia política sí que tiene un nombre muy preciso para ella.

Rajoy debe pedir a la mujer que nunca le ha dicho que no que cambie esta línea argumental y olvide este estilo provocador. O de lo contrario, muchos ciudadanos pensarán que no quiere pedírselo. O no puede. O no le conviene.

Política zombi, política plasma

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 07 abr 2013

El diccionario lo tiene claro: zombi es una «persona que se supone muerta y que ha sido reanimada por arte de brujería, con el fin de dominar su voluntad», y en su segunda acepción es un «atontado, que se comporta como un autómata». ¿Está zombi nuestra política institucional?

La pregunta es pertinente. Cada semana que pasa supera a la anterior. Y los datos siguen cavando una fosa insondable. «Hundir» es el verbo de referencia. Se hunde el apoyo al Rey, se hunde la preferencia por el bipartidismo, se hunde la confianza en nuestras instituciones y nuestra democracia. Tanto socavón deja un paisaje parecido al lunar o bélico. Nuestro suelo democrático se resquebraja, se cuartea, se desgarra. Sin suelo no hay arquitectura institucional.

Mientras esto sucede, el Presidente del Gobierno nos ha ofrecido una brillante solución: no hacer nada. «No está previsto absolutamente nada de lo que usted ha planteado», contestó esta misma semana a las preguntas de un periodista sobre posibles reformas o iniciativas para hacer frente a la crisis de la Monarquía. Rajoy no prevé ninguna reforma, o no cuenta sus movimientos. La filtración interesada, al día siguiente de estas declaraciones y de la imputación de la Infanta Cristina, es un signo de debilidad y, sin lugar a dudas, un bochorno. ¿Ha tenido que llegar la imputación? ¿Quién negocia qué?

Rajoy sigue confiado en su inercia política y temporal que le lleva a no hacer movimientos cuando todo se tambalea. Un pensamiento que nutre su filosofía en la climatología. No hacer nada cuando las circunstancias son adversas. Su confianza en el carácter redentor del tiempo es pétrea. Algo parecido le pasa a Alfredo Pérez Rubalcaba. El Presidente piensa que, con el tiempo, el hundimiento del suelo, de las paredes o del techo de la política institucional no le afectará… Quizá cree que puede levitar. Pero no. La opinión pública empieza a pensar, casi irreversiblemente, que solo su automatismo zombi le mantiene en pie. Pero que ya no hay vida (política).

El Rajoy catódico, el que vemos y escuchamos a través de un plasma (en una insultante versión de una rueda de prensa), alimenta esta visión y percepción de transrealidad con su superposición en pantalla. El monitor no reproduce lo que dice, no traslada su realidad, le sustituye. ¿Se ha dado cuenta? Se comporta como un ser vivo y real, pero parece de ficción. El plasma le deja sin alma. Urge salir del mundo zombi… y volver al de los vivos. Puede y debe.

Filosofía zombi es el reciente y sugerente libro de Jorge Fernández Gonzalo, finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2011. El autor afirma que «por eso en estos tiempos importa el zombi, (…) importa la política como espectáculo televisivo, no como programa electoral. Vivimos una especie de deontología hipermediática que nos desvincula del acontecimiento». Rajoy debe volver a los acontecimientos, a todos. A la realidad. Ignorarla, menospreciarla o evitarla no resuelve nada. Y dedicar la misma energía a la prima de riesgo que a la política en riesgo. El combate contra el rescate económico no será nada al lado del rescate político y democrático. El pozo no puede ser más hondo. ¿O sí?

Estamos en una encrucijada grave. Sin Rey y sin Presidente, no hay soluciones a las tres crisis simultáneas: la económica, la política y la institucional. La política zombi no resuelve nada, alarga la agonía. Caminas, estás en pie… pero inerte y sin sentido. Y así no va. O no vas a ninguna parte. Solo te atrapan las pesadillas.

Dime qué piensas, please

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 03 abr 2013

Infanta_cristina


Mientras el Rey sigue su proceso postoperatorio, el juez Castro ha decidido, finalmente, imputar a la infanta Cristina en el ‘caso Urdangarin’. El juez se ha tomado su tiempo, por método procesal y actitud garantista. La imputación culmina —y a la vez abre— una etapa. Todos los miembros de la junta directiva del Instituto Nóos están imputados, incluido Carlos García Revenga, el primer empleado de la Casa del Rey imputado en un proceso judicial, y que entró a su servicio en La Zarzuela hace casi 20 años.

Las nuevas pruebas (los correos aportados por Diego Torres, otro de los imputados) han sido, quizá, decisivas para la decisión del juez, tal y como deberá constar en el auto judicial. En uno de ellos, Iñaki Urdangarin se dirige a su esposa por correo electrónico pidiéndole consejo sobre unas actividades relacionales y promocionales de su lucrativa organización, al tiempo que se disculpa por no haberla informado antes: "Gracias mi amor, a veces por no saber lo que piensas voy más perdido, pero mi reacción no es la de dejarte así". Y concluye con un "Léelo y dime lo que piensas, please". Parece que hay amor, explícito e implícito, en la correspondencia. Pero también cooperación, colaboración y posible relación jerárquica. Y esto es lo nuevo y grave para quien había pasado como una esposa que ignoraba todo. Amor ciego, le llaman. Ahora sabemos que, posiblemente, haya algo más que amor.

Este golpe no es, por posible y previsible, menos doloroso y brutal para la imagen de la Corona y del Rey. La infanta decidirá su suerte el próximo día 27, día de su declaración ante el juez. Pero Juan Carlos I, y la Casa del Rey, no puede aguantar 25 días más sin dar explicaciones. Y sin tomar la iniciativa y ofrecer una salida al estado de shock institucional en el que nos encontramos. Además, otras informaciones han socavado más el agujero de confianza política entre la ciudadanía y el Jefe del Estado.

El deterioro es profundo. Y reclamará medidas de choque excepcionales e históricas. Todo lo contrario de lo que va a suceder: se utilizará el derecho a la presunción de inocencia y el carácter preliminar del proceso judicial para no mover ficha, resistir, y protegerse tras la responsabilidad de los partidos mayoritarios y del Gobierno. Pero nos encontramos en el caso de la teoría del ahogado: si le das la mano, te hundes con él. Necesita un salvavidas y una boga. La democracia española está por encima.

El Rey debe contemplar y completar su rehabilitación física con la rehabilitación política de la Institución. Curiosamente, la misma palabra sirve para lo físico, lo ético y lo político. También para lo judicial, pero esto veremos si sucede y cómo. La rehabilitación personal difícilmente podrá tutelarla y pilotarla. Pero ahora toca hacer historia, antes de sucumbir a ella.

El Rey debe pedir comparecer ante el Congreso de los Diputados para dar explicaciones (todas), proponer soluciones (abdicación, regencia o continuidad) y ofrecer una amplia gama de reformas, una auténtica transición de la monarquía hacia un diseño institucional más acorde con los tiempos y la sociedad española. Se trata de una medida excepcional que puede hacerse sin humillación, pero que rescataría la dignidad perdida. Aunque sea duro, puede ser necesario. El Congreso, representante de la soberanía de los ciudadanos, sabrá encontrar el formato más adecuado para este momento excepcional. Sin servilismos ni privilegios innecesarios, pero con sentido común.

Un gesto así, un gesto sincero, profundo, real… haría grande al Rey. Nos daría una oportunidad democrática y política. Residenciaría en las Cortes, y no en los juzgados, el futuro de la Jefatura del Estado y nos permitiría preguntarle, directamente: Dime lo que piensas, please.

Fuente de la fotografía

Política y yates

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 01 abr 2013

Todos tenemos un pasado. Pero para un político, casi siempre, su pasado es su futuro. Y tiene toda la razón Alberto Núñez Feijóo cuando dijo, en 2009: «Un alto cargo no puede estar en malas compañías». Cuesta comprender que, con semejante techo de vidrio, Feijóo no dudara en lanzar piedras contra el tejado del candidato del BNG en la campaña de aquel año, con relación a otras fotografías, con yate y personaje turbio incluidos en el encuadre. Las palabras, en política, como sucede con el pasado, también vuelven… y nos recuerdan —hasta avergonzarnos— que la moral pública exhibida en su momento como virtud o mérito, no resiste la verdad —y el contraste— de la moral privada revelada o descubierta.

El poder político siempre se ha sentido acomplejado con el poder económico, y con su versión lujosa y opulenta. Las diferencias de ingresos entre nuestro cargo público mejor pagado y las nóminas, incentivos, bonus, stock options e indemnizaciones que se manejan entre los responsables de corporaciones (no necesariamente grandes) es abismal. Debe ser duro —y tentador— no asociar dinero a poder. Duro pero ejemplar y conveniente en democracia. Y un presidente, habitualmente, tiene bastante poder, pero no necesariamente bastante dinero. O no debería, mejor. Este contraste, cuando es asumido sin complejos y con tranquilidad humilde es parte de la grandeza de la ética política y democrática. El poder democrático no tiene los mismos fundamentos que el poder económico. Ni los mismos valores.

Por eso, cuando un empresario (o una persona afortunada) presta un helicóptero o un avión para la campaña electoral por ejemplo (como ya le sucedió a Feijóo), paga una cacería un fin de semana en una finca o en la sabana, o bien te invita a un agradable paseo en yate… hay que activar todas las defensas mentales y ser capaz de decir, simplemente: «no, gracias». En caso contrario, el riesgo de que esa actuación (que se convierte en relación) sea considerada impropia (ilegal o inmoral) es muy alta. Y la tentación de gestionarla de manera reservada, discreta o secreta es golosa… hasta que te fotografían. Y la verdad siempre sale… en forma de cuentas pendientes, chantajes o debilidades. O en forma de periodismo de calidad o de ojo ciudadano con móvil en la mano. ¿Tiene Feijóo otras fotos (otras relaciones) que le comprometan?

Los yates, en especial, han sido el escenario de muchos contextos políticos, y de no pocos errores. Tienen morbo. Las fotos de jóvenes en los yates de Silvio Berlusconi, o las vacaciones pagadas sobre una eslora de 60 metros de Nicolas Sarkozy, han alimentado (y confirmado) la peligrosa relación entre lujo y política. Además, los marcos mentales de la publicidad y el cine han machacado adicionalmente nuestro imaginario. Y los yates son sinónimo, también, de placeres inalcanzables, ocultos y excepcionales. Y de dinero, mucho dinero.

España es uno de los grandes países con longitud de costa, y los deportes náuticos, así como la pesca, forman parte de nuestra identidad y configuran nuestra personalidad. Y aunque han crecido la industria y los servicios de la navegación de recreo como un estímulo y un atractivo a nuestra oferta turística, los yates siguen estando asociados también —en nuestra iconografía y cultura— al poder político: recordemos el ya desguazado Azor del dictador Francisco Franco, y todos los Bribones (hasta XV) del rey Juan Carlos I.

Feijóo puede estar en algo más que un aprieto embarazoso. Y la táctica de acusar a la prensa que las revela o a perversos intereses (¿o rivales escondidos?) que quieren «truncar su carrera», no empañara la visión diáfana de las fotografías. Y el recuerdo de su cruzada contra sus opositores en 2009 es muy reciente… y memorable, así como sus hábiles y diferenciadas posiciones respecto al caso Bárcenas, por ejemplo. Ha exhibido e impartido mucha ética. Las explicaciones de Feijóo deben disipar más que dudas (afirmar que son «simplemente unas fotos», no parece muy sólido), o las especulaciones minarán su trayectoria y el futuro de quien bien pudiera ser un relevo de Mariano Rajoy

iPancartas y transpolítica

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 01 abr 2013

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El primer año de Gobierno de Mariano Rajoy se saldó con más de 36.000 manifestaciones y concentraciones en toda España, lo que supone una media de casi 120 protestas al día. Según los datos que recopiló el ejecutivo, en base a una pregunta del portavoz de Interior de la Izquierda Plural (IU-ICV-CHA) en el Congreso, Ricardo Sixto, la comunidad autónoma con más manifestaciones o concentraciones organizadas fue Andalucía, con 7.141 movilizaciones registradas. Por provincias, destaca el caso de Madrid, que encabeza la tabla con 2.846 protestas, casi diez cada día. Estas cifras duplican las manifestaciones realizadas en 2011 y han dado la coartada al PP para lanzar algunos globos sonda sobre la regulación del derecho a manifestarse, así como la posibilidad de identificar a sus participantes.

La calle hierve. Este incremento notable de la contestación social, con amplia diversidad en el formato (manifestaciones, coros, caceroladas, rodeos, mareas que pueden ser tsunamis, guerrilla knittingpoesía política, flashmobs, ARTivismo, y ahora escraches), muestra que la virulencia de las consecuencias de la crisis y la respuesta política que se ofrece desde las instituciones y, en especial, desde el Gobierno, no satisface, no resuelve, no se comprende. Y también demuestra que la creatividad social y política emerge con fuerza, con renovadas formas de gran impacto, capaces de crear sentimientos de participación y compromiso más allá de las tradicionales manifestaciones de pancarta y cabecera. La diferencia radica en la implicación activa del que participa: en su actitud, en su protagonismo y en su proyección (a través de las redes sociales). Es la diferencia que hay entre las masas y las multitudes. Las primeras son amorfas, las segundas son creativas. De las plazas a las redes y viceversa.

Las manifestaciones y concentraciones no duran solo las horas establecidas en la protesta, sino que —gracias a los contenidos creados por los propios participantes (todos «armados» con teléfonos móviles y otros dispositivos) y compartidos en sus propias redes sociales— consiguen que aquel acto tenga continuación en el tiempo y que esa información, esas emociones en forma de imágenes o relatos, transciendan la presencialidad y la temporalidad. Es la política ubicua. Es la transpolítica, así como sucede en los medios con el transmedia. Esta narración coral, in-out, transformada y transcrita, genera nuevas dinámicas de movilización y nuevas percepciones de sus contenidos. Del activismo al ciberactivismo y viceversa.

La política, y sus expresiones en el espacio público, están sufriendo una poderosa transformación. La política es y va a ser vigilada y difundida por los ojos tecnológicos de los activistas. La poderosa combinación de captura >dato >redes >geolocalización >visualización ofrece posibilidades narrativas alternativas, con enfoques nuevos y protagonismos descentralizados. Así como un poderoso «big data» social y político del activismo. «Está pasando, lo estas viendo» era el lema de la CNN. Hoy, el streaming, Twitter, Facebook, Instagram, etc. representan el tiempo del «está pasando, lo estamos haciendo». De espectador a actor, en tiempo real. Contenidos y rastros digitales, en especial gráficos y audiovisuales, que muchas veces contrastan con el silencio de la mayoría de los medios tradicionales. Nuevos protagonismos y referencias informativas. El periodismo ciudadano y crítico.

La importancia que ha adquirido la imagen, expresada en cifras, es espectacular. Se calcula que desde el nacimiento de la primera cámara fotográfica en 1826, es decir, en 185 años se han hecho 3,5 trillones de fotos. Actualmente se toman 380 billones de fotos cada año, con lo que en menos de diez años la cifra de fotos digitales hechas será de 7,3 trillones. También 300 millones de imágenes se suben cada día a Facebook, que contiene 100.000 veces más fotos que la Biblioteca del Congreso en Estados Unidos llegando a más de 140 billones. Instagram alcanza ya los 100 millones de usuarios y contiene más de 4 billones de fotos, más de 26 por segundo. El 73 % de los usuarios toma fotos y escribe textos y el 54 % hace videos.

La última innovación la hemos visto en Chipre, en las  respuestas sociales contra las decisiones de la troika. Se trata de la iPancarta realizada con un iPad. Ciudadanos que, aprovechando la potente iluminación del dispositivo y en concentraciones nocturnas, pueden incorporar imágenes o crear poderosas coreografías en donde los cuerpos (en movimiento) y los dispositivos (en acción) crean nuevos efectos de gran plasticidad y efectividad comunicativa. Muy pronto se convocarán manifestaciones sugiriendo llevar en cada dispositivo un fondo de color, una imagen, o una letra determinados para pasar, después, de las calles a las redes. Está al caer. Es parte de la transpolítica.

El País

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