La cuestión está abierta de par en par. ¿Pueden los actuales modelos de partido ser organizaciones capaces de atraer la energía transformadora que aflora en nuestra sociedad? La respuesta honesta… ruboriza. Incluso entre las personas más militantes, inscritas en partidos políticos, el día a día en su seno es cada vez menos atractivo, estimulante y creativo. Esta es la dramática realidad en muchos casos. La praxis política es el reflejo de la política.
La articulación de la participación y del compromiso cívico mediante la militancia y los partidos muestra señales más que evidentes de fatiga, de ineficiencia, de obsolescencia. No en todos los casos, evidentemente, pero hay una sintomatología bastante transversal. Parte de estos problemas radican en una devaluada y caduca Ley de Partidos que debe ser reformada y adecuada a una exigente y profunda revisión democrática. Diversas plataformas cívicas se han sumado al debate y la articulación de propuestas en los últimos días. La presión ciudadana para acelerar los cambios es creciente y consistente.
Son los propios militantes los que se muestran a menudo poco escuchados, o no tienen el tiempo de asistir a largas reuniones en las que en realidad no se les tiene en cuenta al tomar ninguna decisión. La sensación de formar parte de un decorado de apariencia democrática de culos de hierro y brazos de madera expulsa, de manera irremediable, a las personas más activas que se ofrecen y quieren participar. No será posible representar a una mayoría electoral para el cambio social si las sedes partidarias no representan ni tan solo a todos los que se sienten, en el pasado y en el presente, identificados con el partido.