La escritora, feminista y filósofa francesa, Simone de Beauvoir, afirmaba: «La verdad es una y el error, múltiple». Mariano Rajoy, en su reciente viaje a Nueva York, ha demostrado −con hechos− que sus errores de comunicación y de relación con la prensa son múltiples. Y que evidencian, una vez más, una verdad palmaria: que tiene un grave problema de concepción, conocimiento y gestión de la comunicación política en una sociedad compleja.
El balance del viaje es, en términos
estratégicos, negativo. Los
incidentes (y tensiones) han sido numerosos, las disfunciones muy notorias.
Si había un mensaje central a transmitir no se consiguió. O bien por falta de
pericia, o por falta de preparación y de estrategia. En cualquier caso, Rajoy
ha comprobado que hay una gran diferencia entre un plasma y un periodista. De
ahí su alergia a las ruedas de prensa. Y que sus tradicionales respuestas
evasivas (en el caso Bárcenas, por ejemplo) acaban siendo muy reveladoras. Intentando evitar decir lo que no quiere decir, acaba pareciendo que
oculta la verdad. La
percepción no es de control, es de culpabildad.
Rajoy decretó,
tras su comparecencia en el Congreso de los Diputados el pasado día 1 de
agosto, que del tema Bárcenas ya no había nada más que decir. Pero su pretensión
ha fracasado frontalmente, en cuanto el Presidente ha decidido conceder
entrevistas a medios de EEUU en su viaje a Nueva York para difundir la
recuperación española en los mercados internacionales. Rajoy no comprende por
qué le preguntan sobre Bárcenas y no sobre las previsiones de crecimiento
o la bajada de la prima de riesgo, o el final de la recesión, como desearía.
No comprende que no hay confianza económica sin confianza política. Y
que su actitud esquiva y evasiva alimenta la duda. El hecho de que parezca,
además, que no puede hacer (decir) otra
cosa... refuerza −todavía más− la desconfianza, que se transforma,
inexorablemente, en sospecha.