Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

Rajoy, Google Glass y la realidad aumentada

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 26 dic 2013

¿Qué pasaría si Mariano Rajoy, por ejemplo, subiera al atril del Congreso de los Diputados con unas Google Glass? ¿Le amonestaría o se lo impediría el presidente de la Cámara? ¿Hay algo en el desfasadísimo Reglamento de las Cortes (de 1982) que lo prohíba? Prohibieron el wifi (en un burdo intento de evitar la transparencia), pero ¿se atreverían a quitarle las gafas al Presidente? No se trata una pregunta de política ficción. No, no es divertimento. Al contrario, creo que conviene explorar −a fondo− el enorme potencial (y los posibles beneficios) de la realidad aumentada, y qué puede aportar para la mejora de la acción política o parlamentaria, por poner un caso.

A la mayoría de nuestros dirigentes políticos les iría bien una sesión de realidad aumentada. Los retos a los que nos enfrentamos tienen varias capas de información… y de interpretación. Y lo que vemos, aparentemente, es solo una parte −pequeña− de la realidad. Hay una política subterránea, fuera de los radares convencionales. Otros registros, otras expresiones de lo político y de la realidad que necesitan otros sónares para su interpretación. La realidad aumentada, tecnológica y política, puede ser clave para comprender lo nuevo y repensar las soluciones, tantas veces atrapadas en su previsibilidad y su incapacidad para reaccionar ante lo nuevo.

Seguir leyendo »

Escucho voces

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 24 dic 2013

El discurso del Rey de esta noche me parece modesto y prudente. Puede ser que ahí radique su importancia, su nueva singularidad. Un Rey quizá más consciente de su papel institucional y con menos pretensiones de árbitro o de mediador para las que no tiene mandato constitucional alguno −conviene recordarlo siempre−, ni margen de credibilidad ni reputación suficiente, creo. Un Rey que anima, simplemente. «La Corona promueve y alienta», dice el Monarca, también «invita». Hasta ahí.

Un discurso con algunas omisiones que ya empiezan a ser normalizadas, por repetidas, como no citar, expresamente, a la Familia Real o a la Reina. Y con algunas inexplicables ausencias de palabras con gran relevancia en la actualidad como, por ejemplo, la corrupción, el segundo problema de los españoles (que él conoce muy bien) y que es nuestra auténtica y real ciclogénesis explosiva. Sorprende, también, la ausencia de la tradicional y previsible mención a las Fuerzas Armadas o la referencia a los cooperantes. Citar a los periodistas españoles secuestrados en el mundo habría sido un gesto de calidad conveniente que no se ha producido. Lástima.

Tampoco ninguna referencia directa al Gobierno o a la agenda reformadora gubernamental. Que el concepto o la idea no aparezca es significativo (aunque sea difícil de interpretar), pero sí aparece la palabra reformas en el fragmento en el que «invita a las fuerzas políticas a que, sin renunciar a sus ideas, superen sus diferencias para llegar a acuerdos que a todos beneficien y que hagan posibles las reformas necesarias para afrontar un futuro marcado por la prosperidad, la justicia y la igualdad de oportunidades para todos».  Renunciar a la expresión «Unidad de España», en favor de lo «que nos une», parece un gesto prudente y de carácter conciliador. El Rey ha medido sus palabras. El Gobierno debería seguir esta senda.

La novedad no está solo en las ausencias o los cuidados matices, sino en ideas que asoman tímidas en su texto. El Rey parece que escucha voces, o al menos reconoce que existen: «Es verdad que hay voces en nuestra sociedad que quieren una actualización de los acuerdos de convivencia» (en una clara alusión a nuestra arquitectura institucional y al debate sobre la conveniente, para muchos, reforma constitucional). Voces que son la expresión de  «una sociedad española que reclama hoy un profundo cambio de actitud y un compromiso ético en todos los ámbitos de la vida política, económica y social que satisfaga las exigencias imprescindibles en una democracia».

El Rey, con este discurso, parece que renuncia a utilizarlo como parte de un plan personal de rehabilitación política o mediática. Habla muy poco de él. Mejor. Aunque se reivindica en su rol institucional cuando afirma: «mi determinación de continuar estimulando la convivencia cívica, en el desempeño fiel del mandato y las competencias que me atribuye el orden constitucional, de acuerdo con los principios y valores que han impulsado nuestro progreso como sociedad»; que concluye con una promesa, de carácter autocrítico, y que pareciera conectar con las voces que parece escuchar: «asumo las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad».

El Rey ha explorado hoy, con sus palabras y su actitud, el único −y el último− modelo de proyección pública. El que acepta su edad y su condición, sin pretender ser un fenómeno de la naturaleza ni un icono intocable al que respetar con gratitud eterna. Ahí, en esta zona más humilde, más sencilla, menos extraordinaria (nada de estar sentadito en el canto de la mesa) puede reencontrar algo del afecto perdido y de la consideración dilapidada. Con este perfil más sobrio, parecerá más austero y algo más sabio. Ambas cosas le convienen. Pareciendo más responsable, y menos superhombre (sin caza, ni vela, ni otros deportes de riesgo), le va a ir mucho mejor.

Espero que ahora que se ha repuesto, afortunadamente, de su última cuestión de «tornillos» (como a él mismo le gusta referirse cuando habla de sus enfermedades y lesiones), pueda centrarse en seguir escuchando voces. Las de la calle. Las que nunca debió ignorar, olvidar o desconsiderar. De momento, parece que las reconoce. Un primer paso, sin muletas, aunque la distancia que debe recuperar es larga y el tiempo es limitado. Veremos en 2014.

Wert, Fernández, Gallardón... Rajoy.

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 21 dic 2013

La decisión de aprobar este pasado viernes, en Consejo de Ministros, el anteproyecto de Ley de Protección de la Vida del Concebido y los Derechos de la embarazada, conocido ya como la Ley Gallardón, culmina una acelerada y tensionada agenda de reformas e iniciativas políticas del Gobierno presidido por Mariano Rajoy, que han oscurecido otras de muy relevantes como el paquete de medidas contra la corrupción y a favor de la transparencia.

A la Ley Gallardón, le han precedido las polémicas y discutibles propuestas de la Ley de Educación y la Ley de Seguridad Ciudadana. Polémicas por el unánime rechazo parlamentario a la primera y casi total a la segunda. Y discutibles porque la mayoría de los colectivos y asociaciones de cada sector no solo cuestiona la idoneidad y conveniencia de tales reformas sino que, incluso, compartiendo algunos puntos, duda de su eficacia normativa. Es decir, leyes que no van a obtener los resultados deseados y que, probablemente, van a provocar no pocos conflictos o problemas. O, dicho de otra manera, leyes que deberían tener un amplio consenso por su naturaleza y que acaban imponiéndose por la actual mayoría generando amplios rechazos.

Pero el remate ha sido la Ley Gallardón. Dos años ha estado el Gobierno, y el PP, discutiendo internamente sobre la medida. Finalmente Rajoy, como pasó con Wert, Fernández y ahora Gallardón, no solo ampara o rubrica, sino que toma la última decisión. La más contundente. Es normal, siempre, que en un Ejecutivo, el Presidente decida por compensación, generando consensos internos o equilibrios aceptables. Pero,  en estos casos, Rajoy se alinea con el sector más rocoso de su partido y de su Gobierno, fijando una peligrosa, creo, asociación. El PP es percibido como el partido que atenta contra las libertades y los derechos. Desprenderse de estos conceptos, de su percepción, para referenciarse exclusivamente como el Gobierno de las reformas contra la crisis puede tener importantes consecuencias políticas y electorales.

Rajoy está obsesionado con fijar su espacio electoral por la derecha. Ha decidido poner un muro infranqueable con una serie de reformas de fuerte contenido ideológico y que generan una irritación espasmódica en muchos sectores sociales mostrando, a la vez, sus limitaciones para convertir el rechazo en oposición, y la oposición en bloqueo o freno efectivos. Rajoy renuncia al centro, covencido como está de que la creciente pluralidad, fragmentación y ebullición en el espacio a la izquierda del PSOE le aleja, definitivamente, de construir una mayoría alternativa sólida y, llegado el caso, gobernable y sostenible. Apuesta por gobernar en minoría o con apoyos puntuales. Pero, para ello, necesita una presencia parlamentaria suficiente para que los acuerdos sean posibles con una o dos fuerzas para completar su probable presencia en el hemiciclo, dada la configuración actual de la Ley Electoral. Rajoy no improvisa, pero va acumulando aislamiento. Ha tomado una decisión con cálculo político y calculadora demoscópica. Se la juega.

Esta futura geometría política, fruto de su actual geografía electoral, puede alterarse si se acumulan los problemas de percepción en la sociedad. Es cierto que se gobierna (se administra) desde el BOE pero las sociedades democráticas contemporáneas son más resilientes y dinámicas que las fuerzas políticas que las interpretan y las quieren representar. Rajoy no puede reducir la política al BOE. Sin liderazgo social, ni consenso ciudadano, ni reformas concertadas (política y socialmente) su agenda puede ser vista como impuesta y no como necesaria. Rajoy debe esforzarse más en convencer antes que imponer. Las mayorías absolutas generan pereza política y prácticas perversas en el ejercicio del poder.

Las palabras parónimas, en retórica, son aquellas que se escriben o suenan de una manera muy similar (cambian en un acento o una letra), pero que poseen significados diferentes. Por ejemplo, derechos y derechas. Derechos sociales y derechas políticas. Solo una letra, pero lo cambia todo. El PP está jugando con un marco mental muy fuerte para mantener su núcleo duro. Y se arriesga a desdibujarse como partido moderado. Mientras, está dejando el espacio central vacío y está agitando las aguas progresistas, que no todas se sienten representadas con las ofertas actuales y que pueden, seguramente, tener un gran protagonismo político en la calle, en las redes y en las urnas.

Rajoy, Mas y el iceberg

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 13 dic 2013

La rotunda afirmación de Mariano Rajoy, en relación a que la consulta no se realizará, («Quiero decirles con toda claridad que esa consulta no se va a celebrar, es inconstitucional y no se va a celebrar») era más que previsible. El Presidente lo ha dicho por activa y por pasiva, reiteradamente. Pero la segunda parte de su posicionamiento tiene otra naturaleza: «Choca con el fundamento de la Constitución, que es la indisoluble unidad de España. El Gobierno no puede negociar sobre algo que es propiedad de los españoles, la soberanía. A los españoles corresponde decir qué es España y cómo se organiza. Les garantizo que esta consulta no se celebrará. Eso está fuera de toda discusión ni negociación». Es decir, el Gobierno considera que no hay que hablar de lo que no se va realizar. Gran error, creo, por paradójico que parezca.

Es aquí, donde la supuesta firmeza de Rajoy empieza a agrietarse, políticamente. Renunciar a hablar de lo que todo el mundo habla, y de lo que se va hablar en los próximos meses, es una curiosa manera de inhibirse. Es una renuncia a la política por parte, precisamente, de su principal responsable gubernamental. Rajoy ya no controla un parte importante de este transcendental debate. Puede impedir legalmente que se produzca la consulta, puede no autorizarla, puede desacreditarla… pero no puede impedir que se hable de ella. En su mentalidad, hablar de lo que no se puede producir, es perder el tiempo. Pero, justamente, este debate reclama antes que diálogo o negociación opciones a las que se niega: la discusión, el contraste, la confrontación de modelos e ideas.

Hablar de lo que, quizá, no se haga es útil. Que no se haga no significa que no sea importante. Que la consulta se prohíba, no significa que no se desee. No se puede confundir problemas con soluciones. Hay soluciones que evitan los problemas, no los resuelven. Y otras que, precisamente, abordan la resolución como la fórmula más segura y estable de abordar un problema. Rajoy está escogiendo soluciones que, paradójicamente, pueden agravar los problemas.

En la obra cumbre de teatro del absurdo de Samuel Beckett, Esperando a Godot, el protagonismo se lo lleva un personaje que no aparece nunca, Godot, pero al que se refieren constante y repetidamente los dos vagabundos que, supuestamente, han quedado citados con él. Vladimir (también llamado «Didi») y Estragon («Gogo») se sitúan en un lugar junto a un camino, al lado de un árbol, para esperar la llegada de Godot. Nada sucede, salvo que su espera se convierte en tedio y parálisis. El final de la obra es sublime:

Vladimir: ¡Qué! ¿Nos vamos?
Estragon: Sí, vámonos.
(Pero no se mueven).

Esta es la encrucijada en la que está Mariano Rajoy. Como no quiere discutir… solo le queda esperar a que se produzcan hechos jurídica y políticamente objetables para actuar. Una espera inmóvil. Pero mientras, sucederán tres cosas: Primero, le crecerán los duros en su partido, en sus posibles aliados en el futuro y en el ecosistema mediático que le acompaña (y que siempre aspira a condicionarlo), para que actúe antes de tiempo; para que reaccione al desafío político con medidas jurídicas (como preámbulo de otras mucho más contundentes). Segundo, los partidarios del derecho a decidir seguirán moviéndose, ocupando espacio de la «agenda política» en España y en el mundo, y crearán realidades intangibles que son, muchas veces, lo más preciado en una sociedad, una organización (lo saben bien las empresas) o en la historia. Y tercero, renunciará al debate político («a la discusión») con un único argumento: la legalidad vigente.

Rajoy solo ve la consulta, punta visible del iceberg (que ocupa el 10 % de la masa helada). Pero debería preocuparse del 90 % sumergido, es decir, debería preocuparse por hablar, a fondo, de las relaciones Catalunya y España. Este es el tema. La pregunta encadenada de ayer presentada por Artur Mas quizá no sirve para su objetivo último. Pero sí que permite hacer política y llevar la iniciativa.

Beckett explica muy bien la épica, y el carácter transformador, de lo imposible: «Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Para los racionalistas torpes, un fracaso es un fracaso. Fin de la cita. Para los proyectos políticos, un fracaso puede no ser el final. Rajoy podrá impedir la consulta. Pero no podrá impedir, sin argumentos y discusiones, que las preguntas avancen en la sociedad y en el ánimo de sus ciudadanos. Este es el reto. Hablar de lo importante.

Fotografiar y votar

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 08 dic 2013

John2

En el año 2015, prácticamente la totalidad de los móviles del mundo serán smartphones y la paridad entre habitantes y dispositivos será una realidad global que romperá los apriorismos conceptuales −sobre brechas digitales y diferencias sociales− con los que hemos analizado, mayoritariamente, estos cambios.

Una de las manifestaciones más profundas que estos incorporan es la pasión por las imágenes compartidas. Pasión que dichos dispositivos permiten vivir intensamente por la extraordinaria calidad de la captura de imagen, su facilidad y usabilidad, y su potencial relacional gracias a las redes sociales. Se calcula que al día se suben en Internet 500 millones de fotografías, dato disruptivo potenciado por la popularidad de redes sociales globales como Facebook, y la creación de poderosas comunidades de usuarios que se construyen alrededor de aplicaciones como Instagram, o su nueva y creativa competidora, Hipstamatic Oggl, entre otras.

La reconocida fotógrafa, Annie Leibovitz, en su discurso del Premio Príncipe de Asturias de 2013 afirmó: «La fotografía representa la vida misma. Es comunicación y permite el intercambio de experiencias». Y todavía más: «La verdad es que la fotografía se inventó para que cualquier persona pudiera crear una imagen. Para que cualquier persona, de cualquier clase o posición social, pudiera tener una imagen de ella misma, de sus familiares y amigos, o de los paisajes y las vistas y las cosas que fueran importantes para ella. El poder de la fotografía es el poder de compartir nuestras experiencias con otras personas, al margen de las diferencias temporales, geográficas, de educación y de creencias. El poder de mostrar lo que, de otra manera, no podría creerse. El poder de detener y retener esos momentos que acaecen fugazmente a nuestro alrededor».

Este poder instantáneo, compartido, que crea comunidad y que permite descubrir talentos, potenciarlos o experimentarlos, puede y debe ser una gran oportunidad para la renovación de la política. Necesitamos nuevas miradas, nuevos planos, nuevos enfoques. Esta capacidad para democratizar la mirada a nuestro entorno, gracias a la eclosión disruptiva de las imágenes en red, debe ser un potencial de naturaleza política. Muchas personas opinando, hablando, creando (con sus fotografías), sobre temas de la vida cotidiana y con una dimensión social, gracias a la posibilidad de generar comunidades, es un ecosistema fértil para la política. Este potencial es una oportunidad.

Lo intuye muy bien otra mujer fotógrafa, Elzbieta Jablonska, cuando dice que todo el mundo merece tener una voz y que la fotografía tiene una capacidad movilizadora única: «A veces, las fotografías pueden gritar tan fuerte que hacen que todo el mundo deje de tomar nota y levante la cabeza de su cubículo». Y precisa: «Cada fotografía es como una frase sin terminar y en la que siempre debe haber una espacio para reflexionar». Y es aquí donde debe empezar la política. Votamos cada cuatro años… pero podemos fotografiar cada día.

Las nuevas expresiones de lo político que, entre las resistencias, las alternativas y las reformas, van emergiendo en nuestra sociedad intuyen este potencial de la fotografía digital como conciencia social. Las experiencias de safaris fotográficos urbanos (o los safaris graffiti) cuentan ya con predicamento y reputación en muchos lugares, y son un buen punto de partida. Pero hay un tránsito posible que va de los habituales concursos (un buen estímulo) a fotomanifestaciones, a la vigilancia política (como la contundente iniciativa de Quién Manda), o a los talleres de acción política con la fotografía como materia prima.

Uno de los talleres más innovadores que conozco es la que promueven los ARTivistas de TAF! Taller de Acción Fotográfica del colectivo Enmedio, que se presentan así: «Somos un grupo de profesionales de la imagen (diseñadores, cineastas, artistas) que, insatisfechos por la falta de conexiones entre el arte y la acción política, hemos decidido abandonar nuestro terreno habitual de trabajo y situarnos enmedio, en ningún lugar determinado y en todos a la vez. Desde allí exploramos la potencia transformadora de las imágenes y los relatos. Lo hacemos mediante espectaculares intervenciones, usando todo aquello que tenemos a nuestra disposición: fotografía, medios de comunicación, diseño…; así es como creamos interferencias en el relato dominante; en la explicación oficial del mundo».

Hay también una gran oportunidad para relacionar nuevas miradas con nuevas ideas. Volver a mirar lo que creemos conocer. Y hacerlo con un volumen de imágenes, encuadres, relaciones y puntos de vista que deben ofrecer soluciones innovadoras basadas en el data político que las fotografías digitales ofrecen. Analizarlas y comprenderlas es una minería de datos para la renovación política. Muchas veces me piden consejo y asesoramiento para reconectar a personas, organizaciones e instituciones con sus entornos, a los que dicen representar y servir. Y les contesto: miren las fotografías. Vuelvan a mirar la realidad. Ahí está la clave, o una de ellas.

El deseo y la necesidad de más política, de mejor política, de neopolítica (¿?) precisa, para verificarse y realizarse, de una condición previa que afecta a nuestra necesidad de dar sentido al mundo y a nuestra percepción de la realidad, a nuestra capacidad de modificar nuestros puntos de vista y, por consiguiente, a nuestra capacidad de aprender y, sobre todo, de desaprender. Mirar, hacer, compartir fotografías es parte de la nueva política, la que nacerá de las nuevas miradas. 

Foto: Una de las imágenes de la campaña «Señor alcalde, ¿deportaría usted también a los Beatles?»(Hamburgo, 2013) TAF! Taller de Acción Fotográfica

Wert, Rajoy y la filosofía

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 01 dic 2013

La decisión de Mariano Rajoy de aprobar, con el único apoyo del PP, la reforma educativa presentada por el ministro Wert marcará definitivamente la legislatura y la suerte del Presidente. El compromiso público del resto de fuerzas políticas de modificar la Ley, a fondo, en la próxima legislatura es una advertencia definitiva para el PP. Sin aliados, y sin socios, su desafío electoral será de cara o cruz. Las encuestas que hoy publica este diario confirman dos escenarios: el bipartidismo no se hunde, pero ya no configurará las alternativas por mera alternancia; y el futuro gobierno será aquel cuyo presidente sea capaz de sumar mayorías diversas y plurales, en especial, en el ámbito de las nuevas izquierdas.

El presidente Rajoy, con su decisión de apoyar hasta el final al ministro peor valorado de su Gobierno, ha sellado su suerte. Nunca antes un Ministro de Educación había generado tanta irritación. Su tono (provocador), su lenguaje (combativo), sus declaraciones (impropias) y esa sonrisa burlesca permanente en su rostro, dibujan una personalidad política diseñada para el conflicto, no para el acuerdo. Estas características marcan a su persona, pero también tiñen y condicionan a Rajoy. Su apoyo no es solo lealtad, es compromiso. Wert igual a Rajoy, Rajoy igual a Wert. Estas son las matemáticas… pero las de la política.

Seguir leyendo »

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal