Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

España: un bien indiviso

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 25 ene 2014

Rajoy es, además de presidente del Gobierno, registrador de la propiedad. En su importante discurso durante la clausura de la convención del PP de Catalunya, ha afirmado que España es un bien indiviso, que significa que sus ciudadanos son dueños de todo en general y de nada en específico, aunque sí son dueños de derechos porcentuales del bien compartido, simplemente. Es decir, que ni los territorios de España ni los ciudadanos de estos territorios tienen soberanía para decidir por ellos mismos algo que pertenece a todos. Otro sí: Catalunya no es sujeto político, según Rajoy. Este abordaje, que relaciona propiedad con soberanía, es un enfoque diferente a los argumentos patrios, emocionales, ideológicos. Es la clave, a mi juicio, del discurso de hoy.

Mariano Rajoy ha «ido al grano», tal y como ha dicho al principio de su intervención y tras el sonoro y contundente «¡Viva Rajoy y viva España!» que ha resonado desde el fondo del auditorio. Finalmente, un discurso con ideas y argumentos, más allá del mantra de que no se va a realizar la consulta que nos ha precedido hasta ahora. Y mucho más interesante y reflexivo que las encendidas declaraciones de ayer de otros dirigentes del PP que cometieron, creo, algunos excesos verbales imperdonables al mencionar a ETA relacionándola con el independentismo.

Seguir leyendo »

Las depresiones y la política

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 19 ene 2014

Una de las razones que, quizá, puede ayudar a explicar el desgaste y el deterioro de la política representativa es su incapacidad para poner en la agenda pública los grandes temas contemporáneos que afectan a nuestros modelos de vida y a sus bases socioeconómicas. Temas centrales que afectan a las condiciones cotidianas de nuestros conciudadanos y que son evitados, cuando no −directamente− olvidados. Incapacidad e ignorancia para abordar (diagnóstico, reflexión, propuesta y cambio) temas críticos como los trastornos de conducta, sean alimentarios o mentales, por ejemplo. Trastornos que reflejan rupturas interiores en los equilibrios psicológicos, fruto de desgarros múltiples en los que las condiciones socioeconómicas ocupan un lugar central en la etiología de estas disfunciones. 

Esta larga y profunda crisis ha hecho empeorar la salud mental de nuevos colectivos, también, que hasta ahora parecían inmunes a estas dolencias. Muchos pequeños emprendedores, artesanos, profesionales y comerciantes presentan ya síntomas como insomnio, tristeza o irritabilidad. Las depresiones han aumentado casi un 20 % en los últimos años. Y todavía más: «los casos de ansiedad se han elevado un 8 % mientras que la situación actual hace que entre el 1 y el 3 % de la población esté en riesgo de sufrir un brote esquizofrénico», según informes recientes como el del Observatorio de Salud Mental de Catalunya que coincide con muchos otros estudios y diagnósticos.

Los problemas habituales de la crisis económica (pérdida de empleo, vivienda, prestación social o la ruptura de la cohesión familiar) son factores de riesgo para los problemas de salud mental. La interiorización de estas condiciones socioeconómicas, como síntoma del fracaso personal, agudiza el aislamiento y la culpabilización de muchos ciudadanos.  Y estos se infligen un castigo adicional en forma de desórdenes de conducta y comportamientos hostiles y refractarios hacia los entornos de proximidad. Las depresiones destrozan vidas de personas que se sienten, previamente, derrotadas o ignoradas. El círculo derrota-frustración-soledad-ruptura-trastorno se lleva por delante vidas e ilusiones.

La política parece ausente o displicente a estas realidades. No hay voces, pronunciamientos, propuestas que hablen y sitúen estos temas en el debate político. No aparecen nunca en los debates electorales. Ni tan siquiera para alertar sobre los costes insostenibles que tienen sobre los sistemas de salud y, en especial, sobre el brutal impacto que los tratamientos antidepresivos tienen en la factura sanitaria de las cuentas públicas. Así, sin debate y sin propuestas, el gasto corriente de farmacia deteriora, todavía más, el gasto público. En síntesis, los trastornos depresivos constituyen, por tanto, un problema de salud pública de alta relevancia en todo el mundo. Y en España, también. Tenemos un problema de salud pública con la salud mental que es, a la vez, por su origen, un problema político, de políticas públicas y de modelos de sociedad.

Mientras, el discurso oficial habla de un mañana de días azules y soleados. Esta misma semana, en el acto de entrega del premio Carlos V al presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, un Mariano Rajoy más optimista que nunca ha dicho: «Sé que si perseveramos, desde la solidez de nuestras convicciones y la firmeza de nuestros principios junto con el resto de los europeos en ensanchar los caminos de la libertad, la justicia, la cohesión y la solidaridad, los europeos tendremos por delante un mañana colmado de días azules y soleados porque ni el mundo ni nosotros podemos prescindir del proyecto de integración europeo».

Las mañanas soleadas y los días azules son noches de oscuridad para millones de personas. Oscuridad mental y social. No hay sol, ni color. El Presidente tiene la obligación de estimular la confianza colectiva. Sí, tanto como reconocer que para muchas personas, el mañana es, precisamente, la constatación de sus peores pesadillas. Necesitamos una política capaz de mirar la realidad de manera más completa y más íntegra. Capaz de comprender que la mayoría de los indicadores vitales para la ciudadanía no son, precisamente, macroeconómicos. Sino un mundo micro, casi individual, de silencios y frustraciones que nos atenaza y nos deteriora. Hablemos, también, de los trastornos mentales. La política no puede ni debe ignorarlos. Y sus representantes públicos, todavía menos.

Madrid, Barcelona y Milwaukee

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 13 ene 2014

Meses antes de las elecciones norteamericanas de 2012, en las que el presidente Barack Obama revalidó su mandato por cuatro años más, la entonces secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, resaltó la fortaleza y la interdependecia de las relaciones entre ambos países con esta frase: «Las relaciones entre Estados Unidos y España son vitales para nuestras economías, para la seguridad y prosperidad». Afirmación rotunda con la que clausuró el XVII Foro España Estados Unidos, donde también intervino el príncipe de Asturias. Pero la cita literal que ilustró esta visión de interconexión y de globalidad económica la dijo casi al finalizar: «Lo que pasa en Madrid o en Barcelona tiene repercusiones en Milwaukee». Nunca antes nadie lo había dicho tan claro... y tan visual. Tan geográfico, y tan político.

Durante aquella campaña, España estuvo presente en los debates electorales. Mitt Romney llegó a afirmar: «conmigo EE.UU. no se convertirá en Grecia, España o Italia», en una clara alusión a los problemas de estabilidad financiera y monetaria de Europa, a causa de las primas de riesgo desbocadas y los déficits públicos inasumibles. Eran tiempos en los que España preocupaba… hasta convertirse, excepcionalmente, en tema de debate electoral.

Hoy, Mariano Rajoy, casi 18 meses después, se ha reunido con el presidente Obama y sus respectivos equipos. Rajoy ofrecerá fiabilidad y confianza. Y recibirá, previsiblemente, el elogio del amigo americano. A Obama le gusta reconocer el esfuerzo de los demás y es, además, un buen anfitrión. Y Rajoy ha sido paciente y prudente en la gestión de la petición de entrevista bilateral. Las sonrisas presidirán el ambiente. Se trata de una litúrgica visita para certificar −o pretenderlo− que lo peor ya ha pasado. Nada como un oficio en la Casa Blanca.

Rajoy llevará como presentes un facsímil de una biografía del conquistador Vasco Núñez de Balboa, que fue el primer europeo en divisar el Océano Pacífico desde su costa oriental y el primero en fundar una ciudad permanente en tierras continentales americanas. Los obsequios protocolarios se completan con una copia de la carta que le envió al rey Fernando el Católico dando cuenta de sus descubrimientos y un mapamundi de la época. La Biblioteca Nacional sigue siendo un tesoro incalculable. Todo ello para referirse a la Alianza del Pacífico, una iniciativa de integración regional que trata de impulsar la libre circulación de bienes, servicios y capitales y que conforman Chile, Colombia, México y Perú. España y Estados Unidos se han integrado como observadores.

La elección de regalos de contenido geográfico es interesante… y oportuna. Robert D. Kaplan, en su ensayo La venganza de la geografía. Cómo los mapas condicionan el destino de las naciones, afirma que la globalización está reforzando, por paradójico que parezca, la importancia de las fronteras. Pero no las políticas, concebidas sobre un papel, sino las naturales. Los conflictos internacionales continúan haciendo aflorar constantes históricas, muchas basadas en la geografía. Esta se está cobrando la venganza, como sentencia Kaplan: «La geografía es el factor más poderoso en las relaciones exteriores de los estados porque es lo más permanente».

Es en esta nueva realidad geopolítica, que se produce en el desplazamiento del centro de gravedad estratégico de EE.UU. hacia Siria, Irak e Irán, que la geografía española vuelve a jugar su más poderoso atractivo para las relaciones atlánticas. EE.UU. necesita bases y, ahora, parece que también almacenes para todo tipo de residuos. Pero este planteamiento puede ser insuficiente para los nuevos retos.    

Hace un año, Daniel Graf, director de Google Maps para móviles,  expresaba un punto de vista casi metafísico sobre el futuro de los mapas: «Que tú mires un mapa y que yo mire un mapa, ¿tendrá que seguir siendo lo mismo para ti y para mí? No estoy seguro de eso, porque yo voy a lugares diferentes de los que tú vas…» O yo los pienso diferentes (muy diferentes) a cómo tú los ves. La trazabilidad digital y el rastro que dejaremos en nuestros itinerarios (presenciales o virtuales) modificarán la manera que tenemos de ver los mapas y la realidad. «En el futuro inmediato, los mapas que miremos serán generados de manera dinámica y altamente personalizada, dando un tratamiento preferencial a los lugares frecuentados por nuestros amigos en las redes sociales, a los lugares que mencionamos en nuestros correos electrónicos, a los lugares que buscamos mediante nuestro motor de búsqueda», explicaban los directivos de Google.

Una nueva venganza de la geografía se cierne y condiciona el destino de las naciones. Los mapas del futuro se construirán dinámicamente sobre la información geolocalizada, como dato básico y referencial, para las relaciones económicas y sociales. ¿También para las políticas? Rajoy debería comprender que la geografía y el big data no son lo mismo. Y que los datos (los contenidos) son las nuevas fronteras y orografías de la política (y de la economía). Debería ser su prioridad si quiere que España sea algo más que un lugar en el mapa donde clavar una conveniente chincheta digital para la geopolítica norteamericana.

¿Es la ilusión un valor político?

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 06 ene 2014

Algunos análisis políticos, sustentados en experiencias demoscópicas anteriores y en datos recientes, afirman que la distancia actual entre el PP y el PSOE puede reducirse, hasta hacerse altamente competitiva, si este último acierta con su proceso de primarias. Es decir, que hay un efecto candidato o candidata que siempre prima al partido que ha impulsado una renovación de liderazgos y propuestas. El próximo combate electoral entre el PP y el PSOE será entre lo conocido y, quizá, lo nuevo. Este marco permitiría situar, entre otras, estas variables: pasado/futuro, conservar/renovar, continuar/cambiar. Por eso es importante este proceso; también, por los marcos mentales que se van a consolidar, posiblemente, muy diferentes a los de las primarias invisibles del PP.

Sorprende que muchas de estas reflexiones apunten al factor «ilusión y entusiasmo» como determinante. Un factor que es el antídoto a la pereza y la resignación. ¿Es la ilusión un valor político? ¿Es la ilusión, en un momento tan crítico para la vida cotidiana de las personas, un  elemento decisivo para votar? Pedro Calderón de la Barca, maestro literario del Barroco y cuyo tema central era la libertad frente al destino, así lo creía: «¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son».

Incluso hay un Índice de la Ilusión en España (con su fórmula matemática, por supuesto). Las empresas Gfk y Cofidis presentaron este pasado mes de diciembre los resultados del segundo Índice. La conclusión es que en España tenemos problemas… pero también ilusiones: 60 sobre 100, un punto superior al del año pasado. Para llegar a esta conclusión, Gfk ha desarrollado una fórmula matemática que pondera tres factores: el número de proyectos que inspiran ilusión, el grado de importancia que les damos y las expectativas que tenemos de conseguirlos. Esta es la fórmula: Ilusión = 0,55 x N proyectos + 0,20 x Índice de Importancia + 0,25 x Índice de probabilidad.  

La ilusión política, cuando es colectiva, puede tener un gran efecto movilizador. Pero, especialmente, genera una energía de esperanza, basada en las expectativas. Un candidato/a que proyecte expectativas podrá despertar esperanza y generar ilusión. Esta se mueve en el terreno de las emociones y las vivencias. Es una poderosa fuerza que te hace creer y soñar, cuando razonar y argumentar no permiten imaginar nuevos escenarios, ni pensarlos, ni trabajar por ellos. La ilusión es un combate contra el fatalismo, el determinismo y la parálisis. La ilusión te mueve, te levanta, te une. Y, cuando es compartida, es un coro de motivaciones políticas muy estimulante. Imprescindible, si tu agenda de renovación va más allá del recambio y te exige innovación total.

Creo que los desafíos y retos de la política democrática y su renovación de prácticas, formas y valores reclaman de una vivencia más emocional e intensa del hecho político. Vivir las ideas. Sería la propuesta. ¿Qué tipo de actos, de encuentros, de activismo, de redes, de palabras, de experiencias y de vivencias (y de partido) hay que promover para generar ilusión? Aquí puede estar la clave del nuevo liderazgo. De ilusiones no se vive, pero por ellas se combate.