Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

La política y la Generación Millennials

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 19 abr 2014

Nacidos entre 1981 y 1995, son los hijos del Baby Boom. Según diversos informes globales, en 2025 supondrán el 75 % de la fuerza laboral del mundo. Les llaman así debido a que se hicieron adultos con el cambio del milenio (en plena prosperidad económica, antes de la crisis). Algunos la llaman Generación Y, otros los Echo Boomers, aunque desde hace ya tiempo son etiquetados como los Millennials.

Algunas de las descripciones les retratan como personas malcriadas y mimadas, capaces de alargar la adolescencia hasta el ensimismamiento hedonista. Del «you» al «me». Impacientes y egocéntricas. Han tenido 110 % más poder de compra que sus padres pero ahora empiezan a sentir en sus vidas la dureza del desempleo, a pesar de su gran preparación académica. No les gustan los modelos tradicionales, tienen una alergia espasmódica a las jerarquías impuestas, y viven con una mentalidad abierta a «vivir la vida» más allá de ganar dinero, simplemente. Si tuvieran que elegir entres sus posesiones materiales y las digitales, no lo dudarían: escogerían las segundas. Las marcas no saben qué hacer. No compran coches, no se hipotecan… Porque no pueden y, en parte, porque no quieren. Su principal «consumo» es el de los contenidos.

Personas preocupadas por su imagen, su reputación y su proyección. No tienen miedo a los retos. Y la característica central: dominadoras de la tecnología como una prolongación de su propio cuerpo. Sus relaciones básicas han estado intermediadas por una pantalla, desde el principio. La ruptura del tiempo y del espacio como elementos inevitables para cualquier tipo de relación o experiencia es el pasado. La ubicuidad es la naturaleza del presente, sin coordenadas. Siempre con sus smartphones encima. Pueden llegar a tener tres o cuatro dispositivos móviles. Multiformato, multipantalla y multicultural, de serie. Sin concesiones. On y off integrados. No ven la diferencia. No la entienden. Tienen otro diccionario: el Urban Dictionary les representa mejor.

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Rajoy, Mas y los 500 cafés

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 08 abr 2014

Lo que más me ha sorprendido del discurso de Mariano Rajoy es su convencimiento absoluto de que ni tan siquiera tomando 500 cafés es posible que él y Artur Mas lleguen a una acuerdo sobre la consulta. Simplemente, porque no pueden, lo impide la Constitución, dice el Presidente. Es decir, que hablar del tema sería posible, pero es inútil. Y, por lo tanto, no hay que hacerlo. No perdamos el tiempo. Es decir, de nuevo: no puedo, no debo, no conviene, no es posible… y, además, no quiero. Aunque Rajoy no lo argumente sobre sus propias convicciones políticas, sino sobre las del Estado: «No puedo dialogar sobre lo que no es mío, ni sobre la soberanía nacional, porque tampoco es mía».

No estoy tan seguro que 500 cafés −incluso menos− no fueran convenientes para las relaciones políticas entre ambos, dadas sus actuales responsabilidades en este delicado momento histórico. España y Catalunya se merecen esas tacitas. Ya lo ha dicho Marta Rovira (ERC) en su intervención: «Si nos conociéramos más, nos apreciaríamos más». Quizá tenía razón James Mackintosh, jurista y político escocés, cuando dijo «el poder creativo de un ser humano es directamente proporcional a la cantidad de café que beba». Renunciar −de entrada− a explorar caminos no transitados favorece la inmovilidad. Y este es el mensaje que, quizá sin pretenderlo −o sí−, Rajoy traslada a la opinión pública: no me muevo. Pero con su quietud formal, lo que se refleja es su pasividad en el fondo de la cuestión, que no es otra que Catalunya, o una inmensa mayoría de sus ciudadanos y sus instituciones, no quiere seguir igual como hasta ahora. Rajoy puede seguir inmóvil, pero ignorar lo que no quiere ver ni oír no le exime de responsabilidad. Esta es la cuestión.

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España, Catalunya y el eco

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 08 abr 2014

Es la quinta vez. La quinta vez que una delegación del Parlament de Catalunya se presenta en el Congreso de los Diputados con una petición de alto contenido político. Las cuatro primeras tuvieron como objetivo presentar una oferta de diálogo y acuerdo: un Estatut. La primera fue en 1918 y el rechazo, pocos meses después, a la propuesta culminó con el abandono de sus escaños por parte de todos los diputados catalanes; la segunda, en plena República, con una delegación encabezada por Lluís Companys, quien sería fusilado ocho años más tarde por el ejército franquista; la tercera, en el período constituyente de la Transición, con todas las limitaciones y presiones de la época; y la cuarta, muy reciente, en 2005, cuando se presentó por primera vez en el Parlament de Catalunya, con un consenso altísimo de 120 diputados sobre un total de 135. Un Estatut, que tras la negociación con las Cortes Generales, y refrendado posteriormente por el pueblo de Catalunya, fue severamente recortado por la sentencia del Tribunal Constitucional. La única sentencia, en toda nuestra historia, que se ha hecho sobre una Ley Orgánica aprobada por referéndum. De aquellos polvos, estos lodos.

Hoy todo es diferente. La historia reciente cuenta, mucho. Y la memoria es importante. Esta quinta delegación llega con una propuesta, también ampliamente apoyada por el Parlament y la sociedad catalana, que ya no ofrece un acuerdo, sino que quiere organizar −política y legalmente− el desacuerdo en forma de una consulta democrática. Y, eventualmente, el inicio −que también debería ser negociado− de un camino de autodeterminación del pueblo de Catalunya.

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Sin candidato: ¿sin política?

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 01 abr 2014

El pasado 7 de marzo, en Dublín, el Partido Popular Europeo escogía a su candidato para ser nombrado presidente de la Comisión. Se trataba de Jean-Claude Juncker. Hasta la capital irlandesa se había desplazado Mariano Rajoy, y otros líderes populares españoles, pero ni una pista sobre quién será el candidato escogido por el PP español para las elecciones del próximo 25 de mayo. Han pasado tres semanas. El Partido Popular Europeo tiene candidato, el español, no. Es el código Rajoy: su estilo, el control del tiempo.

En las principales alternativas siempre ha estado Miguel Arias Cañete, actual ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Todos los medios hablan de él como el casi seguro candidato desde hace meses (a pesar de ser el segundo ministro mejor valorado, no supera el 3,5 en una escala del 1 al 10). Sin embargo, la decisión (el nombramiento) no llega, mientras que sí aparecen otros potenciales cabezas de lista, que finalmente niegan que sean ellos/as, como Alicia Sánchez-Camacho o Esteban González Pons.

En cualquier caso, el PP ya ha iniciado la campaña (lo hizo la pasada semana en Extremadura), pero no ha presentado a ninguna figura reconocible para encabezar las listas electorales. Por supuesto, es algo importante para la campaña, y hacerlo lo antes posible. Ya a principios de marzo, desde el PP anunciaban que Rajoy podría comunicar su decisión en la capital irlandesa o durante el Comité Ejecutivo Nacional del PP que se celebraba el 10 de marzo, pero aún no se ha hecho público, incluso han aparecido algunas inquietudes o dudas sobre el acierto de la estrategia de Rajoy. Cada día sin candidato es un día de campaña menos. ¿No será esto, precisamente, lo que quiere Rajoy?

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El País

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