Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

Últimas entradas

Podemos. Sabemos. Queremos.

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 30 may 2014

Pablo Echenique (con bufanda blanca) el quinto eurodiputado de Podemos. / EFE

La llegada disruptiva de Podemos al escenario político español es, por su impacto y resultado inicial, un fenómeno excepcional y sorprendente. Los datos son abrumadores. Solo hace cuatro meses que inició la andadura de su partido (¿movimiento? ¿partido abierto?), con un escaso presupuesto obtenido por crowdfunding social. Con 120 días de campaña han conseguido más de 1.200.000 votos y son la cuarta fuerza política en España (tercera en muchas comunidades autónomas). Para entendernos, han «conseguido» 10.000 nuevos votantes diarios en un país donde la desafección y el descrédito políticos tienen las cifras más altas de toda nuestra historia. Estos resultados han provocado numerosas preguntas (con una amplia gama que va desde la curiosidad hasta el prejuicio o las insinuaciones). Una de las más recurrentes sitúa en su estrategia de comunicación (y del liderazgo de Pablo Iglesias) una de las claves decisivas del éxito de su propuesta.

La mayoría de los análisis, por precipitados y simplificadores, han centrado la explicación al tsunami Podemos en el efecto TV. La urgencia por clasificar y etiquetar impide una reflexión serena y profunda. Es cierto que Pablo Iglesias es uno de los contertulios más conocidos de España y ahora lo será aún más. Y que desde hace unos meses ha sido habitual en muchos programas de televisión, especialmente para públicos de izquierda política y social. Su buena locución y capacidad de estructurar y de ganar debates polémicos le ha hecho merecedor de ganarse el respeto de muchas personas, coincidan estas o no con sus ideas. En España, casi tres de cada cuatro ciudadanos utilizan la televisión para informarse, una televisión donde Pablo Iglesias ha tenido un lugar destacado en programas con audiencias muy segmentadas y agitadas, para nada pasivas y hundidas en el sofá. Ven la televisión con el móvil en la mano, el nuevo mando a distancia. Ignorar esta realidad es tan burdo y equivocado, bajo mi opinión, como sobredimensionarla o presentarla como la explicación única y prioritaria.

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Tsunami político

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 26 may 2014

El resultado electoral de las elecciones europeas es un auténtico tsunami político. El PP, aunque gana las elecciones, pierde 8 escaños y el PSOE otros 7. Descenso contundente en porcentaje y en eurodiputados. Ambas fuerzas políticas –y lo que se identifica con el bipartidismo– sufren un serio revés, de naturaleza muy diferente a las estimaciones y proyecciones de las encuestas publicadas hasta la fecha.

El PP y el PSOE suman 30 eurodiputados de los 54, pero no llegan juntos ni al 50 % de los votos emitidos. Y se incorporan, además de estas dos formaciones, hasta ocho coaliciones electorales más con representación parlamentaria. La fragmentación y la pluralidad del resto de las fuerzas es muy notable, a lo que hay que añadir el gran número de electores que no han encontrado tampoco representación electoral. Nada más y nada menos que 1.172.877 electores y el 7,38 % de los votos. Datos que, junto a la resistencia del voto de UPyD y la incorporación de Ciudadanos (que, juntos, representan una realidad política que ya no es soslayable de la gobernalidad futura), dibujan un escenario complejo y plural.

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¿El Rey tuitero?

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 21 may 2014

El_Rey_tuitero
Nunca es tarde. La Casa Real ha anunciado esta mañana que abría su cuenta oficial en Twitter. La noticia se da a conocer en pleno debate sobre el crecimiento del odio y la impunidad en las redes sociales y sobre el posible carácter delictivo de algunas prácticas y comportamientos de sus usuarios. Un debate que coincide, también, con indisimulados proyectos para regular (limitar) la capacidad crítica y de protesta de la sociedad española y con las últimas revelaciones judiciales en relación a que la Agencia Tributaria señala al yerno del Rey como la persona que ideó un sistema para defraudar.

La primera contribución positiva del Twitter del Monarca tiene que ver con su oportunidad. Ahora que se ha abierto un debate (que va desde la honesta preocupación a la histeria interesada), la cuenta de la Casa Real viene a normalizar y serenar −dado el carácter excepcional de su titular y como ya han hecho todas las otras monarquías− algo que la mayoría de instituciones, organizaciones, empresas y personas ya saben: Twitter es una gran oportunidad. Con retos y límites, pero es un ecosistema −fuertemente relacionado con otras redes digitales− que ofrece extraordinarias posibilidades para la comunicación, la reputación o el servicio público, como bien constata, también, la propia Policía, que ha hecho de su cuenta de Twitter un ejemplo líder global de calidad, creatividad y estrategia en la gestión. O sea que: menos agitación espasmódica y más reflexión ordenada.

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Datos y rostros

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 16 may 2014

El debate televisado entre Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano ha estado marcado por la previsibilidad. Previsibles los ataques y las réplicas, previsibles los temas (encorsetados por el rigor de las normas pactadas), y previsibles las estrategias: Cañete con datos y Valenciano con rostros (ha acabado pidiendo el voto para una «Europa con rostro humano»). El miedo a no perder, a no cometer ningún error grave, también ha llevado a ambos candidatos a mantenerse en sus guiones respectivos y a evitar la polémica abierta, imposible por otra parte con las normas establecidas. En el caso de Cañete, sus guiones eran muy visibles, escritos a mano y con letra generosa. (No se ha puesto sus inconfundibles gafas en ningún momento, a pesar de llevarlas atadas al cuello con un cordoncito).

Las cifras (muchas) y los gráficos (tres ha mostrado el candidato popular) han protagonizado la estrategia de Cañete, tanto que a veces era imposible entenderlas bien, ya que las proyectaba —atropelladamente—hasta crear una cacofonía de números y datos tan apabullante como discutible en su comprensión, pero que ofrecía una extraña sensación de seguridad y eficacia. Este particular big data de Cañete ha puesto a Valenciano al borde de romper varias veces el protocolo establecido, hasta el punto que la moderadora ha amenazado con sacar «la tarjeta amarilla», en clara alusión a la candidata socialista. Esta incontinencia más o menos controlada le ha permitido a Cañete un típico (y prejuicioso, creo) ataque: «No se ponga usted nerviosa», le ha dicho.

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El debate como síntoma

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 10 may 2014

Europa se ha construido sobre la base de las palabras, muchas veces —demasiadas— innecesarias, incomprensibles… pero, mientras se habla, no se mata. Europa es un proyecto político fundamentalmente, de palabras, de lenguas, de textos (discursos, debates, resoluciones, normas, tratados). Hablar para nunca más hacer la guerra. El 9 de mayo de 1950, en un importante discurso en el Salón del Reloj del Ministerio de Asuntos Exteriores francés del Quai d'Orsay, el ministro Robert Schuman propuso la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero de Europa. A esta comunidad se adhirieron Francia, Italia, los países del Benelux (Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo) y Alemania Occidental, que firmaron el Tratado de París en 1951. La CECA dio origen a las primeras instituciones de una Europa unida, como la Alta Autoridad (hoy la Comisión Europea) y la Asamblea Común (ahora el Parlamento Europeo).

Solo habían pasado cinco años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el mayor conflicto bélico de la Historia, y el continente europeo se encontraba sumido en una gran devastación. Aquella Comunidad Europea fue un proyecto de paz, antes que nada. Un proyecto de construcción política en base a las palabras que nos unen, recosiendo la unidad con matices, comas, salvedades, atajos, laberintos y consensos acrobáticos. La jerga europea, se llama. Y directrices, su resultado. Pero sin ella, no habría Europa. Por eso decimos que «hay que hablar de Europa». Esa es su naturaleza política básica: el diálogo permanente, aunque sea redundante, cacofónico, incomprensible. Por eso seguimos escribiendo y publicando «Manifiestos por Europa».

«La conversación debería ser una asignatura» afirma el sabio y erudito Jorge Wagensberg. Y los debates deberían ser los exámenes, opinamos muchas personas. Esta cultura del debate y la argumentación oral es un déficit crónico y crítico de nuestro sistema educativo. Y de nuestra cultura política. De ahí que hayamos transformado, casi siempre, la conversación argumentada en tertulias ruidosas e insoportables; y los debates parlamentarios, en monólogos onanistas.

La polémica política sobre el formato del debate electoral, que los dos principales candidatos de las elecciones europeas deberán celebrar —previsiblemente— el próximo martes, es un síntoma, también, del deterioro de la palabra. Del deterioro de la política. No contribuye, creo, a movilizar a un electorado que muestra alarmantes signos de cansancio y desinterés (en forma de previsible abstención); dudas profundas (representadas en importante número de indecisos); y desafectos preocupantes (como indican las cifras de ciudadanos que ya consideran —incomprensiblemente— que Europa es peor opción que la autarquía nacional).

Esta campaña electoral que decidirá el futuro de los próximos cinco años está anclada, paradójicamente, en el debate sobre el pasado, sus herencias y sus huellas. Es un debate sobre legitimidades: ¿Quién puede hablar del futuro? ¿Quién tiene autoridad para hacerlo? Es posible que el debate televisivo, si se produce, sea un ajuste de cuentas. Que los reproches sustituyan a las propuestas. Parece que el PP ha conseguido imponer el marco mental temporal (pasado-presente-futuro) y con ello dificulta —y mucho— el margen de maniobra estratégico del PSOE, aunque le permite situar las elecciones como un referendo sobre el mismo Rajoy. ¿Ganará quien haga recordar más a los electores y culpabilizar al adversario de los errores (o los costes) del pasado más o menos inmediato?

El debate debería permitir, también, decir la verdad a nuestros conciudadanos sobre la condicionalidad de nuestra limitada soberanía nacional. Y explicar hasta qué punto dependemos y nos sometemos —de voluntad u obligados— a nuestros compromisos europeos. Hagamos un debate serio y en serio, por favor. Europa, y nuestro futuro, se lo merecen.

PD: Recupero un fragmento de una entrevista extraordinaria del que fuera, entonces, corresponsal de prensa en Berlín, Marc Bassets, a Yuri Andrujovich, escritor ucraniano, en 2005. Un autor del que releo estos días su brillante libro Mi Europa, escrito junto a Andrzej Stasiuk:
P: «Por suerte, no me puedo liberar del influjo» del pasado, escribe. ¿Por qué «por suerte»?
R: El hombre, o mejor dicho: yo mismo tengo muchos recuerdos. Los recuerdos son un material para la creación. Sin recuerdos, sin memoria, el hombre es más pobre, más primitivo, poco interesante. Ambas antípodas, el futuro y el pasado, crean un vínculo con la personalidad. La esperanza tiene que ver con el futuro y el recuerdo con el pasado. Sin estos dos valores, el hombre quizá es infeliz, no está lleno, es más pobre.

La política y el visual thinking

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 04 may 2014

La agenda de renovación de la política institucionalizada y de los partidos políticos (como sus principales protagonistas) es larga y profunda. Este proceso inaplazable afecta a todas las áreas: desde la concepción de lo político a la gestión de lo público. De la representación democrática a la interpretación de la realidad. De las formas al fondo. A mi juicio, una de las debilidades más graves —y a la vez menos identificadas y planteadas— es la pobreza (y la pereza) de crear pensamiento alternativo a los problemas planteados. Y, en especial, la dificultad de introducir nuevas visiones que permitan nuevas soluciones. La política piensa como ve. Y ve corto, poco y borroso. Corto, cuando la mayoría  de los problemas reclaman visiones a medio y largo plazo. Poco, frente a la complejidad que obliga a visiones de 360º, más holísticas. Borroso, cuando se precisa —más que nunca— claridad, precisión, nitidez.

En la academia, en la emprendeduría y en el mundo más creativo de la economía se utiliza, desde hace tiempo, el visual thinking (el pensamiento visual) para explorar y recorrer alternativas y posibilidades. Para crear, imaginando. Para pensar, con más libertad. Para resolver, con innovación. Dibujar antes de escribir. Como si volviéramos a los caligramas e ideogramas, portadores de ricos conceptos y matices para el pensamiento, dejándonos llevar por la enorme potencia de asociación de las imágenes con los conceptos.

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