Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

Tecnopolítica

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 26 oct 2014

Wifi, hacker y tuit ya son palabras para la nueva edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Junto con muchas otras, forman parte de las nuevas palabras que están identificando un difuso, pero profundo, movimiento de renovación política a través de la tecnología social. Y que encuentra en el concepto y en la expresión Tecnopolítica –hasta ahora– su mejor síntesis.

El pasado fin de semana, los militantes de Podemos discutieron en torno a las bases sobre las que se asentará su proyecto político: «Vamos a construir una maquinaria de guerra electoral» afirmaba Iñigo Errejón, uno de sus líderes con mayor proyección. La asamblea ciudadana de esta formación, que se celebró en el Palacio de Vistalegre, debatió sobre más de 250 propuestas políticas, organizativas y éticas que los diferentes militantes habían presentado desde el 15 de septiembre. Hoy se acaba el plazo de votación posterior y sabremos qué modelo de organización, qué proyecto y qué liderazgo les van a representar.

La forma es fondo. Cambiar el modo de hacer política es, también, un símbolo de que se puede cambiar la política. Desde Podemos parece que lo han entendido, aunque con algunas contradicciones importantes, como las que han aflorado esta semana en relación a algunos cambios en el método final de votación, y que han llevado al equipo directivo a pedir «perdón» a los militantes. Para ello, usan una nueva manera de abrirse a la ciudadanía, de abrir la participación, y lo hacen gracias a la tecnología. Su principal herramienta es Appgree (que ya fue utilizada por Equo) y que se autodefine como «un nuevo medio de comunicación que da voz a grupos de cualquier tamaño, y con ella la posibilidad de participar en nuevas situaciones de comunicación». En Appgree –juego de palabras entre app (aplicación) y agree (coincidir, estar de acuerdo)–cualquiera puede subir su propuesta y someterla a la evaluación del resto de los usuarios.

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Tarjetas de crédito y descrédito de la política

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 11 oct 2014

Estaban ocultas en la cuenta de «quebrantos». Concepto que identificaba las pérdidas de dinero por las «visas robadas». La auditoría interna de Bankia descubrió el ardid contable de las tarjetas B bajo ese epígrafe indetectable. Tan opaco como perverso. Quebrantos. Otra metáfora tan grotesca como soez. ¡Vaya nombre paradójico! Los mismos que llevaron Caja Madrid a la quiebra, mientras seguían sangrando −hasta la última gota− a su propia entidad, y que han quebrado −definitivamente− la confianza de la ciudadanía en una manera de hacer política y en sus puertas giratorias.

Las cuatro acepciones del verbo quebrantar conjugan plenamente en este caso: 1. Romper, deteriorar algo. 2. Violar una ley, no cumplir una obligación. 3. Debilitar la salud o la fortaleza de alguien. 4. Profanar un lugar sagrado o entrar en él sin permiso. Lo hicieron todo. Sin rubor. Sin pudor. Sin perdón.

La exhibición obscena, en forma de la lectura de los 81.570 cargos en las tarjetas 'black' de Caja Madrid, no deja lugar a dudas: el deterioro ético iba en paralelo a la incompetencia técnica. O, precisamente, por ello, la incapacidad para gestionar eficientemente los recursos ajenos era la consecuencia de un desorden impropio y escandaloso. Porque a nadie se le escapa que el diseño de esta contabilidad oculta era parte de una degradación personal y profesional simultáneas, que les llevó a embriagarse de la peor de las vanidades: la impunidad.

El tiempo y la investigación judicial dibujarán todavía un cuadro más completo de lo ocurrido, que hemos conocido también gracias a la fiscalización ciudadana. Pero aparecen, con nitidez, cuatro consideraciones relevantes: un método, una complicidad, un estilo y un destino.

El método. No era una contraprestación por servicio alguno, sujeta, entonces, a contabilidad transparente, con sus retenciones y declaraciones formales. Eran, pura y simplemente, sangrías económicas asociadas al cargo. No respondían a trabajo, mérito o premio alguno. Era saqueo consentido.

La complicidad. El silencio cómplice, la permisividad y la impunidad se obtuvieron al generar un método capaz de corromper a personas que representaban o estaban vinculadas a todas las fuerzas políticas, a todos los sectores. Y, así, los que debían vigilar acabaron por mirar hacia otro lado mientras el grifo del cajero automático parecía inagotable.

El estilo. La variedad de los gastos, así como el carácter estrictamente personal de la mayoría de ellos, imposibles de asociar o justificar a representación institucional alguna, descubren unas prácticas que escandalizan hasta la náusea. No lo hemos visto todo, todavía. Mientras la Caja se desmoronaba, sus principales directivos no dudaban en gastar sin control y sin decoro. Su estilo de vida, fruto del uso discrecional y casi ilimitado de recursos, era incompatible con la función para la que habían sido designados. Una vez más: las formas son siempre fondo.

El destino. En 2012, el expresidente del Gobierno José María Aznar reveló que Rodrigo Rato rechazó ser su sucesor en dos conversaciones que mantuvieron en el año 2000, aunque afirmó que en el verano de 2003 le dijo que había «cambiado de opinión» y que quería «ser el candidato»; pero ya era tarde. En sus memorias, Aznar admite que Mariano Rajoy era su última opción para sucederle. Pero fue el escogido.

Ahora Mariano Rajoy deberá escoger entre la irritación compartida con la ciudadanía o la consideración que hay que tener entre colegas y viejos amigos. Como la que tuvo Luis De Guindos, quien −al recibir la auditoría de Bankia de manos de su actual presidente, José Ignacio Goirigolzarri, y conocer la implicación directa de la cúpula directiva (con Rodrigo Rato a la cabeza)− instó a Bankia a darles la oportunidad de devolver el dinero antes que el FROB remitiera el caso al Fiscal. Así lo hicieron, obteniendo quizá alguna ventaja judicial preventiva que no tuvieron otros titulares de las mismas tarjetas. Pero parece ser que con objeciones: se trataba de una devolución condicionada a que cuando se revisaran sus gastos y se apreciara que estaban justificados, se les reembolsara el dinero nuevamente.

La sociedad española, y en especial los clientes y trabajadores de Bankia, esperan con impaciencia las explicaciones de Rodrigo Rato para que nos ilustre como las copas, los bolsos, las fiestas y el efectivo son gastos justificables pendientes de reembolsar. En especial a qué dedicó los 1.000 euros que sacó del cajero automático apenas dos días antes del rescate de la entidad que, con dinero de todos, asumió el Estado. El quebranto es total. Total.

La política y el arte de actuar

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 09 oct 2014

En 2001, la National Endowment for Humanities (NEH) seleccionó al gran dramaturgo Arthur Miller para la Jefferson Lecture, el mayor honor que el Gobierno Federal de los Estados Unidos otorga por logros alcanzados en Humanidades. La esperada conferencia de Miller se tituló La Política y el Arte de Actuar, un duro alegato contra el establishment político estadounidense, George W. Bush incluido. Su brillante e imprescindible texto tiene fragmentos que deberían estar permanentemente en el recuerdo de los dirigentes políticos: «la política tiene que ilusionar pero no es una ilusión; debe de afrontar la realidad, la realidad de la crisis; la política debe ser divertida pero no es diversión; no debe confundir la fantasía con la realidad, no puede ser un teatro pero ha de querer ser arte y creación, arte comprometido y creación colectiva».

Su intervención fue editada en España en un pequeño pero valiosísimo libro de cabecera que hay que releer, permanentemente, para acercarse a comprender lo que nos sucede. Miller cree que por vivir rodeados de representaciones «teatrales» −deliberadamente falseadas o exageradas para su escenificación−, cada vez nos resulta más difícil identificar la realidad: «¿Es bueno −se pregunta− que nuestra vida política esté gobernada tan profundamente por las artes del teatro, desde la tragedia hasta el vodevil y la farsa?».

No hay duda. Una parte del descrédito de la política se debe al contorsionismo verbal, a la acrobacia de los conceptos, a la pirueta permanente de posiciones que nos alejan de la realidad, haciendo que la política entre en una realidad tan inconsistente como evanescente. De lo sólido a lo gaseoso. Es cierto, las palabras y su escenificación son fundamentales en el ejercicio de la acción política democrática en un contexto de alta densidad mediática y audiovisual. Lo explica muy bien Luis Arroyo en su libro El poder político en escena: «¿Podemos modificar la manera de ver el mundo cambiando las metáforas y marcos que utilizamos para describirlo?» La respuesta es sí, o casi siempre sí. Pero cuando la escenificación sustituye a la realidad −no la interpreta− convirtiendo en figurantes a los responsables políticos, la política se desliza del poder democrático al humo. Sólo hay algo peor que la irrelevancia en política. Como dijo Josep Tarradellas, en política se puede hacer de todo menos el ridículo.

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