Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

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Las formas son fondo

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 24 dic 2014

Otra vez, las formas son fondo. El discurso del Rey ha cuidado al máximo la puesta en escena. En comunicación, la sencillez es compleja y, casi siempre, mucho más exigente que lo pretencioso o aparente. Una apuesta por la simplicidad, casi la modestia, sin pretensiones. No parecía un palacio, sino un rincón de un comedor clásico, pero con buscada imagen de sobriedad. ¿Un decorado? Esa primera impresión visual, reforzada por la austeridad de los elementos (mesillas, sofá, silla, marcos de fotografía, elementos florales navideños…) han creado una atmósfera cálida y sincera, aunque parezca impostada. Próxima y convincente, a la que ha contribuido, y mucho, la excelente gesticulación, comunicación no verbal, entonación y pasión interpretativa. El cuidado de la barba, así como la sencillez del traje y corbata utilizados han ayudado a mantener la atención sobre sus palabras y sus gestos, sin casi desviarla hacia nada que no fuera su mensaje (salvo el tirador de la ventana, que ha tenido un protagonismo extraño y excesivo en algunos planos).

El Rey ha optado por la alusión indirecta para referirse a la grave acusación de elusión fiscal directa de su hermana, la todavía Infanta Cristina. No ha habido mención expresa, pero sí un clarísimo mensaje que le señala la puerta de la desconexión dinástica: «Pocos temas como este suscitan una opinión tan unánime. Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción. La  honestidad de los servidores públicos es un pilar básico de nuestra convivencia en una España que todos queremos sana, limpia».

Los discursos reales eluden, a veces, la realidad. O su mención. Las limitaciones de las funciones constitucionales de reyes y príncipes, así como el carácter institucional y medido de sus palabras diluyen la franca claridad —casi siempre tensa— en aras de la búsqueda de aceptación mayoritaria —casi siempre inocua—. Su aproximación oblicua, lateral, indirecta es su manera frontal de analizar y de referirse a la realidad. La mayoría vemos los problemas de frente, a veces, a fondo, y, casi nunca, globalmente. Pero un discurso con alusiones permite reinterpretar (o descifrar) los sentidos múltiples de las palabras.

Esta fuerza del lenguaje prudente y simple es sugerente en situaciones de conflicto o de tensión. Y tiene indudables ventajas. Pero, para una parte muy importante de la ciudadanía, los problemas de España necesitan tanta claridad como coraje. Sinceridad, sin concesiones. En este sentido, el discurso del Rey ha sido tan mesurado y prudente que puede haber desaprovechado, quizá, una oportunidad para reforzar «el tiempo nuevo» del que nos habló en su discurso de proclamación. Él ha quedado bien, pero quizá no era eso lo que necesita el Rey (y España). Igual se requería decir lo que se debe, aunque no siempre convenga. ¿Había margen para otro registro? Difícil, pero no imposible.

La fractura emocional, como metáfora política y síntoma de la situación de España ha estado, también, muy presente en su discurso con la extensa —por inusual— referencia (esta vez explícita) a la situación de Catalunya. Se ha mostrado intenso y casi pasional cuando ha hablado de emociones: «Millones de españoles llevan, llevamos, a Cataluña en el corazón. Como también para millones de catalanes los demás españoles forman parte de su propio ser. Por eso me duele y me preocupa que se puedan producir fracturas emocionales, desafectos o rechazos entre familias, amigos o ciudadanos. Nadie en la España de hoy es adversario de nadie».

La ausencia de símbolos religiosos (salvo en el breve plano con un Belén casi de posado forzado en la mesilla con la fotografía del Rey Juan Carlos I) así como de otros (de la Casa Real, por ejemplo) han ayudado a hacer familiar y cercano el ambiente escogido para la grabación del mensaje. La fórmula utilizada para hacer presente a la Reina, la Princesa y la Infanta, con las fotografías en la mesa, y las imágenes finales de la familia, que formaban parte de la realización del discurso, ha sido conservadora pero correcta.

El Rey ha hablado con palabras y gestos. Con formas diferentes. Prueba superada, creo. Pero la obsesión por la aceptación y la recuperación del afecto y reconocimiento de la Corona pasan, también, por ser además de agradable, casi encantador, por ser un Rey franco y sincero, que no esconde las palabras, ni los temas. Que los menciona por su nombre. Que los mira de frente. Mientras, se agradece menos pompa y más sencillez.

Política transparente, política aparente

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 10 dic 2014

Más vale encender una vela que maldecir la oscuridad. (Proverbio árabe)

Hay coincidencias que son mucho más que azarosas circunstancias. Son metáforas involuntarias, espejos de la realidad. Casi muecas grotescas de la casual concurrencia temporal. El destino se ríe, sino fuera por lo paradójico de la situación. Ayer era el Día Internacional contra la Corrupción, iniciativa que impulsa la ONU desde 2005 y que pretende animar a personas, empresas e instituciones a «romper la cadena» de la complicidad con la denuncia cívica y con la actuación política e institucional.

Justo ayer, en España, conocíamos dos hechos que no por esperados son menos transcendentes para la lucha ejemplar contra la corrupción (el problema que ya ocupa el segundo lugar de las preocupaciones de nuestros ciudadanos, creciendo hasta el récord histórico del 63 %, más de 20 puntos respecto a mediciones anteriores). Coincidiendo con el Día Internacional, celebramos nuestro particular día nacional con dos noticias: el fiscal pedía casi 20 años para Iñaki Urdangarin por el caso Nóos (exculpando a la Infanta Cristina, a pesar de considerarla responsable civil a título lucrativo); y la comisión permanente del Consejo del Poder Judicial decidía el futuro del juez Pablo Ruz y su continuidad en el caso Gürtel. Precisamente, Nóos y Gürtel, los dos casos que más han conmocionado —e irritado— a la opinión pública.

Sólo un día después de estas coincidencias, entra en vigor la Ley 19/2013, de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Buen Gobierno. Finalmente España, el último país de la Unión Europea de más de un millón de habitantes en aprobar una ley parecida, tiene un nuevo instrumento legal para rendir cuentas. Y abrir a la opinión pública datos e informaciones a los que los ciudadanos tienen derecho y, a partir de ahora, las Administraciones tienen obligación. Para ello, se inaugura un nuevo portal online, donde se puede consultar toda la información —incluyendo la económica— de todos los ministerios, las empresas públicas y los altos órganos del Estado. Los ciudadanos, además, podrán hacer sus propias peticiones de información, a cualquier hora y en cualquier lugar, sólo entrando en la web.

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La perplejidad en la política

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 06 dic 2014

Hace unas semanas, Ulrich Beck, sociólogo alemán y autor del concepto «la sociedad del riesgo», apuntaba muy bien el tema de la perplejidad en la política: «Los ciudadanos, la gente en la calle, se enfrentan a situaciones que la mayoría de ellos no entienden. No saben lo que está pasando. Los expertos no tienen respuesta, los políticos no tienen respuesta, y por supuesto, la gente no tiene respuesta. Y por otro lado, al mismo tiempo la sociedad se está moviendo, pensando en todo tipo de nuevas alternativas».

Meses antes, Matteo Renzi, en su atrevido discurso —por su franqueza inusual— en el Parlamento Europeo, ofrecía su versión de la perplejidad, resituándola en el aburrimiento y la parálisis: «Si Europa se hiciera hoy una selfie, ¿qué vería?: Un rostro cansado y resignado, aburrido», se respondió, «mientras el resto del mundo corre a una velocidad extraordinaria, Europa se está quedando atrás», recalcó.

Entre la perplejidad (no comprender nada —o no hacerlo suficientemente—) y el aburrimiento (no hacer nada —o no suficientemente—), la política democrática, protagonizada por las actuales corrientes de pensamiento y acción política, está renunciando a ofrecer la representación política como el instrumento más útil contra la resignación claudicante. Quizá, si los actuales dirigentes políticos comprendieran mejor el estado emocional de la ciudadanía, y el binomio perplejidad-aburrimiento, entenderían una de las claves del éxito de la respuesta que se construye alrededor del eje indignación-reacción.

Esta capacidad (o incapacidad) de comprender a los demás, y cómo puede cambiar nuestra manera de relacionarnos y de organizarnos socialmente, es la clave. Siempre me ha sorprendido el limitado conocimiento que, desde la política —y la comunicación política—, tenemos de la neurociencia (y la neuropolítica) y, en particular, de las neuronas espejo y su contribución a la empatía humana. Jeremy Rifkin, autor de La civilización empática (libro imprescindible que deberían leer muchos representantes y líderes políticos), afirma que esta capacidad ha sido el principal conductor del progreso humano y que ha de seguir siendo así, si aspiramos a su sotenibilidad. «Necesitamos ser más empáticos si pretendemos que la especie sobreviva», afirma rotundo. Advirtiendo del irreversible deterioro económico y social que puede suponer que la política (en particular) sea cada vez más incapaz de comprender emocionalmente a la ciudadanía.

La ignorancia y soberbia de algunas personas puede confundirles. Ser empático no es ser, necesariamente, simpático. La crisis de la política, no es la crisis de la simpatía de la política. El problema no es de pose, es de actitud, y de conocimiento de la eficacia comunicativa y del enorme potencial regenerador de las emociones en política No se trata de «marketing», sino de filosofía política, de valores políticos. Lo explicaba muy bien Felipe González, llevando el agua a su molino, en julio de 2007 (25 años después de la primera victoria socialista después de la Transición): «El socialismo es, sobre todo, un sentimiento, y no es y no debe ser una construcción ideológica. Para liderar el cambio es imprescindible hacerse cargo del estado de ánimo de los otros». Y continuaba: «El liderazgo consiste en estar con la gente, con su sufrimiento, abriéndoles horizontes, pero hay que tenerlos claros». ¿Cuándo sucedió? ¿Cuándo la política dejó de ser un sentimiento? ¿Cuándo dejo de comprender el estado de ánimo de las personas?

Tania Singer, investigadora del Instituto Max Planck de neurociencias cognitivas en Leipzig (Alemania), va más allá y habla incluso (lo explicó en el Foro Económico Mundial de Davos) de una economía protectora basada en la cooperación y la compasión en lugar de en sólo la competición. Estudia ahora si mediante actividades como la meditación es posible fomentar la empatía y la compasión: «Si conseguimos entender esta característica humana y entrenarla seguramente podremos conseguir una sociedad mejor». Sí, se trata de filopolítica.

La irrupción reciente de nuevas expresiones políticas en este país tiene mucho, también, de liderazgo emocional. Las fuerzas políticas han abandonado las emociones, confundidas y confiadas en que las razones y las acciones serían suficientes. Pero, tras su perplejidad actual, se esconde su incapacidad para comprender la perplejidad, anterior, de una ciudadanía que pasó del aburrimiento a la indignación y que ahora explora la reacción. Comprender lo que sienten las personas es comprender lo que piensan, o pensarán. Esta es la clave. El combate no es por el centro, es por el corazón, el auténtico centro de la política.

El País

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