«La legislatura no ha terminado» ha dicho el Presidente. Y por lo visto y escuchado hoy en su intervención, bien podría ser que Mariano Rajoy tampoco hubiera terminado su ciclo. Al contrario. Su discurso, su tono, su relato y su estilo demuestran que Rajoy va a por todas sin renunciar ni un milímetro a sí mismo. Hoy se ha reivindicado tanto políticamente como personalmente (este punto psicológico cada vez es más evidente). Una reivindicación que es oferta electoral.
«Seré un presidente previsible, patriota, independiente, moderado y resolutivo» decía Mariano Rajoy. ¡Y ya lo decía en 2008! La previsibilidad es su gran virtud. Es su manera de ofrecer seguridad, ya que no siempre despierta confianza o consigue valoración positiva. Rajoy no sorprende, a veces ni reacciona (para irritación de muchos), pero son su inmovilidad y su previsibilidad lo que le convierten en un líder sin adornos. Hoy ha sido más previsible que nunca. Incluida la ausencia de autocrítica. Ninguna.
Rajoy no se recrea, no pretende gustar, sólo ofrecer solvencia y rigor: «Me comprometo a decir la verdad, sin adornos y sin excusas. Al pan, pan y al vino, vino», dijo en su discurso de investidura. Le gustan las frases tan básicas como ausentes de épica o poética: «Se ha hecho lo que se debía hacer», ha dicho en una de sus sentencias tan insustanciales como de sorprendente eficacia. Su reiterada alusión a aquel discurso de hace tres años es su manera de pasar cuentas con la oposición, y a los que, a su juicio, dudaron y cuestionaron sus medidas y sus promesas. Rajoy recuerda el pasado como una forma de pasar cuentas, de advertir de los posibles retrocesos, de justificar sus decisiones y de exhibir resultados. Antes y después. Ayer y hoy. Es su manera de hablar del mañana.