Pasear y la renovación de la política

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 29 mar 2015

Una de las críticas más certeras que se hace a la mayoría de los representantes políticos es que sus prácticas cotidianas, en el ejercicio del poder, les acaban «alejando de la calle, del pueblo». El reproche cívico se formula así: «Los políticos no pisan la calle, no saben lo que pasa, porque van siempre subidos en su coche oficial». Hay una íntima conexión entre pisar la calle (patearla) y el conocimiento que genera y que se obtiene desde la proximidad, sin intermediación. Pasear y pensar es un ecosistema fértil. Porque caminar y conocer, desde la propia vivencia y experiencia física del hecho de andar, son realidades inseparables. Desde los orígenes. Una vez más, ver y conocer gracias a la comprensión vivida.

La escuela peripatética fue un círculo filosófico de la Antigua Grecia que seguía las enseñanzas de Aristóteles, su fundador. Sus seguidores recibían el nombre de peripatéticos porque en la escuela del filósofo era costumbre enseñar paseando. Es decir: el paseo era el aula de las ideas. Recientemente, asistimos a una nueva mirada al hecho de andar como práctica que favorece el pensamiento, la reflexión, la meditación y la creatividad. Valores y virtudes de los que, lamentablemente, escasea la política previsible.

Una nueva mirada en forma de recuperación de autores que va desde los románticos a los surrealistas pasando por David Thoreau (y su innegable influencia en el movimiento 15M), hasta la proliferación de ensayos que, desde una perspectiva multidisciplinar, alaban y aconsejan andar para pensar. De entre las ediciones recientes hay que destacar El arte de caminar, un libro compuesto por la unión feliz de dos ensayos tan leves como geniales: Dar un paseo, de William Hazlitt, y Excursiones a pie, de Robert Louis Stevenson, recomendado por Enrique Vila-Matas y que ensalza también la idea del caminar introspectivo, el andar interior. El recorrernos para conocernos. Y reconocernos.

 ¿Tenemos hoy políticos que pasean, que caminan, que andan? La respuesta es triste por negativa. ¿Hay espacio para el paso reflexivo entre la política a golpe de tuit? Sí, y puede ser una gran oportunidad. ¿Para cuándo una personalidad política que haga del caminar su identidad? Y no me refiero a los paseos como posados de marketing político o para la escenografía publicitaria. Estoy hablando de radicalidad formal y de fondo, no de pura superficialidad fotogénica. La ciudadanía espera, con avidez ―y necesidad―, que la sorprendan entre tanto tedio ambiental y tanta banalidad argumental. El paseo como método de pensamiento político y como práctica de movilización política tiene, también, un gran potencial. Hay que innovar. Las obras ―humanas― de artistas como Hamish Fulton (en las cuales el acto de desplazarse caminando resurge como una forma subversiva y reflexiva de estar en el mundo) son inspiradoras.

Caminar puede ser subversivo, por reflexivo. Por su capacidad de crear alternativas al desplazamiento y al pensamiento en mundos saturados de ruido y contaminados de pereza. «Da la impresión de que algunos de los aspectos literarios y espirituales del caminar están en proceso de recuperación, después de años sin haberlos mencionado», señala José Antonio Millán. ¿Y los aspectos políticos? Explorar la filosofía del andar (y una creativa adecuación a la competencia política) puede ser un camino sugerente y sorprendente, justo cuando, desde la política conocida, más se necesitan nuevas y diferentes ideas. En palabras del filósofo Frédéric Gros: «El caminante es un rebelde que camina hacia sí mismo».

Las largas marchas políticas ―desde las históricas de Martin Luther King a Ghandi, pasando por las más recientes convocatorias― han sido, hasta ahora, la expresión más clara de esta capacidad movilizadora, de fuerte componente ético, y donde el esfuerzo del recorrido era un símbolo de resistencia. La agregación progresiva de personas era un caudal de acumulación de voluntades y esperanzas. Pero hay que volver a caminar cotidianamente para, cuando sea necesario, poder marchar excepcionalmente. Ahora que la vieja política parece que deambula, ―sin norte, sin sentido, sin paso firme― volver a andar, solo y acompañado, para pensar y pensarnos, sería casi un desafío a lo establecido, un gesto transgresor, una metáfora vivible de la filopolítica.

Hay 4 Comentarios

Antes los políticos tenían para no pasearse la excusa del terrorismo. Chóferes para todos. Ahora ya no.

La primera vez que entre a comentar a tu blog no tenía idea de nada de lo que pasaba en política. No es que ahora tenga mucha más, es difícil saber lo que ocurre cuando se está ante algo tan oscuro y oculto y además se trata, por todos los medios posibles, de que nadie que no esté en el despacho conveniente se entere de nada.
Dicho esto, opino que al político español le cuesta salir a la calle porque en cuanto gana las elecciones ya no trata de atender a los ciudadanos en sus demandas sino que se dedica a sus propios intereses. Dicho de una manera más clara, a los intereses económicos que han pagado para que les sirvan.
De propina el sueldo y los privilegios que convenientemente se han ido otorgando ellos mismo de manera torticera e inasumible.
Jamás saldrán a la calle, jamás les veremos en un transporte público, jamás darán explicaciones ni la cara a los ciudadanos en una plaza pública sin haberlo preparado convenientemente. España esta muy lejos de ser aquel país democrático que yo creía que era.
Por cierto, muchas felicidades por el premio a tu blog. Que sepas que algunas veces te sigo leyendo, aunque no te lo diga.
Es que he cambiado de periódico, El País también me ha defraudado y tampoco es lo que era.

Hasta hace seis meses caminaba casi todos los días una hora desde que me prejubilé y creo que era bastante consciente de los beneficios que me proporcionaba, no solo físicos sino también de actitud y creatividad. Un repentino cambio de domicilio y su consiguiente reorganización de mi vida ( reforma de la vivienda para adaptarla a mis necesidades ) ademas de haberme comprado un pequeño barco ( que tanto placer me da tanto en lo lúdico como en lo espiritual) pero que dada su vetustez ( es como el barco de Hemingway con sus rotos y sus descosidos) me absorbe a su vez bastante tiempo, me han hecho posponer el reinicio de mis caminatas mañaneras, justificándomelo con el argumento de que estando tan activo no pasaba nada y ya llegaría el momento.
Gracias por el artículo Antoni, me ha abierto los ojos y puedes sentirte orgulloso de que con el hayas conseguido que si bien los políticos no caminen, ( conseguir algo inteligente de ellos se está poniendo arto difícil ) por lo menos este humilde bloguero vuelva ha hacerlo desde hoy mismo. Y ahora te dejo, voy a ponerme el pantalón corto y las zapatillas de patear….

El paseo, de Robert Walser

Sin el paseo y sin la contemplación de la Naturaleza a él vinculada, sin esa indagación tan agradable como llena de advertencias, me siento como perdido y lo estoy de hecho. Con supremo cariño y atención ha de estudiar y contemplar el que pasea la más pequeña de las cosas vivas, ya sea un niño, un perro, un mosquito, una mariposa, un gorrión, un gusano, una flor, un hombre, una casa, un árbol, un arbusto, un caracol, un ratón, una nube, una montaña, una hoja o tan sólo un pobre y desechado trozo de papel de escribir, en el que quizá un buen escolar ha escrito sus primeras e inconexas letras. Las cosas más elevadas y las más bajas, las más serias y las más graciosas, le son por igual queridas y bellas y valiosas. No puede llevar consigo ninguna clase de sensible amor propio y sensibilidad. Su cuidadosa mirada tiene que vagar y deslizarse por doquier, desinteresada y carente de egoísmo; tiene que ser siempre capaz de disolverse en la observación y percepción de las cosas, y ha de postergarse, menospreciarse y olvidarse de sí mismo, sus quejas, necesidades, carencias, privaciones, como el bravo, servicial y dispuesto al sacrificio soldado en campaña. De otro modo, pasea tan sólo con media atención y medio espíritu, y eso no vale nada. Tiene que ser capaz en todo momento de compasión, de identificación y de entusiasmo, y ojalá que lo sea. Tiene que alzarse a elevado arrebato y hundirse y saber descender a la más profunda y mínima cotidianeidad, y probablemente sabe.

Pero ese fiel y entregado disolverse y perderse en los objetos y ese celoso amor por todas las manifestaciones y cosas lo hacen feliz, como todo cumplimiento de obligación hace feliz y rico en lo más íntimo a quien tiene una obligación que cumplir. Espíritu, entrega y fidelidad lo satisfacen y elevan sobre su propia e insignificante persona de paseante, que con demasiada frecuencia tiene reputación y mala fama de vagabundeo e inútil pérdida de tiempo. Sus múltiples estudios lo enriquecen y entretienen, lo calman y refinan y rozan a veces, por improbable que pueda sonar, con la ciencia exacta, lo que nadie creería del en apariencia frívolo caminante. ¿Sabe usted que mi cabeza trabaja dura y tercamente, y a menudo estoy activo en el mejor de los sentidos, cuando parezco un archigandul y persona frívola sin responsabilidad, sin pensamiento ni trabajo, perdido en el azul o en el verde, lento, soñador y perezoso, que ofrece la peor de las impresiones? Secreta y misteriosamente, siguen al paseante toda clase de hermosos y sutiles pensamientos de paseo, de tal modo que en medio de su celoso y atento caminar tiene que parar, detenerse y escuchar, que está cada vez más arrebatado y confundido por extrañas impresiones y por la hechicera fuerza del espíritu, y tiene la sensación de ir a hundirse de pronto en la tierra o de que ante sus ojos deslumbrados y confusos de pensador y poeta se abre un abismo. La cabeza se le quiere caer, y los por lo demás tan vivos brazos y piernas están como petrificados. Paisaje y gente, sonidos y colores, rostros y figuras, nubes y sol giran como sombras a su alrededor, y ha de preguntarse: «¿Dónde estoy?». Tierra y cielo fluyen y se precipitan de golpe en una niebla relampagueante, brillante, apelotonada, imprecisa; el caos empieza, y los órdenes desaparecen. Trabajosamente, el conmocionado intenta mantener su sano conocimiento; lo consigue, y sigue paseando confiado.


Publicar un comentario

Si tienes una cuenta en TypePad o TypeKey, por favor Inicia sesión.

Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal