Cada minuto se comparten 280.000 tuits, se envían 240 millones de mensajes de correo electrónico, se hacen 4 millones de búsquedas en Google, se envían 350.00 fotos con WhatsApp… y la población global de Internet asciende a 3 mil millones de personas, según la plataforma de data mining Domo. La disrupción sustituye a la evolución o la progresividad. La eclosión de lo exponencial es vertiginosa: según Ericcson Mobility Report 2014, el tráfico de datos creció un 60 % entre el 2013 y el 2014. Antes de que acabe la década, habrá 44 zettabytes de datos (un ZB es igual a un billón de gigabytes) y, seguramente, esta estimación quedará corta y desfasada. Vivimos en un universo, en un mar de datos. El big data nos empequeñece, abruma y nos convierte en cifras medibles y cuantificables, mientras crece más allá de nuestra comprensión. Los datos son los hidrocarburos, el combustible de la sociedad conectada. El principal consumo de la humanidad es ya… información. Somos datos y rastros digitales.
Las instituciones, y la política protagonizada por los partidos tradicionales, siguen gestionando las políticas públicas y la acción política con un gran desconocimiento de esta realidad. Los datos cambian nuestra percepción y conocimiento del entorno y contorno social o económico, porque nos cambian el diámetro, el foco y la intensidad de la mirada. Pensamos lo que vemos, como decía Aristóteles. Cambiar la mirada, obtener una nueva visión, es garantizar las bases para encontrar nuevas soluciones a viejos problemas. Conocer más y mejor la causalidad, las relaciones y los ecosistemas de la realidad social que queremos administrar o cambiar es imprescindible. Pero la política ha renunciado, de momento, al visual thinking. Estamos con los ojos abiertos, pero vemos muy pocas cosas. Nuestra capacidad de pensar se reduce al limitar, por omisión, la capacidad de observar y analizar.
La política, con los datos, se comporta con tres actitudes básicas: o los ignora, o los desprecia, o los sobredimensiona. Ignorar los datos es lo más habitual. Se gobierna (o se propone) con demasiadas intuiciones, convicciones, prejuicios y.... con pocos datos. Los argumentos rara vez se sustentan con datos. Y cuando se utilizan no es para la búsqueda de consensos empíricos, sino para arrojarnos porcentajes, estadísticas, decimales y gráficos como objetos verbales, sin ánimo alguno de aproximación. Todo lo contrario. Siempre me ha sorprendido, por ejemplo, el volumen de datos que se lanzan en los atriles parlamentarios que no son contrastados, documentados o, simplemente, referenciados. Mentir o tergiversar con los datos, al utilizarlos sin sentido ni comprensión es nuestra manera peculiar de ignorarlos. Desposeerlos de contexto y fragmentarlos es, además, otro vicio nacional. A lo que hay que añadir una profunda ignorancia de la mayoría de nuestros líderes políticos por los datos básicos —y actualizados— del sector o territorio al que representan. No pensamos con datos, improvisamos con prejuicios, que no es lo mismo.
La segunda actitud fundamental es el desprecio. Cuando los datos se conocen, se relativizan o se subestiman. La prueba más trágica del daño irreversible que tiene despreciar los datos (científicos en este caso) es todo lo que concierne a las políticas públicas medioambientales. El próximo 30 de noviembre, por ejemplo, se celebrará en París la 21ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21), donde se buscará «alcanzar, por primera vez, un acuerdo universal y vinculante que permitirá luchar eficazmente contra el cambio climático e impulsar la transición hacia sociedades y economías resilientes y bajas en carbono». Este encuentro es determinante y decisivo para nuestro futuro. Los datos sobre la salud del planeta son incuestionables, aunque sean interpretables. Pues, lamentablemente, este tema estará absolutamente ausente del próximo proceso electoral. La cita francesa, con los datos que nos afectan y sus consecuencias serán ninguneados por nuestros dirigentes. Despreciar los datos es la arrogancia del ignorante. Una política que no piensa con datos es incapaz. La que los desprecia es irresponsable.
Y finalmente, en el extremo opuesto, nos encontramos con la sobreexcitación y exaltación del dato, en especial los económicos (y, en concreto, los financieros). El paroxismo acrítico del dígito. El onanismo numérico. Esta es la gran diferencia entre gobernar y administrar. Los administradores necesitan excels, los gobernantes datos, mapas y capas múltiples. Solo los cartodatos o los ecosistemas de datos, con su interpretación causal, permite diferenciar la política de la contabilidad. La política sometida por las cifras se reduce al determinismo político. Al «no hay alternativa». A la claudicación, a la renuncia a dirigir los destinos de lo público para reservarnos el mero papel de espectadores o de contables de lo inevitable. En esta tercera actitud, la confusión entre datos y conocimiento es tan perversa como peligrosa, como bien apunta Nate Silver en su imprescindible libro La señal y el ruido cuando nos advierte que «la sobreabundancia de información puede empeorar nuestros pronósticos». Atrapados entre la trazabilidad y la predictibilidad, la política renuncia a decidir.
Pero hay otra opción posible. Y necesaria. La que piensa en el big data, en el social data, como un elemento revitalizador y renovador, también, de la acción política además de la economía. La que no confunde las señales con voces, los ruidos con alertas, las localizaciones con los reales mapas de capas, las interacciones con las relaciones, o los simples y puros datos con conocimientos útiles para la acción y la gestión política. Creo que necesitamos una cultura de datos para una nueva política. Más consciente, más lúcida y comprometida. Estos podrían ser, brevemente, algunos itinerarios posibles para ir del big data a la nueva política.
1. Datos para la monitorización, vigilancia, y fiscalización políticas. Esta misma semana se ha presentado Polétika: una nueva plataforma de vigilancia crítica. Los datos que va a examinar esta red ofrecerán nuevas miradas a las políticas públicas. Y los grados de cumplimiento.
2. Datos para la visualización política. Necesitamos cartodatas creativas que aprovechen el enorme potencial del visual thinking y del art data para ver los datos y comprenderlos mejor gracias al arte digital. Activismo y artivismo. Datos bellos para intentar una política de bien común.
3. Datos pata la movilización. El mundo de los datos mediatizados y operados por apps, por ejemplo, puede favorecer prácticas políticas de intervención y movilización nuevas y estimulantes. Apps para hacer más efectivos los puerta a puerta, para la convocatoria de acciones, o para la participación electoral. Datos que permiten movilizar el voto al conocer mejor a los votantes y sus necesidades. Datos para la tecnopolítica.
4. Datos para la segmentación. De la publicidad a la conversación y al microtargeting. Datos para saber qué decir, a quién, cuándo, cómo y… por qué. Datos para conocer mejor a los electores y a los ciudadanos, sus intereses y sus relaciones. Datos para conversar. Del focus group al social group.
5. Datos para cogobernar. Los datos de interés público ya no son sólo los datos de las Administraciones públicas, ni los que se liberan por las políticas de transparencia, simplemente. Las Administraciones son una minería de datos extraordinaria que puede, juntamente con grandes corporaciones, liberar datos útiles para el diseño y rediseño de productos y servicios. No tengo duda alguna de que una política pública de datos abiertos, libres y cooperativos es básica para nuestras sociedades. Esto va mucho más allá de los gobiernos o parlamentos abiertos. Se trata del gobierno compartido, cooperativo y colaborativo como el único capaz de embridar los excesos de lo privado cuando especula, esquilma o depreda.
6. Y, finalmente, datos para más y mejor democracia. Sea para renovar la vida interna de los partidos o para experimentar la democracia líquida y nuevas formas de delegación y representación. ¿Podemos seguir despreciando el potencial de los datos para la política? Podemos, pero no debemos si queremos entender lo que pasa y por qué. Claves básicas para liderar una política de la responsabilidad y la renovación.
Hay 3 Comentarios
Las instituciones públicas tienen demasiada data que no se emplea para mejorar la calidad de los servicios públicos, menos para realizar proyectos en beneficio de una población, una vez detectada sus necesidades.
Tenemos que continuar en el aprendizaje de cogobernar y ejercer democracia con el apoyo de tecnologías.
Publicado por: Beatriz | 10/07/2015 6:36:28
Magistral poliedro, gracias.
Publicado por: Enrique | 06/07/2015 15:18:15
Mientras leía se me iban ocurriendo varias cuestiones.
La primera que aunque hay mucha gente mayor que ha aprendido a utilizar los Smartphone y son usuarios de Whatsapp, participar en política a través de internet les cuesta, lo que se puede deducir que los viejos partidos tienen ahí una clara ventajilla.
Los datos: Ya me gustaría que cuando se publicaran fueran fiables, porque no veas la cantidad de tiempo y la de meteduras de pata que se tiene hasta que se acierta en algo (por culpa de la mala información).
Qué muchos datos de los que salen a la luz son para engañar a la gente ya se sabe. Por eso se suele buscar contraopinión...
Muy buen post, como siempre.
Publicado por: Alba | 05/07/2015 18:07:54