Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

Últimas entradas

Rajoy y el futuro

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 31 jul 2015

En la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, la última del mes de julio y del curso político, sólo ha comparecido Mariano Rajoy para hacer balance de su último semestre y… abrir, sin ambigüedades, la campaña electoral. El Presidente cumple con una recomendable tradición: rendir cuentas a finales de julio, pero protagoniza excepcionalmente la presentación de las cuentas públicas. Ni el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ni el de Economía, Luis de Guindos, rendirán  cuentas detalladas ante la prensa ―como es habitual― del proceso de aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. «Mandaremos una nota de prensa sencilla», informan desde el ministerio de Hacienda. Por primera vez, en la historia de la democracia, el proyecto de Ley de Presupuestos se aprobará en vísperas de un proceso electoral, con las Cortes a punto de disolverse. Es insólito y preocupante. Incluso algunos expertos lo califican de fraude constitucional.  

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Presidente, ¿y si el miedo ya no asusta?

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 05 jul 2015

Mariano Rajoy cree en una lógica política muy particular. Sus cálculos son básicos, simples, mecánicos. Cree que todos los electores que pudieran votar a Pedro Sánchez se van a reprimir de hacerlo, y a entregarse en sus brazos, por la amenaza y por el miedo de que el líder socialista sea un muñeco en manos de Pablo Iglesias. Hoy le ha dado titular a la tesis con la que hace semanas está trabajando, tras el resultado del 24M: Rajoy tacha al líder del PSOE de «títere de los radicales» y «portamaletas de los separatistas». Así de sencillo. ¿Así de sencillo?

Rajoy atribuye al miedo a los demás rivales un alto valor movilizador del voto propio. Y aunque no hay duda que puede generar una parcial reactivación del voto abstencionista o del voto dual de los populares que en las municipales y autonómicas han votado a otros, no está escrito, ni demostrado —ni garantizado— que la estructura de apriorismos que sustenta esta estrategia dé resultados. Vayamos por partes. Desgranemos los argumentos exagerados que subyacen en la pretensión electoral de Rajoy. ¿Es la exageración un elemento creíble para movilizar el voto? No, no lo es. Los excesos no movilizan al perder toda su credibilidad ecuánime. Sólo lo creíble genera dudas, antesala del miedo de verdad. Cuando se exagera el verbo y se radicaliza el tono, la capacidad de fuego se reduce a la pirotécnica. Mucho ruido, pero nada más. Tan fugaz como luminoso. Pero pronto, la oscuridad vuelve a reinar.

¿Pedro Sánchez parece un títere? No lo creo. El líder socialista es un líder en construcción, sí; pero ha superado la fragilidad de su inicio por una trabajada y efectiva desenvoltura (a veces demasiado impostada) que le viste y le cubre de varias capas de competitividad electoral. El PSOE tiene un candidato —de hecho tiene una pareja electoral en liza como gran novedad— capaz de representar un papel diseñado y programado. Y aunque, a veces, genera dudas sobre el fondo y trasfondo de sus cuidadas formas, no parce alguien fácilmente manipulable. A lo sumo, influenciable. Pero no por el demonizado líder de Podemos.

¿Es Pablo Iglesias un peligro chavista y un manipulador populista como Tsipras? Iglesias, a pesar de su obstinación por querer parecer realmente amenazante —para ser más creíble, supongo— no cuaja del todo con la imagen demonizada que se le quiere construir. Ha cambiado la crispación por la sonrisa y su nueva imagen se reviste de seducción multicolor. Y a pesar de las duras campañas que van a recibir las alcaldesas Manuela Carmena y Ada Colau, y de los ataques a los presidentes socialistas de Extremadura, Aragón y Comunidad Valenciana, entre otros, por pactar con los radicales… lo cierto es que creo que nada de lo que suceda en los próximos meses va a generar una reacción fulminante de rechazo pendular. Los electores socialistas no van a cuestionar la estrategia de pactos de izquierdas con los que el PSOE ha explorado algunas fórmulas de gobernabilidad. No olvidan que muchos de los votantes de Podemos, y muchos de sus líderes, fueron antes socialistas. O hijos de. O todavía más: son los socialistas modernos que ellos también quisieran ser.  

Y, finalmente: ¿van a votar al PP los ciudadanos supuestamente asustados por las dependencias peligrosas de Sánchez respecto a Iglesias? Tampoco. El miedo que azuza Rajoy ya no asusta. Esto es lo nuevo. La sociedad española tiene la piel dura. La crisis ha revestido la epidermis social y política de una capacidad refractaria más potente de lo que se cree. Nadie votará a un líder como mal menor. Porque el cálculo del mal ya no contabiliza electoralmente cuando el cansancio, el hartazgo o la indignación animan a vivir peligrosamente. Los electores no es que sean inconscientes, es que ya viven con el miedo en sus cuerpos provocado por esta durísima crisis que fractura y divide. Ya no tienen más miedo. O al menos no creo que provoque temor desbordado, ni el bueno de Sánchez; ni pánico irreprimible, el malo de Iglesias, a pesar de sus posibles contradicciones.

Rajoy ve el mundo político con una lógica maniquea, más cercana a la filosofía epidérmica que a la complejidad y profundidad del momento actual. Si frente al supuesto populismo peligroso de sus adversarios, Rajoy se protege con el simplismo que parece abrazar… va a sufrir. Y mucho, creo. Lo complejo no se resuelve con lo fácil y lo rápido, ni con dinero inesperado, en forma de rebaja de impuestos o recuperación de pagas. Tengo la impresión de que nada de esto va a cambiar la percepción que una parte del electorado que le abandona tiene de él y de su partido. Los electores no quieren que se les compre. Quieren que se les convenza, aunque al Presidente le sorprenda. Si quiere competir deberá salir de la zona de confort del esquematismo… y buscar razones —que algunas tiene— y emociones —de las que no hace gala— para demostrar que su opción no sólo es la mejor de las peores, sino la opción más atractiva para el futuro. Amortizado por el pasado, chamuscado por el reciente presente, Rajoy deberá encontrar argumentos de esperanza si quiere ser elegido. Es decir, deseado. ¿Podrá?

Datos y política

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 04 jul 2015

Cada minuto se comparten 280.000 tuits, se envían 240 millones de mensajes de correo electrónico, se hacen 4 millones de búsquedas en Google, se envían 350.00 fotos con WhatsApp… y la población global de Internet asciende a 3 mil millones de personas, según la plataforma de data mining Domo. La disrupción sustituye a la evolución o la progresividad. La eclosión de lo exponencial es vertiginosa: según Ericcson Mobility Report 2014, el tráfico de datos creció un 60 % entre el 2013 y el 2014. Antes de que acabe la década, habrá 44 zettabytes de datos (un ZB es igual a un billón de gigabytes) y, seguramente, esta estimación quedará corta y desfasada. Vivimos en un universo, en un mar de datos. El big data nos empequeñece, abruma y nos convierte en cifras medibles y cuantificables, mientras crece más allá de nuestra comprensión. Los datos son los hidrocarburos, el combustible de la sociedad conectada. El principal consumo de la humanidad es ya… información. Somos datos y rastros digitales.

Las instituciones, y la política protagonizada por los partidos tradicionales, siguen gestionando las políticas públicas y la acción política con un gran desconocimiento de esta realidad. Los datos cambian nuestra percepción y conocimiento del entorno y contorno social o económico, porque nos cambian el diámetro, el foco y la intensidad de la mirada. Pensamos lo que vemos, como decía Aristóteles. Cambiar la mirada, obtener una nueva visión, es garantizar las bases para encontrar nuevas soluciones a viejos problemas. Conocer más y mejor la causalidad, las relaciones y los ecosistemas de la realidad social que queremos administrar o cambiar es imprescindible. Pero la política ha renunciado, de momento, al visual thinking. Estamos con los ojos abiertos, pero vemos muy pocas cosas. Nuestra capacidad de pensar se reduce al limitar, por omisión, la capacidad de observar y analizar.

La política, con los datos, se comporta con tres actitudes básicas: o los ignora, o los desprecia, o los sobredimensiona. Ignorar los datos es lo más habitual. Se gobierna (o se propone) con demasiadas intuiciones, convicciones, prejuicios y.... con pocos datos. Los argumentos rara vez se sustentan con datos. Y cuando se utilizan no es para la búsqueda de consensos empíricos, sino para arrojarnos porcentajes, estadísticas, decimales y gráficos como objetos verbales, sin ánimo alguno de aproximación. Todo lo contrario. Siempre me ha sorprendido, por ejemplo, el volumen de datos que se lanzan en los atriles parlamentarios que no son contrastados, documentados o, simplemente, referenciados. Mentir o tergiversar con los datos, al utilizarlos sin sentido ni comprensión es nuestra manera peculiar de ignorarlos. Desposeerlos de contexto y fragmentarlos es, además, otro vicio nacional. A lo que hay que añadir una profunda ignorancia de la mayoría de nuestros líderes políticos por los datos básicos —y actualizados— del sector o territorio al que representan. No pensamos con datos, improvisamos con prejuicios, que no es lo mismo.

La segunda actitud fundamental es el desprecio. Cuando los datos se conocen, se relativizan o se subestiman. La prueba más trágica del daño irreversible que tiene despreciar los datos (científicos en este caso) es todo lo que concierne a las políticas públicas medioambientales. El próximo 30 de noviembre, por ejemplo, se celebrará en París la 21ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21), donde se buscará «alcanzar, por primera vez, un acuerdo universal y vinculante que permitirá luchar eficazmente contra el cambio climático e impulsar la transición hacia sociedades y economías resilientes y bajas en carbono». Este encuentro es determinante y decisivo para nuestro futuro. Los datos sobre la salud del planeta son incuestionables, aunque sean interpretables. Pues, lamentablemente, este tema estará absolutamente ausente del próximo proceso electoral. La cita francesa, con los datos que nos afectan y sus consecuencias serán ninguneados por nuestros dirigentes. Despreciar los datos es la arrogancia del ignorante. Una política que no piensa con datos es incapaz. La que los desprecia es irresponsable.

Y finalmente, en el extremo opuesto, nos encontramos con la sobreexcitación y exaltación del dato, en especial los económicos (y, en concreto, los financieros). El paroxismo acrítico del dígito. El onanismo numérico. Esta es la gran diferencia entre gobernar y administrar. Los administradores necesitan excels, los gobernantes datos, mapas y capas múltiples. Solo los cartodatos o los ecosistemas de datos, con su interpretación causal, permite diferenciar la política de la contabilidad. La política sometida por las cifras se reduce al determinismo político. Al «no hay alternativa». A la claudicación, a la renuncia a dirigir los destinos de lo público para reservarnos el mero papel de espectadores o de contables de lo inevitable. En esta tercera actitud, la confusión entre datos y conocimiento es tan perversa como peligrosa, como bien apunta Nate Silver en su imprescindible libro La señal y el ruido cuando nos advierte que «la sobreabundancia de información puede empeorar nuestros pronósticos». Atrapados entre la trazabilidad y la predictibilidad, la política renuncia a decidir.

Pero hay otra opción posible. Y necesaria. La que piensa en el big data, en el social data, como un elemento revitalizador y renovador, también, de la acción política además de la economía. La que no confunde las señales con voces, los ruidos con alertas, las localizaciones con los reales mapas de capas, las interacciones con las relaciones, o los simples y puros datos con conocimientos útiles para la acción y la gestión política. Creo que necesitamos una cultura de datos para una nueva política. Más consciente, más lúcida y comprometida. Estos podrían ser, brevemente, algunos itinerarios posibles para ir del big data a la nueva política.

1. Datos para la monitorización, vigilancia, y fiscalización políticas. Esta misma semana se ha presentado Polétika: una nueva plataforma de vigilancia crítica. Los datos que va a examinar esta red ofrecerán nuevas miradas a las políticas públicas. Y los grados de cumplimiento.

2. Datos para la visualización política. Necesitamos cartodatas creativas que aprovechen el enorme potencial del visual thinking y del art data para ver los datos y comprenderlos mejor gracias al arte digital. Activismo y artivismo. Datos bellos para intentar una política de bien común.

3. Datos pata la movilización. El mundo de los datos mediatizados y operados por apps, por ejemplo, puede favorecer prácticas políticas de intervención y movilización nuevas y estimulantes. Apps para hacer más efectivos los puerta a puerta, para la convocatoria de acciones, o para la participación electoral. Datos que permiten movilizar el voto al conocer mejor a los votantes y sus necesidades. Datos para la tecnopolítica.

4. Datos para la segmentación. De la publicidad a la conversación y al microtargeting. Datos para saber qué decir, a quién, cuándo, cómo y… por qué. Datos para conocer mejor a los electores y a los ciudadanos, sus intereses y sus relaciones. Datos para conversar. Del focus group al social group.

5. Datos para cogobernar. Los datos de interés público ya no son sólo los datos de las Administraciones públicas, ni los que se liberan por las políticas de transparencia, simplemente. Las Administraciones son una minería de datos extraordinaria que puede, juntamente con grandes corporaciones, liberar datos útiles para el diseño y rediseño de productos y servicios. No tengo duda alguna de que una política pública de datos abiertos, libres y cooperativos es básica para nuestras sociedades. Esto va mucho más allá de los gobiernos o parlamentos abiertos. Se trata del gobierno compartido, cooperativo y colaborativo como el único capaz de embridar los excesos de lo privado cuando especula, esquilma o depreda.

6. Y, finalmente, datos para más y mejor democracia. Sea para renovar la vida interna de los partidos o para experimentar la democracia líquida y nuevas formas de delegación y representación. ¿Podemos seguir despreciando el potencial de los datos para la política? Podemos, pero no debemos si queremos entender lo que pasa y por qué. Claves básicas para liderar una política de la responsabilidad y la renovación.

El País

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