Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

Últimas entradas

El empate y el sprint final

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 29 nov 2015

 

Los datos de la encuesta de Metroscopia confirman, a tres semanas de las elecciones, una tendencia que ya se apuntaba en análisis anteriores. Pero esta vez, la confirmación llega a un extremo increíble e inédito. Hablamos de un triple empate real, que podría desembocar en una victoria para el PP, pero también posible para el PSOE o C’sNada es descartable. Este triple empate, seguramente, no tendría, en caso de producirse ahora mismo la cita con las urnas, el mismo comportamiento en la asignación de escaños, dada nuestra ley electoral y las características de nuestras circunscripciones. Pero va a tener una importancia extraordinaria en la legitimidad adicional de quien resulte el partido «más votado», y en el «valor moral y estético» de esta etiqueta en la formación posterior de alianzas y mayorías para el futuro.

Las diferencias demográficas y etarias son muy relevantes. En España, por ejemplo, hay más de 8 millones de personas con derecho a voto que tienen más de 65 años. Pero su distribución y concentración territorial es muy concreta, y coincide —mayoritariamente— con 28 provincias en las que asignan 5 o menos diputados, y que representan casi un tercio del total de los 350 diputados del hemiciclo. En estas circunscripciones, la formación que quede tercera debe de obtener más del 15 % de los votos para obtener un escaño. No es nada fácil, en especial para las formaciones emergentes. Pero en estas provincias quedar primero o segundo es decisivo para el escaño que se trasvasa a las formaciones nuevas y «terceras». La ley electoral puede ser caprichosa. Y esto cambia el cómputo final electoral.

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Odio contra ocio

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 14 nov 2015

No quieren que bailemos. Que escuchemos música. Que nuestros besos se mezclen con las risas. Amar. Divertirnos. Gozar de la vida. Compartir cenas y almuerzos. Beber. Comer. Ocupar el espacio público. Sentirnos libres. «Los objetivos fueron cuidadosamente elegidos», afirman los terroristas. Atacaron a los símbolos, y a las personas.

Detestan que las mujeres lean, escriban, piensen y decidan por sí mismas. Sobre su cuerpo, sus afectos o sus vidas. No quieren que las niñas estudien, por eso dispararon a Malala, en Afganistán, porque quería ir a la escuela. Disparos para castigarla, para asustarla, para matarla.

En el comunicado reivindicativo de los asesinos del Estado Islámico, relacionan la acción terrorista en París con el hecho de ser la «capital de las abominaciones y de la perversión». Es decir, en su demencia, los terroristas identifican la ciudad como el pecado, como el demonio. Y los ciudadanos como viciosos. Las salas de música como templos paganos.

Los atentados golpean a personas inocentes en bares y restaurantes, salas de fiestas, estadios y calles. Todo lo que caracteriza un modelo de libertades en un espacio público. Odian el ocio. Por lo que representa de libertad y emancipación. Lo fanático contra lo lúdico. Se visten de negro, porque detestan el color, la música, la diversidad. Odian las risas. No quieren sonrisas, sólo muecas. De dolor o de sufrimiento.

Han actuado de noche. Un viernes. Justo cuando la ciudad de las luces se ilumina con la luz de los goces y los placeres, con las sombras de las emociones y los afectos, con la claridad de las artes. Cuando la vida parece eterna. Cuando la noche protege a los amantes, a los cómplices, a los amigos. Llegaron de noche, para hacerla eterna, para que no tuviéramos un mañana, y ganar su falsa eternidad con su incomprensible martirio.

A los asistentes al concierto de la sala Bataclan, los llaman «idólatras». Su pecado es admirar a seres humanos: músicos, cantantes, artistas. Les matan por paganos, por ejercer la mística de la música. Su odio es tan incompresible como peligroso y asesino.

Nos desprecian. Hablan del olor de «las calles malolientes de París», que tiemblan indefensas. Se jactan de su pureza. De nuevo asocian la ciudad y los ciudadanos al demonio y su pestilente presencia: «Seguirán oliendo el olor de la muerte por haber estado a la cabeza de la cruzada».

Nos quieren atemorizados y paralizados. «Incluso sentiréis miedo de ir al mercado», proclamaban en un mensaje de vídeo de Al Hayat, la sección mediática de los acólitos del califato: «Se te ha ordenado combatir a los infieles donde quiera que se encuentren. ¿A qué esperas? Hay armas y coches disponibles y los objetivos están listos para ser golpeados», indica uno de los terroristas. «Sirve incluso el veneno. Envenena el agua y los alimentos de al menos uno de los enemigos de Alá», conmina.

«París tembló bajo sus pies», agregan los yihadistas. Así nos quieren: derrotados en nuestros corazones, ánimos y valores. Quietos, inmóviles, encerrados. Quieren destruir la risa y el movimiento. Ahora, hoy, más que nunca hay que reírse entre el dolor, el llanto y el desaliento. Reír llorando. Para enfrentarnos al odio con ocio. A la barbarie con arte. A las pesadillas con sueños. Para que París tiemble… pero de bailes y pasos libres, no de miedos y espantos.

Hoy lloraremos, pero mañana volveremos a bailar y a dibujar. Para ganar la batalla de las ideas y los valores. La auténtica gran batalla.

El reloj de arena de Rajoy

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 07 nov 2015

No sabemos cuál es el tipo de reloj que utiliza el Presidente del Gobierno. Pero lo que sí sabemos es que Mariano Rajoy tiene una relación diferente -¿conflictiva?- con el tiempo. Su tempo es de otro mundo. Su reloj no marca las horas. Pareciera que tiene una especial fascinación por los relojes de arena y su imperturbable –y magnética- manera de medir el tiempo. Cuando la fina arena ha pasado de un hemisferio a otro, puedes darle la vuelta por el puro placer de ver discurrir el tiempo entre tus manos. Rajoy se queda ensimismado e hipnotizado en su reloj de arena político.

Rajoy, amante del control temporal y con un deseo oculto de controlar el momento político a costa de la irritación, de la desesperación, o del cansancio de sus colaboradores, ha presentado sus listas electorales a su más fiel estilo: en el límite temporal. Rajoy no ha traicionado su estilo quietista, en donde la inmovilidad y la parálisis es su particular manera de estar en movimiento. Pero esta vez lo ha revestido de un nuevo relato: su tempo es reflejo y síntoma de tranquilidad y de seguridad, no de parálisis. Es control, no desconcierto. Este es su nuevo mantra.

Hoy mismo, por ejemplo, y frente a los que le exigen reacción y sobreactuación en Cataluña, se ha erigido como el hombre tranquilo, proporcional y previsible que tanto desea ser: “Cuando uno sabe qué es lo que tiene que hacer está tranquilo", ha dicho en plena reafirmación personal y política. Veremos si esta vez a Rajoy, y su reloj de arena, le funciona el tempo. Rajoy no cree en la comunicación política. Le gustaría que todo se resolviera por el BOE. Pero la política no se hace solo desde los decretos, sino desde la pedagogía. Y los jueces no pueden –ni deben- resolver lo que a la política le incumbe. El tiempo es un aliado imprescindible para comprender lo que sucede, actuar son la realidad, e intervenir de manera efectiva en el devenir de lo vital. El tiempo es vida. Paralizarlo, retenerlo, ignorarlo es empezar a morir.

Rajoy confía en que le queda tiempo (hasta el 20D), y margen demoscópico, para resistir los empujes de sus opositores y para administrar, a su favor, el desafío secesionista. Hay un tiempo para cada cosa, piensa. Pero esta legislatura ha demostrado que los tiempos se aceleran, se agitan, se acortan. Todo va muy rápido. En cambio, Rajoy -que no es rápido de reflejos- está seguro que en tiempos de agitación e incertidumbre los hombres tranquilos son una garantía. Cree que su estilo será, finalmente, valorado por los electores. Por ello insiste en desmarcarse de la espuma televisiva de las tertulias y de efervescencia mediática. Apuesta por la sobriedad como sinónimo de seguridad y solvencia.

Rajoy, y su reloj de arena, se enfrenta a los cronómetros vitales de sus opositores. Ellos van rápidos. Él lento. ¿Llegarán a tiempo? ¿Les faltará? Esa será la cuestión. Hoy quedan 42 días para las elecciones. Para unos, suficiente. Para otros, escaso tiempo. Otros creen en los días decisivos y en la aceleración de la historia de la última semana. El que acierte en el tempo político, en el ritmo y en la energía movilizadora en estas seis semanas tendrá mucho ganado. Rajoy espera y aguarda. El resto se acelera. Veremos quien acierta.

Rivera y la probabilidad

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 01 nov 2015

¿Y si Rajoy tuviera razón?: Y una mayoría significativa de ciudadanos quisiera mantener, con algunos retoques, el rumbo económico y la firmeza constitucional. ¿Y si el PP no tuviera razón?: Y hubiera errado al mantener como cartel a Mariano Rajoy para pilotar esta segunda etapa de reactivación económica. La estrategia continuista del PP se enfrenta a tres opciones graduales de cambio. Ciudadanos, PSOE y Podemos se presentan con grados de distancia muy distintos en relación a los populares. Acertar la distancia y la posición propia respecto al principal actor político a batir es clave. Ver el mapa es clave. Paradójicamente, la proximidad respecto al que se quiere ganar y substituir puede ser decisiva. ¿Y si los electores, por encima de cualquier otra consideración, lo que no desean es otra vez a Mariano Rajoy? ¿Y si, en cambio, estuvieran dispuestos a mantener, con retoques y actualizaciones, una parte significativa de sus políticas? 

La continuidad, la renovación, el cambio y la alternativa. Estos son los cuatro frames (marcos mentales) sobre los cuales Rajoy, Rivera, Sánchez e Iglesias están construyendo su oferta electoral. Acertar el frame es casi siempre definitivo en unas elecciones. Se trata de ofrecer una respuesta política a la pregunta central qué se hagan los ciudadanos. Es decir: se trata de entender cuál es el asunto central, el campo de juego, sobre el que la contienda va a resolverse. ¿De qué van estas elecciones? ¿De España y Cataluña? ¿De recortes y economía? O a lo mejor van de Rajoy y su capacidad para representar y liderar la España y la política de los próximos cuatro años. Igual las elecciones del 20D giran más de lo que se cree sobre qué tipo de centro derecha se necesita -y se quiere- para este momento en España.

El avance espectacular de Ciudadanos bien podría interpretarse también como un acierto en esta clave estratégica. Sánchez cree que hay que cambiar al PP. Rivera ofrece, sin decirlo, cambiar a Rajoy. Iglesias, a todos. La propuesta de Rivera es renovar el centro derecha, no cambiarlo por otra opción. Cuando afirma que quiere una segunda Transición y que su referencia es Adolfo Suárez está anclando su propuesta en un imaginario de evocaciones positivas que penetra con precisión en el electorado mayor, conservador y tradicional de las Castillas. De la misma manera que AP (luego el PP) devoró a UCD, Rivera aspira a la operación inversa: que Ciudadanos pueda canibalizar al PP. Produciéndose una renovación en la oferta de centro derecha española como ya anteriormente se había producido. ¿Es exagerado? No lo sabemos, y ya lo decidirán los electores, pero sí que parece cada día más probable. Y la probabilidad, en política, es determinante para que se materialice. Los electores casi siempre quieren jugar sobre seguro… y sobre el futuro.

Tras la sonrisa de Rivera se esconden unos molares políticos de gran capacidad. Rivera huele la sangre de la herida…y como buen depredador, va tras ella. La probabilidad de victoria aumenta cuando sabes cuál es tu verdadero rival.

El País

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