No se puede gobernar en coalición con complejos. Ni de inferioridad. Ni de superioridad. El miedo a gobernar puede impedir oportunidades históricas y responsabilidades políticas ineludibles. La coalición no es para arrogantes, sino para humildes. No es para impacientes, sino lo contrario. Coaligarse es comprender los límites de tu propio poder, y hacerlos compatibles con los límites de tus socios. España necesita un gobierno estable y fuerte, sí. Pero necesita, también, una larga etapa de pedagogía política y ciudadana sobre el concepto de coalición. Pasar de las cómodas y seguras alternancias a las complejas e inciertas alternativas es un ejercicio de responsabilidad colectiva. De los dirigentes políticos y de los activistas, que no pueden ―ni deben― impedir la cultura del pacto con maximalismos y exigencias, de quienes ignoran la historia y los procesos de maduración y creación de mayorías tanto culturales como políticas.
La coalición es incompatible con la hegemonía y con la destrucción del socio. O su superación. Hay que sustituir la cultura caníbal por la de compartir: éxitos y fracasos. Se trata de crear un escenario y un clima de larga duración. Si la cultura de la coalición fracasa en España, todo lo ganado por la nueva pluralidad política será laminado. Los ciudadanos quieren acuerdos. España los necesita. Y el futuro, y sus inclemencias económicas y políticas, debe ser compartido. Es legítimo competir, pero nadie crea condiciones de pacto sin corresponsabilidad. Un gobierno de coalición no puede ser un gobierno receloso. ¿Cómo va a obtener la confianza de la ciudadanía si sus socios desconfían ―hasta la paranoia― entre sí? Un gobierno de coalición no debe empezar como la crónica de su muerte anunciada.