Sobre el autor

es asesor de
comunicación y consultor político.
Profesor en los másters de comunicación
política de distintas universidades.
Autor, entre otros, de los libros: Políticas.
Mujeres protagonistas de un poder
diferenciado’ (2008), Filopolítica:
filosofía para la política (2011)
o La política vigilada (2011).
www.gutierrez-rubi.es

Sobre el blog

Hago mía esta cita: “Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” James Baldwin

El silencio en política

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 28 mar 2016

El silencio de Íñigo Errejón, en su pulso con Pablo Iglesias, evidencia cómo las palabras -o su ausencia- son la materia prima de la política. Sin ellas no hay discurso, ni proyecto. Errejón pone en valor, una vez más, el silencio resiliente frente al verbo atronador, como así ha sucedido muchas veces en la historia. La resistencia frente a la fuerza: este es el poderoso marco mental que construye su inaudible -pero muy visible- posición. Atronadora estrategia que deja en evidencia, en un solo movimiento, a su oponente, atropellado por sí mismo, por sus palabras y sus gestos. Un silencio tan leal como letal, por desafiante. Ayer, maestros del lenguaje; y hoy aprendices del valor del silencio como fortaleza. Pero este artículo no es sobre Podemos, ni sobre sus líderes, es una reflexión sobre la potencia actual del silencio en la comunicación política.

En política, en nuestros tiempos, el silencio no tiene quien le escriba. Ni lo practique. Vivimos en una sobrexposición verbal permanente. Las palabras nos liberan, sí; pero también nos ahogan. Los charlatanes (los chamanes que diría Víctor Lapuente) colonizan nuestro espacio público. Pero a lo largo de la historia, el silencio sí ha sido objeto de grandes valoraciones, muy profundas, y que hoy son de actualidad permanente. Desde la filosofía de Confucio (“El silencio es un amigo que jamás traiciona”), pasando por la cita atribuida a William Shakespeare ("Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras"), o a las enseñanzas del abate Joseph Antoine Toussaint Dinouart. Un eclesiástico que escribió, en 1771, un delicioso ensayo con un título muy pertinente: El arte de callar.

En esta obra, el abate nos aconseja sobre las virtudes y los requisitos del silencio, como el pilar fundamental del arte de hablar: “Sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio”. Dinouart nos alecciona -incluso- sobre el sentido táctico del silencio y sobre las condiciones que lo convierten en transformador: “El silencio es necesario en muchas ocasiones, pero siempre hay que ser sincero; se pueden retener algunos pensamientos, pero no debe disfrazarse ninguno. Hay formas de callar sin cerrar el corazón; de ser discreto, sin ser sombrío y taciturno; de ocultar algunas verdades, sin cubrirlas de mentiras”. Es una obra actual, como todas las obras morales.

En momentos como los actuales, el silencio puede -y debe- tener una oportunidad más allá de su uso instrumental en una guerra de posiciones internas o externas. El silencio en política puede ir acompañado de otras prácticas tan convenientes como necesarias en este contexto ruidoso de palabras vacías. Estos serían algunos retos que, a mi juicio, el silencio puede depararnos para mejorar la política, mejorando su comunicación:

1. El silencio no es gesticulación. La contención verbal puede y debe ser, también, gestual. Cuando la pose substituye a la posición, la política se trivializa porque acaba en tribal. El gesto ha carcomido la esencia de la política que no puede ser otra que el debate. Es decir, la construcción de mayorías democráticas a través de la deliberación y el contraste. La patología excesiva del gesto, del postureo, está vaciando de significado la política. Sí, las formas son fondo en política, escribo frecuentemente. Pero cuando la gesticulación se apodera del gesto hasta la banalización, este se convierte en una mueca, no en un símbolo, ni en un lenguaje.

2. El silencio es un espacio para la reflexión. O debería. La política vive atrapada por la inmediatez. La voracidad caníbal de las palabras en el ecosistema mediático impide darle importancia. Oímos voces y hemos dejado de escuchar palabras. La acumulación de verbos desdibuja los sujetos. El empobrecimiento el lenguaje político es paralelo a su sobrexposición agitada y acelerada. La necesidad de reaccionar impide la reflexión y la maduración, atropella la deliberación, elimina la escucha por el eco y transforma la conversación en cacofonía digital o ruido televisado. No es fácil pensar cuando solo se habla. Y necesitamos una política más reflexiva.

3. El silencio puede ser conversación. Y reconciliación. Decía Martin Luther King que “al final, no recordaremos las palabras de nuestros enemigos sino el silencio de nuestros amigos”. Callar para pactar, callar para crear, callar para confiar. El silencio puede ayudar, paradójicamente, a la construcción de un clima de favorabilidad hacia el acuerdo y el consenso. Hablamos demasiado y decimos tan pocas cosas… que una dosis razonable de contención no solo es deseable, sino conveniente. Callar para, después, hablar. Aprendamos de los clásicos, tan modernos, tan insubstituibles.

Ahora, en tiempos de cálculos políticos y electorales, quizás (como afirma Álex Grijelmo: “Procuro escribir muchas veces 'quizás' o 'tal vez” en su libro Palabras de doble filo) deberíamos recuperar el silencio que genera complicidad. El silencio también tiene doble filo: o es la constatación de la incomunicación, o el suave manto que protege la confianza discreta. Veremos en los próximos días, si más allá de citas convocadas y retransmitidas casi en directo, hay -o no- conversaciones silentes que hagan del silencio público una oportunidad para el diálogo político.

Rendirse

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 20 mar 2016

“No me voy a rendir nunca” ha asegurado Mariano Rajoy. Es, creo, la declaración política más importante del Presidente en funciones desde el 20D. Es una afirmación muy relevante por la carga emocional y política que contiene. La frase es una reivindicación, una advertencia y una propuesta.

La reivindicación. Mariano Rajoy tiende a simplificar la realidad. Su apelación constante al sentido común, o lo normal es una abdicación del pensamiento complejo, diverso y creativo. Rajoy no se rendirá nunca porque prefiere arrastrar a su partido a su suerte. Y cree que ganará. Está en modo competición. Siempre ha sido así, en su trayectoria política: resistir es vencer. Y rendirse es lo contrario de la resistencia. Se reivindica para autoafirmarse. ¿Podría hacer otras cosas?, sí. ¿Sabría?, no lo parece. ¿Quiere?, no.

La advertencia. Es en clave interna y externa. Los movimientos por la sucesión van desde los herederos a los conspiradores. Desde los relevos a las alternativas. El PP ha entrado en ebullición. Pero es un partido que se parece a una olla exprés. Puede aguantar mucha presión, pero necesita una válvula de descompresión. Aunque Rajoy no está dispuesto a ser esa pieza. Ni a bailar, girando por el vapor ―al ritmo del silbido inconfundible―, sobre una tapadera hirviendo. Las ollas exprés funcionan bien cuando la tapa que se puede ajustar herméticamente y la presión se regula mediante una válvula. Pero empiezan los síntomas. Ni la válvula gira, ni la tapa está bien cerrada. Rajoy, con su afirmación, se reivindica y advierte. A riesgo de la explosión.

La propuesta. La profunda convicción que Rajoy tiene de su manera de entender la política es resiliente. Según la Real Academia Española, la resiliencia es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. Palabra de moda, desde el urbanismo a la psicología o la ecología, pasando por el mundo de los negocios. ¿Y en política?, también.

El “nunca me voy a rendir” es lo más personal que le recuerdo a Rajoy. Habla de él, en primera persona. Las próximas elecciones, si nada ni nadie lo impide, van a tener mucha testosterona por medio. Rajoy está construyendo su relato electoral, su storytelling particular, como un episodio militar, como una guerra pírrica que veremos si acaba en victoria: tan inútil como dolorosa. Veremos. Rajoy confía en la mística del cerco, del acorralamiento, de la empatía de su electorado con el acechado, despreciado o repudiado. Es su última interpretación, pero le revitalizará. No se sorprendan.

Resistir, no rendirse, tiene literatura y épica. A pesar de las derrotas. Y construye liderazgos a largo plazo. Lo sabe bien, por ejemplo, Hillary Clinton que, en 2008, y a pesar de varias derrotas en las primarias frente a Barack Obama le espetó: "Nunca me rendiré". Y hoy, ocho años después, acaricia la nominación demócrata. Pero Rajoy no tiene más oportunidades. Puedes perder, pero nunca rendirte, es la máxima que acarician la mayoría de los líderes políticos. Y la historia les premia, a veces. Aunque esa tozudez ―tan española, por cierto― se transforme en tragedia o coste excesivo. Rajoy, el empecinado, es muy español, como los Tercios de Flandes. No lo olviden sus contrincantes.

¿Y si no estuviéramos perdiendo el tiempo?

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 13 mar 2016

Es comprensible. Acostumbrados a las alternancias, la espera democrática para ver si es posible construir una alternativa de Gobierno se nos antoja como pesada e insatisfactoria. Las alternancias del bipartidismo no tenían sorpresas, sólo turnos. Y eran, casi, inmediatas. Pero tras el resultado electoral del 20D, todo ha cambiado. Y la complejidad de la pluralidad, con su incertidumbre, está sustituyendo a las certezas de la simplicidad binaria de los dos grandes partidos, que han protagonizado más de 35 años de democracia parlamentaria. El 20D cambió todo. ¿No era eso lo que quería la mayoría de la ciudadanía? Lamentablemente, las encuestas están reflejando un cansancio de los electores porque la ecuación que ellos mismos provocaron no se está despejando. La esperanza del voto mutó en expectación negociadora. Y se está transformando, lentamente, en decepción y una creciente exasperación. Tres de cada cuatro electores desearía ya un Gobierno y que los partidos llegaran a acuerdos de gobernabilidad. Tres de cada cuatro, también, creen que no va a ser posible y que nos encaminamos hacia unas nuevas elecciones, seguramente, el 26J.

Lentamente, se va apoderando de la opinión pública la atmósfera de un tiempo perdido. De oportunidad desperdiciada. El desenlace de la sesión de investidura, por previsible que fuera a priori, ha provocado una sensación de frustración, alimentada también por algunas fuerzas políticas. Nuestra paciencia es ya poco resistente. Venimos de una legislatura agotadora, durísima y con grietas y problemas muy profundos que han agitado la epidermis social sobre una estructura ósea social muy quebrantada. Y la ciudadanía deseaba ―y desea todavía― resultados inmediatos, decisivos y claros en un nuevo rumbo de los asuntos públicos. Pero no se vislumbra, de momento, otro horizonte que el electoral. Otra vez.

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Guía para seguir el discurso de investidura

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 01 mar 2016

Hoy a las 16:30h Pedro Sánchez pronunciará el discurso más importante de su carrera política. Como lo fue, por ejemplo, el memorable discurso de José Luis Rodríguez Zapatero, hace más de quince años, y que le llevó a la Secretaría General de su partido. Consiga o no la investidura, este discurso marcará su futuro, aunque no resuelva su presente. Esta tarde veremos si los mimbres del acuerdo actual son suficientes para un cesto capaz de sumar una mayoría. Pero, especialmente, veremos si Pedro Sánchez tiene los mimbres para ser Presidente, ahora o más adelante, de un gobierno transversal y de amplia base. Otra vez más, el líder socialista se somete a una prueba extrema. No ha tenido tregua. Todo han sido match ball en su corta pero intensa y fulgurante carrera política.

Para analizar su discurso deberemos prestar atención a diferentes registros. El primero, el textual: lo que dice. Y el uso preciso de palabras y conceptos, así como el hilo conductor, la tesis de su discurso. Pero también, y muy especialmente, a la poderosa y abundante información que nos ofrecerá su comunicación no verbal. Estos podrían ser algunos puntos de interés:

1. Referencia visual. Hasta ahora, los discursos de Pedro Sánchez en el Congreso siempre han ido dirigidos a Mariano Rajoy. Sánchez era la oposición y, especialmente en el Debate del Estado de la Nación (DEN), el Presidente era su objetivo. Pero hoy, ¿a quién dirigirá su mirada y su discurso? Habrá que observar quién será su referencia visual durante su discurso. Es cierto que Mariano Rajoy sigue siendo el Presidente en funciones, pero el candidato socialista no es hoy el líder de la oposición, sino el candidato a la Presidencia. Si reproduce el «esquema visual» anterior puede cometer un error: se le verá como el que fue, no como el que puede ser. La mirada de Sánchez, hoy, es definitiva para observar como se ve a sí mismo y cómo le veremos los demás.

2. Albert Rivera. Será importante ver cómo Sánchez se dirige a su «socio» en esta investidura. Si tendrá palabras personales para él o si sólo hablará del pacto al que han llegado. Hoy, quizá, descubriremos, si entre ellos hay algo más que intereses (que, en política siempre pueden cambiar en función de la coyuntura). Podremos intuir si hay afecto personal, complicidad, y sintonía. Ahora y en el futuro. Y si este feeling es, además de político, también emocional y generacional o simplemente una colaboración táctica. El dato a seguir es observar cómo habla de Rivera, cuántas veces, en qué contexto y con qué palabras.

3. El pacto. ¿Hablará el candidato sobre todos los asuntos del pacto con Ciudadanos? ¿Lo hará como algo cerrado o dará pie a que se puedan añadir nuevos pactos? ¿Explicará su propuesta a Podemos? El pacto subscrito está cerrado, y a pesar de la precisión del redactado, hay ya diferentes matices ―algunos importantes― entre sus firmantes. Pero lo que hay que observar es si Sánchez habla desde el Pacto, o desde su visión (del mismo y del momento político). Es decir, ¿es el portavoz del acuerdo actual o es un líder que, desde el pacto cerrado, lo abre ―hay que esperar que en consenso y acuerdo con su socio― a otras posibles incorporaciones?.

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